– Entonces tiene que ofrecer lo suficiente para dejarle fuera de combate.
– Es lo que he hecho.
– Bien.
– Seguramente la habría conseguido por menos de haber esperado.
– ¿Y cree que a mí me importa mucho si negocia o no el precio?
Se fijó en su traje sastre y en su camisa de un blanco inmaculado. Parecía un ejecutivo próspero… y desde luego muy apuesto.
– A nadie le gusta que le quiten las cosas -dijo ella.
– De acuerdo, pero dudo que haya un mercado muy extenso de piezas para mi coche, así que el que haya será muy competitivo. Quiero que gane.
– Lo recordaré.
– Pero no está de acuerdo.
– ¿Por qué dice eso? -preguntó ella.
– Por la cara que ha puesto, me ha parecido que habría preferido negociar, y esperar.
– Quiero que tenga el coche a un precio justo. Él sonrió.
– Buena idea. Y agradezco su honesto interés, pero creo que una postura intermedia será más fácil y conveniente.
Maggie se dijo que el príncipe tenía una sonrisa preciosa. No había dedicado mucho tiempo a pensar en la vida de un príncipe, pero imaginaba que serían o bien personas muy serias, o bien unos auténticos playboys. Había visto muchos así durante la temporada de nieve en Aspen. Pero Qadir no parecía encajar ni en uno ni en otro perfil.
– Haré lo que pueda -dijo ella-. Es que estoy acostumbrada a conseguir el mejor precio.
– Y yo a conseguir lo mejor.
Con su fortuna, era totalmente lógico.
– Debe de ser una sensación muy agradable. -Sí, lo es.
Maggie sonrió.
– Por lo menos lo reconoce -se levantó y se acercó a la impresora-. Aquí tengo una lista de todas las piezas que he pedido de momento. Mañana empiezo a desmontar el coche. No he visto demasiado óxido, y eso es buena señal. Cuando esté desmontado, podré ver lo que hay que reponer. De momento sólo he pedido lo que tengo claro que me hará
Maggie le pasó la fotocopia, y Qadir empezó a leer consciente todo el tiempo de la mujer que tenía a su lado. Era una interesante combinación de seguridad en sí misma e inseguridad.
Sabía por experiencia que, al principio, muchas personas se sentían incómodas con- él porque no sabían qué esperar. Le había pedido a una de las secretarias estadounidenses que ayudara a Maggie a instalarse en el palacio, pero sólo el tiempo conseguiría que su nuevo mecánico se encontrara a gusto en su presencia.
Maggie no se parecía en nada a las mujeres que desfilaban por su vida: no había ropa de diseño, ni horrendos peinados de peluquería, ni caros perfumes, ni joyas. En parte le recordaba a Whitney.
Apartó de su mente el recuerdo antes de que tomara forma, sabiendo que no tenía sentido pensar en ello.
– En un par de semanas me gustaría sacar el motor -le estaba diciendo Maggie-. Me dijo que podría ayudarme a hacerlo -hizo una pausa-. No me refiero a usted, por supuesto, sino a contratar a alguien. Y no lo digo porque no sea usted lo bastante fuerte y masculino -añadió ella de manera inadvertida; sin embargo, enseguida cayó en la cuenta de lo que había dicho-. Retiro esto último.
Qadir se echó a reír.
– Ya lo ha dicho, y es un elogio que atesoraré. De vez en cuando necesito que la gente elogie mi fuerza y mi masculinidad, me viene muy bien -añadió, totalmente encantado.
Maggie se puso colorada.
– Me está tomando el pelo -dijo ella.
– Porque se lo ha ganado.
– Eh, un momento. Usted es el príncipe. Es lógico que me ponga un poco nerviosa cuando estoy en su presencia. Esta situación es aún extraña para mí.
A Qadir le gustó que ella no se arredrara.
– De acuerdo, me parece bien; sí, tengo un equipo de trabajadores que le pueden ayudar a sacar el motor. Le voy a enviar un correo electrónico con las empresas de la zona que le pueden ser útiles. Mencione mi nombre; tendrá mejor respuesta.
– ¿Tiene un pequeño logotipo o un sello con una corona para poner junto a su firma?
– Sólo para documentos formales. Tal vez tenga que ir a Inglaterra a hacer algunas compras; allí también tengo contactos.
– ¿Alguno entre la familia real británica?
– Dudo que el príncipe Carlos nos sea de ayuda.
– Sólo era una idea.
– Es muy mayor para usted, y además está casado.
Maggie se echó a reír.
– Gracias, pero no es mi tipo.
– ¿No está buscando un príncipe guapo al que echarle el guante? Algunas de las mujeres que trabajan aquí es lo que tienen en mente; o por lo menos, cazar a algún diplomático extranjero.
Maggie desvió la mirada.
– Mi profesión no casa demasiado bien con la vida de una princesa -le enseñó las manos-. Soy más una persona activa que alguien a la que le guste estar tirada en un sofá pintándose las uñas y mirándose el ombligo.
– Es una pérdida para la monarquía.
Lo que dijo le hizo reír.
– Un comentario muy a tono -dijo Maggie-. Tiene sentido del humor.
– Gracias -respondió él.
– Las mujeres deben hacer kilómetros de cola. -Hay una zona de espera junto al jardín.
– Espero que esté cubierta. No querrá que les dé una insolación.
Maggie estaba medio apoyada medio sentada en la mesa. Qadir se dijo que era bastante alta, pero con el mono que llevaba no pudo distinguir bien su silueta
Pensó en cuando la había visto el día anterior, y se sintió intrigado. Maggie Collins era guapa, tenía personalidad y no poco sentido del humor. Sintió una chispa de calor en las entrañas, y de pronto se preguntó a qué sabría su boca si la besara.
Sabía que no lo haría. Le interesaban más sus habilidades como mecánico que sus encantos de mujer.
Pero no tenía nada de malo fantasear…
Imaginó cuál sería la reacción de su padre si empezara a salir con Maggie. ¿Le horrorizaría al monarca. o acogería de buen grado que otro de sus hijos sentara la cabeza?
De todos modos no tenía sentido hacerse esas preguntas Una cosa era especular, y otra pasar a la acción; y no tenía pensamiento de hacer esto último.
– Vengo con comida -Victoria entró en el garaje-. Uno de los cocineros me ha dicho que nunca sales de aquí a la hora de la comida, y cree que es porque no te gusta lo que prepara.
Maggie se puso derecha, dejó la llave y se quitó los guantes.
– Gracias por avisarme, pero es que he estado tan ocupada desmontando esto que no he tenido tiempo para parar a comer.
– No me digas que eres una de esas personas que a veces hasta se olvidan de comer.
– Sí, a veces me pasa.
– Entonces nunca vamos a hacer buenas migas. Maggie se echó a reír.
– Bueno, yo creo que tienes personalidad suficiente para pasar por alto ese defecto mío. Venga, vamos a mi despacho. Está más limpio.
Mientras Maggie se lavaba las manos eh el servicio, Victoria colocaba los platos en la mesa.
Se sentaron cada una a un lado de la mesa, y luego Victoria se quitó los zapatos y meneó los dedos. -Ah, qué gusto -suspiró.
– ¿Por qué te pones esos tacones si te hacen daño?
– No me hacen daño. Además, sin ellos me siento muy bajita e insignificante. Y a los hombres les gustan las mujeres con tacones.
Maggie se echó a reír.
– Nunca me he planteado eso, impresionar a un hombre, y menos así, arreglándome.
– Tú estarías arreglada en dos minutos -dijo Victoria mientras daba una pinchada de la ensalada-. Me encantaría tener una constitución como la tuya.
El elogio agradó a Maggie, que siempre había pensado que ella era un poco hombruna. Las chicas como Victoria solían evitarla.
– ¿Qué tal te va con Qadir? -le preguntó.
– Bien. Quiere que le deje el coche perfecto, y es lo mismo que quiero yo. Al principio el progreso es zni poco lento, pero él lo comprende…
Читать дальше