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Carly Phillips: Una semana en el paraíso

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Carly Phillips Una semana en el paraíso

Una semana en el paraíso: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de acceder a casarse sin estar enamorada, Samantha Reed necesitaba probar, al menos una vez en la vida, el verdadero deseo, así que decidió tomarse una semana de vacaciones en la que experimentar todo lo que no iba a tener después: lujuria, pasión, éxtasis… y todo ello, con un extraño. Un camarero sexy como el mismo pecado parecía el hombre ideal con quien disfrutar y a quien poder abandonar después sin mirar atrás. Ryan Mackenzie, Mac, no era en realidad un camarero, sino el dueño de un complejo hotelero, aunque no estaba dispuesto a reconocerlo, sobre todo porque Samantha parecía desearle tal y como era. Había disfrutado con ella una deliciosa semana… y había llegado a la conclusión de que necesitaba tenerla para siempre. Aunque descubrir que Samantha ya estaba prometida no iba a ayudar a su propósito.

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– Sammy Jo, tráeme una ronda más antes de que Hardy me lleve a casa.

Sam suspiró. Jamás debería haberle dicho a Zee que podía llamarla por aquel ridículo nombre.

– ¿Sammy Jo?

– Samantha Josephine -explicó Zee-. Si se quiere conocer a una mujer, hay que hacerle las preguntas precisas.

– Sammy Jo -repitió Mac, apoyado en el palo de una fregona, observándola, y Sam tuvo la sensación de que estaba recordando mucho más de lo que había en aquel momento ante sus ojos-. Sammy Jo -repitió en un tono mucho más seductor-. Eso sí que me gusta.

Y en sus labios, a ella también le gustaba.

– Lo siento, Zee, pero por hoy ya no puedo más.

No podía con un vaso más, aunque fuera de agua, sin que le explotase la vejiga. Aunque Zee le caía bien y disfrutaba con su compañía, ya bastaba por una noche.

Con una sonrisa miró a Zee y le sobrevino un hipido.

Mac se echó a reír y Zee sonrió.

– Ya te dije que no podría aguantar mi ritmo. Buenas noches a todos. Mañana nos vemos.

Y salió del bar con su conductor pisándole los talones.

Mac cerró de nuevo la puerta y echó el cerrojo. A partir de aquel momento, siempre asociaría el sonido de una cerradura con aquel lugar y aquella noche.

– Solos por fin -suspiró, y con una sonrisa se ajustó la gorra de béisbol-. Ven aquí… Sammy Jo.

Sus ojos brillaban con un deseo irrefrenable y ella sintió que el corazón le estallaba en el pecho. Caminó hacia él, hipnotizada por el calor que emanaba de sus ojos y cómo conseguía hacerla arder sólo con mirarla.

Sin más preámbulo, Mac tomó su cara entre las manos y la besó. Esperaba algo exigente, intenso, parecido a como se habían besado antes, pero la ternura con que la besó, acariciando sus labios dulcemente con la lengua hasta que sintió deseos de gritar… para eso no estaba preparada. Cuando se separó, Sam no podía controlar la respiración, así que no lo intentó.

– ¿Y esto, por qué ha sido? -le preguntó.

– Porque me parecías insegura y quería que recordases por qué.

No necesitó preguntar a qué se refería. Pero antes de que pudiese decir nada, él la rodeó por la cintura y la hizo sentarse en uno de los pocos taburetes que todavía quedaban colocados, levantó uno de sus pies, le quitó la zapatilla y le dio un suave masaje a través del calcetín.

Ella apoyó la espalda en la barra y suspiró.

– ¡Qué maravilla!

– Se me ocurre un montón de cosas que seguro que te gustarían más, pero algo me dice que esto es lo que más necesitas.

– Sabes mucho de alguien a quien acabas de conocer.

– Eres fácil de descifrar.

Sam se obligó a abrir los ojos.

– No sé si me gusta cómo suena eso.

Porque él no era ni mucho menos fácil de descifrar, lo cual le otorgaba ventaja a él. Pero no quería pensar más, sino concentrarse en las sensaciones que partían de sus pies, ya que Mac le había quitado la otra zapatilla y se ocupaba ya de sus dos pies y de las pantorrillas.

– Me has sorprendido esta noche -comentó él.

– ¿Te refieres a que no estás acostumbrado a que te ataquen las mujeres?

Él se echó a reír.

– Me refería a que me hayas ayudado en el bar. Necesitaba desesperadamente que alguien me echase una mano y tú lo has hecho. Te lo agradezco.

Había ido ascendiendo con las manos y llegaba ya a sus muslos. Sam sintió cierta tensión, pero con el masaje fue perdiéndola poco a poco.

– Puedo pagarte el salario de Theresa -dijo.

– Ya se lo has pagado a ella -le recordó.

– Porque su familia necesita el dinero y a Bear no le importará. Pero tú no tienes por qué trabajar gratis. No es mucho, pero…

Sam era incapaz de concentrarse en otra cosa que no fuera en sus manos, la piel de sus muslos y la dirección que estaban tomando. Pero aun a través del deseo, la imagen del hombre que era Mac se consolidaba ante sus ojos. Una persona especial, sensible… suyo durante el tiempo que durase la estancia, si ella quería que fuera suyo. Y lo quería.

A cambio, Mac necesitaba saber qué quería de él, y eso no incluía dinero.

– No quiero tu dinero, Mac.

Él murmuró algo entre dientes, pero había alcanzado el borde de su falda y no podía confiar en haber oído bien.

– ¿Por qué no? Te lo has ganado.

– No acepto que me paguen por las cosas que disfruto haciendo, y he disfrutado ayudándote.

– Estoy seguro de que has recogido un buen pellizco en propinas -comentó.

– No se me ha dado nada mal para ser mi primera noche -sonrió.

– Eres toda una mujer, Sammy Jo -bromeó, justo en el momento en que sus dedos le rozaban las bragas. Ante aquel primer contacto íntimo, Sam gimió suavemente.

– ¿Es ésta tu forma de mostrar gratitud? -le preguntó, intentando mantener la calma, pero no lo consiguió porque él estaba moviendo sus dedos con increíble precisión.

– No, cariño. Lo estoy haciendo porque a ti te gusta y yo disfruto con ello.

Sam experimentó una tremenda desilusión cuando Mac retiró la mano, pero ver que le temblaba al apoyarla sobre su muslo fue un pequeño consuelo. No estaba sola en aquel torbellino de deseo.

– Pero te quiero bien despierta y participando, y no agotada después de haber trabajado tanto en el bar.

Y la besó en los labios antes de volver a ponerle las zapatillas.

– Sube tú. Yo iré cuando haya terminado de recoger.

Sam parpadeó varias veces. Le costaba trabajo comprender por qué estaba tan excitada que temía explotar. Podía intentar seducirlo, pero no quería que la primera vez fuese en el bar.

A pesar de su inexperiencia, había conseguido llegar hasta allí, y no le importó que él tomase las riendas. Además, al empezar a subir las escaleras se dio cuenta de que Mac tenía razón: estaba agotada. A él le iba a tomar un buen rato terminar de recoger, así que tendría tiempo suficiente para descansar.

Mac subió a todo correr el último peldaño de la escalera. ¿Cuándo había sido la última vez que había invitado a una mujer a compartir su cama? Bueno, aquélla no era exactamente su cama, pero como si lo fuera. Porque no sólo le gustaba lo que había visto, sino lo que sabía hasta aquel momento de ella. No era ni egoísta ni codiciosa, sino considerada y generosa, y no sólo con él sino con Zee y el resto de clientes habituales, que le habían comentado lo mucho que les gustaba aquella nueva camarera. Había encajado a la perfección, aunque se apostaría hasta su último dólar a que era la primera vez que servía mesas en toda su vida.

Entre los dos generaban una combustión tan instantánea y espontánea que era difícil creer que se conocían hacía un par de horas. Al abrir la puerta, entró en una habitación iluminada por velas. Unas velas blancas y grandes palpitaban en la oscuridad.

Miró directamente a la cama para descubrir qué otras sorpresas lo esperaban. Samantha se había tumbado sobre la colcha totalmente vestida, se había abrazado a una almohada… y se había quedado profundamente dormida.

La luz de las velas iluminaba su rostro, su delicado perfil, los pómulos marcados, los labios carnosos. Labios que quería volver a probar, pero eso era algo que no iba a ocurrir en aquel momento, a juzgar por el ritmo pausado de su respiración, lo cual no era malo del todo, teniendo en cuenta que se había prometido a sí mismo tomarse las cosas con calma y analizar más detenidamente los sutiles signos que dejaba entrever. No los evidentes, como aquellas velas.

Se tumbó junto a ella en la cama y apartó un mechón de pelo de su mejilla. Ella suspiró suavemente y se acurrucó contra él. Era interesante comprobar cómo se acercaba instintivamente a él aun estando totalmente indefensa. El corazón le dio un vuelco.

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