Maureen Child - Juego Seductor

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Había vuelto para reclamarla
Durante tres años, ella había sido la imagen que turbaba sus sueños. El recuerdo de un apasionado y anónimo encuentro empujó al magnate Jesse King a regresar a Morgan Beach, California. Estaba decidido a encontrar a esa mujer misteriosa para poseerla una vez más. Un King jamás perdía.
Bella Cruz no se alegraba en absoluto de ver de nuevo a Jesse King. El millonario la había seducido, abandonándola después… ¡y ni siquiera la reconocía! Pero como era su nuevo casero, debía tener contacto con él. Esperaba que Jesse no descubriera su identidad porque, si así fuera, Bella jamás podría negarse a su seducción.

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Sonrió y abrió la ventana. Se alegraba de que no estuviera cerrada con llave. La última vez que estuvo en casa de Bella, se dio cuenta de que el pestillo estaba defectuoso y había decidido cambiárselo. Se alegraba de no haberlo hecho.

El marco de madera crujió un poco. Se detuvo para asegurarse de que nadie se había percatado de su presencia. Vio que se había encendido una luz en la casa de la señora Clayton. Si se asomaba y lo veía entrando en casa de Bella por la ventana, llamaría a la policía inmediatamente.

No tenía tiempo que perder.

Al entrar, se golpeó la espinilla con el marco. Ahogó un grito de dolor, pero Bella se rebulló un poco bajo las mantas. Se dio la vuelta y la suave luz de la calle le iluminó el rostro. Jesse sintió que el corazón se le detenía un instante. La amaba más de lo que nunca hubiera creído posible que se pudiera amar a alguien.

Con sigilo, se dirigió hacia la cama. Se quitó la chaqueta y la arrojó al suelo. Entonces, sacudió la cabeza y le susurró:

– Bella, Bella. Despiértate.

Ella se desperezó con un lánguido movimiento. Abrió los ojos y lo miró atónita. Entonces parpadeó rápidamente y dijo:

– ¿Jesse?

– ¿Acaso esperabas a alguien más?

– No, pero tampoco te esperaba a ti -le espetó. Jesse extendió una mano y la estrechó contra su cuerpo-. Pero si estás empapado…

– Está lloviendo.

– ¿Cómo has entrado aquí?

– Por la ventana. Tienes que arreglar esa cerradura.

– Eso parece.

– Mira, Bella. La señora Clayton podría haberme visto entrar aquí, así que tenemos que hablar más rápido, porque, si me ha visto, probablemente habrá llamado a la policía.

– ¡Por el amor de Dios!

– ¿Ves lo que estoy dispuesto a hacer por ti? Seguramente me van a arrestar, por lo que ahora me tienes que escuchar.

– Jesse, estás loco…

– Probablemente.

– ¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Por qué no haces más que intentarlo?

– Porque mereces la pena.

– Jesse, quiero creerte. De verdad que lo deseo.

– Porque me amas. ¿Por qué no lo admites? -le preguntó él mientras le acariciaba suavemente los pómulos con los pulgares.

Bella cerró los ojos. Una única lágrima se le deslizó por debajo de un párpado. Jesse se la secó con un beso.

– No puedo. Si lo hago, volverás a romperme el corazón.

Jesse sufría mucho al verla llorar porque sabía que era él el motivo de tanto dolor. Sin embargo, sabía que podía solucionarlo. Se pondría como objetivo en la vida que Bella no volviera a llorar nunca más.

– No llores más, Bella. Me estás matando

– No puedo parar -admitió ella. Levantó los ojos para mirarlo,

– Dios, te amo tanto… Te juro que jamás volveré a hacerte llorar.

Aquellas palabras provocaron que Bella se echara a reír.

– Jesse, no puedes prometer algo así.

– Claro que puedo, Bella. Créeme si te digo que me voy a pasar el resto de mi vida haciéndote sonreír. Asegurándome de que no vuelves a dudar jamás de lo mucho que te quiero.

Bella se mordió el labio inferior y contuvo el aliento. Entonces, Jesse se metió la mano en un bolsillo del pantalón y sacó el estuche que había tenido todo el día en el bolsillo. Había ido a la tienda de Kevin aquella misma mañana después de dejarla a ella.

Levantó la tapa de terciopelo rojo y le mostró el anillo que le había hecho pensar en ella en el momento en el que lo vio.

– Jesse…

Él le tomó la mano izquierda. Aunque Bella estaba temblando, no la retiró. Lentamente, él le colocó el anillo en el dedo sin dejar de mirarla a los ojos.

– Es un diamante amarillo -le explicó él-. Cuando lo vi en la tienda de Kevin, pensé en ti. En esas camisas amarillas que te pones. En lo mucho que adoras el sol. En la brillantez que hay en el mundo cuando estoy a tu lado.

Bella levantó la otra mano y se cubrió los labios.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a llorar muy emocionada.

– Vaya. He roto mi promesa. Te he vuelto a hacer llorar -susurró él. Se inclinó sobre ella para besarla en la frente con reverencia.

– No cuenta. Las lágrimas de felicidad no cuentan, Jesse.

El sonrió aliviado. Bella lo había perdonado.

– Te amo, Bella. Quiero casarme contigo. Tener hijos contigo. Construir una vida a tu lado.

– Yo también lo deseo, Jesse. Te quiero tanto…

– Por fin -dijo él con una amplia sonrisa en el rostro-. ¿Sabes una cosa? Vas a tener que decir eso con mucha frecuencia. Creo que no me cansaré nunca de escucharlo.

– De acuerdo.

Jesse le tomó ambas manos entre las suyas y dijo:

– Estoy realizando un compromiso, Bella. Contigo. Con nosotros. Incluso he puesto dos papeleras en cada uno de los cubículos de la oficina.

Ella se echó a reír. Sus carcajadas eran un sonido delicioso que lo envolvía como si se tratara de una bendición.

– Oh, Jesse, estás verdaderamente loco.

– ¿Quieres decir loco por ti? Claro que sí, cariño. Cuenta con ello.

En el exterior, unas luces rojas y amarillas iluminaron la oscuridad.

– Es la policía -dijo-. Cielo, ¿te importaría salir conmigo y explicarles a esos amables oficiales que esto es sólo el inicio de una vida en común muy interesante?

Epílogo

Tres meses después. Bella salió de su despacho y entró en el de Jesse con una amplia sonrisa en el rostro. Iba agitando una hoja de papel como si se tratara de la bandera del ganador de una carrera de automóviles.

– ¡Está aquí! ¡Es maravilloso! ¡Tú eres maravilloso!

Se abalanzó sobre él de tal manera que Jesse tuvo que levantarse de su butaca para tomarla entre sus brazos.

Su esposa.

No creía que fuera a cansarse nunca del sonido de aquellas dos palabras. Su esposa. Bella y él llevaban un mes casados y la diferencia que ese acontecimiento había provocado en su vida era abismal. Se sentía más vivo que nunca y todo se lo debía a Bella.

– ¿De qué estás hablando? -le preguntó mientras inclinaba la cabeza para mordisquearle suavemente el cuello.

Dado que el despacho de Bella estaba junto al de él, contaban con una puerta que unía ambas estancias y que sólo ellos dos utilizaban. Así, podían estar juntos cuando quisieran sin que se enterara el resto de la empresa.

Aunque a Jesse no le importaba en absoluto.

Bella gimió suavemente al sentir cómo él le besaba el cuello. A Jesse le encantaba el modo en el que ella se vestía. Vaqueros que realzaban sus maravillosas piernas. Camisas de su verdadera talla que solían ir acompañadas de generosos escotes…

– No es justo -susurró ella-. Sabes que no puedo pensar cuando haces eso.

– Bien. No tienes por qué pensar.

Había nuevas reglas en la empresa. Nadie podía entrar en aquel despacho sin llamar y sin recibir respuesta, por lo que se sentían libres de hacer lo que quisieran. Jesse sonrió. Se le ocurrían varias cosas en las que los dos podrían entretenerse para emplear al menos una hora o dos.

– Jesse… no he venido aquí para esto. Sólo quería mostrarte… Darte las gracias…

– Oh… Bien. Me encanta que mi esposa me dé las gracias.

Ella se echó a reír y arrojó el papel sobre el escritorio de Jesse para así poder abrazarlo con más libertad. Lo besó larga y profundamente y, entonces, se apartó de él para mirarlo.

– Dices eso con mucha frecuencia, ¿verdad? Mi esposa.

Jesse sonrió.

– Quiero que te acostumbres a escucharlo. Mi esposa. Mía…

– Tal y como me gusta -susurró ella. Volvió a besarlo una vez más, dándole todo lo que él podía desear. Haciendo que todos sus sueños se hicieran realidad. Haciendo que la vida de Jesse fuera tal como debía ser.

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