Maureen Child - Juego Seductor

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Había vuelto para reclamarla
Durante tres años, ella había sido la imagen que turbaba sus sueños. El recuerdo de un apasionado y anónimo encuentro empujó al magnate Jesse King a regresar a Morgan Beach, California. Estaba decidido a encontrar a esa mujer misteriosa para poseerla una vez más. Un King jamás perdía.
Bella Cruz no se alegraba en absoluto de ver de nuevo a Jesse King. El millonario la había seducido, abandonándola después… ¡y ni siquiera la reconocía! Pero como era su nuevo casero, debía tener contacto con él. Esperaba que Jesse no descubriera su identidad porque, si así fuera, Bella jamás podría negarse a su seducción.

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La esperanza prendió en el pecho de Jesse.

– No obstante -prosiguió Kevin-, te advierto una cosa. Si le vuelves a hacer daño, yo encontraré el modo de hacértelo a ti.

– Comprendido.

Kevin lo estudió durante un largo instante. Luego asintió y dijo:

– Muy bien. Se ha estado alojando en mi casa, pero regresó a la suya esta misma mañana.

– Gracias.

Jesse se puso de pie y se dirigió a toda velocidad a la puerta principal.

Una hora más larde. Bella estaba acurrucada en el salón. Sentía mucha pena de sí misma.

Cuando alguien llamó a la puerta, levantó la cabeza como movida por un resorte. Sin ni siquiera mirar por la ventana, sabía perfectamente que se trataba de Jesse. Parecía capaz de sentir su presencia.

A pesar de que no le apetecía verlo, sabía que no podía ocultarse de él eternamente. Había tenido un par de días para llorar y desahogarse. Había llegada el momento de volver a retomar las riendas de su vida. Aquélla era su casa, su ciudad. No iba a dejarlo todo porque hubiera cometido el error de enamorarse de un hombre que era incapaz de corresponderla.

Se secó las lágrimas y se miró en el espejo más cercano. Estaba muy despeinada, iba sin maquillar y parecía exactamente lo que era: una mujer que se había pasado demasiado tiempo llorando.

Jesse volvió a llamar, aquella vez con más fuerza. Bella se armó de valor y abrió la puerta. Al verlo, el corazón le dio un vuelvo. Era tan guapo y lo había echado tanto de menos…

– Bella-susurró él, con una sonrisa de alivio-. Gracias a Dios. Llevo días buscándote.

– ¿Qué es lo que quieres, Jesse? -le preguntó ella, colocándose junto a la puerta de tal modo que pudiera impedirle el acceso con facilidad si hacía ademán de entrar.

– Quiero hablarte de muchas cosas, pero vamos a empezar con esto -le dijo entregándole un montón de papeles.

Bella suspiró, los tomó y los examinó. Se trataba de una escritura.

– ¿Qué es esto?

– Es la escritura del edificio, Bella. Quiero que la tengas tú. Haz lo quieras con él. Amplía tu negocio o ciérralo. Es tuyo. Sin ataduras.

– ¿Es que no lo entiendes, Jesse? Yo no quiero esto. No quiero nada tuyo -replicó. Arrojó la escritura por encima de la cabeza de él. Tras aletear unos segundos en el viento, fue a caer sobre el césped-. Ahora, por favor, te ruego que te marches.

Cerró la puerta y trató de no recordar la sorpresa que se le había reflejado en la mirada. Entonces, se apoyó sobre la puerta y volvió a llorar. Había pensado que ya había llorado más que suficiente, pero, aparentemente, aún le quedaban lágrimas.

Jesse no lo comprendía. Aquello no tenía nada que ver con su tienda, con su negocio ni con King Beach, sino con ellos. Tenía que ver con lo mucho que lo amaba y lo mucho que se había equivocado con él.

– Bella -dijo él, desde el otro lado de la puerta-, no me hagas esto…

Ella contuvo el aliento, cerró los ojos y esperó a que él se marchara. Por fin, oyó unos pasos que se alejaban. Cuando ya no oyó nada más, se sentó lentamente en el suelo, se agarró las rodillas y permaneció allí en silencio. Había hecho lo que debía. Estaba segura de ello. Tenía que ser fuerte. No podía permitir que él volviera a hacerle daño. En aquellos momentos, Jesse estaba reaccionando mal porque, según él mismo le había dicho, los King nunca pierden. Poco a poco, terminaría por darse cuenta de que debía dejarla en paz.

Sin embargo, a la mañana siguiente muy temprano, Jesse volvió a llamar a su puerta.

– ¡Bella! ¡Bella! ¡Abre La puerta! ¡Deja que hable contigo, maldita sea!

Ella se levantó de la cama en medio de la penumbra. Estaba amaneciendo. Había decidido que no le abriría la puerta si regresaba, pero no había contado con que él gritaría tan alto su nombre. Si no abría la puerta, la señora Clayton llamaría a la policía en pocos minutos.

Se puso una bata y abrió la puerta. Al mirar a Jesse, le pareció que él no había dormido en toda la noche, tenía el cabello alborotado, como si hubiera estado mesándoselo toda la noche. Tenía la camisa arrugada y la barba ya había comenzado a ensombrecerle el rostro. Tenía un café en cada mano.

– Te he traído café.

Bella suspiró y tomó uno. Jesse conocía bien su debilidad, pero eso no significaba nada. Tampoco el hecho de que ella hubiera aceptado el café.

– Jesse, tienes que dejar de hacer esto.

– No. No pararé nunca, al menos hasta que me hayas escuchado.

Bella volvió a suspirar

– Está bien, habla.

– ¿No puedo entrar?

– No.

– Está bien. No me quieres en tu casa, por lo que te diré lo que te tengo que decir aquí mismo. Bella, te amo -afirmó mirándola a los ojos.

– Jesse, no…

– Es cierto. Mira, sé que lo he fastidiado todo. Sé que estás herida y enojada. Tienes todo el derecho del mundo a estarlo, pero maldita sea, Bella, yo no me había sentido nunca antes de este modo. Tal vez por eso lo estoy estropeando todo tanto. Todo es nuevo para mí. Tú eres nueva para mí, pero eso no hace que lo que siento sea menos auténtico. Te amo, Bella. De verdad.

Bella sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No quería llorar delante de él, pero los ojos se le estaban llenando de lágrimas. Si no cerraba la puerta rápidamente, eso era exactamente lo que iba a ocurrir, la humillación sería completa.

– ¿Cómo puedo creerte, Jesse? Me has estado mintiendo desde el principio.

– Lo sé y lo siento. Lo siento más de lo que te imaginas. Como te he dicho, sé que he cometido errores, pero amarte no es uno de ellos, Bella. Tienes que creerme. Tienes que saber que lo que siento es de verdad. Quiero casarme contigo… Vaya-añadió, con una ligera sonrisa-. Jamás pensé que me oiría pronunciar esas palabras.

Ella se echó a temblar y se esforzó un poco más en contener las lágrimas.

– Basta, por favor…

– No. No pararé nunca. Eres mi alma, Bella. Eres la pieza que siempre me ha faltado. Diablos, ni siquiera sabía que estaba incompleto hasta que te conocí a ti -susurró. Extendió una mano y la deslizó por la puerta hasta encontrarse con la de ella-. No puedo perderte ahora. No quiero volver a estar solo. Tú eras mi mujer misteriosa, Bella. Ahora veo que el único misterio es cómo he conseguido vivir sin ti toda la vida. Dame la oportunidad de compensarte, por favor. Danos a los dos esa oportunidad.

Ella lo miró a los ojos. Quería creer aquellas palabras, pero le costaba hasta intentarlo.

– Ojalá pudiera creerte, pero no puedo.

Entonces, cerró la puerta y permitió por fin que las lágrimas le rodaran por las mejillas.

Aquella noche, ya muy tarde, Jesse musitó una maldición cuando los cielos se abrieron sobre él. Nunca en toda su vida había tenido que esforzarse tanto para conseguir algo. Todo le había resultado fácil. Todo lo había conseguido con facilidad. Hasta aquel momento.

En aquellos momentos, todo dependía de que pudiera convencer a una mujer, a la mujer más importante de su vida. Y no estaba dispuesto a perder.

¿Que ella era testaruda? Él lo era más.

Si Bella creía que se iba a rendir tan fácilmente, le aguardaba una gran sorpresa.

Se empapó por completo en cuanto salió del coche. Estaba lloviendo a cántaros. Entonces, miró a las casas que flanqueaban la de Bella y vio que estaban a oscuras. Kevin estaba seguramente con Traci y la señora Clayton estaría durmiendo. No lo vería nadie. Entonces, centró su atención en el dormitorio de Bella. Ella estaría allí, acurrucada bajo las mantas. Sola.

No por mucho tiempo.

Se apartó el cabello mojado del rostro y se dirigió directamente hacia la ventana. Estaba harto de intentarlo por la puerta principal. De pedirle que lo dejara entrar. Bella iba a tener que escucharlo. Iba a tener que creerlo. Jesse no se iba a marchar hasta que consiguiera que ella lo creyera.

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