Maureen Child - Juego Seductor

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Había vuelto para reclamarla
Durante tres años, ella había sido la imagen que turbaba sus sueños. El recuerdo de un apasionado y anónimo encuentro empujó al magnate Jesse King a regresar a Morgan Beach, California. Estaba decidido a encontrar a esa mujer misteriosa para poseerla una vez más. Un King jamás perdía.
Bella Cruz no se alegraba en absoluto de ver de nuevo a Jesse King. El millonario la había seducido, abandonándola después… ¡y ni siquiera la reconocía! Pero como era su nuevo casero, debía tener contacto con él. Esperaba que Jesse no descubriera su identidad porque, si así fuera, Bella jamás podría negarse a su seducción.

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Ella seguía muy enfadada con él y eso le preocupaba, sobre todo porque en sus ojos seguía reflejándose una expresión gélida que auguraba que ella no iba a escuchar nada de lo que él le dijera. Sin embargo, iba a intentarlo de todos modos.

Demonios… la apreciaba. Mucho. Tal vez algo más que eso. Tal vez incluso era amor. Tal vez se había enamorado de Bella y no se había dado cuenta hasta que era ya demasiado tarde.

Dios. Era un verdadero idiota. ¿De verdad iba a perderla justamente cuando se había dado cuenta de lo mucho que la necesitaba? Ni hablar. No iba a permitir que ella se marchara. Tenía que decírselo. Pronunciar las palabras que jamás le había dicho a nadie. Entonces, ella lo creería. Tendría que hacerlo.

– Bella, yo te amo.

Ella parpadeó y ahogó una carcajada.

– ¿Tan desesperado estás que tienes que sacar la artillería pesada?

No era la respuesta que él había esperado.

– Maldita sea. Lo digo en serio. Eres la única mujer a la que le he dicho algo así.

– Y, sólo por eso, yo debo creerte, ¿verdad?

– ¡Sí!

– Pues no te creo. ¿Por qué iba a creerte? Yo accedí a unirme a King Beach y tú desapareciste inmediatamente. Hace días que no te veo porque ya has conseguido lo que querías.

– No es eso. He estado pensando. Sobre nosotros. Sobre… nuestro futuro.

Bella lanzó un bufido. Y esa risotada triste que lo desgarraba por dentro.

– Nosotros no tenemos ningún futuro, Jesse. Jamás lo tuvimos. Lo único que hemos tenido siempre ha sido una noche en la playa hace tres años. Todo lo demás, no ha sido real. Estas últimas semanas, las que hemos compartido, han sido sólo una farsa.

– No es cierto.

– El romance, la seducción, el acto sexual, las risas… Todo. Tú jamás me has deseado. Sólo deseabas mi negocio. Todo ha sido un juego.

Jesse sintió vergüenza y odió la sensación que experimentó. Había temido aquel momento y había esperado poder evitarlo a toda costa. Daría cualquier cosa por poder decirle que estaba equivocada, pero sabía que no la ganaría mintiendo.

– Sí, así fue como empezó todo. Lo admito -dijo. Observó el dolor que se reflejó en los hermosos ojos de Bella. Se sintió como el canalla que ella le había dicho que era-. Oí que Nick Acona estaba interesado en tu negocio y…

– Deliberadamente, viniste por mí para derrotar a tu amigo.

– Así fue en parte…

– Todo.

– Está bien, pero no es así como están las cosas ahora.

– Pues claro-dijo ella con sorna e ironía-. Te creo. No fue un juego. Creo que me amas. ¿Por qué no?

– Bella, maldita sea… Admito que al principio comencé a verte porque quería tu negocio, quería derrotar a Nick, pero también te deseaba a ti. ¡Llevas tres años ocupando mis pensamientos! -exclamó Jesse. Bella no dijo nada. Simplemente permaneció de pie, observándolo. Jesse se sintió como un bicho sobre la bandeja de un microscopio-. Todo ha cambiado, maldita sea. Demonios, Bella, dejé de pensar en tu negocio hace semanas. Se me olvidó esa maldita orden de desahucio porque estaba pasando demasiado tiempo contigo y no me importaba nada más.

– No te creo -afirmó ella, sin expresión alguna en el rostro.

– Lo sé -dijo Jesse. Tomó la orden de desahucio y la rasgó por la mitad. Luego volvió a repetir la operación y arrojó los trozos de papel al suelo-. Olvídate de todo esto. Bella. Quédate en tu maldita tienda. ¡Ni siquiera te voy a cobrar alquiler! Y olvídate de nuestro acuerdo para que tu empresa pase a formar parle de la mía. No quiero tu negocio. Sólo te quiero a ti. No quiero perderte.

– Ya me has perdido -susurró ella. Nada de lo que Jesse pudiera decirle cambiaría el hecho de que había tratado de seducirla deliberadamente para quitarle su negocio. ¿Cómo podría volver a confiar en que él le decía la verdad?

Le había dicho que la amaba. Horas antes, ella habría dado cualquier cosa por escuchar esas palabras de labios de Jesse. Ya era demasiado tarde. Estaba segura de que las utilizaba para tratar desesperadamente de arreglar lo que había hecho.

Bella lo había perdido todo. De un plumazo, todo había desaparecido. Sueños. Esperanzas. Un futuro con el hombre al que amaba. Todo se había convertido en polvo que se llevaba la brisa del mar.

– Además, yo jamás fui tuya como para que me puedas perder -susurró ella.

– Eso no lo voy a aceptar.

– Pues tienes que aceptarlo, Jesse -susurró ella sacudiendo la cabeza. Su ira había desaparecido para verse reemplazaba por una profunda indignación-. Se ha terminado. Todo.

– Bella, si por lo menos me escucharas…

– No -dijo ella mientras se dirigía hacia la puerta sin apartar los ojos de él-. Voy a trasladar mi tienda. Me marcharé antes de finales de mes.

– Me importa mi comino esa tienda. No tienes que mudarte.

– Claro que sí.

Agarró el pomo de la puerta y se volvió para mirarlo por encima del hombro. Deseaba guardar para siempre esa imagen que tenía de él. Anhelaba poder correr hacia él, abrazarlo y fingir un día más que lo que habían compartido era real. Que lo que ella sentía era correspondido. Que por una vez, tenía alguien que la amaba. Sin embargo, si no era real, no importaba nada. Suspiró y le dijo:

– No te voy a ceder mi negocio. Mi negocio soy yo y nunca me tendrás. No me mereces, Jesse.

– Bella… Danos una oportunidad, dame una oportunidad -susurró él, con voz muy suave.

– No habrá más oportunidades. Debería haberme imaginado que nuestra relación terminaría así. Tú jamás te has comprometido con nada en toda tu vida. Ahora lo sé. Y también sé que ésa es la razón por la que nunca te comprometerás conmigo.

– Te equivocas, Bella. Me he comprometido en muchas ocasiones. Si accedieras a escucharme. Por favor, no te vayas…

Estas últimas palabras sonaron como si se las hubieran sacado a la fuerza de la garganta. Era demasiado poco. Demasiado tarde.

– Si te sirve de algo, tampoco le voy a vender mi negocio a Nick Acona.

– Bella…

– Adiós, Jesse.

Bella abrió la puerta, salió del despacho y la cerró a sus espaldas con un silencioso gesto.

Dos días más tarde, Jesse seguía atónito. Nadie le había hablado nunca del modo que Bella lo había hecho.

Nadie había estado nunca más en lo cierto sobre él. Había querido argumentarlo, rechazar todo lo que ella le había dicho, pero ella le había calado a la perfección.

Había vivido su vida buscando el camino más fácil. Se había encontrado con un negocio que le iba a la perfección y sólo cuando se lo habían puesto encima de la mesa había hecho el esfuerzo de hacerlo funcionar. Resultaba muy duro que la mujer que uno ama le pusiera los puntos sobre las íes y que juego le dijera que no la merecía.

Lo peor de todo era que tenía razón.

Bella le había mostrado un buen cuadro de sí mismo y a Jesse no le había gustado lo que había visto. Quería ir a su casa aquella misma noche. Enfrentarse a ella, admitir que todo lo que le había dicho era verdad y, aunque le costara, suplicarle que lo escuchara. Sin embargo, sabía que ella seguiría demasiado enfadada con él como para escucharlo. ¿Quién podía culparla?

Decidió darle un par de días. Procurarle el tiempo suficiente para que su ira se mitigara un poco. Tiempo suficiente para que a él se le ocurriera al menos un plan con el que esperaba poder convencerla para que regresara a su lado.

Cuando salió de King Beach para recorrer la escasa distancia que separaba King Beach de la tienda de Bella, soplaba un frío viento. Las aves marinas habían acudido a tierra para refugiarse, señal inequívoca de que la tormenta que llevaba ya varios días gestándose fuera a estallar por fin. Dios. La tormenta aclararía el ambiente y tal vez, sólo tal vez, eso era precisamente lo que Bella y él necesitaban que ocurriera.

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