«Seducirme siempre ha formado parte del plan, para bajar mis defensas y adueñarse de mi empresa». Este le gustaba menos todavía. Era imposible que hubiera estado fingiendo. ¿Sería posible que fuera tan buen actor?
No le gustaba estar allí sin hacer nada. Decidió que, lo mejor que podía hacer era ir a verlo y preguntarle qué era lo que estaba pasando. Eran socios, ¿no? En los negocios y en la vida. Si tenía preguntas, tendría que preguntárselas a Jesse. Después de todo, tal vez aquello no tuviera nada que ver con ella. Podría ser un problema familiar. Tal vez ella, podría echarle una mano.
Decidió que, en cuanto se marcharan sus clientas, iría a ver a Jesse para hablar con él.
En aquel momento, la puerta de la tienda se abrió. Bella levantó la mirada para ver de quién se trataba y vio que un hombre ataviado de traje y chaleco se acercaba al mostrador.
– ¿Bella Cruz?
– Sí. ¿En qué puedo ayudarlo?
– Me dan dado instrucciones para que le entregue esto -dijo, sacándose un sobre del bolsillo interior de la americana que llevaba puesta-. Que tenga un buen día.
Con eso, el desconocido se marchó. Bella abrió el sobre inmediatamente y sacó una hoja de papel doblado que había en su interior. Lo leyó. Volvió a leerlo.
Sintió que la sangre se le helaba en las venas y que un agudo dolor le atenazaba con fuerza el estómago. Las letras de la página se le borraron a medida que los ojos se le fueron llenando de lágrimas. Parpadeó para secárselas con determinación. No iba a llorar.
Aquello no podía ser verdad. No podía apartar la mirada de una serie de palabras en cuestión. Tenía que haber un error. Sin embargo, la lógica lo explicaba todo perfectamente. La razón por la que Jesse había estado evitándola, por ejemplo. La traición fue alojándosele en el corazón hasta que decidió que estaba a punto de explotar.
Se había preguntado qué estaba pasando. Ya lo sabía. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto hasta que sus clientas hubieran abandonado la tienda. Con ese pensamiento en mente, se colocó una buena sonrisa en los labios. Por lo tanto, cuanto antes las ayudara a encontrar lo que habían ido a buscar, antes podría ella enfrentarse a Jesse.
Si él había creído que podría desaparecer así por las buenas, estaba muy equivocado.
Estaba a punto de averiguar lo que Bella pensaba de él.
Una hora más tarde, Jesse frunció el ceño al oír que alguien llamaba a la puerta de su despacho. Antes de que pudiera dar su permiso para que quien ahí estuviera entrara. La puerta se abrió. Dave Michaels asomó la cabeza. Parecía preocupado.
– Jefe, hay un problema.
– ¿De qué se trata?
– Oh -dijo Bella. Empujó a Dave a un lado y entró en el despacho sin más preámbulos-. Hay más de un problema.
La expresión del rostro de Dave pasó de reflejar preocupación a pánico. Sin embargo, Jesse no se percató porque toda su atención se centraba en la furiosa mujer que acababa de entrar en su despacho. Los ojos de Bella brillaban como señales de peligro y su rostro estaba completamente tenso. Prácticamente vibraba de ira.
– Gracias, Dave -le dijo Jesse-. Puedes irte. Ya me ocupo yo.
Agradecido de verse relevado de la situación, Dave dio un paso atrás y cerró la puerta.
Jesse, por su parte, se puso de pie y se acercó a Bella. Al ver que trataba de tocarla, ella dio un paso atrás y levantó una mano para impedírselo.
– Ni siquiera te acerques a mí, canalla.
– Espera un minuto…
– Ha sido todo un juego, ¿verdad? -le espetó ella con frialdad.
– ¿De qué estás hablando?
– De esto -replicó ella. Se metió la mano en un bolsillo de la falda y se sacó un papel muy arrugado que le arrojó a la cara.
Jesse lo atrapó en el aire y lo examinó rápidamente. Entonces, sintió que el alma se le caía a los pies.
– ¿Qué diablos…?
– ¿Acaso no reconoces lo que tú mismo has ordenado? -se mofó ella-. En ese caso, permíteme que te lo explique. Se trata de una orden de desahucio en la que se me conceden tres semanas para abandonar mi local. El local del que tú eres dueño.
– Bella, tienes que saber que todo esto ha sido un error.
– No. No lo sé. Está todo ahí, escrito. Está todo muy claro.
– Yo no te estoy desahuciando.
– ¿De verdad? Pues parece que ese papel lo hace oficial. Mi contrato de alquiler termina dentro de tres semanas y tú me quieres fuera. Está todo muy claro -repitió.
– Yo no he ordenado esto…
Jesse se interrumpió. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. En silencio, maldijo a su asesor de asuntos económicos. Cuando compró el edificio en el que se encontraba el local de Bella a la familia del antiguo propietario, le dijo a su asesor que la dejara en paz hasta que terminara su contrato. Efectivamente, su contrato terminaba dentro de unas pocas semanas y, aparentemente, su asesor había hecho lo que él le había pedido, Jesse no había pensado en aquel maldito contrato desde hacía semanas. Debería haber prestado más atención.
– Está bien. Deja que te explique…
– No hay nada que me puedas decir que me explique esto.
– Te repito que esto es un error. Sí. Admito que la orden de desahucio fue redactada hace unos meses, pero le dije a mi asesor de asuntos económicos que no hiciera nada hasta que tu contrato estuviera a punto de…
– Enhorabuena. Ese hombre sigue tus órdenes a pies juntillas.
– Yo jamás tuve en mente desahuciarte, Bella. Quería tener la oportunidad de convencerte para que te unieras a mi empresa. Sólo… sólo se me olvido informar a mi asesor.
– ¿Que se te olvidó? -rugió ella, con una expresión horrorizada en el rostro-. ¿Se te olvidó decir a alguien que no debía desahuciarme?
– Sí, lo admito. Es así. Sin embargo, debo decir en mi defensa que en estas últimas semanas he estado muy ocupado, principalmente contigo.
– Entonces, es culpa mía, ¿no?
– Está bien, Bella. Tranquilízate. Podemos hablar de esto.
Una vez más, Jesse trató de acercarse a ella, pero Bella se lo impidió.
– Si me tocas, te juro que me defenderé. Y no lo haré pacíficamente.
A juzgar por la mirada que ella tenía en los ojos, Jesse la creyó. Un hombre sabio debía conocer cuando dar un paso atrás. Jesse se quedó inmóvil y la miró a los ojos.
– Te he dicho esto ya en un millón de ocasiones, pero te repito que es un error, Bella. No te puedes creer que yo quisiera echarte de tu propia tienda.
– ¿Por qué no puedo?
– Maldita sea, Bella… yo te aprecio.
– No te atragantes con las palabras.
Las cosas no iban bien. Se lo tendría que haber imaginado, pero había tenido tantos asuntos en el aire últimamente que no le había resultado fácil ocuparse de todo. Por supuesto, Bella no aceptaría esto como explicación y él no la culpaba por ello. Levantó una mano y se agarró el cabello con las dos manos, tirándose de él de pura frustración.
– Esto no tiene sentido. Piénsalo. Demonios, pero si acabas de acceder unirte a mi empresa. ¿Porqué iba a querer yo hacerte esto ahora?
– Eso tengo que admitir que fue un error. Allí has metido la pata -comentó ella, riendo sin alegría alguna-. Deberías haber conseguido que yo te firmara los papeles antes de enviar a tu lacayo con la orden de desahucio. Has metido la pata, señor depredador empresarial.
– ¿Ahora volvemos con ésas? Creía que ya lo habíamos dejado atrás. Que nos comprendíamos.
– Yo también creía muchas cosas. Pensaba que tú eras más de lo que parecías. Que tenías un corazón en alguna parte, pero parece que los dos cometemos errores.
– Bella…
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