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Danielle Steel: El Largo Camino A Casa

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Danielle Steel El Largo Camino A Casa

El Largo Camino A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Con apenas siete años, Gabriella sabe que es culpable de algo, porque así se lo han dicho y que por eso su irascible madre la somete a terrible castigos y malos tratos. Y también sabe que su padre es incapaz de protegerla. Su mundo, una confusa mezcla de miedo, soledad y dolor, da un repentino vuelco cuando su madre la abandona en un convento. Allí crecerá al amparo del cariño y el afecto de las monjas, pero el amor prohibido que le despierta un joven sacerdote provocará otro dramático cambio en su vida y la obligará a salir al mundo real para enfrentarse a sus duros retos… La odisea de una niña maltratada que, una vez convertida en mujer, tiene valor para liberarse del pasado y tomar las riendas de su propio destino. Toda una lección de entereza, esperanza y amor.

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– Si tuvieras más ganas de acostarte conmigo, Eloise, a lo mejor no necesitaría bailar así con una extraña.

Pero John ya no deseaba a Eloise. ¿Cómo podía desearla después de lo que le había visto hacer a Gabriella? Estaban hablando a gritos, pero por una vez la niña se hallaba en su cuarto profundamente dormida y no podía oírles. El último invitado se había ido a las dos de la madrugada y eran cerca de las tres. Llevaban discutiendo casi una hora y cada vez estaban más alterados.

– Me das asco -espetó Eloise.

Lo cierto era que a John le habría encantado robarle la chica a Vladimir Orlovsky, y aún estaba a tiempo de hacerlo. Sus sentimientos por Eloise y su deseo de serle fiel habían muerto hacía años. Teniendo en cuenta la crueldad que empleaba con su hija y lo fría que era con él, se lo merecía.

– ¡Eres un cabrón y ella una zorra! -aulló Eloise, deseosa de humillar a su marido. Pero ya no podía. A John ya no le importaba lo que su esposa pensara o dijera. La detestaba, y ella lo sabía.

– Y tú, Eloise, eres una bruja. Ya no es ningún secreto. Todo el mundo lo sabe. Ni un solo hombre que se precie de esta ciudad querría estar contigo.

Esta vez Eloise no respondió con palabras, sino que abofeteó a su marido con la misma fuerza.

– No desperdicies tus energías, cariño, yo no soy Gabriella -dijo John y le asestó un empujón.

Eloise cayó al suelo y derribó una silla. Todavía estaba levantándose cuando John salió de la habitación dando un portazo. No miró atrás, le daba igual, y por un instante deseó haber hecho daño a su mujer. Se lo merecía, por todo el dolor que le había causado a él y a su pequeña. No sabía adónde ir, pero tampoco le importaba. A esas horas la inglesa ya estaría en la cama con Orlovsky, así que no podía recurrir a ella. pero había muchas otras mujeres jóvenes a las que llamaba de vez en cuando, profesionales, esposas hastiadas que siempre se alegraban de poder pasar una tarde con él, e ilusas solteras que esperaban que John dejara algún día a Eloise y que no daban tanta importancia a su ingestión de alcohol. Eran muchas las mujeres que deseaban acostarse con John y él se aprovechaba de ello. Nunca dejaba escapar la oportunidad de engañar a Eloise. ¿Por qué iba a hacerlo?

Salió de la casa y detuvo un taxi. Eloise se acercó a la ventana calzando un solo zapato y le vio marchar. No había tristeza en sus ojos, ni arrepentimiento por lo que había dicho o hecho. Sólo había rabia y odio. Se había lastimado el labio al caer y estaba furiosa con John. Tan furiosa que tenía que descargar su rabia de algún modo y únicamente existía un lugar donde hacerlo. Con la mirada encendida, se quitó el zapato, lo arrojó contra la pared y salió descalza al pasillo. Todo lo que sentía por John aparecía reflejado en sus ojos cuando llegó a la puerta que tan bien conocía, y lo único que sabía cuando se adentró en la oscuridad del cuarto era que quería hacerle daño.

Encendió la luz para poder ver lo que hacía y tiró de las sábanas de la camita. No le desanimó el hecho de que pareciera vacía. Eloise sabía que estaba allí, escondida, tan maligna y repulsiva como su padre, y la odió con toda su alma cuando dejó al descubierto su cuerpecito rosa hecho un ovillo a los pies de la cama, abrazado a su muñeca (la estúpida muñeca que su abuela le había regalado y que no soltaba ni un momento). Cegada por la ira, agarró a Meredith y empezó a golpearla contra la pared hasta arrancarle la cabeza. En ese momento Gabriella despertó.

– ¡No, mami, Meredith no…! No, mami, por favor… -lloraba mientras su madre destrozaba la muñeca que tanto quería.

Eloise se volvió enfurecida hacia su hija y empezó a pegarle.

– Es una muñeca ridícula y tú eres una mocosa malvada… Pediste a Marianne que viniera a verte, ¿no es cierto? ¿Qué le contaste? ¿Le lloraste mucho? ¿le hablaste de esto? ¿Le dijiste que te lo mereces, que eres una zorra del demonio, que eres una puta y que papá y yo te odiamos porque no haces más que darnos problemas? ¿le dijiste que tenemos que castigarte porque te portas muy mal con nosotros? ¿Se lo dijiste? ¡Contesta!

Pero Gabriella ya no podía responder. Su llanto había quedado ahogado por los gritos de su madre mientras la pegaba una y otra vez, primero con la muñeca y luego con los puños. Le golpeó el pecho, el cuerpo, las costillas. La agarró del pelo y le levantó la cabeza para abofetearla hasta que Gabriella ya no pudo respirar. Los golpes eran continuos y brutales. Todo el odio que Eloise sentía por John, por lo mucho que la había humillado esa noche, se concentró en Gabriella que ignoraba qué había hecho para recibir esa paliza, aunque sabía que una parte de ella era tan mala que merecía el odio de su madre.

Gabriella estaba casi inconsciente cuando su madre salió del cuarto. Había sangre en la cama, y cada vez que intentaba respirar sentía una cuchillada en su interior. ni ella ni su madre lo sabían, pero tenía dos costillas rotas. Gabriella casi no podía respirar ni podía moverse y tenía unas ganas tremendas de orinar, pero sabía queso lo hacía en la cama su madre la mataría de verdad. Los restos de su muñeca habían desaparecido. Su madre los había tirado a la basura tras dejar el cuarto exhausta y saciada. Su rabia contra John había amainado. Eloise había alimentado al monstruo que llevaba dentro, un monstruo que en lugar de a su marido había devorado a Gabriella para luego escupir los restos. La pequeña tenía sangre incrustada en el pelo y las lesiones sufridas eran las peores hasta la fecha. Era la primera vez queso madre le rompía un hueso y Gabriella sabía que no sería la ultima.

Permaneció tumbada en la cama sin poder llorar. Dolía demasiado. Estaba helada y el cuerpo le temblaba. Tenía los labios inflamados, le dolían la cabeza y cada centímetro de su ser, pero lo peor era el dolor que le desgarraba por dentro cada vez que intentaba respirar. Pensó que podría morir esa noche y rezó para que así fuera. Ya no tenía nada por lo que vivir. Su muñeca había muerto. Y sabía que un día seguiría sus pasos. Tarde o temprano su madre la mataría.

Demasiado cansada para quitarse la ropa, Eloise durmió esa noche vestida mientras Gabriella yacía esperando a que el ángel de la muerte fuese a buscarla. Trató de pensar en Marianne y en los momentos que había compartido con ella esa noche, pero no podía pensar en nada. El cuerpo le dolía demasiado, era algo apenas soportable. Y mientras yacía en su cama, su padre yacía en los brazos de una bonita prostituta italiana del Lower East Side. Tanto Gabriella como Eloise ignoraban su paradero, pero a ninguna de las dos les importaba ya. Eloise se dijo que le traía sin cuidado dónde estuviese John y le deseó el infierno. Y Gabriella sabía que, estuviera donde estuviese, nunca la salvaría. Estaba sola en el mundo, sin salvadores, sin amigos, sin su muñeca. No tenía nada. Paralizada por el dolor, finalmente se orinó encima y supo que su madre la mataría cuando lo descubriera. Se imaginó su propio final, el dolor que le causaría, o quizá no le dolería en absoluto…y mientras daba la bienvenida a la muerte, se sumergió lentamente en una oscuridad profunda.

3.-

El portal de la casa de la calle Sesenta y nueve se cerró con sigilo poco después de las ocho de la mañana de ese mismo día. John Harrison subió las escaleras y se detuvo frente al cuarto de Gabriella, sabedor de que a estas horas ya estaría despierta. No obstante, su hija tenía los ojos cerrados y estaba tumbada encima de la colcha, lo cual era extraño en ella, pero John lo interpretó como una buena señal. En lugar de ocultarse a los pies de la cama, dormía al descubierto. Eso significaba que su madre no la había molestado. Eloise había bebido más de la cuenta esa noche y probablemente se había sentido demasiado cansada después de que él se marchara para perder el tiempo con Gabriella. Por una vez la pequeña no había sido castigada por los pecados del padre. O eso pensaba John cuando se dirigió a su dormitorio.

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