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Danielle Steel: El Largo Camino A Casa

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Danielle Steel El Largo Camino A Casa

El Largo Camino A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Con apenas siete años, Gabriella sabe que es culpable de algo, porque así se lo han dicho y que por eso su irascible madre la somete a terrible castigos y malos tratos. Y también sabe que su padre es incapaz de protegerla. Su mundo, una confusa mezcla de miedo, soledad y dolor, da un repentino vuelco cuando su madre la abandona en un convento. Allí crecerá al amparo del cariño y el afecto de las monjas, pero el amor prohibido que le despierta un joven sacerdote provocará otro dramático cambio en su vida y la obligará a salir al mundo real para enfrentarse a sus duros retos… La odisea de una niña maltratada que, una vez convertida en mujer, tiene valor para liberarse del pasado y tomar las riendas de su propio destino. Toda una lección de entereza, esperanza y amor.

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La música sonaba con má fuerza. Había parejas bailando en el enorme salón y el comedor y la biblioteca estaban abarrotados de gente. Gabriella les oía hablar y reír y durante mucho tiempo estuvo aguardando a Marianne, si bien sabía que no tenía derecho a esperar que volviera. Probablemente se había olvidado. Y mientras permanecía allí sentada, confiando en volver a verla, su madre apareció en el vestíbulo y enseguida intuyó la presencia de Gabriella. Levantó la vista hacia la araña de luces y luego hacia lo alto de la escalera. Gabriella se levantó de un salto y al intentar recular tropezó con el último escalón y cayó al suelo sobre sus delgadas nalgas. Y al ver la expresión de su madre comprendió lo que le esperaba.

Sin decir palabra, Eloise subió cual mensajero del diablo. Lucía un ajustado vestido de raso negro que realzaba su espectacular figura, unos pendientes alargados de diamantes y un collar también de diamantes. Pero a diferencia de Marianne, a quien el vestido y las joyas la envolvían con un halo de luz y dulzura, el atuendo de su madre acentuaba su dureza y le daba un aspecto terrorífico.

– ¿Qué haces aquí? -le espetó Eloise con auténtica virulencia-. Te dije que no salieras de tu cuarto.

– Lo siento, sólo…

Su comportamiento no tenía excusa, y todavía menos el hecho de haber atraído a Marianne hasta allí haberse probado su diadema, pero afortunadamente su madre ignoraba esto último.

– No mientas, Gabriella -replicó Eloise, estrujándole el brazo con fuerza-. ¡Será mejor que no hables! -la arrastró por el pasillo para evitar las miradas de los invitados. Si alguno hubiese visto lo que estaba ocurriendo, se habría quedado espantado-. Si haces un solo ruido, pequeño monstruo, te arranco el brazo.

Gabriella sabía que su madre no bromeaba. Con siete años había aprendido que siempre cumplía los castigos que prometía. Era una de las cosas en que Eloise nunca decepcionaba.

Los pies de Gabriella apenas tocaban el suelo cuando su madre la arrastró hacia el cuarto y la metió de un empujón. Gabriella cayó al suelo y se torció el tobillo, pero sabía que más le valía no quejarse.

– No quiero volver a verte fuera de esta habitación ¿entendido? Si me desobedeces otra vez lo lamentarás. La gente detesta verte sentada en la escalera como una huérfana patética. No eres más que una niña y tu sitio está en tu cuarto, donde nadie esté obligado a verte ¿Me oyes?

Gabriella seguía en el suelo, llorando en silencio por el tobillo y el brazo doloridos, pero era demasiado inteligente y orgullosa para quejarse.

– ¡Contesta!

– Lo siento, mami -susurró Gabriella.

– Deja de lloriquear y vuelve a la cama.

Eloise se marchó del cuarto dando un portazo. Todavía tenía el rostro desencajado cuando alcanzó la escalera pero en cuanto empezó a bajar éste se transformó y el recuerdo de Gabriella y de lo que le había hecho se había desvanecido por completo para cuando llegó al vestíbulo. Tres de sus invitados estaban poniéndose el abrigo para marcharse. Eloise los despidió con un beso afectuoso y luego regresó al salón para reunirse con los demás. Era como si Gabriella nunca hubiera existido.

Antes de marcharse Marianne Marks pidió a Eloise que le diera un beso a Gabriella de su parte.

– Le prometí que subiría a verla antes de irme, pero supongo que ya estará dormida -se lamentó.

Eloise frunció el entrecejo.

– ¡Eso espero! -dijo con dureza-. ¿La has visto esta noche? -preguntó sorprendida.

– Sí -advirtió Marianne, sin dar importancia a lo que Gabriella le había dicho de que tenía prohibido observar a los invitados. ¿Quién podía enfadarse con un ángel como Gabriella? Pero había muchas cosas que Marianne no sabía de Eloise-. Es una criatura adorable. Estaba sentada en lo alto de la escalera cuando llegamos. Subí a darle un beso y hablamos durante un rato.

– Cuánto lo siento -repuso Elosie-. No debió hacerlo.

Eloise hablaba como si Gabriella hubiese cometido una grave ofensa. Se había hecho ver y eso, para su madre, constituía un pecado imperdonable. Pero Marianne Marks no podía saberlo.

– Fue culpa mía. Me temo que no pude resistirme. Quería ver mi diadema.

– Supongo que no se la dejarías tocar ¿verdad?

Algo en los ojos de Eloise hizo que Marianne prefiriera no contestar. Y una vez en la calle, Marianne le mencionó el asunto a Robert.

– Eloise es muy dura con su hija ¿no te parece? Reaccionó como si Gabriella hubiese intentado robarme la diadema de haber tenido ocasión.

– Quizá sea un poco chapada a la antigua a la hora de educarla. Probablemente temía que Gabriella te hubiese molestado.

– Gabriella nunca podría molestarme -repuso ella. Estaban en el coche y se dirigían a casa con el chófer-. Es la criatura más dulce que he conocido en mi vida. Y es tan seria y tan bonita. Nunca había visto una mirada tan triste. Ojalá tuviéramos una niñita como ella.

– Lo sé -dijo Robert mientras acariciaba la mano de su esposa y desviaba la mirada par ano ver la decepción en sus ojos.

Sabía lo duro que resultaba para ella no haber tenido hijos tras nueve años de matrimonio, pero era preciso aceptarlo.

– También es muy dura con John -prosiguió Marianne tras pensar en los hijos que nunca tendría y en la preciosa niña con la que había hablado esa noche.

– ¿Quién?

Robert había apartado de su mente a los Harrison. Había tenido un día duro en la oficina y ya estaba pensando en el siguiente.

– Eloise -Marianne le devolvió al presente y Roberto asintió-. Cada vez que John bailaba con la acompañante del príncipe Orlovsky, Eloise le miraba como si quisiera matarlo.

Robert Marks sonrió.

– ¿Y supongo que a ti no te habría importado que yo hubiese bailado con ella? -enarcó una ceja y su mujer sonrió-. Esa mujer iba casi desnuda.

La chica inglesa llevaba un vestido de raso beige que se le pegaba a la piel y no dejaba nada para la imaginación. Tenía un cuerpo espectacular y era evidente que John Harrison la había encontrad muy atractiva ¿Y quién no?

– Supongo que la reacción de Eloise es comprensible -reconoció Marianne. Luego mirando inocentemente a su marido con sus grande sojos azules, preguntó-. ¿Te parecía bonita?

Robert sabía que era preferible no decir la verdad.

– ¡No pienso picar, señorita! La chica esa me pareció un petardo y una auténtica arpía, y no entiendo cómo se atrevió a llevar ese vestido con semejante cuerpo. No me explico qué le ve Orlobvsky.

Ambos se echaron a reír. Sabían que la muchacha inglesa era despampanante y atrevida, pero a Robert Marks no le interesaban las demás mujeres. Sólo tenía ojos para su preciosa esposa y no le importaba que no pudiera tener hijos. La adoraba. Y lo único que deseaba ahora era llevarla al dormitorio. Le traía sin cuidado la nueva amante de Orlovsky.

Pero no a John Harrison, que se hallaba en su cuarto enfrascado en una conversación parecida pero mucho más acalorada.

– ¿Por qué no la desnudaste directamente? -espetó Eloise.

John había bailado varias veces con la polémica inglesita del vestido de raso ajustado, y ni Eloise ni Orlovsky habían pasado por alto sus carantoñas.

– Maldita sea, Eloise, sólo pretendía ser educado. La chica había bebido mucho y no sabía lo que hacía.

– ¿No me digas? Y ahora me dirás que fue pura casualidad que la estuvieras besando y que el tirante del vestido se le cayera dejándole el pecho al descubierto.

– No la estaba besando y lo sabes muy bien. Sólo estábamos bailando.

– Prácticamente le estabas haciendo el amor en medio del salón. Me has humillado delante de nuestros amigos.

Y en opinión de Eloise, debía ser castigado.

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