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Lynne Graham: Un Hijo Para El Magnate

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Lynne Graham Un Hijo Para El Magnate

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Sergei Antonovich, multimillonario ruso, era famoso por estar rodeado permanentemente de supermodelos y aspirantes a actrices; pero ninguna de ellas era adecuada para convertirla en su esposa. ¿Podría cumplir el mayor deseo de su abuela y ofrecerle un nieto? ¿Por qué no tratar todo el asunto como si fuera un negocio? Sin emoción alguna; sólo con un contrato de conveniencia que le asegurara lo que quería: una esposa con la que acostarse, de la que disfrutar y a quien dejar embarazada para después… abandonarla.

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Por primera vez, cayó en la cuenta de que Sergei y sus abogados no creían haberla elegido a ella, a una mujer normal y corriente, sino a la refinada y experimentada Alexa. En consecuencia, cabía la posibilidad de que Sergei no la deseara a ella de verdad, sino a su hermana.

Era un pensamiento tan perturbador que tardó un buen rato en poder conciliar el sueño.

Capítulo 8

– ¿A qué viene tanta insistencia? -preguntó Alexa al otro lado de la línea. Tras una espera de casi treinta y seis horas, Alexa se había dignado a responder a sus múltiples mensajes y llamadas telefónicas. Cuando oyó su voz, Alissa se sintió tan aliviada, que se mareó y tuvo que sentarse en la cama del dormitorio.

– ¡Por Dios! ¿Es que no has oído mis mensajes? ¡Sergei ha descubierto la verdad! -exclamó.

– Sabía que serías incapaz de cerrar la boca.

– ¡Eso no tiene nada que ver! ¿Cómo es posible que no me dijeras que estaba obligada a darle un hijo? -preguntó, profundamente enfadada con su hermana-. Te lo callaste porque sabías que no aceptaría nunca.

– Dijiste que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa por mamá. Pero no veo por qué te preocupa tanto; toma la píldora y así no te quedarás embarazada -declaró.

Alissa suspiró, exasperada.

– ¿Que tome la píldora? ¿Crees que eso servirá para salir de este lío? ¡Me has engañado, Alexa! ¡Lo planeaste todo para que me casara con Sergei sin saber a lo que me exponía! ¡Has sido terriblemente injusta conmigo! ¡Y con él!

– ¿Desde cuándo te preocupa que alguien sea injusto con Sergei? -se burló su hermana.

– Ya veo que no te lo tomas muy en serio… Pues será mejor que cambies de actitud, porque Sergei está dispuesto a acudir a la policía y denunciarnos por fraude. Has hecho algo ilegal, Alexa.

Alexa soltó una risita.

– ¡Jamás permitiría que este asunto se haga público! ¿No comprendes que sería demasiado embarazoso para él?

– No conoces a Sergei, Alexa. Lo hará.

– Sólo pretende asustarte, Alissa. No nos denunciará.

Alissa comprendió en ese momento que su hermana lo había calculado todo hasta el último detalle. Siempre había estado convencida de que Sergei no se atrevería a denunciarla si descubría la verdad.

– Te equivocas. Su amenaza es seria. Quiere que le devolvamos el dinero.

– ¡Pues no pienso devolverlo!

– Alexa, sé que recibiste mucho dinero por firmar ese contrato. Me metiste en este lío y ahora me tienes que sacar de él. Vende el coche que te compraste, ponte en contacto con los abogados de Sergei en Londres y devuelve todo lo que te quede -le ordenó.

– ¿O qué? -la desafió su hermana.

– Le has engañado a él y me has engañado a mí. ¿Es que no te da vergüenza? Sergei mantuvo su parte del contrato, pero tú la incumpliste y yo no puedo cumplir la mía. ¡Quedarte ese dinero es lo mismo que robar! ¡Me asombra que no le des cuenta! -exclamó Alissa-, Además, Sergei cree que yo estaba al tanto de tu plan y me responsabiliza… ¿Qué demonios te ha pasado, Alexa?

– ¿A mí? ¿Qué te ha pasado a ti? Se supone que eres hermana mía. ¿Dónde está tu sentido de la lealtad? -la acusó.

– ¡No metas la lealtad en esto! -bramó-. ¡Tienes que devolver el dinero!

– ¡Eres una estúpida! ¡No puedo devolver el dinero que ya me he gastado! Ah, y hazme el favor de no volver a llamarme… ¡Estoy de luna de miel y no voy a permitir que hundas mi matrimonio o mi cuenta bancaria con tus amenazas y tus acusaciones!

Alexa cortó la comunicación y Alissa se maldijo por no haberle dicho ni la mitad de las cosas que pensaba sobre ella. Pero no podía ser demasiado severa y pretender al mismo tiempo que entrara en razón y devolviera el dinero: si la presionaba demasiado, se negaría en redondo y aprovecharía la distancia física para no volver a hablar con ella.

Bajó al salón, desayunó y recibió la visita del chef, quien le pidió que eligiera las comidas del resto de la semana. En seguida apareció el ama de llaves, con todo tipo de asuntos de los que quería hablar.

Aunque uno de los ayudantes de Sergei le sirvió de intérprete, Alexa comprendió que, si iba a quedarse mucho tiempo en San Petersburgo, debía aprender algo de ruso para hacerse entender. Eligió las comidas sin saber muy bien lo que había elegido y, tras una inspección de la casa en compañía del ama de llaves, tomó decisiones sobre la redecoración de una habitación que por lo visto se había quemado porque un invitado se durmió con el cigarrillo encendido.

Como no tenía nada más que hacer, decidió aprovechar su estancia en Rusia para disfrutar de la ciudad, una de las más bellas del mundo. Alissa le contó sus intenciones a Borya, que de repente decidió acompañarla a todas partes. Ahora entendía que el jefe de seguridad de Sergei no hubiera acompañado a su jefe a Londres. Obviamente, se había quedado allí para vigilarla.

Salieron de la casa y visitaron el Palacio de Invierno y el Hermitage, en cuyas salas había una colección impresionante de obras de arte. Alissa caminó de sala en sala, asombrada con la belleza que la rodeaba, y casi se olvidó de sus problemas. Al cabo de un rato salió a los jardines, pero empezó a nevar enseguida y pensó que hacía demasiado frío para pasear.

Estaban regresando a la limusina cuando alguien la llamó por su nombre, lo cual la sorprendió. Cuando se dio la vuelta, vio a un paparazi que le sacó una fotografía, Borya reaccionó de inmediato y dos de sus hombres salieron en persecución del periodista. Fue una situación tan desagradable, que Alissa se alegró mucho de volverá la casa.

Al día siguiente se marchó a Peterhof, un conjunto palaciego situado en las afueras de la ciudad. Los jardines, con estatuas doradas y fuentes preciosas, estaban cubiertos de nieve. Hacía un frío terrible, pero los guardaespaldas habían sido más previsores que ella y se habían puesto sombreros y abrigos anchos. Aquella noche, cuando se acostó, Alissa soñó que una manada de lobos la perseguía por los jardines del complejo,

A la tarde del día siguiente la llevaron a un avión y viajó hasta Antibes, en Francia, donde estaba amarrado el yate de Sergei; por suerte, el clima era considerablemente más agradable que en Rusia. El largo y elegante navío, tan grande que tenía una piscina y camarotes dignos de un rey, se llamaba Platinum, y casi toda la tripulación era inglesa.

El barco zarpó poco después de que subiera a bordo, en dirección a las islas del Egeo. Tras cenar en cubierta con una vista preciosa del mar, Alissa se sentó en un sofá del camarote principal y vio las noticias en el televisor. Al reconocer el nombre de Sergei, se puso tensa y subió el volumen de inmediato.

Alissa se llevó una buena sorpresa al descubrir que estaban hablando de su boda. De repente, se vio a sí misma en San Petersburgo, entre la nieve, y supo que era la foto que le había sacado el paparazi.

A continuación pasaron una entrevista con Sergei, que habló con voz muy seria cuando le enseñaron la imagen. Al parecer no le había gustado que su esposa aprovechara la primera ocasión para marcharse por ahí y divertirse sin él.

Sergei apareció en el yate más tarde de lo que había planeado. En sus ojos todavía resonaba la voz de Yelena, con quien había hablado una hora antes. Su abuela había visto a Alissa en televisión, sola, y estaba enfadada con él por haberse marchado a Londres inmediatamente después de la boda, Sergei pensó que su esposa le había causado una impresión más que buena, porque, de lo contrario, Yelena no se habría atrevido a meterse en su vida sentimental.

EL yate había anclado en una de las islas griegas, en el puerto de una pequeña localidad de casas blancas y cipreses afilados. Sergei no se había molestado en llamarla por teléfono para avisarla de su llegada; llegó en helicóptero a la localidad y subió al barco enseguida. Su esposa se encontraba en cubierta. Llevaba el cabello suelto y se había puesto un vestido largo y sedoso, de color azul.

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