Barbara Dunlop - La amante del francés

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Oh là là!
Durante sus veinticinco años de vida, Charlotte Hudson había aprendido muy bien a ser una persona seria y profesional. Sin embargo, de repente se vio envuelta en el rodaje de una película de Hollywood, atrapada en una milenaria mansión de la Provenza con Alec Montcalm, un playboy francés de dudosa reputación. Mientras sus parientes de Hudson Pictures filmaban en Château Montcalm, un verdadero romance tenía lugar bajo sábanas de seda y tras legendarias puertas de madera.

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– No. No es eso.

– ¿Tengo alguna posibilidad de adivinarlo?

Charlotte esbozó una media sonrisa y sacudió la cabeza.

Alec agarró el cuchillo y empezó a cortar una cebolla.

– ¿Entonces qué es?

Charlotte vaciló un momento y entonces se decidió a hablar.

– Muy bien… -puso las manos sobre la encimera-. Los Hudson quieren usar tu mansión como emplazamiento para un rodaje -apretó la mandíbula y esperó a oír su reacción.

Alec se quedó perplejo. ¿Acaso era una broma? ¿Se había vuelto loca?

El llevaba años evadiendo a la prensa y lo último que necesitaba era tener a un equipo de rodaje en su casa.

Levantó los pedacitos de cebolla con la hoja del cuchillo y los echó en el aceite caliente.

Charlotte esperaba algo de resistencia. Sabía que Alec no diría que sí de inmediato, así que se preparó para intentar convencerlo.

– Se trata de la película sobre la gran historia de amor de mis abuelos -le dijo, intentando obtener su consentimiento-. Se conocieron en Francia, durante la Primera Guerra Mundial.

Alec guardó silencio.

– Hudson Pictures va a poner todos sus recursos en esta película -añadió Charlotte.

Alec levantó la espátula y removió la cebolla dentro de la sartén.

– Mi abuela era artista de cabaret y se casaron en secreto delante de las mismas narices de los alemanes.

Alec levantó la vista.

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Cece Cassidy va a estar en el proyecto. Seguramente le den un premio por el guión.

– Como si el guionista fuera un problema.

– ¿Es por el dinero? -preguntó Charlotte-. Te recompensarían generosamente por las molestias. Y lo dejarían todo exactamente como lo encontraron. No tendrías que…

– No me apetece que mi casa se convierta en un decorado.

– No necesitarían la casa completa -Charlotte trató de buscar más argumentos a su favor-. Podrías continuar viviendo aquí. Jack me mandó el primer borrador del guión. Necesitarían la cocina, el salón principal, una de las bibliotecas y un par de habitaciones. Oh, y los terrenos de la finca, por supuesto. Y a lo mejor también necesiten el porche de atrás para una de las escenas.

– ¿Y eso es todo? -le preguntó Alec en un tono sarcástico.

– Creo que sí -respondió ella, intentando no darse por aludida.

– ¿No necesitarían acceso a mi estudio privado? ¿O a mi cuarto de baño? -su tono de voz se hacía más y más estridente a cada momento-. O a lo mejor también tienen que echar un vistazo en…

– Podrías designar algunas áreas prohibidas -sugirió ella-. O incluso podrías quedarte en alguna de tus otras casas mientras dura el rodaje.

Los ojos de Alec se oscurecieron.

– ¿Y dejar que esos gamberros de Hollywood acampen a sus anchas en mi casa? -le dijo, blandiendo la espátula como si se tratara de un cuchillo.

– No es que sean muchos.

Era cierto que algunas estrellas tenían mala reputación, pero los productores de Hudson Pictures eran muy profesionales. Y Raine era su amiga. Ella nunca le habría llenado la casa de fiesteros empedernidos.

– Yo no he dicho que lo fueran.

– ¿Y entonces cuál es el problema?

– ¿Tienes idea de lo mucho que me cuesta conseguir algo de privacidad?

– Bueno, quizá si no… -Charlotte se detuvo de inmediato.

– ¿Sí? -dijo él, instándola a proseguir.

– Nada -Charlotte sacudió la cabeza. No tenía por qué insultarle. Las cosas ya iban bastante mal por sí solas.

– Insisto -dijo él, ladeando la cabeza y mirándola con gesto desafiante.

– Podríamos reflejar todos los requisitos de privacidad en el contrato -trató de distraerle-. No tendrías nada de qué preocuparte.

– Yo decido lo que me preocupa y lo que no. ¿Y qué era lo que ibas a decir antes?

Charlotte lo miró a los ojos y se dejó atravesar por su implacable mirada.

– Creo que se me ha olvidado.

El siguió esperando.

Ella trató de buscar una buena mentira, pero no fue capaz de encontrarla. La batalla estaba perdida, así que ya no tenía por qué aguantarle más.

– A lo mejor las cosas serían distintas si no te esforzaras tanto en ser un atractivo objetivo para los paparazzi.

Alec se quedó en silencio unos segundos antes de decir:

– ¿Acaso sugieres que es culpa mía?

– No tienes por qué acudir a todas las fiestas de moda acompañado de supermodelos.

La mirada de Alec se volvió negra como el azabache.

– ¿Acaso crees que hablarían menos si fuera acompañado de una chica corriente? Al contrario, una chica cualquiera me garantizaría todas las portadas de las revistas del corazón.

Charlotte no pudo sino reconocer que tenía razón. Si lo veían con alguien diferente, alguien que no encajara en ese mundo, se le echarían encima como fieras.

Sin embargo, no había entendido lo que ella había querido decirle.

– Podrías dejar de ir a las fiestas.

– No voy a tantas como crees.

Charlotte estuvo a punto de echarse a reír con escepticismo.

El frunció el ceño.

– ¿A cuántas fuiste tú el mes pasado? ¿La semana pasada? ¿Has perdido la cuenta?

– Eso es diferente -dijo ella-. Yo estaba haciendo negocios.

Alec le dio otra vuelta a la cebolla y bajó el fuego.

– ¿Y qué crees que hago yo en las fiestas? -se lavó las manos mientras le daba tiempo para pensar la respuesta y entonces sacó una bolsa de tomates maduros.

Charlotte no sabía si se trataba de una pregunta trampa.

– ¿Bailar con supermodelos? -dijo finalmente, optando por lo más obvio.

– Cierro contratos de negocios.

– ¿Con las supermodelos?

Alec cortó un tomate en rodajas.

– ¿Preferirías que bailara con las citas de otros hombres?

– ¿Intentas decirme que te ves obligado a soportar las atenciones de las supermodelos con el fin de cerrar tratos de negocios?

– Lo que trato de decir es que me gusta conservar mi privacidad, y tú no deberías hacer juicios respecto a la forma de vida de otras personas.

– Alec, tú te dedicas a repartir tarjetas llave en la pista de baile.

El dejó de cortar y Charlotte se puso erguida, sin siquiera molestarse en ocultar la satisfacción que sentía.

– Me parece que ahí te he pillado.

– ¿En serio? -siguió cortando el tomate-. Bueno, a mí me parece que no vas a hacer una película en mi casa.

Capítulo 2

Alec había ganado la primera ronda, pero el combate no estaba perdido.

Las luces destellantes de las velas del jardín resaltaban los ángulos y contornos de su rostro robusto y la brisa de la tarde llevaba consigo el aroma a lavanda y a tomillo. Iban a cenar en la terraza y la suculenta cena que Alec había preparado humeaba frente a ellos encima de una mesa redonda de cristal.

«Segunda ronda», pensó Charlotte.

– Podrías ocultar todas las cosas personales -dijo ella de modo casual mientras se servía un poco de pastel de tomate-. Incluso podrías mantenerte aparte, ilocalizable. Dudo mucho que los miembros del equipo sepan que se trata de tu casa.

– Por favor -dijo él, quitándole el cucharón de plata de las manos-. Hay un enorme cartel encima de la puerta que dice Château Montcalm.

– Entiendo.

– Mi nombre está tallado en una piedra que tiene más de quinientos años.

– Pero no creo que seas el único Montcalm en toda la Provenza.

– Pero yo soy el único que sale en las portadas -dijo, sirviéndose dos raciones.

– Creo que sobreestimas tu fama.

– Y yo creo que tu sobreestimas tus poderes de persuasión.

– ¿Más vino? -preguntó ella, esbozando su mejor sonrisa, aquélla que tanto le gustaba al asesor de imagen de su abuelo.

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