Barbara Dunlop - La amante del francés

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Oh là là!
Durante sus veinticinco años de vida, Charlotte Hudson había aprendido muy bien a ser una persona seria y profesional. Sin embargo, de repente se vio envuelta en el rodaje de una película de Hollywood, atrapada en una milenaria mansión de la Provenza con Alec Montcalm, un playboy francés de dudosa reputación. Mientras sus parientes de Hudson Pictures filmaban en Château Montcalm, un verdadero romance tenía lugar bajo sábanas de seda y tras legendarias puertas de madera.

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– ¿Ni siquiera se te pasó por la cabeza invitarme a un café?

– No soy un hombre paciente… -hizo una pausa.

Charlotte tuvo tiempo de fijarse en el frunce desafiante de sus labios, y también en el gesto implacable de su aristocrática mandíbula.

– A veces el método más directo es el más efectivo.

– ¿Me estás diciendo que lo de la llave de la habitación suele funcionar? -preguntó Charlotte, sabiendo que en realidad no debía sorprenderse tanto.

Charlotte sabía que había miles de mujeres dispuestas a todo por meterse en la cama de Alec Montcalm, pero ella no era una de ellas. Y nunca lo sería.

La sonrisa aviesa de Alec confirmó sus peores sospechas. Sin embargo, en un par de segundos pareció cansarse de todo ese juego. Se puso erguido y su expresión se volvió más formal y protocolaria.

– En ausencia de mi hermana, ¿qué puedo hacer por ti, señorita Hudson?

Charlotte recordó enseguida el motivo de su visita.

– ¿Cuándo regresa Raine? -le preguntó.

Había cometido un gran error discutiendo con él. Tenía claro que no podía volver a dejarse llevar por sus emociones delante de un tipo como él.

– El martes por la mañana. Tuvo que asistir a una sesión de fotos en Malta para Interët.

Charlotte sabía que ésa era la revista de moda de la corporación Montcalm y Raine era su editora jefe.

Pero el martes era demasiado tarde. Jack necesitaba saber ese fin de semana si podía mandar al encargado de localizaciones de rodaje a Château Montcalm. La preparación de decorados debía empezar al final del verano, y ya iban con retraso.

Charlotte pensó que podía volar a Malta para hablar con Raine, pero también sabía que la revista no estaría dispuesta a prescindir de su editora jefe a menos que hubiera un problema. Además, tampoco quería molestar a su amiga en un momento de ajetreo.

Y eso sólo le dejaba una alternativa llamada Alec Montcalm.

Albergaba la esperanza de no tener que pedírselo directamente, pero tampoco estaba en posición de escoger.

– Me gustaría comentarte algo -le dijo, respirando profundamente.

Los ojos de Alec brillaron repentinamente y en sus labios se dibujó una cínica sonrisa.

– Entra -le dijo, invitándola a pasar con un gesto.

Ella titubeó un momento y entonces entró en el recibidor.

– Esta noche vamos a disfrutar de una cena informal -le dijo-. La pissaladiére . Y traeré una botella de Montcalm Maison Inouï de 1996 de la bodega.

– No se trata de esa clase de reunión -le advirtió Charlotte, dándose la vuelta para mirarle de frente.

Los exquisitos caldos de los viñedos Montcalm no la harían caer en su cama.

– Estás en la Provenza. Aquí todas las reuniones son así.

Charlotte parpadeó para adaptar la vista a la luz del interior.

– Esto son negocios.

– Entiendo -dijo él, sin cambiar la expresión de la cara.

– ¿En serio?

Absolument .

Charlotte no le creyó ni por un instante. Sin embargo, no tenía otra elección sino quedarse a la cena. Jack necesitaba conseguir esa localización para el rodaje y ella necesitaba probar su valía ante los Hudson.

No podía dejar escapar la oportunidad.

Alec también tenía otra oportunidad. Después de tres largos años la hermosa mujer que había conocido aquel día en la pista de baile estaba en la cocina de su propia casa, más radiante que nunca. Si hubiera sabido que la amiga de Charlotte y aquella misteriosa joven eran la misma persona, habría propiciado el encuentro muchísimo antes. Pero era bueno tener paciencia.

Mientras contemplaba sus ojos azul transparente y su piel de porcelana, se alegró de haber esperado tanto.

Oscuras pestañas, labios turgentes y un cuello delicado y estilizado que lucía un pequeño diamante que hablaba de distinción y no de vulgar ostentación. La falda del traje se le ceñía como un guante y realzaba la curva de su diminuta cintura, sus caderas y aquellas piernas interminables y sensuales.

Alec descorchó la botella de vino. Maison Inouï era el sello enológico de la familia y las ocasiones especiales, como ésa, merecían las mejores cosechas.

Buscó en una estantería superior y sacó un par de copas de vino.

Después de mirar a su alrededor con curiosidad, Charlotte se detuvo en medio de la habitación.

El le señaló uno de los taburetes sin respaldo que estaban al otro lado de la barra americana.

– Siéntate.

Charlotte vaciló un instante y entonces se sentó.

El le puso una copa de vino sobre la mesa.

– Gracias -dijo ella.

Alec recordaba muy bien aquella expresión enigmática; un escudo de formalidad bajo el que debía de ocultarse una rebelde luchadora que se revolvía bajo las ataduras del decoro. Había intentado poner a prueba la teoría aquel día en Roma, pero el viejo embajador le había parado los pies y no había tenido más remedio que olvidar la decepción que se había llevado en los brazos de otras mujeres, que iban y venían rápidamente como pajarillos en un día de primavera.

Levantó la copa de vino y bebió un pequeño sorbo, deleitándose con el profundo sabor añejo del mejor caldo francés.

A veces un hombre conseguía una segunda oportunidad y ésa era la suya.

El vino estaba delicioso, así que rellenó la copa.

Charlotte probó el suyo y su mirada no dejó lugar a dudas.

– Muy bueno -le dijo con respeto.

– Es de nuestros viñedos de Burdeos.

– Impresionante.

El sonrió.

La pissaladière -dijo, sacando un bol de metal de debajo de la encimera. Buscó harina, levadura, azúcar y aceite de oliva.

Charlotte le observó con asombro.

– ¿Sabes cocinar?

– Por supuesto -echó algo de azúcar en el bol, añadió la levadura y un poquito de agua.

– ¿Tú te haces tu propia comida? -preguntó Charlotte, visiblemente sorprendida.

– A veces -señaló la copa de ella-. Disfruta. Relájate. ¿De qué querías hablarme?

Aquella imitación la hizo volver a la realidad. Bebió un poco más de vino.

Intenso, interesante…

– Es un vino exquisito -comentó.

– Aplaudo tu buen gusto, mademoiselle -le dijo él con franqueza. Entonces sacó una pesada sartén y echó aceite de oliva en el fondo.

– ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? -preguntó ella, mirando fijamente su propia copa de vino y acariciando el borde con la punta del dedo.

El la observó un instante.

– Nací aquí.

– ¿En la Provenza o en esta casa?

– En el hospital de Castres.

– Oh -dijo Charlotte y guardó silencio.

– ¿Es eso lo que querías preguntarme?

– No exactamente -se mordió el labio inferior-. Mi familia… los Hudson… hacen películas.

– ¡No me digas! -exclamó él en un tono irónico.

– En América son muy famosos, pero no estaba segura de que aquí…

– Eres demasiado modesta.

– No es que haya tenido nada que ver con eso -se echó el pelo hacia atrás sin dejar de mirar la copa de vino-. Están haciendo una nueva película.

– ¿Una sola?

Charlotte levantó la vista.

– Una muy especial.

– Ya veo.

– Yo no… -miró a su alrededor.

Alec dejó a un lado el cuchillo.

– ¿Es más fácil dando tantos rodeos?

– Yo no… -Charlotte lo miró a los ojos y suspiró-. En realidad, esperaba poder hablar con Raine.

– Siento que no hayas podido.

– No tanto como yo -Charlotte se dio cuenta de lo que había dicho e intentó rectificar-. No quería decir eso.

Alec podría haberse echado a reír en su cara de no haberla visto tan seria.

– Entiendo -dijo finalmente-. ¿Es que has roto con tu novio? -le preguntó en un tono ligero.

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