Nieves Hidalgo - El Ángel Negro

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Miguel de Torres y su hermano son exiliados de España a perpetuidad, acusados de alta traición.
Intentan rehacer su vida en Maracaibo pero el pirata Morgan ataca la ciudad, los captura y son vendidos como esclavos en Port Royal.
Kelly Colbert viaja a Jamaica como castigo por negarse a un matrimonio pactado. En Promise, tendrá que luchar contra las normas de una sociedad basada en la tiranía. Pero sobre todo, combatirá contra la pasión que despierta en ella un arrogante esclavo español. Oveja Negra
Escapando de Promise, Miguel se une a piratas franceses. Amargado y vengativo, jura hacer pagar su humillación a todos los ingleses. Y cuando el barco en el que Kelly regresa a Inglaterra cae en sus manos, encuentra la víctima propicia para dar rienda a sus más bajos instintos.
El capitán de El Ángel Negro tiene dinero, poder y rencor. Pero no tiene en cuenta el amor, un arma mucho más poderosa que el odio.

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Acodados en la balconada, Miguel y Kelly se recrearon en la belleza mágica del atardecer que magnificaba el arrullo de las olas. La isla apenas era ya una mancha borrosa en el horizonte. La brisa los despedía llevándoles ecos de nostalgia. «Belle Monde» quedaba atrás, pero Kelly sabía que volverían, quería que su hijo tomara conciencia de aquellas tierras donde ella había encontrado el amor y que un día serían suyas.

Llevaban largo rato sin decirse nada. No les hacía falta. Cada uno oía el corazón del otro latir al unísono con el suyo, se leían el pensamiento, respiraban el mismo aire… Un aire de pasado redimido impregnado ahora de libertad.

Miguel le mordisqueó un hombro y perdió la mirada en la inmensidad del mar. Hinchó el pecho, creyéndose el hombre más afortunado del mundo por tenerla a su lado. Habría vuelto a hacerle el amor, aunque acababan de abandonar el lecho. Nunca se saciaba de ella. El más leve aleteo de sus pestañas, el suave movimiento de sus manos sosteniendo a Alejandro, la calidez de su risa cuando el crío emitía algún gorgorito, su melodiosa voz cantándole nanas… Todo en Kelly lo enamoraba más y más… Tenía toda una vida para amarla y no le parecía suficiente.

Se agachó, le abrió el camisón y besó su vientre, de nuevo fecundo. Ella le revolvió los cabellos y lo besó cuando se incorporó.

– Esta vez sí será una niña -le aseguró, convencida.

– Y rubia como el oro -convino él, apretándola contra su pecho-. Alejandro es moreno como un diablo y quiero un querubín que se te parezca.

– Nuestro hijo nos va a dar problemas -afirmó ella-. Ocho meses y ya es un torbellino, y tan impulsivo como su padre.

Como si el pequeño los hubiera oído, gimoteó en su cuna. Kelly abandonó los brazos de su esposo para acudir a su llamada y a Miguel se le inundó el corazón cuando volvió con el niño en brazos. Lo maravillaba el modo en que el pequeño Alex -ella se empeñaba en llamarlo así-, se calmaba en cuanto sentía cerca el pecho de su madre. Fascinado, veía la conexión madre-hijo, un lazo invisible que permanecía incluso después de cortar el cordón umbilical, y casi se sintió un intruso.

Kelly ofrecía ya el pecho al niño, que se sujetó a él con su puñito, reclamándolo con plenos derechos. Estiró una mano, llamándolo, y Miguel se les unió, abrazando a ambos. Por unos instantes, Alex dejó de mamar y unos ojos enormes y verde esmeralda, como las aguas del Caribe, escrutaron el rostro oscuro de su padre. Dejó escapar un gorjeo y regresó a la posesión del pezón.

Kelly se recostó contra su esposo sin dejar de observar el cabello oscuro de su hijo. La embargaba una dicha increíble. Allí, en aquel camarote, rumbo a España, estaba todo cuanto necesitaba: el amor de sus dos hombres. Entrelazó los dedos con los de Miguel, que se los estrechó con fuerza. Después, deslizó la mano por su fuerte brazo y se detuvo en el brazalete de oro y esmeraldas.

– Nos recordará siempre «Belle Monde» -le susurró muy quedo.

Él había accedido a seguirlo llevando, porque ella así lo deseaba. Porque le daría su sangre incluso, si se lo pedía.

– Espero que Virginia y Lidia nos visiten pronto. Creo que Pierre y Armand planean establecerse en Francia definitivamente.

– Sin embargo, François se resiste a regresar a Europa.

– Sí -se rió Kelly. Alex protestó por el movimiento, medio adormilado, y ella le chistó y acunó, bajando la voz-. Hasta que alguna mujer de la que se enamore decida que quiere conocer el viejo continente.

Miguel no dijo nada. Solamente clavó sus ojos en las profundidades azules de los ojos de su esposa, que lo hipnotizaban, y se le escapó una mueca de regocijo imaginando a sus camaradas atrapados, como él, en las redes del amor. Le picó el gusanillo de la añoranza al rememorar sus andanzas, codo con codo. Lamentaba alejarse de ellos, pero debía tomar el rumbo que le marcaba Kelly y seguir su estela, pues ella era su timón y sus velas, la fragata en la que navegaría durante el resto de su vida.

Ella depositó al bebé en su cuna y lo arropó con mimo infinito. Antes de cubrirse el pecho, Miguel se apoderó de él acariciando su contorno. Ella le palmeó en la mano, pero no se tapó, sabía leer muy bien el fuego de sus ojos verdes.

– ¿Es que no puedes esperar?

– Me tientas demasiado como para que no repitamos. Y te hago gozar bastante como para que te resistas.

– Engreído.

– Pero me amas. -La besó en el cuello y ella se dejó hacer-. ¿Verdad?

– Un poco -admitió, entregada ya a sus brazos.

– ¿Sólo un poco? -Le mordisqueaba la clavícula. Sus manos se perdían bajo el camisón, desnudándola poco a poco, ávido de ella-. Mentirosa. No puedes negar que me deseas.

– Vanidoso…

– Te demostraré que no miento…

Ella cedió a un arrebato de picardía. Colocó las manos sobre el pecho masculino y sus dedos lo acariciaron sensuales, explorando provocativamente de arriba abajo.

– ¿Lo harías, mi amor? ¿Me lo demostrarías una vez más esta noche?

Él devoró su boca, la levantó en brazos y la llevó a la cama.

El niño se removió en la cuna.

– Alex, ahora no, ¡por todos los infiernos! -protestó Miguel.

La criatura balbuceó, se metió el dedo en la boca y succionó, volviendo a quedarse dormido.

Y Miguel de Torres, antiguo capitán pirata de El Ángel Negro , convenció a su esposa de que podía hacerle de nuevo el amor, esa noche y todas las noches del resto de sus vidas. Oveja Negra

Hidalgo Nieves

El Ángel Negro - фото 2
***
El Ángel Negro - фото 3
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