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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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– Creo que es una idea excelente. -Apoyando los antebrazos en la mesa, Christian miró a Charles, y luego a los demás-. Todos tenemos que casarnos. Yo no sé vosotros, pero yo lucharé hasta mi último aliento para mantener las riendas de mi destino. Yo elegiré a mi esposa, no dejaré que me la impongan de ninguna forma. Gracias al encuentro casual de Tony, ahora sabemos que el enemigo estará esperando, listo para abalanzarse sobre nosotros en el instante en que aparezcamos -volvió a mirar alrededor-. ¿Así qué, cómo vamos a detener la iniciativa?

– De la misma forma de siempre -contestó Tristan-. La clave es conseguir información. Compartamos lo que aprendamos: colocación del enemigo, sus costumbres, sus estrategias preferidas.

Deverell asintió.

– Compartamos tácticas que funcionen, y alertemos de cualquier peligro percibido.

– Pero lo que más necesitamos -le interrumpió Tony-, es un refugio seguro. Es siempre la primera cosa que instalamos cuando estamos en territorio enemigo.

Todos hicieron una pausa, pensando.

Charles hizo una mueca.

– Antes de tus noticias, habría pensado en nuestros clubes, pero está claro que ya no.

– No, y nuestras casas tampoco son seguras por razones similares. -Jack frunció el ceño-. Tony tiene razón, necesitamos un refugio donde podamos estar seguros de que estaremos a salvo, donde podamos reunirnos e intercambiar información. -Alzó las cejas-. ¿Quién sabe? Puede que haya ocasiones en que sea una ventaja ocultar la conexión entre todos, al menos socialmente.

Los otros asintieron, intercambiando miradas.

Christian le dio forma a sus pensamientos.

– Necesitamos un club propio. No para vivir en él, aunque podríamos querer unas cuantas camas en caso de necesitarlas, sino un club donde podamos reunirnos, y desde donde podamos planear y llevar a cabo nuestras campañas a salvo, sin tener que estar guardándonos las espaldas.

– No un refugio -musitó Charles-. Más bien un castillo…

– Una fortaleza en mitad del territorio enemigo. -Deverell asintió decidido-. Sin ella, estaremos demasiado expuestos.

– Y ya lo hemos estado demasiado tiempo -gruñó Gervase-. Las arpías caerán sobre nosotros y nos atarán si nos mezclamos con la alta sociedad sin estar preparados. Hemos olvidado como es… si es que de verdad lo supimos alguna vez.

Era de conocimiento tácito que estaban navegando hacia aguas desconocidas y por lo tanto, peligrosas. Ninguno de ellos había pasado demasiado tiempo en sociedad después de los veinte.

Christian miró alrededor.

– Tenemos cinco meses enteros antes de necesitar un refugio, si lo establecemos antes de finales de Febrero, podremos volver a la ciudad y pasar desapercibidos frente a los piquetes, desaparecer siempre que queramos…

– Mi hacienda está en Surrey. -Tristan se encontró con las miradas de los otros-. Si podemos decidir qué queremos como fortaleza, puedo infiltrarme en la ciudad y hacer los arreglos sin hacer mucho ruido.

Los ojos de Charles se entrecerraron; su mirada se volvió distante.

– Algún lugar céntrico, pero no demasiado.

– Tiene que estar en un área fácilmente accesible, pero que no sea obvia. -Deverell tamborileó sobre la mesa, pensativo-. Cuánta menos gente nos reconozca en las cercanías, mejor.

– Quizás una casa…

Debatieron sus necesidades, y rápidamente estuvieron de acuerdo en que una casa, en una de las tranquilas áreas en las afueras pero cerca de Mayfair, aunque lejos del centro de la ciudad, sería lo mejor. Una casa con sala de visitas y espacio suficiente para reunirse, con una habitación donde cada uno podría encontrarse con alguna mujer si era necesario, pero el resto de la casa estaría libre de mujeres, con al menos tres dormitorios en caso de necesidad, cocinas y habitaciones para el servicio, un servicio que entendiera sus necesidades…

– ¡Eso es! -Jack dio una palmada a la mesa-. ¡Lo tenemos! -agarró su jarra y la levantó-. Brindemos por Prinny y su impopularidad, si no fuese por él, no estaríamos aquí hoy y no tendríamos la oportunidad de hacer mucho más seguros nuestros futuros.

Con amplias sonrisas, todos bebieron, entonces Charles empujó su silla hacia atrás, se levantó, y alzó su jarra.

– Caballeros, ¡brindemos por nuestro club! Nuestro último bastión contra las casamenteras de la alta sociedad, nuestra base segura desde la que nos infiltraremos, identificaremos, y aislaremos a cada mujer que queramos, para luego tomar la alta sociedad por asalto y ¡capturarla!

Los otros lo aclamaron, golpearon la mesa y se levantaron.

Charles inclinó la cabeza hacia Christian.

– ¡Brindemos por el bastión que nos permitirá tomar las riendas de nuestros destinos y controlar nuestros propios hogares! ¡Caballeros! -Charles alzó su jarra-. ¡Brindemos por el Bastion Club!

Todos clamaron su aprobación y bebieron.

Y así fue como nació el Bastion Club.

CAPÍTULO 1

Lujuria y una mujer virtuosa… sólo un tonto combinaba ambas cosas.

Tristan Wemyss, cuarto Conde de Trentham, reflexionó acerca de que rara vez lo habían llamado tonto, y aún así allí estaba, mirando a través de la ventana a una mujer indudablemente virtuosa, y permitiéndose toda clase de pensamientos lujuriosos.

Tal vez era comprensible; la dama era alta, de cabello oscuro y poseía una figura esbelta y sutilmente curvilínea, convenientemente expuesta mientras paseaba por el jardín trasero de la casa de al lado, y se detenía aquí y allá, inclinándose para examinar las plantas y las flores que había en los profusos y extrañamente desmesurados macizos del jardín.

Estaban en Febrero, y el clima era tan desolado y frío como solía serlo en ese mes, y aún así el jardín de la casa de al lado ostentaba un abundante crecimiento, con gruesas hojas de oscuros verdes e inusuales plantas de color bronce que parecían crecer a pesar de las heladas. Reconocía que había árboles y arbustos sin hojas y que la hierba escaseaba en todos los profundos macizos, pero aún así el jardín exudaba un aire de vida invernal bastante ausente en la mayoría de los jardines de Londres en esa época del año.

No era que estuviera interesado en absoluto en la horticultura; era la dama la que retenía su interés, con su elegante y agraciado andar, con la inclinación de la cabeza cuando observaba un brote. Su cabello, de un vivo color caoba estaba recogido en un moño sobre la cabeza; desde esa distancia no podía ver su expresión, pero aún así su rostro era un óvalo pálido, las facciones delicadas y puras.

Un lebrel lanudo, de pelo leonado olisqueaba perezosamente sus talones; normalmente la acompañaba cada vez que paseaba por allí.

Sus instintos bien afilados y fiables, le informaron de que hoy la atención de la dama era superficial, estaba en suspenso, estaba matando el tiempo mientras esperaba algo. O a alguien.

– ¿Milord?

Tristan se volvió. Estaba de pie frente a la ventana salediza de la biblioteca del primer piso en la esquina trasera de la casa con balcones en el número 12 de la calle Montrose Place. Él y sus seis conspiradores, los miembros del Bastion Club, habían comprado la casa hacía tres semanas; estaban en el proceso de equiparla para que les sirviera como fortaleza privada, como el último bastión contra las casamenteras de la aristocracia. Situada en un área tranquila de Belgravia a pocas manzanas de la parte sureste del parque, detrás del cual estaba Mayfair donde todos ellos poseían casas, la vivienda era perfecta para sus necesidades.

La ventana de la biblioteca daba al jardín trasero, y también hacia el jardín trasero de la casa más grande que había al lado, el número 14, donde vivía la dama.

Billings, el carpintero a cargo de las renovaciones, estaba en la puerta estudiando un maltratado listel.

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