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Stephanie Laurens: La Dama Elegida

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Stephanie Laurens La Dama Elegida

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Tristan Wemyss, conde de Trentham, nunca esperó tener que casarse en el plazo de un año para no perder su herencia. Pero él no se someterá a los deseos de las madres casamenteras de la sociedad. No, él se casará con una dama de su propia elección. Y la dama que ha escogido es su encantadora vecina. La señorita Leonora Carling tiene belleza, espíritu y pasión; desgraciadamente, el matrimonio es la última cosa en su mente. Para Leonora, los besos de Tristan son muy tentadores. Pero, como dice el refrán, el que se quema con leche cuando ve una vaca llora y ella ha decidido alejarse del matrimonio. Tristan es un veterano experimentado y no aceptará la derrota. Por eso, cuando un misterioso hombre intenta ahuyentar a Leonora y su familia de su casa, Tristan comprende que tiene la excusa perfecta para ofrecer sus servicios como protector, seductor y marido.

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Tony Blake emitió un despectivo sonido.

– Al menos no tienes una madre francesa y créeme, cuando se trata de perseguir a alguien hasta el altar, se llevan la palma.

– Brindo por eso. -Charles levantó su jarra hacia Tony.

– ¿Pero eso significa que tú también has vuelto a este lado del mar para descubrir que has sido distinguido?

Tony arrugó la nariz.

– Cortesía de mi padre, por la cual me he convertido en el Vizconde Torrington, tenía la esperanza de que todavía quedasen años para que ocurriera, pero… -se encogió de hombros-. Lo que no sabía es que durante la pasada década el viejo había hecho varias inversiones. Esperaba heredar un sustento decente, no había esperado conseguir una gran fortuna. Y entonces descubro que la alta sociedad al completo lo sabe. De camino hacia aquí me detuve brevemente en la ciudad para ver a mi madrina -se estremeció-. Fui prácticamente asaltado. Fue horrible.

– Es porque perdimos a demasiados en Waterloo.

Deverell clavó la mirada en su jarra; todos se quedaron en silencio unos minutos, recordando a sus camaradas caídos, entonces levantaron las copas y bebieron.

– Debo confesar que estoy en una situación parecida. -Deverell dejó la copa en la mesa-. Cuando dejé Inglaterra no tenía ninguna expectativa, sólo para descubrir a mi regreso que un primo lejano había estirado la pata, y que ahora soy el Vizconde Paignton, con las casas, la renta, y como tú, la alarmante necesidad de una esposa. Puedo arreglármelas con la tierra y los fondos, pero las casas, y no digamos las obligaciones sociales… son una telaraña peor que cualquier complot francés.

– Y las consecuencias de fallar podrían llevarte a la tumba -agregó St. Austell.

Se oyeron sombríos murmullos de asentimiento alrededor. Todos los ojos se volvieron hacia Tristan.

Él sonrió.

– Eso ha sido toda una letanía, pero me temo que puedo superar todas vuestras historias. -Bajó la mirada, dándole vueltas a su jarra entre las manos-. También yo regresé para encontrarme con que había sido distinguido con un título, dos casas y un pabellón de caza, y que ahora soy considerablemente rico. Sin embargo, ambas cosas son el hogar de un surtido de señoras, tías abuelas, primas, y algunos familiares más lejanos. Las heredé de mi tío abuelo, el recientemente difunto tercer Conde de Trentham, que odiaba a su hermano -mi abuelo- y también a mi difunto padre, y a mí. Sus razones eran que éramos unos derrochadores que no sabían hacer nada y que íbamos y veníamos a placer, viajando por el mundo, etc. A decir verdad, debo decir que ahora que he conocido a mis tías abuelas y a su ejército femenino, entiendo al viejo. Debió haberse sentido atrapado por su posición, sentenciado a vivir la vida rodeado de una tribu de mujeres adorables y entrometidas.

Un escalofrío, un estremecimiento, recorrió la mesa.

La expresión de Tristan se volvió sombría.

– Por lo tanto, cuando murió el hijo de su hijo, y luego su propio hijo y se dio cuenta de que yo lo heredaría todo, concibió una diabólica cláusula que añadió a su testamento. He heredado el título, la tierra y las casas, junto al dinero; pero si no me caso en un año, me quedaré con el título, la tierra y las casas y todo lo que eso conlleva consigo, pero el dinero, y los fondos necesarios para mantener las casas, serán entregados a diferentes obras benéficas.

Todos se quedaron en silencio, entonces Jack Warnefleet preguntó.

– ¿Qué pasaría con la horda de mujeres?

Tristan alzó la vista, los ojos entrecerrados.

– Eso es lo más diabólico de todo; seguirían siendo mis huéspedes, en mis casas. No tienen ningún otro sintió donde ir, y difícilmente podría dejarlas en la calle.

Todos los demás lo miraron, la comprensión de su apuro dibujada en las caras.

– Eso es una crueldad. -Gervase hizo una pausa, entonces preguntó-. ¿Cuándo termina tu año?

– En Julio.

– Así que tienes la próxima temporada para elegir. -Charles dejó su jarra sobre la mesa y la empujó lejos-. Estamos todos en gran parte en el mismo barco. Si yo no encuentro una mujer para entonces, mis hermanas, mis cuñadas, y mi querida madre me volverán demente.

– No va a ser fácil, os aviso. -Tony Blake lanzó un vistazo alrededor de la mesa-. Después de escapar de mi madrina, busqué refugio en Boodles -sacudió la cabeza-. Fue un error. A la hora, no uno, sino dos caballeros que nunca antes había visto se me acercaron y ¡me invitaron a cenar!

– ¿Te abordaron en tu club ? -Jack expresó la sorpresa común.

Tony asintió gravemente.

– La cosa fue peor. Entré en casa y descubrí una pila de invitaciones, literalmente de un pie de alta. El mayordomo dijo que habían empezado a llegar el día antes de que enviase noticias de que había llegado, había avisado a mi madrina de que podría dejarme caer por el lugar.

Se hizo el silencio mientras todos digerían aquello, lo extrapolaron, lo consideraron…

Christian se inclinó hacia delante.

– ¿Quién más ha estado en la ciudad?

Todos los demás negaron con la cabeza. Habían vuelto recientemente a Inglaterra y habían ido directamente a sus haciendas.

– Muy bien -continuó Christian-. ¿Significa eso que la próxima vez que aparezcamos por la ciudad, seremos acosados como Tony?

Todos se lo imaginaron…

– En realidad -dijo Deverell- es probable que sea mucho peor. Hay muchas familias de luto en estos momentos; incluso si están en la ciudad, no andarían por ahí abordando gente. El número de invitaciones debería ser menor.

Todos miraron a Tony, quién sacudió la cabeza.

– No lo sé… no pude esperar a descubrirlo.

– Pero como dice Deverell, debería ser así. -La cara de Gervase se endureció-. Aunque el duelo terminará a tiempo de la próxima temporada, y entonces las arpías estarán por todas partes, buscando a sus próximas víctimas, más desesperadas e incluso más decididas.

– ¡ Maldición ! -Charles habló por todos ellos-. Vamos a ser -hizo gestos- precisamente el tipo de objetivos que intentamos no ser durante toda la última década.

Christian asintió, serio, formal.

– Quizás sea un escenario diferente, pero es todavía un tipo de guerra, por la manera en que las señoras de la alta sociedad juegan a este juego.

Meneando la cabeza, Tristan se sentó hacia atrás en su silla.

– Es triste el día en que, habiendo sobrevivido a todo lo que los franceses nos arrojaron, nosotros, los héroes ingleses, volvemos a casa sólo para enfrentarnos con un peligro aún mayor.

– Una amenaza para nuestros futuros como no lo es ninguna otra, y una en la que, gracias a nuestra devoción al rey de nuestro país, no tenemos tanta experiencia como un hombre joven -añadió Jack.

Se hizo el silencio.

– Ya sabeis… -Charles St. Austell removió su jarra en círculos-. Nos hemos enfrentado a cosas peores antes, y ganamos. -Alzó la vista, mirando alrededor-. Todos somos casi de la misma edad, ¿cuánto hay? ¿Cinco años de diferencia? Todos nos enfrentamos a una amenaza similar, y tenemos objetivos parecidos en mente, por razones similares. ¿Por qué no unirnos para ayudarnos los unos a los otros?

– ¿Uno para todos y todos para uno? -preguntó Gervase.

– ¿Por qué no? -Charles miró alrededor otra vez-. Tenemos la suficiente experiencia en asuntos estratégicos; seguramente podemos, y debemos, enfocar esto como cualquier otra batalla.

Jack se incorporó.

– No será como si compitiésemos unos con otros -también él miró alrededor, encontrándose con los ojos de todos-. Somos parecidos hasta cierto punto, pero todos somos diferentes también, y venimos de familias diferentes, de diferente condados, y no hay pocas mujeres sino demasiadas rivalizando por nuestras atenciones, ese es nuestro problema.

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