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Stephanie Laurens: Las Razones del Corazón

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Stephanie Laurens Las Razones del Corazón

Las Razones del Corazón: краткое содержание, описание и аннотация

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Penelope Ashford se ha criado con todas las ventajas: riqueza, posición, y belleza. Sin embargo, dista mucho ser la típica señorita de sociedad: es enérgica, terca y directa hasta las últimas consecuencias; durante años se ha dedicado a dirigir una institución de asistencia para los huérfanos. Pero ahora sus pupilos están desapareciendo misteriosamente. Desesperada, recurre al único hombre que conoce y que podría ayudarla: Barnaby Adair. Apuesto descendiente de una noble familia, Adair se ha labrado un nombre dentro de la política y en los círculos judiciales. Sus poderes de seducción y observación combinados con pedigrí le han llevado a resolver diversos crímenes de gravedad dentro de la sociedad. Aunque la hace sentirse irritantemente incómoda, Penelope se presenta a altas horas de la noche ante la puerta de su residencia de soltero, decidida a reclutarle para su causa. Barnaby acepta su desafío, intrigado por su historia tanto como por la mujer, su audaz belleza e innegable intelecto forman un impresionante contraste con las demás señoritas de sociedad, por lo general insípidas. Reclutando la ayuda del inspector Basil Stokes, se infiltran en las calles de Londres. Pero mientras desentrañan el misterio, descubren el rastro de un criminal arraigado en la misma recientemente creada organización para proteger a los londinenses. Y dicho criminal está al tanto de ellos y de sus esfuerzos, y está preparado para amenazar todo lo que aprecian, incluido sus recientes conocimientos sobre las intrigas del corazón humano.

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Tenía ganas de seguir adelante, de exigirle que actuara y decirle cómo hacerlo. Estaba acostumbrada a dirigir, a hacerse cargo de las cosas y ordenar cuanto estimara conveniente. Sus ideas solían ser acertadas y, por lo general, a la gente le iba todo mucho mejor si se limitaba a ceñirse a sus instrucciones. Ahora bien, necesitaba la ayuda de Barnaby Adair y el instinto le aconsejaba andarse con pies de plomo. Guiar en vez de presionar.

Persuadir en vez de mandar.

Barnaby había adoptado un aire ausente pero de pronto volvió a mirarla a los ojos.

– Ustedes recogen niños y niñas. ¿Sólo han desaparecido niños?

– Sí-contestó Penelope, asintiendo con la cabeza. -En los últimos meses hemos admitido a más niñas que niños, pero ese hombre sólo se ha llevado niños.

Hubo un compás de espera.

– Se ha llevado a cuatro; hábleme de cada uno de ellos. Comience por el primero: cuénteme todo lo que sepa, cada detalle, por más intrascendente que parezca.

Barnaby la observó mientras ella escarbaba en su memoria; concentrada, los rasgos se le suavizaron perdiendo parte de su habitual vitalidad. Tomó aire y clavó la vista en el fuego como si leyera en las llamas.

– El primero era de Chicksand Street en Spitalfields, una boca calle de Brick Lane al norte de Whitechapel Road. Tenía ocho años, o al menos eso nos dijo su tío. Él, el tío, se estaba muriendo y…

Barnaby la escuchó mientras ella, sin acabar de sorprenderlo, lo informaba exactamente y enumeraba los pormenores de cada caso con lujo de detalles. Aparte de formular alguna que otra pregunta secundaria, no tuvo que ayudarla a hurgar en sus recuerdos.

Barnaby estaba acostumbrado a tratar con damas de la alta sociedad, a interrogar a damiselas cuyas mentes se iban por las ramas al abordar un asunto, saltando de un tema a otro, de modo que se precisaba la sabiduría de Salomón y la paciencia de Júpiter para formarse una idea de lo que realmente sabían.

Penelope Ashford pertenecía a otra especie. Había llegado a oídos de Barnaby que era muy suya, que prestaba poca atención a las convenciones sociales si éstas se interponían en su camino. Se decía que era demasiado inteligente para su propio bien, franca y directa en extremo, y abundaban quienes atribuían su soltería a esa combinación de rasgos.

Era notablemente atractiva a su manera, no bonita ni guapa pero tan llena de viveza que atraía las miradas de los hombres. Además, estaba muy bien relacionada por ser hija de un vizconde, y su hermano Luc, que ahora ostentaba el título, era sumamente rico y podría proporcionarle una dote más que apropiada. No obstante, su hermana Portia se había casado hacía poco con Simon Cynster y, si bien Portia quizá fuera más discreta, Barnaby recordaba que las señoras del clan Cynster, juezas dignas de su confianza en tales cuestiones, veían poca diferencia entre Portia y Penelope salvo la franqueza de la segunda.

Y, si mal no recordaba, también salvo su voluntad implacable.

Basándose en lo poco que sabía de las hermanas, también él habría dicho que Portia daría su brazo a torcer, o al menos que se avendría a negociar, mucho antes que Penelope.

– E igual que en los demás casos, cuando esta mañana hemos ido a Herb Lane para recoger a Dick, había desaparecido. Se lo llevó ese hombre misterioso a las siete, poco después del alba.

Terminado el relato, pasó sus persuasivos ojos oscuros de las llamas a su semblante.

Barnaby le sostuvo la mirada durante un instante y acto seguido asintió.

– O sea que de un modo u otro esa gente… pues vamos a suponer que es un grupo organizado quien recoge a los niños…

– Sí, ha de ser un grupo. Esto no nos había ocurrido nunca y ahora, de repente, cuatro casos en menos de un mes, y todos con el mismo modus operandi. -Enarcando las cejas, lo miró de hito en hito.

Con cierto laconismo, Barnaby dijo:

– Precisamente. Tal como estaba diciendo, esas personas, sean quienes sean, parecen estar informadas sobre la identidad de sus futuros pupilos…

– Antes de que sugiera que pueden enterarse a través de alguien del orfanato, permítame asegurarle que eso es harto improbable. Si conociera a quienes trabajan allí, entendería por qué estoy tan segura. Además, aunque le haya referido nuestros cuatro casos, no podemos saber si otros niños del East End que acaban de quedar huérfanos no están desapareciendo también. Las más de las veces nadie avisa a nuestra institución. Es posible que estén desapareciendo muchos más, pero ¿quién va a dar la voz de alarma?

Barnaby la miraba fijamente mientras se hacía una composición mental de la situación.

– Abrigaba la esperanza -prosiguió Penelope, bajando la vista para alisar los guantes- de que usted se aviniera a investigar esta última desaparición, ya que a Dick se lo han llevado esta misma mañana. Soy consciente de que por lo general investiga delitos relacionados con la buena sociedad, pero me preguntaba, dado que estamos en noviembre y la mayoría de nosotros se dispone a marcharse al campo, si quizá dispondría de tiempo para tomar en consideración nuestro problema. -Levantó la vista, buscando sus ojos; no había ni un ápice de timidez en los suyos. -Naturalmente, podría encargarme del asunto yo misma…

Barnaby evitó reaccionar justo a tiempo.

– Pero he pensado que contar con el apoyo de alguien con más experiencia en estas cuestiones podría conducir más deprisa a una resolución.

Penelope le sostuvo la mirada y confió en que su anfitrión fuera tan agudo como se decía. Por otro lado, sabía por experiencia que la franqueza rara vez resultaba contraproducente.

– Hablando claro, señor Adair, he venido aquí en busca de su ayuda para averiguar el paradero de los pupilos que hemos perdido, no por el mero deseo de informar a un tercero sobre su desaparición para luego desentenderme de ellos. Tengo la firme intención de buscar a Dick y los otros tres niños hasta que los encuentre. Pero como no soy boba, preferiría tener al lado a alguien familiarizado con el crimen y los métodos de investigación apropiados. Además, si bien es cierto que a través de nuestro trabajo tenemos contactos en el East End, pocos de nosotros, por no decir ninguno, nos movemos en los bajos fondos, de modo que mi capacidad para obtener información en ese terreno es limitada.

Hizo una pausa y le escrutó el semblante. La expresión de Barnaby apenas revelaba nada; su frente despejada, las cejas rectas, los firmes pómulos bien dibujados, las líneas austeras del mentón y la mandíbula permanecían fijos, impasibles. Penelope abrió las manos.

– Bien, le he explicado nuestra situación. ¿Nos ayudará?

Para su fastidio, Barnaby no contestó enseguida. No mordió el anzuelo incitado por el temor de que ella se aventurase sola en el East End. No obstante, tampoco se negó. La estudió con detenimiento, manteniendo la expresión indescifrable el tiempo suficiente para que ella se preguntara si él había descubierto su estratagema. Luego cambió de postura, reclinándose de nuevo en el respaldo.

– ¿Cómo cree que deberíamos plantear nuestra investigación?

Penelope disimuló una sonrisa.

– Pensaba que, si no tiene otros compromisos, podría visitar el orfanato mañana para formarse una idea de cómo trabajamos y del tipo de niños que acogemos. Luego…

Barnaby escuchó mientras ella bosquejaba una estrategia sumamente sensata que le proporcionaría los datos esenciales para establecer por dónde encauzar la pesquisa y, por consiguiente, el mejor modo de proceder.

Las sensatas y lógicas palabras que pronunciaban sus labios, todavía lozanos y carnosos, todavía turbadores, confirmaron que Penelope Ashford era peligrosa. Tanto o más de lo que sugería su reputación.

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