– ¿Cuántos años tiene, señorita? -preguntó la doncella.
– Cumpliré trece. ¡Vamos, Lucy, cuéntamelo todo!
– Pensé que no le interesaba la vida de las damas y los caballeros distinguidos -bromeó Lucy.
– Bueno, no deseo ser como ellos y, a diferencia de mis hermanas, jamás iré a la corte ni me arrodillaré ante los poderosos, pero no me molesta escuchar las historias de esa gente.
Entretanto, Rosamund entró en la alcoba de Philippa, que había terminado de bañarse y se estaba secando.
– Yo siempre necesito bañarme luego de los viajes -dijo la madre-. ¿Dónde está tu cepillo? Te secaré y peinaré el cabello, hijita mía.
– Aquí está. Pero antes me pondré un camisón limpio. Dejé algunos aquí en mi última visita.
Sacó un vestido de seda del baúl situado frente a la cama y se lo puso. Luego, se sentó junto a su madre y dejó que secara y cepillara su larga melena.
– Dime, Philippa -murmuró Rosamund con voz calma-, ¿qué problemas tienes? A ti te ocurre algo; no lo niegues ni trates de convencerme de que viniste corriendo a Friarsgate por el casamiento de Banon.
– ¿Qué es el amor? -preguntó sin rodeos-. ¿Cómo sabes si estás enamorada? ¿Y por qué Crispin no me dice nada después de todos estos meses? -y empezó a llorar-. ¡Ay, mamá, me resulta difícil explicarlo, pero lo amo y él no me ama! Es tierno y ardiente; sin embargo, nunca me ha expresado una palabra de amor. ¿Cómo puede ser tan apasionado conmigo si no me ama?
– ¡Qué es el amor, Philippa! Es el sentimiento más extraño que existe, pues desafía cualquier explicación racional. Lo importante no es que lo entiendas, sino que lo sepas con el corazón, hija mía. En cuanto a tu esposo, si es tan tierno y apasionado como afirmas, estoy segura de que te ama. Pero a los hombres les resulta difícil decirlo en voz alta. En general, la mujer desea hacerlo, pero antes de expresar sus sentimientos necesita estar segura de que son correspondidos. Por consiguiente, se resiste a declarar su amor y permanece tan callada como el hombre. Es un dilema viejo como el mundo, Philippa.
– Cuando estuvimos en Francia, escuché a unos hombres que planeaban asesinar al rey y se lo conté a Crispin. Al principio se enojó y luego me di cuenta de que el enojo no iba dirigido a mí sino a él mismo. Estaba asustado por mí y lamentaba no haber estado a mi lado cuando escapé de los asesinos.
Rosamund sonrió y dejó el cepillo sobre la mesa.
– Crispin te ama, créeme.
– Tiene que decírmelo sin que yo se lo pregunte, mamá. De lo contrario, jamás estaré segura. -Philippa rompió en llanto y se arrojó en los brazos de su madre.
Rosamund la estrechó con fuerza y la acarició dulcemente. Iba a ser abuela, no tenía ninguna duda. Esos violentos arranques de emoción eran una prueba inequívoca de que Philippa estaba embarazada. Su elegante y refinada hija se había enamorado e iba a tener un bebé.
– ¿Tienes hambre? Hoy cenaremos guiso de conejo.
– No, mamá, estoy muy cansada. Necesitaba estar en casa y hablar contigo. Ahora me siento mejor, pero estoy extenuada. Prefiero acostarme.
– De acuerdo, querida. -Luego Rosamund se puso de pie, ayudó a Philippa a meterse en la cama, y la arropó-. Que tengas dulces sueños, hija mía. Estás en casa y te vamos a cuidar. Además, estoy segura de que muy pronto vendrá a visitarnos el conde.
Dos días más tarde, Crispin St. Claire arribó a Friarsgate. Por pedido de Rosamund, tanto lord Cambridge como Logan Hepburn habían dejado sus propiedades y acudido en su ayuda a poco de llegar Philippa. Rosamund necesitaba que toda la familia colaborara para reconciliar a los recién casados. Ni bien vio a su yerno, le agradó y le pareció el esposo perfecto para su hija.
– ¿Cómo elegiste tan bien, primito? -le susurró a Thomas Bolton.
– Por instinto -replicó con un murmullo y dio un paso adelante con los brazos extendidos para saludar al conde de Witton-. ¡Mi querido amigo, que alegría volver a verte! Te presento a tu suegra, la dama de Friarsgate. Prima, te presento al marido de Philippa.
Crispin tomó la mano de Rosamund y la besó al tiempo que se inclinaba en una graciosa reverencia.
– Señora.
– Bienvenido a Friarsgate, milord.
– Te presento a Logan Hepburn, lord de Claven's Carn y esposo de Rosamund -continuó lord Cambridge.
Los dos hombres se miraron con recelo y se dieron la mano
– Por favor, pasemos al salón -lo invitó la dama de Friarsgate tomándolo del brazo.
– ¿Dónde está mi esposa?
– En su alcoba. Le suplico que no la regañe. Ha venido aquí porque sentía una imperiosa necesidad de hablar conmigo. Son problemas comunes a las esposas jóvenes. Ya ordené a su hermana que fuera a buscarla cuando lo vimos venir.
– Regresé a Brierewode dos días después de su partida. Le prohibí terminantemente viajar sin mí, pero me desobedeció.- Rosamund sacudió la cabeza.
– No le sobra experiencia con las damas, milord, ¿o me equivoco? Jamás debe prohibirle nada a una mujer, pues hará exactamente lo que usted le ordenó que no hiciera -rió-. La ama mucho, ¿verdad? Siéntese, por favor.
– ¡Cómo es posible que usted se dé cuenta de ello y mi esposa no, señora! -exclamó en un tono de desesperación-. A veces me pregunto si esa niña es capaz de amar.
– Ella lo ama con locura -replicó Rosamund y le tendió una copa de vino dulce-. En estos dos días, Philippa y yo hemos hablado más que en muchos años.
– ¿Y por qué no me dice que me ama?
– ¿Porqué no se lo dice usted?-replicó Rosamund con una sonrisa.
– Es que soy un hombre, señora -contestó seriamente.
– Y ella es una dama de la corte a quien le enseñaron que no debía confesar sus emociones antes de que lo hiciera el caballero.
– ¡Por Dios!
– Bien dicho, milord, yo no lo hubiera podido expresar mejor.
– ¡Mamá! -gritó Elizabeth Meredith acercándose a su madre-. Philippa se rehúsa a bajar. Está tan terca y tonta como siempre. Logan ha ido a buscarla.
– ¡Oh, Bessie, eres una malvada! -dijo Maybel riendo. La vieja nodriza acababa de entrar en el salón.
– ¿Qué pasa? -preguntó lord Cambridge.
– Bessie mandó a Logan a buscar a Philippa, pues ella no quiere bajar -informó la dama de Friarsgate.
– ¡Ay, Dios mío! -se quejó Thomas Bolton, pero no pudo reprimir una sonrisa.
De pronto, se escuchó un grito ensordecedor, y luego otro, y otro.
– Parece que están asesinando a alguien -opinó el conde.
– No, es mi marido arrastrando a Philippa hasta el salón -explicó Rosamund muerta de risa.
El señor de Claven's Carn ingresó en la estancia cargando a la joven sobre los hombros y luego la depositó en el regazo de Crispin. Aullando como un gato escaldado, Philippa se paró de un salto.
– ¿Cómo permites que ese maldito y salvaje escocés me trate así, milord? -encaró Philippa a su esposo, furiosa y arrebatada. Su larga melena, que siempre lucía tan perfecta, estaba despeinada y se bamboleaba de un lado a otro con los bruscos movimientos de la joven.
– Buenos días, señora. Si mal no recuerdo, la última vez que hablamos te pedí que esperaras a que volviera de Hampton Court para emprender el viaje a Friarsgate -dijo el conde.
– ¿Crees que iba a perderme la boda de mi hermana por los estúpidos asuntos del cardenal?
– Todavía faltan algunas semanas para la boda, señora.
– Bueno, no importa. Quería ver a mi madre.
– ¿Por qué razón tan importante que no pudiste esperarme?
– ¡Quería que me explicara qué es el amor y por qué no me amas! -Sus ojos de miel se inundaron de lágrimas.
– En el nombre de Dios y de la Santa Madre, ¿qué te hizo creer que yo no te amaba?
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