El no intentó poseerla en los hostales donde habían pernoctado. Y cuando ella le preguntó la razón de esa abstinencia, él le dijo que prefería esperar y hacer el amor en Brierewode; de alguna manera, era comprensible. Lord Cambridge no se había ocupado de organizarles el viaje, pues no sabía cuándo regresarían, de modo que las posadas donde pasaban las noches distaban de ser lugares románticos, o aun confortables, en algunos casos. Sin embargo, Philippa estaba ansiosa por corroborar si sus juegos amorosos seguían siendo tan placenteros como antes.
Luego de cabalgar varios días hasta el crepúsculo y de pasar las noches en la primera posada que encontraban, arribaron finalmente a Brierewode para sorpresa de la señora Marian, que no esperaba volver a verlos hasta el otoño.
Philippa no se había aseado en mucho tiempo y ordenó que le prepararan el baño de inmediato. Tenía el cabello sucio a causa del polvo de los caminos estivales y de nada le hubiera valido cepillarlo. Mientras Lucy preparaba la bañera y los criados la llenaban con agua caliente, la joven abrió de par en par una de las ventanas del dormitorio y se inclinó sobre el alféizar. El aire era fresco y tenía el aroma característico del verano, pero en las colinas la niebla era ahora más densa. Seguramente llovería durante la noche, y se alegró de estar de vuelta en casa. Había pasado muy poco tiempo en Brierewode y, sin embargo, sentía que ese era su verdadero hogar. Allí es donde pasaría el resto de su vida, salvo las visitas anuales a la corte. Y allí nacerían sus hijos.
Aunque no era probable que tuviera hijos si continuaba tomando en secreto el brebaje de su madre para impedir la concepción. Philippa experimentó un profundo sentimiento de culpa. Lo que estaba haciendo se oponía a los preceptos de la Iglesia. La reina se hubiera horrorizado de su sacrílego comportamiento. Sin embargo, en el fondo de su corazón no se arrepentía de su conducta. Había visto morir a demasiadas mujeres por dar a luz a un hijo tras otro, sin tomarse un descanso entre parto y parto. No. Su culpa no provenía de beber un brebaje para evitar la preñez, sino de no cumplir sus deberes para con Crispin, que era tan bueno con ella y deseaba con tanta vehemencia un heredero.
Cuando llegaron a Brierewode, los esperaba un mensaje procedente de Otterly, donde lord Cambridge les comunicaba que la boda de Banon se celebraría el 20 de septiembre y que los vería primero en Friarsgate y luego en sus tierras. Rosamund estaba ansiosa por conocer a su nuevo yerno.
– Tu madre aún no ha perdido la esperanza de que te hagas cargo de Friarsgate.
– Si tú y Crispin no han cambiado de idea, estoy seguro de que él convencerá a Rosamund de renunciar a sus planes, pero ignoro cómo reaccionará. Todavía es bastante joven y hay tiempo suficiente para elegir a un nuevo heredero.
Probablemente la elección recaería en uno de los Hepburn; Philippa estuvo a punto de desternillarse de risa al pensar en el gesto del finado Henry Bolton de haberse enterado de una decisión semejante, pero se conformó con lanzar unas breves, pero estentóreas, carcajadas.
– El baño está listo -anunció Lucy, entrando en el dormitorio-. Y perdone la intromisión, milady, pero ¿se puede saber por qué se ríe con tanta malicia?
– Porque me imaginaba la reacción del tío abuelo Henry, en caso de que uno de los Hepburn heredase la tierra de los Bolton.
– De modo que usted renunciará a Friarsgate -repuso Lucy, mientras ayudaba a su ama a desvestirse.
– Hace un momento, al mirar por la ventana, me di cuenta de que este es mi auténtico hogar. Pertenezco a Brierewode, Lucy, lo sé.
– Sí. Oxfordshire es una hermosa tierra.
– Lava solo lo rescatable. En cuanto a esas faldas, han conocido tiempos mejores -acotó Philippa con una sonrisa irónica.
– Las lavaré de todas maneras, y usted podrá ponérselas cuando viaje al norte, para no estropear la ropa nueva -dictaminó la práctica y ahorrativa doncella. Una vez que Philippa se sentó, Lucy le quitó los pesados zapatos de cuero para cabalgar-. Necesitan algunos remiendos, además de una buena lustrada -dijo mientras le sacaba las medias-. y éstas, ¡al fuego! De tanto viaje se han quedado con más agujeros que tela.
– De acuerdo. Tíralas a la basura -concluyó la joven, al tiempo que se ponía de pie y se sacaba la camisa.
Totalmente desnuda, se encaminó a la antecámara donde se hallaba la bañera, frente a la chimenea. En Brierewode solían encender el fuego incluso en los días de verano, a fin de quitar la humedad del ambiente. Lucy, quien ya había puesto a calentar las toallas junto al hogar, recogió las ropas de su ama y la siguió a la antecámara.
– Llevaré la ropa al lavadero y luego vendré a ayudarla con el baño.
– No. Primero me lavas la cabeza. Hemos tenido que dormir donde nos sorprendía la noche y quiero asegurarme de no tener pulgas. Si tío Thomas hubiese organizado las cosas, no habríamos pernoctado en esas posadas infectas. Le escribiré para pedirle que se ocupe de nuestro viaje al norte, de ese modo será más placentero. -Philippa subió los peldaños de madera y se metió en la bañera-. ¡Ah, el agua está deliciosa! ¡Qué placer!
– Sumérjase ahora, milady, y le daré una buena jabonada. -Dos veces le lavó el cabello y dos veces se lo enjuagó. Luego envolvió la cabeza de Philippa en una toalla caliente-. Ya está, milady. Con su permiso, ahora sí llevaré esta ropa a lavar.
La joven cerró los ojos. El hecho de tener la cabeza limpia la hacía sentir maravillosamente bien. Medio adormecida, escuchó a lo lejos el débil retumbo de un trueno y se incorporó para mirar por la ventana abierta: el cielo se había oscurecido y pronto comenzaría a llover. Pero no le importó. Estaba en casa, al abrigo de cualquier inclemencia. Su cabello estaba limpio y esa noche dormiría en una cama pulcra y fresca.
En ese momento, se abrió la puerta de la antecámara y apareció Crispin. Al verla, no pudo evitar sonreír.
– Voy a meterme en la bañera -anunció. Y comenzó a sacarse la ropa.
– ¿Y si Lucy vuelve y te ve desnudo? -protestó Philippa.
– Lucy no regresará hasta que la llamemos. La encontré en el corredor y le di las instrucciones pertinentes. Cuando hagas sonar la campanilla, nos traerá la cena. Esta noche no tengo intenciones de ir al salón. Tú serás mi aperitivo, señora.
Una vez liberado de la última de sus prendas, se dirigió a la bañera.
– ¡El agua va a rebalsar! -exclamó Philippa alarmada.
– No, señora, no va a rebalsar. Les dije a los criados hasta dónde debían llenarla.
Subió los peldaños, se metió en el agua y tomó a la joven entre sus brazos.
– Hemos estado separados demasiado tiempo, pequeña. -No hemos estado separados en absoluto -dijo ella, con voz ahogada.
Crispin le sacó la toalla de la cabeza y hundió los dedos en los cabellos mojados.
– Sí, estuvimos separados, señora, pero ya no nos apartaremos el uno del otro.
Sus manos se hundieron en el agua y, tomándola de las nalgas, la levantó y la colocó sobre su erguida vara.
– Ahora, esposa mía, ya no estamos separados -murmuró, al tiempo que la sorprendida Philippa abría los ojos de par en par.
– ¡Oh, milord! -exclamó, mientras él deslizaba su potente virilidad en su amoroso canal.
Y aunque ella recordaba cuan maravillosa era su pasión, se había olvidado de las considerables dimensiones que podía cobrar. Él la penetró hasta las profundidades de su alma, moviendo las delgadas caderas cada vez más deprisa hasta que ambos gritaron al unísono.
– Caramba, Philippa. He pensado en mi propio placer y no en el tuyo. ¿Me perdonarás, esposa?
Ella lanzó una suave risita.
– Crispin, no sé si le corresponde a una dama admitir que, pese a la rapidez del encuentro, también ha alcanzado el placer.
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