Lucy y Peter no pudieron contener la risa.
– Me permito decir que mi vida se ha vuelto más interesante desde que usted se casó con el amo -confesó Peter.
Finalmente, Crispin regresó y anunció que, después del banquete, cuando cayera la noche, el cardenal iría al pabellón del conde y la condesa de Witton para hablar con Philippa. Thomas Wolsey no quería que la joven se presentara en sus cuarteles, pues había mucha gente y su presencia allí resultaría sospechosa.
– Mandé decir a la reina que me encuentro enferma. No me sentía capaz de asistir a una gran reunión después de haberme enterado del plan de asesinato -explicó Philippa.
– Está bien. Iré a buscar al cardenal. Dado que he estado a su servicio previamente, a nadie le extrañará vernos partir juntos. Mi misión aquí era recabar información que pudiera interesarle al rey, pero no logré averiguar nada que no supiera todo el mundo, hasta que tú descubriste ese plan macabro. Agradezco a Dios que oyeras a esos hombres, pequeña, pero más le agradezco que te haya devuelto sana y salva.
– Les conté todo a Lucy y Peter -le comunicó Philippa, extrañada por la ternura en la mirada de su esposo.
– Hiciste bien, ellos deben saber lo que pasa y son lo bastante inteligentes como para mantener cerrada la boca. -La rodeó con sus brazos y le alzó la barbilla-. Promete que no irás a ninguna parte hasta que se haya resuelto este asunto.
– Lo prometo.
El conde la besó con tanta dulzura que ella parecía derretirse en sus brazos y quiso creer que la amaba, pero al instante trató de quitarse esa idea de la cabeza. Era su esposa y no debía importarle que la amara. Sin embargo, le importaba, y mucho, aunque no entendía por qué. Quería regresar a Inglaterra y hablar con su madre.
– No debes pensar cuando te beso -bromeó el conde.
– Estaba pensando en lo maravillosos que son tus besos. Creo que me gusta estar casada contigo, esposo mío.
– Me alegra oír eso, Philippa, pues yo también estoy muy contento de ser tu esposo, mucho más de lo que había imaginado. -Volvió a besarla-. Extraño nuestros juegos amorosos -le susurró al oído.
Philippa asintió ruborizada.
– También pensaba que no veo la hora de regresar a Inglaterra, milord. Estoy un poco cansada de la corte y deseo ver a mi familia. Quiero que los conozcas a todos y estoy ansiosa por mostrarte Friarsgate.
– ¿Acaso cambiaste de opinión, pequeña?
– No, en absoluto. Prefiero mil veces Brierewode; es un lugar pacífico e ideal para criar a nuestros hijos -dijo Philippa con las mejillas arreboladas.
– Tengo que prepararme para ir al banquete. Si sigo abrazándote así, querré llevarte a la cama y hacerte el amor para concebir al primero de nuestros hijos.
Con sus delicados dedos, Philippa le acarició el rostro.
– Ya habrá tiempo para eso, milord. Pronto regresaremos a nuestra querida Inglaterra.
– Antes de ir al norte quisiera pasar por Brierewode.
– Mi hermana se casará a fines del verano. Sabremos la fecha exacta cuando lleguemos a Oxfordshire. Estoy dispuesta a quedarme en Brierewode todo el tiempo que sea necesario, pero de ninguna manera me perderé la boda de Banon con el joven Neville.
– De acuerdo, pero con la condición de que pasemos el invierno en nuestro hogar. Nos imagino a los dos juntos sentados frente al fuego mientras afuera es de noche y nieva.
– Acepto, milord -replicó Philippa con una sonrisa-. Pero me sentarás en tu regazo, me acariciarás como sólo tú lo haces y me llenarás de placer.
– Señora -gimió Crispin-, el cuadro que pintas es tan tentador que borraría todos esos meses que faltan para poder gozar de tan dulce intimidad.
– Peter -ordenó la joven-. Ayuda a tu amo a vestirse para la fiesta de esta noche. Lucy, ve al pabellón de la cocina y tráeme algo de cenar. -Se deslizó suavemente de los brazos de Crispin. "Lo amo" -pensó.
El conde se lavó con el agua de la jofaina y luego se emperifolló para el banquete.
– No sé cuándo estaré de regreso -dijo a Philippa antes de salir-. Sabes cómo son estas fiestas en las que los anfitriones se desviven por impresionar a los invitados. -Besó sus labios y se retiró con un suspiro de tristeza.
Lucy sirvió una suculenta cena. Apenas podía mantenerse en pie por el peso de la bandeja que cargaba. La señora y sus criados se sentaron a la mesa y comieron un enorme pollo asado, tres pasteles de carne, pan fresco, mantequilla, un queso blando francés y duraznos frescos. Pese a los terribles acontecimientos de ese día, Philippa tenía mucho apetito. Devoró con fruición los deliciosos platos, bebió dos copas de un exquisito vino dulce, y al rato la invadió una profunda modorra, pero dijo:
– No debo quedarme dormida.
– Y tampoco puede permanecer despierta, milady -señaló Lucy-. Vaya a la cama. La despertaré en cuanto vuelva el señor. -Acompañó a su ama al dormitorio, la ayudó a desvestirse, le puso el camisón, le cepilló la larga cabellera y la acostó en la cama. Philippa se durmió enseguida-. Pobre señora -dijo Lucy a Peter cuando entró al otro cuarto-. Fue muy valiente hoy, pero imagino que habrá sentido un miedo atroz. Yo me hubiera aterrorizado en su lugar.
Hacia la medianoche, el conde regresó a la tienda acompañado por el cardenal Wolsey y uno de sus sirvientes. Ordenó a Lucy que despertara a su esposa. Philippa se apareció en su largo camisón de seda, que se ataba al cuello con cintas de seda blanca. Era un atuendo bastante modesto, dadas las circunstancias. El cabello suelto la hacía parecer más joven e inocente.
– Su Gracia -dijo con una reverencia y besó la enorme mano de Thomas Wolsey.
El cardenal tomó asiento, pero no invitó a sentarse a sus anfitriones.
– Su esposo me ha contado el episodio de esta tarde. Ahora quisiera escuchar sus propias palabras, señora. Dígame qué pasó cuando dejó la tienda del rey.
Philippa se sonrojó.
– El primo de mi esposo había desaparecido y yo no sabía cómo volver al sector inglés. Como sabrá, Su Gracia, en esa zona las carpas son pequeñas, están alineadas una al lado de otra y forman un verdadero laberinto. Después de caminar para uno y otro lado, escuché una conversación entre dos hombres.
– Su esposo me dijo que eran tres individuos -interrumpió el cardenal.
– Así es, pero solo hablaban dos de ellos. Al principio, no podía verlos a causa del polvo -explicó Philippa clavando la vista en el cardenal.
– Prosiga, señora -dijo Thomas Wolsey. Cuando Philippa concluyó el relato, el hombre asintió con la cabeza y preguntó-: ¿Está segura de que eran sirvientes de la reina Luisa de Saboya?
– Sí, Su Gracia, y decían que ella los protegería en caso de que los atraparan. Tengo la impresión de que el complot es una idea que se les ocurrió a esos hombres para congraciarse con su ama.
– Me sorprende que una joven que ha pasado cuatro años en la corte no conozca las iniquidades de las que son capaces los seres humanos. Es usted muy ingenua, señora, y sospecho que se debe a la influencia de Su Majestad Catalina -comentó el cardenal-. A decir verdad, no me interesa si la reina Luisa está involucrada; lo importante es encontrar la manera de impedir que el crimen se lleve a cabo. Con excepción de esos tres imbéciles, todos los demás escaparán al castigo, en especial los más poderosos. ¿Cuándo planean cometer el asesinato? Ese es el meollo de la cuestión.
– Dijeron que lo harían en un momento en que ustedes tres estuvieran juntos.
El cardenal se sumió en una profunda reflexión, mientras sus elegantes dedos tamborileaban en el apoyabrazos de la silla. Frunció los labios, cerró los ojos y al rato los abrió.
– ¡Ya sé! -exclamó.
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