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Julia Quinn: De Camino A La Boda

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Julia Quinn De Camino A La Boda

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A diferencia de la mayoría de los hombres que conoce, Gregory Bridgerton cree en el amor verdadero. Y está convencido de que cuando encuentre a la mujer de sus sueños, sabrá en un instante que ella es la única. Y eso es exactamente lo que ocurrió. Excepto que… Ella no era la única. De hecho, la deslumbrante señorita Hermione Watson está enamorada de otro. Pero su amiga, la siempre práctica Lucinda Abernathy, quiere salvar a Hermione de una desastrosa alianza, así que se ofrece a ayudar a Gregory a convencerla. Pero en el proceso, Lucy se enamora. ¡De Gregory! Excepto que… Lucy está comprometida. Y su tío no está dispuesto a dar marcha atrás con el enlace, aún cuando Gregory recobra el juicio y se da cuenta que es Lucy, con su agudo ingenio y su risueña mirada quien hace cantar su corazón. Y ahora, de camino a la boda, Gregory debe arriesgar todo para asegurarse que cuando llegue el momento de besar a la novia, él sea el único hombre que esté de pie en el altar…

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Sus ojos tenían esa expresión ligeramente empañada. Los labios separados. Y lucía tan concentrado, como si quisiera tomar a Hermione, salir corriendo con ella a cuestas, para mandar a la gente y a los modales al demonio.

En oposición a la forma en que la miraba a ella, que podía catalogarse fácilmente como desinteresadamente cortés. O quizás era una mirada del tipo: ¿Por qué estás atravesada en mi camino, impidiéndome así, tomar a Hermione en mis brazos y correr colina abajo con ella, para mandar a la gente y a los buenos modales al demonio?

Eso no era exactamente decepcionante. No… era… no-decepcionante.

Debía haber una palabra para eso. En realidad, tenía que haberla.

– ¿Lucy? ¿Lucy?

Lucy comprendió con un poco de vergüenza que no le había prestado la debida atención a la conversación. Hermione la miraba con curiosidad, tenía la cabeza inclinada de esa manera tan suya, que los hombres siempre parecían encontrar tan agradable. Lucy había tratado de imitarla una vez. Y eso la había mareado.

– ¿Sí? -murmuró, ya que algún tipo de expresión verbal parecía ser necesaria.

– El Sr. Bridgerton me ha pedido un baile -dijo Hermione-, pero le he dicho que yo no puedo .

Hermione siempre fingía que tenía los tobillos torcidos o que tenía un resfriado para mantenerse fuera de la pista de baile. Lo cual también era muy bueno y excelente, pero ella siempre le pasaba a todos sus admiradores a Lucy. Lo cual había sido muy bueno y excelente al principio , pero se había convertido en algo tan común que Lucy había empezado a sospechar que ahora los caballeros pensaban, que eran dirigidos hacia ella por lastima, lo cual no podía haber estado más lejos de la verdad.

Lucy era, si lo decía de sí misma, una muy buena bailarina. Y también una excelente conversadora.

– Sería un placer bailar con Lady Lucinda -dijo el Sr. Bridgerton, porque, en realidad, ¿qué más podía decir?

Lucy sonrió, no completamente cordial, pero sin embargo era una sonrisa, y le permitió conducirla hacia el patio.

Capítulo 2

En el que nuestra heroína despliega una decidida falta de respeto por todas las cosas románticas.

Gregory era un perfecto caballero, y escondió muy bien su desilusión cuando le ofreció el brazo a Lady Lucinda y la acompañó a la pista de baile provisional. Ella era, estaba seguro, una joven absolutamente adorable y encantadora, pero no era la Srta. Hermione Watson.

Y él había esperado toda su vida para encontrarse con la Srta. Hermione Watson.

Pero aún así, esto debería ser considerado beneficioso para su causa. Lady Lucinda era claramente la mejor amiga de la Señorita Watson -la Srta. Watson había hablado efusivamente sin lugar a dudas sobre ella, durante su breve conversación, en la cual Lady Lucinda había mirado algo más allá de su hombro, sin escuchar aparentemente ni una palabra de lo dicho. Y con cuatro hermanas, Gregory sabía una cosa o dos sobre las mujeres, la más importante de las cuales era que siempre era una excelente idea, hacerse amigo de la amiga, si es que realmente eran amigas, y no solo mujeres que pretendían ser amigas y que solamente estaban esperando el momento perfecto para apuñalarse la una a la otra en las costillas.

Las mujeres eran criaturas misteriosas. Si pudieran aprender a decir lo que realmente querían decir, el mundo sería de lejos un lugar más sencillo.

Pero la Srta. Watson y Lady Lucinda daban la total apariencia de amistad y devoción, que era un sueño hecho realidad caminar al lado de Lady Lucinda. Y si Gregory deseaba aprender más sobre la Señorita Watson, Lady Lucinda Abernathy era el lugar más obvio para empezar.

– ¿Lleva mucho tiempo como invitada en Aubrey Hall? -preguntó educadamente Gregory, mientras esperaban que la música empezara.

– Solo desde ayer -contestó ella-. ¿Y usted? No lo había visto en ninguna de las reuniones.

– He llegado esta noche -dijo él-. Después de la cena. -Hizo una mueca. Ahora que no estaba mirando a la Señorita Watson, recordó que tenía hambre.

– Usted debe estar hambriento -exclamó Lady Lucinda-. ¿Preferiría dar una vuelta por el patio en lugar de bailar? Prometo que podemos pasearnos por la mesa de los refrescos.

Gregory hubiera podido abrazarla.

– Usted, Lady Lucinda, es una joven valiosa.

Ella sonrió, pero con una sonrisa extraña, y él no podía interpretarla realmente. Era obvio que le había gustado su cumplido, de eso estaba seguro, pero allí había algo más, algo un poco triste, quizá un poco de resignación.

– Usted debe tener un hermano -dijo él.

– Lo tengo -le confirmó, sonriendo ante su deducción-. Es cuatro años mayor que yo, y siempre está hambriento. Estaré por siempre asombrada de que hayamos tenido alguna clase de comida en la despensa cuando él llegaba a casa de la escuela.

Gregory acomodó la mano en la curva de su codo, y juntos se dirigieron al perímetro del patio.

– Por aquí -dijo Lady Lucinda, dándole a su brazo un pequeño tirón cuando él trató de dirigirlos en sentido contrario a las agujas del reloj-. A menos que usted prefiera los dulces.

Gregory sintió como su cara se iluminaba.

– ¿Hay bocadillos?

– Sándwiches. Son pequeños, pero están muy deliciosos, especialmente los de huevo.

Él asintió, un poco ausentemente. Había vislumbrado a la Srta. Watson por el rabillo del ojo, y era algo difícil concentrarse en nada más. Sobre todo al verla rodeada por hombres. Gregory estaba seguro de que ellos solo habían estado esperando que alguien alejara a Lady Lucinda de su lado, antes de dirigirse al ataque.

– Er, ¿Conoce a la Srta. Watson desde hace mucho? -preguntó él, intentando no ser demasiado obvio.

Hubo una ligera pausa y entonces dijo:

– Desde hace tres años. Estudiamos juntas donde la Srta. Moss. O más bien, ambas fuimos estudiantes. Completamos nuestros estudios más temprano, este año.

– ¿Debo asumir que planean hacer sus debuts en Londres esta primavera?

– Sí -contestó ella, haciendo señas hacia una mesa colmada de pequeños bocadillos-. Hemos pasado los últimos meses preparándonos. Es así como le gusta llamarlo a la madre de Hermione, el asistir a fiestas y a pequeñas reuniones.

– ¿Puliéndose? -preguntó él con una sonrisa.

Sus labios se curvaron como respuesta.

– Exactamente. Por ahora yo podría hacer las veces de un excelente candelero.

Él no pudo evitar sonreír.

– ¿Un simple candelero, Lady Lucinda? Por favor, no subestime su valor. Al menos usted debería ser una de esas urnas plateadas extravagantes que todos parecemos necesitar últimamente en nuestros salones de estar.

– Entonces, soy una urna -dijo ella, casi pareciendo considerar la idea-. Me pregunto, ¿qué podría ser Hermione?

Una joya. Un diamante. Un diamante engastado en oro. Un diamante engastado en oro rodeado por…

Se forzó a detener la dirección de sus pensamientos. Podía realizar sus habilidades poéticas después, cuando no se esperara que él le pusiera fin a una conversación. Una conversación con una joven muy diferente.

– Le aseguro que no lo sé -dijo él ligeramente, mientras le ofrecía un plato-. Después de todo, apenas acabo de conocer a la Señorita Watson.

Lady Lucinda soltó un pequeño suspiro.

– Probablemente debería saber que ellas está enamorada de alguien más.

Gregory volvió su mirada a la mujer a la cual debía prestarle atención.

– ¿Discúlpeme?

Ella se encogió de hombros delicadamente, mientras colocaba unos bocadillos pequeños en su plato.

– Hermione. Está enamorada de alguien más. Pensé que usted querría saberlo

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