Lo que fuese. Sólo lamentaba que ella pasaría la eternidad en su suelo, descansando entre los Bevelstokes de días pasados. Su lápida llevaría el nombre de él, y en unos cientos de años, alguien miraría el grabado en el granito y pensaría que debió haber sido una buena mujer, y que era una tragedia que hubiese muerto tan joven.
Turner alzó la vista hacia el sacerdote. Era un tipo joven, nuevo en la parroquia y por lo que se decía, todavía convencido de que podía hacer del mundo un lugar mejor.
– Cenizas a las cenizas -dijo el sacerdote, y alzó la vista hacia el hombre que se suponía era el afligido viudo.
Oh sí , pensó Turner mordaz, ese sería yo .
– Polvo al polvo.
Detrás de él hasta alguien sorbió con ruido.
Y el sacerdote, sus brillantes ojos azules con aquel horrible e inmerecido brillo de simpatía, siguió hablando:
– Confiando en la resurrección…
Buen Dios.
– …a la vida eterna.
El sacerdote miró a Turner y de hecho se estremeció. Turner se preguntó qué era exactamente lo que había visto en su cara. Nada bueno, eso estaba claro.
Hubo un coro de amenes, y en ese momento terminó el servicio. Todos miraron al sacerdote, y miraron a Turner, y luego todos observaron al sacerdote coger las manos de Turner en las suyas y decir:
– La echaremos de menos.
– Yo -dijo Turner entre los dientes apretados- no.
No puedo creer que dijese eso .
Miranda bajó la vista a las palabras que acaba de escribir. En aquellos momentos, estaba en la página cuarenta y dos de su decimotercer diario, pero aquella era la primera vez -la primera desde aquel fatídico día nueve años antes- que no tenía ni idea de qué escribir. Incluso cuando los días eran aburridos (y lo solían ser), se las arreglaba para escribir apresuradamente una anotación.
En Mayo, cuando tenía catorce años…
Me desperté.
Me vestí.
Desayuné: tostadas, huevos, beicon.
Leí Sentido y Sensibilidad , autor, dama desconocida.
Escondí Sentido y Sensibilidad de padre.
Comí: pollo, pan, queso.
Conjugué verbos franceses.
Escribí una carta a la abuela.
Cené: bistec, sopa, pudín.
Leí más de Sentido y Sensibilidad , la identidad de la autora aún desconocida.
Me retiré.
Dormí.
Soñé con él.
Ésta no debía confundirse con la anotación del 12 de Noviembre del mismo año…
Me desperté.
Desayuné: huevos, tostadas, jamón.
Hice un gran alarde de lectura de la tragedia griega. En vano.
Pasé la mayor parte del tiempo mirando por la ventana.
Almorcé: pescado, pan, guisantes.
Conjugué los verbos en Latín.
Escribí una carta a la abuela.
Cené: asado, patatas, pudín.
Llevé la tragedia a la mesa (el libro, no el evento)
Padre no se dio cuenta.
Me retiré.
Me dormí.
Soñé con él.
Pero ahora, ahora que algo enorme y trascendental sí había ocurrido (lo que nunca había pasado) no tenía nada que decir excepto…
No puedo creer que dijese eso .
– Bien, Miranda -murmuró, observando la tinta seca en la punta de la pluma-, no serás famosa como diarista.
– ¿Qué dijiste?
Miranda cerró de golpe el diario. No se había dado cuenta de que Olivia había entrado a la habitación.
– Nada -dijo con rapidez.
Olivia caminó por la alfombra y se dejó caer sobre la cama.
– Qué día tan horrible.
Miranda asintió, girando en el asiento para poder estar de cara a su amiga.
– Me alegra que estuvieses aquí -dijo Olivia con un suspiro-. Gracias por quedarte el resto de la noche.
– Por supuesto -replicó Miranda.
No había habido preguntas, no cuando Olivia había dicho que la necesitaba.
– ¿Qué escribes?
Miranda bajó la vista al diario, sólo para darse cuenta de que sus manos descansaban protectoras sobre él.
– Nada -dijo.
Olivia había estado con la vista fija en el techo, pero ante eso movió la cabeza en dirección a Miranda.
– Eso no puede ser verdad.
– Tristemente, lo es.
– ¿Por qué es triste?
Miranda parpadeó. Olivia solía hacer las preguntas más obvia, y las que tenían respuestas menos obvias.
– Bueno -dijo Miranda, no precisamente para ganar tiempo, ya que en realidad, era más porque estaba intentando pensar mientras lo hacía. Movió las manos y bajó la vista al diario como si la respuesta correcta estuviera mágicamente inscrita en la cubierta-. Esto es todo lo que tengo. Es lo que soy.
Olivia la miró dudosa.
– Es un libro.
– Es mi vida.
– ¿Por qué será -opinó Olivia- que la gente me llama dramática a mí ?
– No digo que sea mi vida -dijo Miranda con un deje de impaciencia-, sólo que la contiene. Todo. Lo he escrito todo . Desde que tenía diez años.
– ¿Todo?
Miranda pensó en los muchos días en que había registrado obedientemente lo que había comido y poco más.
– Todo.
– Yo nunca podría llevar un diario.
– No.
Olivia giró sobre su costado, apuntalando su cabeza con una mano.
– No tienes por qué estar de acuerdo conmigo con tanta rapidez.
Miranda simplemente sonrió.
Olivia se dejó caer hacia detrás.
– Supongo que vas a escribir que tengo un corto lapso de atención.
– Ya lo he hecho.
Silencio, entonces:
– ¿En serio?
– Creo que dije que te aburrías con facilidad.
– Bueno -replicó su amiga, con un único momento de reflexión-, es bastante cierto.
Miranda volvió a bajar la mirada al escritorio. La vela derramaba destellos de luz sobre el secante, y se sintió repentinamente cansada. Cansada, pero afortunadamente, no soñolienta.
Agotada, quizás. Intranquila.
– Estoy exhausta -declaró Olivia, deslizándose fuera de la cama. Su sirvienta le había dejado la ropa de noche sobre las mantas, y Miranda giró la cabeza respetuosamente mientras Olivia se cambiaba.
– ¿Cuánto crees que se quedará Turner aquí? -preguntó Miranda, intentando no morderse la lengua. Odiaba estar todavía tan desesperada por verlo aunque fuese fugazmente, pero así había sido durante años. Incluso cuando él se había casado, y ella se había sentado en un banco de la iglesia durante la boda, y lo había observado, es decir, lo había visto mirar a su novia con todo el amor y la devoción que ardían en su propio corazón…
Aún lo miraba. Aún lo quería. Siempre lo haría. Era el hombre que la había hecho creer en sí misma. Él no tenía ni idea de lo que le había hecho -lo que había hecho por ella- y probablemente no lo haría nunca. Pero Miranda aún suspiraba por él. Y probablemente lo haría siempre.
Olivia gateó dentro de la cama.
– ¿Te quedarás despierta mucho rato? -preguntó, su voz pesada por los principios de sopor.
– No mucho. -Le aseguró Miranda.
Olivia no podía dormirse con una vela ardiendo tan cerca. Miranda no podía entenderlo, ya que el fuego de la chimenea no parecía molestarle, pero había visto a Olivia sacudirse y girar con sus propios ojos, y por eso, cuando se dio cuenta de que su mente estaba todavía funcionando y que “no mucho” había sido un poco mentira, se inclinó hacia delante y sopló la vela.
– Me llevaré esto a otro sitio -dijo Miranda, colocándose el diario bajo el brazo.
– Graciasss -murmuró Olivia, y para el momento en que Miranda le puso una sobrecubierta y llegó al pasillo, ya estaba dormida.
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