Julia Quinn - El Primer Beso

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El Primer Beso: краткое содержание, описание и аннотация

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Ecos de la Sociedad de Lady Whistledown, mayo 1816.
Un huidizo cazador de fortunas es cautivado por la debutante más deseada de la temporada… y debe demostrar que está decidido a robar el corazón de la dama, sin su dote.
Peter Thompson hizo una promesa lecho de muerte a su mejor amigo: que debía velar por su hermana menor. Pero cuando este condecorado soldado finalmente conoce a la señorita Matilde Howard, descubre que sus sentimientos son cualquier cosa menos fraternos.

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Hay, con seguridad, algunas discrepancias acerca del destino de las joyas preciosas. Un número de invitados mantiene que el brazalete simplemente fue extraviado, pero lady Neeley afirma un recuerdo claro como el agua de esa noche, y dice que fue un robo, sin duda.

Aparentemente, el brazalete (cuyo cierre se descubrió que era defectuoso por lady Mathilda Howard) fue colocado en una bombonera (seleccionada por el esquivo lord Easterly) y ubicado en una mesa en la sala de estar de lady Neeley. Lady Neeley pretendía llevar la bombonera al comedor, para que sus invitados pudieran admirar su evidente fulgor, pero en la prisa por llegar a la comida (para ese momento, se dijo a esta Autora que la hora era tan tardía que los invitados, famélicos todos, abandonaron el decoro y corrieron locamente hacia el comedor), el brazalete fue olvidado. Cuando lady Neeley recordó las joyas en la otra habitación, envió al lacayo a buscarlas, pero él regresó sólo con la bombonera.

Entonces, por supuesto, fue cuando comenzó el verdadero alboroto.

Lady Neeley intentó hacer que todos sus invitados fuesen registrados, pero realmente, ¿alguien piensa que una persona como el conde de Canby consentiría que su persona fuese registrada por un lacayo de la baronesa? Se sugirió que el brazalete había sido robado por un sirviente, pero lady Neeley mantiene una lealtad admirable hacia sus sirvientes (quienes, sorprendentemente, corresponden al sentimiento), y se negó a creer que alguien de su personal, ninguno de los cuales ha estado empleado por ella por menos de cinco años, la hubiese traicionado de semejante manera.

Al final, todos los invitados partieron de mal humor. Y tal vez más trágicamente, todos los alimentos -excepto la sopa- quedaron sin ser comidos. Uno sólo puedo esperar que lady Neeley estimara pertinente ofrecer el banquete a sus sirvientes, a quienes tan recientemente había defendido contra el ataque.

Y uno puede estar seguro, Querido Lector, de que esta Autora continuará comentando sobre este último dato. ¿Es posible que un miembro de la alta sociedad no sea más que un ordinario ladrón? Tonterías. Uno tendría que ser totalmente singular para haber llevado como por arte de magia una pieza tan valiosa, justo bajo las narices de lady N.

Ecos de sociedad de lady Whistledown, 29 de mayo de 1816

– Y entonces -dijo con efusividad un joven caballero elaboradamente vestido, hablando en el tono de quien está seguro de que siempre está al tanto de los últimos chismes-, obligó al señor Brooks, su propio sobrino, a quitarse el abrigo y permitir que dos lacayos lo registraran.

– Escuché que eran tres.

– No fue ninguno -dijo Peter lentamente, de pie en la entrada de la sala de estar Canby-. Estuve allí.

Siete caballeros se volvieron para enfrentarlo. Cinco se veían molestos, uno aburrido y uno divertido. En cuanto a Peter, estaba profundamente irritado. No estaba seguro de qué había esperado cuando había decidido viajar a la opulenta residencia Canby en Mayfair para visitar a Tillie, pero no había sido esto. La espaciosa sala de estar estaba a rebosar de hombres y flores, y el pequeño ramo de lirios en su mano parecía bastante superfluo.

¿Quién hubiese sabido que Tillie era tan popular?

– Estoy bastante seguro -dijo el primer caballero-, de que fueron dos lacayos.

Peter se encogió de hombros. No le importaba si el petimetre tenía la verdad o no.

– Lady Mathilda también estaba allí -dijo-. Pueden preguntarle, si no me creen.

– Es verdad -dijo Tillie, sonriéndole como saludo-. Aunque el señor Brooks sí se quitó el abrigo.

El hombre que había afirmado que los tres lacayos habían estado registrando invitados se volvió hacia Peter e inquirió, con un aire de superioridad:

– ¿Usted se quitó su abrigo?

– No.

– Los invitados se sublevaron luego de que el señor Brooks fue registrado -explicó Tillie, y cambió de tema, preguntando a sus pretendientes reunidos-: ¿Conocen ustedes al señor Thompson?

Sólo dos lo conocían; Peter todavía era nuevo en la ciudad, y la mayoría de sus conocidos estaban limitados a amigos de la escuela de Eton y Cambridge. Tillie hizo las presentaciones necesarias, y entonces Peter quedó relegado a la octava mejor posición en la sala, ya que ninguno de los otros caballeros estaba dispuesto a trasladarse y permitir ninguna ventaja a otro para cortejar a la encantadora -y rica- lady Mathilda.

Peter leyó Whistledown; sabía que Tillie era considerada la mayor heredera de la temporada. Y recordó a Harry diciendo -con bastante frecuencia, en realidad- que iba a tener que repeler a los caza-fortunas con un palo. Pero Peter no se había dado cuenta hasta ese momento de lo aplicadamente que estaban luchando los jóvenes de Londres por su mano.

Era repugnante.

Y, a decir verdad, él debía a Harry asegurarse de que el hombre que ella escogiera (o como era más probable, el hombre que su padre escogiera para ella) la tratara con el afecto y respecto que merecía.

Así que se dio a la tarea de inspeccionar, y cuando fuera adecuado, ahuyentar a los jóvenes enfermos de amor que lo rodeaban.

El primer caballero fue fácil. Le llevó minutos apenas decidir que su vocabulario no llegaba a mucho, y lo único que Peter tuvo que hacer fue mencionar que Tillie le había dicho que la actividad que disfrutaba más que ninguna era leer tratados filosóficos. El pretendiente corrió con prisa a la puerta, y Peter decidió que aunque Tillie no le hubiese mencionado realmente tal predilección la noche anterior, seguía siendo cierto que sin dudas era lo bastante inteligente como para leer tratados filosóficos si eso quisiera, y eso solo podía incapacitar la unión.

El siguiente caballero era conocido a Peter por reputación. Un jugador empedernido, lo único que necesitó para despedirse fue la mención de una inminente carrera de caballos en Hyde Park. Y, pensó Peter con satisfacción, llevó a otros tres con él. Era algo bueno que esa carrera de caballos no fuese ficticia, aunque los cuatro jóvenes podían decepcionarse un poco cuando se dieran cuenta de que Peter había confundido la hora del evento y, además, que todas las apuestas habían sido realizadas sesenta minutos antes.

Oh, bueno.

Sonrió. Estaba divirtiéndose bastante más de lo que hubiese imaginado.

– Señor Thompson -llegó una voz seca, femenina, a su oído-, ¿está usted ahuyentando a los pretendientes de mi hija?

Él se giró para enfrentar a lady Canby, que estaba mirándolo con una expresión divertida, por lo cual Peter estuvo inmensamente agradecido. La mayoría de las madres hubiesen estado furiosas.

– Por supuesto que no -respondió-. No con los que usted querría verla casada, de ningún modo. -Lady Canby sólo levantó las cejas-. Cualquier hombre que prefiera tirar dinero en una carrera de caballos que permanecer aquí en su presencia, no merece a su hija.

Ella rió, y cuando lo hizo, se pareció mucho a Tillie.

– Bien dicho, señor Thompson -dijo la mujer-. No se puede ser demasiado cuidadosa cuando una es madre de una gran heredera.

Peter se quedó callado, inseguro de si ese comentario pretendía ser más mordaz de lo que podía implicar el tono de ella. Si lady Canby sabía quién era él, y así era -había reconocido su nombre inmediatamente cuando habían sido presentados la noche anterior- entonces también sabía que tenía poco más que peniques a su nombre.

– Prometí a Harry que la cuidaría -dijo, su voz impasible y resuelta.

No podía haber confusión de que pretendía cumplir con su juramento.

– Ya veo -murmuró lady Canby, inclinando apenas la cabeza a un lado-. ¿Y es por eso que está aquí?

– Por supuesto.

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