Él se dio cuenta de que era encantadora. Encantadora de un modo que Harry nunca podría haber descrito, de una manera que él, como su hermano, nunca podría haber visto. Harry nunca hubiese sido capaz de ver a la mujer más allá de la niña, nunca se hubiera dado cuenta de que la curva de su mejilla rogaba por una caricia, o que cuando abría la boca para hablar, a veces se detenía primero, sus labios se fruncían apenas, como esperando un beso.
Harry nunca hubiese visto nada de eso, pero Peter sí, y eso lo agitó hasta el centro de su ser.
– ¿Quería preguntarme algo? -le dijo, sorprendido de que su voz saliera sonando bastante normal.
– Así era -dijo ella-, aunque no estoy segura cómo… no sé…
Peter esperó que ella ordenara sus pensamientos.
Después de un momento, ella se inclinó hacia delante, miró alrededor de la mesa, como para asegurarse de que nadie estuviera mirándolos, y preguntó:
– ¿Estaba usted allí?
– ¿Dónde? -preguntó él, aunque sabía exactamente a qué se refería ella.
– Cuando él murió -dijo Tillie en voz baja-. ¿Estaba usted allí?
Él asintió. No era un recuerdo que quisiera volver a visitar, pero le debía esa honestidad.
El labio inferior de ella tembló, y susurró:
– ¿Él sufrió?
Por un momento Peter no supo qué decir. Harry había sufrido. Había pasado tres días en lo que tenía que haber sido un tremendo dolor, con ambas piernas quebradas, la derecha tanto que el hueso había atravesado la piel. Podría haber sobrevivido a eso, quizá incluso sin la extremidad -su cirujano era bastante hábil para encajar huesos-, pero entonces la fiebre se había declarado, y no había pasado mucho tiempo antes de que Peter se diera cuenta de que Harry no ganaría su batalla. Dos días más tarde estaba muerto.
Pero cuando había escapado de la vida, había estado tan indiferente que Peter no había estado seguro de si sentía dolor o no, especialmente con el láudano que él había robado a su comandante y vertido por la garganta de Harry. Entonces, cuando finalmente respondió la pregunta de Tillie, sólo dijo:
– Un poco. No fue indoloro, pero creo… al final… fue en paz.
Ella asintió.
– Gracias. Siempre me lo he preguntado. Siempre me lo hubiese preguntado. Me alegra saber.
Él devolvió su atención a la sopa, esperando que un poquito de langosta, harina y caldo pudieran desterrar el recuerdo de la muerte de Harry, pero entonces Tillie dijo:
– Se supone que sea más fácil porque es un héroe, pero no lo creo. -Peter la miró, con la pregunta en sus ojos-. Todos dicen que debemos estar tan orgullosos de él -explicó ella-, porque es un héroe, porque murió en un campo de batalla en Waterloo, su bayoneta en el cuerpo de un soldado francés, pero no creo que eso lo haga más fácil. -Sus labios temblaron trémulamente, el tipo de sonrisa extraña, indefensa que uno hace cuando se da cuenta de que algunas preguntas no tienen respuesta-. Todavía lo extrañamos, tal como lo hubiésemos hecho si él hubiese caído de su caballo, o contagiado el sarampión, o si se hubiese ahogado con un hueso de pollo.
Peter sintió que sus labios se abrían mientras digería las palabras de ella.
– Harry era un héroe -se oyó decir, y era la verdad.
Harry había probado ser un héroe más de una docena de veces, luchando con valor, y salvando la vida de otro más de una vez. Pero Harry no había muerto como un héroe, no del modo en que a la mayoría de la gente le gustaba pensar. Harry ya estaba muerto para el momento en que lucharon contra los franceses en Waterloo, su cuerpo irremediablemente destrozado en un estúpido accidente, atrapado durante seis horas bajo un carro de suministros que alguien había intentado reparar demasiadas veces. La maldita cosa debería haber sido cortada para leña semanas antes, pensó Peter ferozmente, pero el ejército nunca tenía suficiente de nada, incluyendo los humildes carros de provisiones, y su comandante de regimiento se había negado a darlo por muerto.
Pero claramente esa no era la historia que habían contado a Tillie, y probablemente también a sus padres. Alguien había intentado suavizar el golpe de la muerte de Harry pintando sus últimos minutos con los profundos colores rojos del campo de batalla, en toda su horrible gloria.
– Harry era un héroe -dijo Peter otra vez, porque era verdad, y hacía mucho tiempo que había aprendido que aquellos que no habían experimentado la guerra, jamás podrían comprender esa verdad.
Y si ofrecía consuelo pensar que alguna muerte podía ser más noble que otra, él no pensaba romper la ilusión.
– Usted era un buen amigo -dijo Tillie-. Me alegra que él lo tuviera.
– Le hice una promesa -se le escapó. No había querido decírselo, pero de algún modo no pudo evitarlo-. En realidad, los dos hicimos una promesa. Fue algunos meses antes de que él muriera, y los dos… Bueno, la noche anterior había sido espeluznante, y habíamos perdido a muchos de nuestro regimiento.
Ella se acercó, con los ojos muy abiertos y brillando con compasión, y cuando Peter la miró, vio el tono rosado lechoso de su piel, el suave espolvoreado de pecas sobre su nariz… más que nada, quiso besarla.
Buen Dios. Justo allí en la cena de lady Neeley, quiso tomar a Tillie Howard por los hombros, tirarla contra él y besarla con todo su ser.
Harry lo hubiese regañado allí mismo.
– ¿Qué sucedió? -preguntó ella, y las palabras deberían haberlo sacudido de vuelta a la realidad, recordarle que estaba diciéndole algo bastante importante, pero lo único que podía hacer era mirar fijamente sus labios, que no eran del todo rosados, sino más bien un poco color durazno, y se le ocurrió que nunca antes se había molestado en observar la boca de una mujer -al menos no de este modo- antes de besarla.
– ¿Señor Thompson? -preguntó ella-. ¿Peter?
– Lo siento -dijo él, sus dedos formando un puño bajo la mesa, como si el dolor de las uñas contra sus palmas de algún modo pudiera obligarlo a regresar al asunto que los ocupaba-. Hice una promesa a Harry -continuó-. Estábamos hablando sobre el hogar, como hacíamos con frecuencia cuando las cosas eran particularmente difíciles, y él la mencionó a usted, y yo mencioné a mi hermana que tiene catorce años, y nos prometimos mutuamente que si algo nos ocurría, cuidaríamos a la hermana del otro. La mantendríamos a salvo.
Por un momento ella no hizo nada más que mirarlo, y entonces dijo:
– Eso es muy bondadoso de su parte, pero no se preocupe, lo absuelvo de su promesa. No soy una muchacha ingenua, y aún tengo un hermano, William. Además, no necesito un reemplazo para Harry.
Peter abrió la boca para hablar y rápidamente lo pensó mejor. No se sentía fraternal hacia Tillie, y estaba bastante seguro de que no era esto lo que Harry tenía en mente cuando le había pedido que cuidara de ella.
Y lo último que quería era ser su hermano de reemplazo.
Pero el momento parecía exigir una respuesta, y de hecho Tillie estaba observándolo con curiosidad, con la cabeza inclinada a un lado como si estuviese esperando que él dijera algo significativo e inteligente o, si no eso, algo que le permitiera ofrecer una réplica en broma.
Por eso fue que, cuando la espantosa voz de lady Neeley chilló por la habitación, a Peter no le molestó el sonido, aunque fuera para decir:
– ¡Ha desaparecido! ¡Mi brazalete ha desaparecido!
La invitación más codiciada de la semana es ahora el evento más comentado. Si es posible que usted, Querido Lector, todavía no haya escuchado la noticia, esta Autora la narrará aquí: los hambrientos invitados de lady Neeley ni siquiera habían terminado su sopa cuando se descubrió que el brazalete de rubí de su anfitriona había sido robado.
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