Julia Quinn - El Primer Beso

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El Primer Beso: краткое содержание, описание и аннотация

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Ecos de la Sociedad de Lady Whistledown, mayo 1816.
Un huidizo cazador de fortunas es cautivado por la debutante más deseada de la temporada… y debe demostrar que está decidido a robar el corazón de la dama, sin su dote.
Peter Thompson hizo una promesa lecho de muerte a su mejor amigo: que debía velar por su hermana menor. Pero cuando este condecorado soldado finalmente conoce a la señorita Matilde Howard, descubre que sus sentimientos son cualquier cosa menos fraternos.

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Peter se estremeció al ver al papagayo lanzarse fuera del hombro de lady Neeley y revolotear por la habitación hacia una mujer delgada de cabello oscuro, que claramente quería estar en cualquier sitio excepto donde se encontraba. Ella batió las manos al ave, pero la criatura no la dejaba en paz.

– Pobrecita -dijo Tillie-. Espero que no la picotee.

– No -dijo Peter, observando la escena con asombro-. Pienso que se cree enamorado.

Y en efecto, el papagayo hocicaba a la pobre mujer, arrullando: “Martin, Martin”, como si acabara de entrar por las puertas del cielo.

– Milady -suplicó la señorita Martin, frotando sus ojos cada vez más inyectados en sangre.

Pero lady Neeley sólo rió.

– Pagué cien libras por ese pájaro, y lo único que hace es hacer el amor a la señorita Martin.

Peter miró a Tillie, cuya boca estaba cerrada en una furiosa línea.

– Esto es terrible -dijo ella-. Ese ave está enfermando a la pobre mujer, y a lady Neeley no le importa un comino.

Peter entendió que eso significaba que se suponía que él hiciera de caballero con brillante y armadura, y salvara a la pobre acompañante atribulada de lady Neeley, pero antes de que pudiera dar un paso, Tillie había atravesado la sala. La siguió con interés, viendo cómo estiraba un dedo y alentaba al ave a abandonar el hombro de la señorita Martin.

– Gracias -dijo la señorita Martin-. No sé porqué actúa de ese modo. Nunca antes me había prestado atención.

– Lady Neeley debería encerrarlo -dijo Tillie severamente.

La señorita Martin no dijo nada. Todos sabían que eso jamás sucedería.

Tillie llevó el pájaro de regreso a su dueña.

– Buenas noches, lady Neeley -le dijo-. ¿Tiene una percha para su ave? O tal vez deberíamos ponerlo nuevamente en su jaula.

– ¿No es dulce? -dijo lady Neeley. Tillie sólo sonrió. Peter se mordió el labio para evitar soltar una risita-. Su percha está aquí -dijo lady Neeley, señalando con la cabeza un lugar en el rincón-. El lacayo llenó su plato con semillas; no irá a ninguna parte.

Tillie asintió y llevó el ave a su percha. En efecto, comenzó a picotear furiosamente su comida.

– Usted debe tener pájaros -dijo Peter.

Tillie sacudió la cabeza.

– No, pero he visto a otros manejarlos.

– ¡Lady Mathilda! -exclamó lady Neeley.

– Me temo que ha sido llamada -murmuró Peter.

Tillie le disparó una mirada sumamente irritada.

– Sí, bien, usted parece haber adoptado el puesto de mi escolta, así que también tendrá que venir. ¿Sí, lady Neeley? -completó, su tono instantáneamente transformado en pura dulzura y luz.

– Ven aquí, niña, quiero mostrarte algo.

Peter siguió a Tillie por la habitación, manteniendo una distancia segura cuando su anfitriona estiró el brazo.

– ¿Te gusta? -Preguntó, tintineando su brazalete-. Es nuevo.

– Es encantador -dijo Tillie-. ¿Rubíes?

– Por supuesto. Es rojo. ¿Qué otra cosa podría ser?

– Eh…

Peter sonrió mientras veía a Tillie intentando deducir si la pregunta era retórica o no. Con lady Neeley, uno nunca podía estar seguro.

– También tengo un collar a juego -continuó lady Neeley alegremente-, pero no quería exagerar. -Se inclinó hacia delante y dijo en un tono que en cualquier otro no hubiese sido descrito como discreto-: No todos aquí tienen los bolsillos tan gordos como nosotras dos.

Peter podría haber jurado que ella lo miró, pero decidió ignorar la afrenta. Uno realmente no podía ofenderse por ninguno de los comentarios de lady Neeley; hacerlo atribuiría demasiada importancia a su opinión y, además, uno siempre estaría sintiéndose insultado.

– ¡Pero sí me puse mis aretes!

Tillie se acercó y admiró diligentemente los aros de su anfitriona, pero entonces, justo cuando estaba enderezando los hombros, el brazalete de lady Neeley, por el que había hecho tanto alboroto, se deslizó de su muñeca y aterrizó sobre la alfombra con un delicado golpe.

Mientras lady Neeley chillaba consternada, Tillie se agachó y recuperó las joyas.

– Es una pieza encantadora -dijo Tillie, admirando los rubíes antes de devolverlos a su dueña.

– No puedo creer que eso haya sucedido -dijo lady Neeley-. Tal vez es demasiado grande. Mis muñecas son muy delicadas, ya sabes.

Peter tosió en su mano.

– ¿Podría examinarlo? -dijo Tillie, pateándole el tobillo.

– Por supuesto -dijo la mujer mayor, pasándoselo nuevamente-. Mis ojos no son lo que solían ser.

Una pequeña multitud se había reunido, y todos esperaban mientras Tillie entrecerraba los ojos y toqueteaba el brillante mecanismo dorado del cierre.

– Creo que tendrá que hacerlo arreglar -dijo Tillie finalmente, devolviendo el brazalete a lady Neeley-. El cierre es defectuoso. Seguramente volverá a caerse.

– Tonterías -dijo lady Neeley, estirando el brazo-. ¡Señorita Martin! -rugió.

La señorita Martin corrió a su lado y volvió a fijar el brazalete.

Lady Neeley soltó un “hmmf” y llevó su muñeca hacia su rostro, examinando el brazalete una vez más antes de bajar el brazo.

– Compré esto en Asprey's, y te aseguro que no hay mejor joyero en Londres. No me venderían un brazalete con un cierre defectuoso.

– Estoy segura de que no fue su intención -dijo Tillie-, pero…

No necesitó terminar. Todos se quedaron mirando el punto en la alfombra donde el brazalete aterrizó por segunda vez.

– Definitivamente el cierre -murmuró Peter.

– Esto es una atrocidad -anunció lady Neeley.

Peter estuvo bastante de acuerdo, especialmente porque ahora habían desperdiciado minutos preciosos en el brillante brazalete cuando lo único que todos querían a esta altura era ir a cenar y comer. Tantas barrigas rugían que no podía decir cuál era cuál.

– ¿Qué haré con esto ahora? -dijo lady Neeley, luego de que la señorita Martin hubiese recuperado el brazalete de la alfombra y se lo entregase.

Un hombre alto de cabello oscuro, a quien Peter no reconoció, hizo aparecer una pequeña bombonera.

– Tal vez esto bastará -dijo, estirándolo.

– Easterly -murmuró lady Neeley, bastante de mala gana en realidad, como si no quisiera particularmente reconocer la ayuda del caballero. Dejó el brazalete sobre el plato y lo puso en una credenza cercana-. Allí está -dijo, acomodando el brazalete en un ordenado círculo-. Supongo que todos pueden admirarlo igualmente allí.

– Tal vez podría servir como centro en la mesa mientras cenamos -sugirió Peter.

– Hmm, sí, excelente idea, señor Thompson. Es casi hora de ir a cenar, de cualquier modo.

Peter podría haber jurado que oyó a alguien susurrar “¿Casi?”

– Oh, muy bien, comeremos ahora -dijo lady Neeley-. ¡Señorita Martin!

La señorita Martin, que de algún modo había logrado poner varios metros entre ella y su empleadora, regresó.

– Ocúpate de que todo esté listo para la cena -dijo lady Neeley.

La señorita Martin salió, y entonces, en medio de múltiples suspiros de alivio, el grupo pasó de la sala de estar al comedor.

Para su placer, Peter descubrió que estaba sentado junto a Tillie. Normalmente no se encontraría al lado de la hija de un conde y, a decir verdad, sospechó que se suponía que estuviera emparejado con la mujer a su derecha, pero ella tenía a Robbie Dunlop del otro lado, y él parecía estar conversando bastante bien con ella.

La comida era, como los chismes habían prometido, exquisita, y Peter estaba bastante feliz metiendo cucharadas de sopa de langosta en su boca cuando oyó un movimiento a su izquierda, y cuando se dio vuelta, Tillie estaba mirándolo, con los labios abiertos como si estuviera a punto de decir su nombre.

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