– Yo nunca le di importancia a sus palabras, era Percy después de todo, y él era tonto de remate. Pero entonces tú lo dijiste, y…
Blake cerró los ojos durante un largo segundo, sabiendo lo próximo que diría, y le dio auténtico pavor.
Un sonido ligeramente ahogado surgió de la garganta de Caroline antes de decir
– Y entonces creí que probablemente sería cierto.
– Caroline, yo…
– Porque tú no estás loco, y sé incluso mejor de lo que sabía, que Percy lo estaba.
– Caroline – dijo él firmemente – soy tonto, absolutamente tonto y estúpido al referirme a ti con algo que no sea el mayor de los elogios.
– No necesitas mentir para hacerme sentir mejor.
La miró con el ceño fruncido. O mejor dicho, a la parte superior de su cabeza, desde que ella se miraba los pies
– Te dije que nunca miento.
Ella lo miró desconfiada.
– Me dijiste que raramente mientes.
– Miento cuando está en juego la seguridad de Gran Bretaña, no tus sentimientos.
– No estoy segura de si eso es, ó no es un insulto.
– De ninguna manera es un insulto, Caroline. ¿ Y porque creerías que estaba mintiendo?
Ella puso sus ojos en blanco hacia él.
– Tú fuiste menos que afectuoso conmigo anoche.
– Anoche más bien quería estrangularte – admitió – pones tu vida en peligro sin razón.
– Creí que salvarte la vida era una razón bastante buena para mí – le dijo bruscamente.
– No quiero discutir sobre eso en este momento. ¿Aceptas mis disculpas?
– ¿Por qué?
Él elevó una ceja.
– ¿Quiere esto decir que tengo más de un motivo por el que debo disculparme?
– Señor Ravenscroft, me faltan números para contar…
Él sonrió abiertamente.
– Ahora sé que me has perdonado, si estás de broma.
Esta vez fue ella la que alzó la ceja, y él se percató de que ella se las apañó para parecer casi tan arrogante como él cuando lo hacía.
– ¿Y que te hace pensar que estoy de broma? – Pero entonces ella se rió, lo que arruinó bastante el efecto.
– ¿Estoy perdonado?
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
– Percy nunca pidió disculpas.
– Percy es claramente un idiota.
Ella sonrió entonces (una sonrisa triste y pequeña que casi fundió su corazón).
– Caroline – dijo, casi sin reconocer su propia voz.
– ¿Sí?
– Oh, demonios – se inclinó y rozó sus labios contra los de ella con el más ligero y delicado de los besos. No era que él quisiera besarla, él necesitaba besarla. Lo necesitaba de la forma que necesitaba el aire, y el agua, y el sol del atardecer en su rostro. El beso fue casi espiritual, el cuerpo entero de él se estremeció con el leve roce de sus labios.
– Oh, Blake – suspiró, tan aturdida como él.
– Caroline – murmuró, recorriendo con sus labios a lo largo de la esbelta línea de su cuello – no sé porqué… no lo entiendo, pero…
– Me da igual – dijo ella, con voz totalmente decidida para ser alguien a quien la respiración pasaba ya a ser irregular. Echó los brazos alrededor de su cuello y le devolvió el beso con natural desenvoltura.
La presión cálida de su cuerpo contra el de él era más de lo que Blake podía soportar, la levantó rápidamente entre sus brazos y la llevó por el pasillo del piso superior hasta su habitación. Le dio una patada a la puerta, que estaba cerrada, y se tumbaron en la cama; su cuerpo cubrió el de ella con una posesividad como nunca soñó que podría volver a sentir.
– Te deseo – murmuró – te deseo ahora, de todas las formas – el suave ardor de ella lo atraía, y sus dedos se dirigieron con urgencia hacia los botones del vestido, pasándolos a través de los ojales deprisa y con desenvoltura.
– Dime lo que quieres – susurró.
Ella sólo movió la cabeza en gesto negativo.
– No lo sé. No sé lo que quiero.
– Sí – dijo él, empujando el vestido hacia abajo para dejar al descubierto un hombro sedoso – tú si lo sabes.
En ese instante, los ojos de ella volaron hacia su rostro.
– Sabes que nunca he…
Él puso tiernamente un dedo sobre los labios de ella.
– Lo sé, pero no importa, tú si sabes lo que te hace sentir bien.
– Blake, yo…
– Calla – Él cerró los labios de ella con un ardiente beso y los volvió a abrir con un ligero y apasionado toque de su lengua – por ejemplo – dijo contra su boca – ¿quieres más de esto?
Ella se quedó quieta un momento, y después, él sintió que sus labios se movían arriba y abajo, afirmando.
– Entonces lo tendrás. – La besó con fiereza, percibiendo el sutil sabor a menta que ella exhalaba. Gimió bajo él, y colocó con indecisión la mano en su mejilla – ¿te gusta eso? – preguntó ella tontamente.
Él gruñó mientras se arrancaba la corbata.
– Puedes tocarme donde tú quieras, puedes besarme donde tú quieras, ardo sólo con verte, ¿puedes imaginar lo que me hace tu contacto?
Con dulce indecisión, bajó deslizándose y le besó su mejilla perfectamente afeitada; después se movió hasta su oreja, y su cuello, y Blake creyó que seguramente moriría en sus brazos si continuaba sin satisfacer su pasión. Continuó bajándole el vestido descubriendo un pequeño, pero en su opinión, perfectamente formado pecho.
Inclinó su cabeza hacia ella, y tomó el pezón con su boca, apretando ligeramente el rosado brote entre sus labios. Ella gemía debajo de él, gritando su nombre, y él supo que ella lo deseaba. Y la idea lo excitó.
– Oh Blake oh Blake oh Blake – gemía – ¿puedes hacer eso?
– Te aseguro que puedo – dijo, ahogando una risa profunda.
Ella jadeaba mientras él chupaba con un roce firme
– No, pero ¿está permitido?
Su risa ahogada se convirtió en una risa gutural.
– Todo está permitido, mi amor.
– Sí, pero yo… ooooooooohhhhhhhhhh
Blake rió abiertamente con un aire de satisfacción muy masculino, mientras las palabras de ella iban perdiendo coherencia.
– Y ahora – dijo con una malvada mirada lasciva – puedo hacerlo con el otro.
Sus manos se dedicaron a bajarle el vestido para descubrir el otro hombro, pero justo antes de que su premio se dejara ver, él oyó el sonido más desagradable.
Perriwick.
– ¿Señor? ¿Señor? ¡Señor! – esto acompañado del golpeteo de nudillos más molestamente insoportable.
– ¡Blake! – Caroline sofocó un grito.
– Shhh – él puso su mano sujetando la boca de ella – él se alejará.
– ¡Señor Ravenscroft! ¡es urgentísimo!.
– No creo que se vaya – susurró ella, amortiguándose las palabras bajo la palma de la mano.
– ¡Perriwick! – bramó Blake – estoy ocupado ¡lárgate! ¡A hora !
– Sí, le creo – dijo el mayordomo a través de la puerta – es solo que estoy muy asustado.
– Sabe que estoy aquí – siseó Caroline. Entonces, repentinamente ella se puso roja como una frambuesa.
– Oh, Dios santo, sabe que estoy aquí. ¿Que habré hecho?
Blake blasfemó entre dientes. Caroline había recuperado con gran esfuerzo el buen juicio, y recordó que una señorita de su categoría no haría la clase de cosas que ella había hecho. Y, demonios, eso le hizo a él recordar también que no podía aprovecharse de ella mientras tuviera algo de conciencia.
– No puedo dejar que Perriwick me vea – dijo ella desesperadamente.
– Solo es el mayordomo – replicó Blake, sabiendo que no llevaba razón, pero demasiado frustrado para preocuparse.
– Él es mi amigo, y su opinión de mí, importa.
– ¿A quién?
– A mí, cabeza de chorlito – ella intentaba arreglar su apariencia con tanta prisa que sus dedos resbalaban sobre los botones del vestido.
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