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Nicola Cornick: La mala reputación

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Nicola Cornick La mala reputación

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La peligrosamente seductora, y pecaminosamente bella, Susanna Burney era la persona más buscada en los círculos de la alta sociedad londinense como rompe relaciones. Pagada por padres adinerados que querían separar a sus hijos de mujeres a las que no consideraban convenientes, jamás había fallado en su misión de distraer al futuro prometido. Hasta que su última misión la obligó a encontrarse cara a cara con el hombre que en el pasado le había impartido una íntima clase sobre corazones rotos. James Devlin tenía todo lo que siempre había querido: un título, una prometida rica y un lugar en la alta sociedad. Pero la mujer con la que acababa de cruzar la mirada en un abarrotado salón amenazaba con destruir todo lo que hasta entonces había conseguido. Y no porque Susanna hubiera reclamado su corazón en otro tiempo, o porque sus sinuosos movimientos le hubieran dejado sin respiración. Sino porque los secretos que guardaba podían costarle todo lo alcanzado. Para dejar el pasado definitivamente atrás, Dev tendría que enfrentarse a Susanna con sus mismas armas…

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Capítulo 19

Era el día de su aniversario de boda y hacía un día precioso.

Susanna permanecía tras el mostrador en la tienda de la señora Green, con la mirada fija en los enormes ventanales de la galería, contemplando el puerto y el mar que se extendían ante sus ojos. Al regresar a Escocia, no había querido volver a las bulliciosas calles de Edimburgo. Encerraban demasiados recuerdos. En cambio, había decidido instalarse en una tranquila población de la costa oeste, con vistas a la isla de Sky y las afiladas cumbres de las Cuillins. Había numerosas tabernas en Oban en las que podría haber encontrado trabajo, y posadas que tenían como clientes a conductores y pescadores. Afortunadamente, en vez de volver a servir pintas de cervezas o a cantar baladas de taberna en taberna, Susanna había conseguido trabajo en la única tienda de ropa de Oban. La señora Green se enorgullecía de la categoría de su clientela y esperaba un nivel similar en sus empleadas. La elegancia de Susanna y sus buenos modales la habían convencido.

Durante las tres semanas que habían pasado desde que Susanna había salido de Londres, había ido a ver a Rose y a Rory y había tenido una difícil conversación con cada uno de ellos. Rory había estallado en cólera cuando Susanna le había explicado que al final, no iba a poder abandonar el hogar del doctor Murchison y que todavía tardarían algún tiempo en formar una familia. Rose había sido más moderada, su reproche había sido silencioso, pero, en ambos casos, Susanna había sido testigo de su tristeza y había tenido la sensación de que había vuelto a fallarles. No había vuelto a tener noticias del señor Churchward. A lo mejor era demasiado pronto, pero estaba segura de que Devlin había empezado el proceso de anulación matrimonial para pasar definitivamente aquella página de su vida. Se preguntaba si sabría de sus proezas a través de los periódicos sensacionalistas, si hablarían de que había conseguido el rescate de un rey o si había seducido a la meretriz de un monarca. Al pensar en ello, se le rompió otro pedazo de su maltrecho corazón.

Había llorado al descubrir que no llevaba en su vientre un hijo de Devlin, y había llorado después porque no entendía por qué lloraba. Ella pensaba que llegaría a alegrarse de poder romper con todos los vínculos del pasado. Había elegido estar sola y empezar desde cero porque tenía miedo de perder a Dev y prefería poner fin a esa relación antes de que fuera demasiado tarde. Pero en realidad, ya lo era. Lo había sido desde el momento en el que había vuelto a enamorarse de él. En dos ocasiones no había sido capaz de arriesgarse lo suficiente como para amarle sin miedos. No habría una tercera oportunidad.

Sonó con fuerza la campana de la puerta. Susanna alzó la mirada de los fardos de batista y muselina que caían en cascada sobre el mostrador y sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Porque Devlin estaba en la puerta del establecimiento. Estaba increíblemente atractivo con el uniforme de la Marina. Susanna tuvo la sensación de que la tienda comenzaba a girar lentamente. Por un momento, pensó que iba a desmayarse. Vio a Devlin acceder al interior de la tienda y cerrar la puerta tras él. Para entonces, toda la clientela femenina estaba mirándole ya sin disimular su fascinación. La compañera más joven de Susanna se abstrajo de tal manera de su trabajo que toda una bobina de tela terminó en el suelo. Dev la recogió y se la devolvió con una sonrisa y una palabra amable, y Susanna pensó que su compañera iba a desmayarse de emoción.

Dev avanzó hasta colocarse delante de Susanna. Había una leve sonrisa en sus ojos azules mientras la miraba. Susanna sentía la garganta seca, como de serrín. El corazón comenzó a latirle con fuerza.

– Susanna.

Una sola palabra y Susanna se dijo que también ella iba a desvanecerse. Tomó aire y se aferró al borde del mostrador para no perder el equilibrio.

– ¿Puedo ayudaros en algo, señor? -preguntó muy educadamente-. ¿Estáis interesado en nuestra mercancía?

La sonrisa de Dev se tornó en una sonrisa abiertamente picara.

– No, estoy más interesado en vos. Me gustaría hacer una oferta.

La señorita Alisson, otra de las empleadas de la tienda, que estaba en aquel momento a la izquierda de Susanna, soltó una exclamación ahogada.

– Lo siento, señor -contestó Susanna muy fría-. Éste no es esa clase de establecimiento y yo no soy de esa clase de mujeres.

Dev profundizó su sonrisa.

– Oh, claro que lo eres -musitó. La tomó por la barbilla y se la alzó para poder mirarla a los ojos-. Y ahora mismo, vas a salir conmigo de la tienda y no vas a mirar atrás.

Susanna le sostuvo la mirada.

– Eso depende de los términos de vuestro ofrecimiento, señor -contestó, provocando otra exclamación de la estupefacta dependienta-. No me vendo barato.

Dev la miró a los ojos durante largo rato. Había en ellos desafío y diversión, pero también otro sentimiento que hizo que a Susanna le diera un vuelco el corazón.

– Te amo, Susanna Burney -se declaró entonces Devlin-. Te amaba cuando nos conocimos hace nueve años, te amaba en Londres y te amaré hasta que muera. ¿Esos términos son suficientes para ti?

Susanna oyó que la señorita Alison emitía un gemido a medias entre la pasión y la envidia. Sacudió la cabeza, intentando ignorar el errático latir de su corazón.

– Ese tipo de palabras son las que conducen a una chica inocente a la perdición, sobre todo cuando provienen de un caballero tan atractivo como vos.

– Pero como tú ya me conoces íntimamente -susurró Dev, con los labios a solo unos centímetros de los suyos-, sabes que soy un hombre sincero. Jamás en mi vida he querido casarme con nadie que no fueras tú.

Susanna retrocedió al instante.

– Eso no es cierto -le reprochó-. Querías casarte con Emma.

– Quería casarme con el dinero y el título de Emma -la corrigió-. Si hubiera querido casarme con ella, lo habría hecho hace tiempo.

– No tienes corazón -dijo Susanna, incapaz de disimular la sonrisa que comenzaba a asomar a sus labios.

– Mi corazón es tuyo, y lo sabes, Susanna -le tomó las manos.

Susanna le sintió temblar ligeramente y aquello le contagió la fuerza de su emoción.

– Nadie puede predecir el futuro -continuó diciendo Dev-, pero si confías en mí, me aseguraré de que no te arrepientas de volver a mi lado, Susanna. Mientras quede el mínimo aliento en mi cuerpo, seré tuyo y tú serás la estrella que guíe el camino a mi hogar.

Susanna parpadeó para contener las lágrimas de emoción.

– Lo comprendes… -susurró.

– Comprendo que has tenido mucho miedo, y me aseguraré de que no vuelvas a sentirte sola nunca más.

Se inclinó sobre el mostrador y la besó. Susanna sintió entonces que su corazón se expandía con una felicidad deslumbrante.

– Te quiero -susurró contra sus labios.

Le sintió sonreír antes de volver a besarla.

– ¡Señorita Burney! -La señora Green salió corriendo de la trastienda al ver a su nueva empleada abrazando con pasión a un capitán de la Marina-. ¿Qué significa todo esto? ¡Es posible que esta conducta se le consienta en Edimburgo, pero en Oban no la permitimos!

– Bueno, por lo menos esta vez has utilizado tu verdadero nombre, Susanna -comentó Dev mientras la soltaba. Saludó a la señora Green con una elegante reverencia-. ¿Cómo estáis, señora? Soy el marido de la señorita Burney, sir James Devlin. De modo que, en realidad -miró a Susanna y sonrió-, Susanna es lady Devlin.

– ¿Lady Devlin? -la señora Green le dirigió a Susanna una mirada de profundo recelo.

Susanna comprendía que se estaba debatiendo entre la desaprobación y el miedo a que Devlin estuviera diciendo la verdad y estuviera a punto de enemistarse con un miembro de la alta sociedad.

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