El frío y el miedo a la pérdida parecieron congelar hasta el último rincón de su corazón.
– No voy a ir contigo -respondió, obstinada-. No quiero estar casada contigo. Estuvimos casados y no funcionó, y prefiero aprender de mis errores.
Dev la miró. En sus ojos azules brillaba una sonrisa que tuvo un efecto extraño en el precario equilibrio de Susanna.
– Sigues siendo mi esposa -le recordó con delicadeza-, y me obedecerás aunque tenga que llevarte a rastras.
– ¡Por encima de mi cadáver! -exclamó Susanna, furiosa por su arrogancia-. ¿Cómo te atreves a reclamar tus derechos maritales, Devlin?
Devlin le dirigió una de esas miradas que encendían su pasión.
– Cuando los he reclamado en otras ocasiones, no has puesto muchos inconvenientes.
– ¡Eso era diferente! -protestó Susanna furiosa.
Dev se encogió de hombros.
– La fuerza bruta no es mi estilo -musitó-. Prefiero el encanto y la persuasión. Pero cuando fallan -la levantó en brazos con una facilidad insultante-, no me queda otra opción. Margery enviará tus maletas -le susurró al oído-. Pero ahora, vas a venir conmigo.
Dev abrazaba a Susanna mientras el carruaje recorría la corta distancia que los separaba de Bedford Street. Una vez que había aceptado acompañarlo, Susanna se había mostrado muy altiva y digna y, en aquel momento, permanecía rígida entre sus brazos. Aun así, Dev continuaba disfrutando de su abrazo. Y mucho, de hecho. Estaba deseando besarla y sentir cómo aquella tensión se derretía y Susanna se estrechaba contra él. Pero, sobre todo, quería ofrecerle consuelo. Quería ser capaz de hacer desaparecer la tristeza que percibía en su interior. Era una sensación nueva, algo impropio de él. Siempre había tenido muy claro lo que quería recibir y dar cuando estaba con una mujer y el consuelo y la tranquilidad no formaban parte de ello. Sin embargo, en aquel momento, sabiendo lo mucho que le había costado a Susanna hablarle de la terrible pérdida de su hija, tras comprender lo mucho que había sufrido, quería abrazarla y no dejarla marchar.
Maura. La amargura de aquella pérdida le atenazaba la garganta. Era consciente de hasta qué punto se había desplegado la tragedia desde el instante en el que, haciendo gala de una gran irresponsabilidad, se había fugado con ella. Amelia, resentida contra él y deseando venganza, Susanna, joven, temerosa de lo que había hecho, e intentando cumplir con su deber. Sus tíos repudiándola y ella luchando para sobrevivir. Sentía enfado y resentimiento contra todo aquello que les había separado, pero sabía que ambas reacciones, aunque naturales, no tenían ningún sentido. Lo harían mejor en aquella ocasión, se prometió. Y nada se interpondría entre ellos.
Miró el semblante pálido de Susanna. Apenas estaba comenzando a comprender a aquella mujer tan complicada e independiente con la que se había casado nueve años atrás. Sabía por fin lo duramente que había tenido que luchar contra todo, cómo había sobrevivido a una tragedia que había estado a punto de acabar con ella, cómo había encontrado el amor y la responsabilidad para hacerse cargo de dos niños huérfanos, porque ella era todo lo que tenían. Se sentía orgulloso de ella. Era valiente, fuerte y la admiraba en lo más profundo. Por un breve instante, presionó los labios contra su pelo y la sintió moverse entre sus brazos. Susanna le miró a los ojos. Dev vio en ellos algo que hizo que el estómago le diera un vuelco. Un sentimiento completamente desconocido aguijoneó sus sentidos.
– Ya estamos en casa.
Acababan de llegar a la casa que Alex Grant poseía en Londres. Se aclaró la garganta, sintiéndose de pronto confundido, inseguro. Como si estuviera al borde del abismo.
Susanna le dirigió una mirada insondable.
– En ese caso, me gustaría bajar y entrar en la casa sin tu ayuda, Devlin. No tienes por qué llevarme en brazos. No voy a salir huyendo y prefería que lord Grant y lady Grant me vieran entrando por mi propio pie.
Dev disimuló una sonrisa.
– Por supuesto -contestó muy serio.
Le tendió la mano para ayudarla a bajar del coche y la condujo al interior de la casa, preguntándose cómo iba a abordar con Alex y Joanna el hecho de que Susanna y él necesitaban un techo sobre sus cabezas durante una temporada.
Afortunadamente, Joanna les puso las cosas muy fáciles, porque en cuanto salió a recibirles al vestíbulo, le tendió ambas manos a Susanna.
– ¡Lady Carew! -exclamó-. Chessie nos ha contado todo lo que habéis hecho para ayudarla -miró a Dev y después a Susanna con una expresión sospechosamente luminosa-. Pobrecilla. Me hubiera gustado que confiara en mí, pero me alegro de que haya recurrido a vos.
Un pequeño ceño oscurecía su frente. Dev sabía que se estaba preguntando por qué demonios había ido Chessie a pedir ayuda a Susanna, pero era demasiado educada como para preguntarlo.
Susanna también había recuperado su aplomo.
– Espero que el marqués de Alton haya presentado sus respetos.
– Hace una hora estuvo por aquí -contestó Joanna, perpleja-. Debo admitir que ha sido muy elegante. Chessie está muy contenta. Se casarán la semana que viene -volvió a interrumpirse y añadió con dureza-: Es una pena que sea un sinvergüenza. En realidad, me habría gustado que Alex le sacara de esta casa a latigazos, pero supongo que no habría sido lo más conveniente.
– No, por tentador que suene, no habría sido la mejor forma de comenzar un matrimonio -le aseguró Devlin.
– Supongo que a ti te entraron ganas de hacerle algo mucho peor.
– Sí, quería retarle a duelo, pero Susanna me lo impidió.
Miró sonriente a Susanna y vio que ésta se sonrojaba ligeramente.
Joanna arqueó las cejas.
– ¿De verdad? Lady Carew…
– En realidad, es lady Devlin. Susanna es mi esposa. Te pido disculpas por presentarnos aquí de esta manera, pero no teníamos ningún otro lugar a donde ir. ¿Alex está libre? Necesito hablar con él.
– Devlin… -dijo Susanna, y Dev sintió una extraña emoción al oírla pronunciar aquellas palabras en el tono en el que cualquier esposa le habría reprobado su conducta-. Lady Grant, os ruego que me disculpéis. Los hombres pueden ser muy bruscos. Van directos hacia su objetivo sin que medie ninguna explicación alguna.
– Bueno -contestó Joanna alegremente, y agarró a Susanna del brazo-, estoy segura de que podremos arreglárnoslas sin él -se volvió hacia Dev-. Alex está en la biblioteca, Devlin, pero me temo que lady Brooke está con él. De hecho, ha venido a buscarte. Al parecer, han perdido a lady Emma que, supuestamente -añadió con cierta aspereza-, era tu prometida.
Se volvió hacia Susanna.
– Perdonadme, lady… Devlin, ¿pero vuestro matrimonio ha sido algo reciente?
– Llevamos nueve años casados -contestó Devlin.
Vio que Susanna se ruborizaba con más fuerza. Comprendió entonces que estaba nerviosa y sintió la inmediata necesidad de protegerla. ¿Quién habría pensado que su aguerrida aventurera pudiera sentir la menor timidez? Aquella idea le hizo sonreír. Fue entonces consciente de que la estaba mirando como un joven ingenuo deslumbrado por la belleza de una mujer y rápidamente cambió de expresión.
– ¿Has dicho que han perdido a Emma?
– Por lo visto se ha fugado a Gretna Green -contestó Joanna, haciendo esfuerzos para no sonreír-, y con un hombre muy peligroso: Tom Bradshaw -sacudió la cabeza-. Lady Brooke no estaba muy contenta.
– ¿Emma se ha fugado? -preguntó Dev con incredulidad.
– Hace tres días -confirmó Susanna-. Pero lord y lady Brooke acaban de enterarse -sacudió de nuevo la cabeza-. Pensaban que estaba encerrada en su habitación porque le dolía la cabeza.
– Dios santo -musitó Dev.
Читать дальше