Margery entró en el dormitorio para ayudarla a prepararse para la noche. Oyó después llegar a Dev, y le oyó hablar con el mayordomo, Frazer. Era un anciano y adusto escocés que resultaba bastante intimidante. A Frazer no parecía haberle sorprendido descubrir que Dev estaba casado. Lo único que había comentado cuando la habían presentado era que era exactamente lo que esperaba. Susanna no estaba segura de si aquello era bueno o malo, y tampoco podría imaginar lo que diría cuando se enterara al día siguiente de que la esposa de Dev había huido. A lo mejor también se lo esperaba.
Susanna suspiró y se metió entre las frías sábanas. Era preferible no tomar cariño a todas aquellas personas, se dijo. A Chessie, que estaba tan contenta desde que sabía que su futuro junto a Fitz estaba garantizado. A Joanna Grant, con su adorable generosidad o a Alex, incisivo pero amable, o a Shuna, una adorable criatura de tres años de la que Susanna se había enamorado nada más verla. Había visto a Dev observándola y había tenido que darle la espalda porque sabía que sus sentimientos eran demasiado evidentes. Aquellas personas no formarían parte de su futura vida. Tenía que dejarlas marchar.
Después de varias horas dando vueltas en la cama, golpeando la almohada y girándola para posar su rostro contra el frío lino, supo que no iba a poder dormir y alargó la mano para encender una vela. Un pálido resplandor iluminó la habitación.
A los pocos segundos, se abrió una rendija de la puerta que conectaba las dos habitaciones y oyó la voz de Dev.
– ¿No puedes dormir?
– No -Susanna se volvió hacia él-. ¿Y tú?
– No.
Devlin avanzó hacia el interior de la habitación. La luz de la vela hacía resplandecer su pelo rojizo. Llevaba un camisón en tonos zafiro y dorados de llamativo diseño. Iba descalzo, con las piernas desnudas. Susanna parpadeó, imaginó que no llevaba nada bajo el camisón y deseó no recordar tan vividamente lo que era sentir aquel cuerpo contra el suyo, deseó no recordar su esencia, su contacto.
Devlin se sentó al lado de Susanna, al borde de la cama.
– ¿Qué te preocupa? -le preguntó.
– Todo -contestó Susanna con sinceridad-. Maura… -se interrumpió un instante y le miró a la cara-. Lo siento, Devlin, también era hija tuya.
Vio la sombra que oscureció sus ojos azules y en aquella ocasión, fue capaz de alargar la mano para acariciarle la mejilla intentando consolarle. Al cabo de unos segundos, Devlin posó la mano sobre la suya. Susanna pensó que iba a apartársela y se preparó para el rechazo, pero en cambio, Devlin se la sostuvo con delicadeza y posó los labios sobre sus dedos. Susanna sintió su respiración sobre la piel como la más liviana de las caricias.
– ¿Se llega a superar alguna vez la tristeza? -preguntó Devlin.
A Susanna se le desgarró ligeramente el corazón.
– Yo aprendí a vivir con ello. Poco a poco. Lentamente.
Devlin asintió. Pasó un segundo. Otro. Susanna se sentía como si estuviera al borde de un precipicio. El calor de la mano de Dev contra la suya era muy dulce, dolorosamente reconfortante. Con el tiempo, aquel calor podría incluso aliviar el frío que le quebraba el corazón. Pero aquella vez era tiempo lo que les faltaba.
Dev le pasó el brazo por los hombros, se deslizó a su lado en la cama y le hizo acurrucarse contra él. Susanna se relajó completamente mientras se estrechaba contra él, sintiendo la caricia de la seda de su camisón y el calor que de él emanaba.
– Háblame de Rose y de Rory -le pidió Dev. El hecho de que recordara sus nombres despertó en Susanna un placer inmenso y una gran gratitud-. Estoy deseando conocerlos.
– Ahora tienen catorce años -comenzó a contarle Susanna-. Tienen el pelo castaño, pecas, y unos ojos oscuros preciosos -sonrió, conjurando el rostro de sus pequeños en la oscuridad-. Rose tiene los gustos de un muchacho. Le encanta montar a caballo, jugar y también leer y estudiar. Es una combinación interesante. Rory… -suspiró-. Durante este último año se ha convertido en un joven alto y desgarbado. Tiene mucho genio. Todo parece irritarle. Le gustará que no seas inglés -dijo, volviendo la cabeza hacia él-. No eres escocés, pero el hecho de que seas irlandés le parecerá casi igual de bueno.
La luz de la llama tembló y Susanna recordó entonces cuál era su realidad. El corazón se le cayó a los pies. Devlin no iba a conocer a Rory y a Rose. Al día siguiente, cuando abandonara aquella casa, Susanna iría a buscar a los mellizos e intentaría explicarles por qué no había podido cumplir su promesa. Durante algún tiempo, tendrían que continuar internados en aquellos colegios que tanto odiaban mientras continuaba luchando para darles la vida que siempre había soñado para ellos. Rory, pensó, montaría en cólera. Se sintió impotente y triste al pensar en ello. La tristeza de Rose sería más contenida, pero no por ello menos dolorosa.
Pero Devlin estaba hablando otra vez.
– Estarán mejor cuando tengan un hogar estable, estoy seguro. Eso era lo que Chessie y yo ansiábamos cuando nuestro padre murió.
Continuó hablando de su infancia, contándole cosas de las que nunca habían hablado, ni siquiera cuando se habían conocido e intentaban pasar juntos cada minuto. Susanna se resistía a la sutil seducción de sus palabras. Era una tentación diferente, el deseo de pertenecer a alguien, la necesidad de formar parte de una familia. Jamás había conocido aquella sensación. Siempre había querido crear una familia para Rose y para Rory y sabía que al final lo conseguiría, pero no tomando la ruta que Devlin le ofrecía.
Las palabras de Dev conjuraban imágenes de su infancia en Irlanda y de sus primeros años en la Marina. Susanna le abrazaba con fuerza, sintiendo que el sueño la vencía. Cuando se despertó horas después, ambos estaban desnudos, abrazados en un erótico enredo. Devlin posaba la mano sobre su seno y enredaba las piernas en las suyas de tal manera que Susanna sentía su erección sobre su muslo. Y la propia Susanna despertó a las exigencias de su cuerpo en cuanto abrió los ojos y descubrió a Dev observándola con un pícaro brillo en las profundidades de su mirada. Veía también la sombra de barba que oscurecía sus mejillas. Y bastó aquella imagen para que una conciencia de sensualidad la envolviera y le acelerara el corazón.
Devlin vio el reflejo del deseo en sus ojos. Ejerció una ligera presión entre sus muslos en el mismo instante en el que acarició uno de sus pezones con el pulgar. Susanna gimió en el instante en el que atrapó sus labios con un profundo y dulce beso. Devlin inclinó después la cabeza sobre su seno y acarició deliciosamente con la mejilla la suavidad de su piel. Muy lentamente, le hizo abrir las piernas y entró en ella. Posaba los labios sobre sus senos al tiempo que la penetraba, arrastrándola en una marea de placer. Susanna deslizó las manos por su espalda y las posó en su trasero para presionarlo contra ella, deleitándose en el tacto húmedo y ardiente de su piel mientras le oía gemir y vaciarse dentro de ella.
No volvió a levantarse hasta que ya era completamente de día. Frazer estaba llamando a la puerta y advirtiéndole a Devlin que iba a llegar tarde a su cita en el Almirantazgo. Dev la besó y, por un instante, Susanna se aferró a él, sabiendo que aquélla sería la última vez. Permaneció en el cálido lecho mientras oía a Dev levantarse. Tiempo después, cuando escuchó sus pasos en la calle, se levantó y, con movimientos lentos, comenzó a hacer las maletas.
A última hora de la tarde, Dev subía corriendo las escaleras de Bedford Street y abría la puerta de par en par. Había pasado el día entero en el Almirantazgo, discutiendo los detalles de su comisión. Estaba anhelando compartir las buenas noticias. No podía tener más prisa por llegar a casa.
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