– ¿Dónde está lady Devlin? -le preguntó a un sobresaltado mayordomo antes de que hubiera cerrado la puerta tras él.
– Ha salido, sir James -tartamudeó el hombre-. Lord Grant está en la biblioteca y quiere hablar con vos.
Frunciendo ligeramente el ceño, Dev cruzó el embaldosado del vestíbulo y llamó a la puerta de la biblioteca. Era posible que Joanna hubiera convencido a Susanna para que las acompañara a Tess y a ella a algún acto social, pero le parecía poco probable, teniendo en cuenta la problemática situación que estaba atravesando su familia. Todo el mundo estaba al tanto de la fuga de Emma, y también del precipitado compromiso de Chessie con Fitz. Fitz también había contado que Dev y Susanna estaban casados. Las habladurías por tan sabroso escándalo darían que hablar en los círculos de la alta sociedad durante meses.
Alex estaba sentado en la butaca de la ventana, leyendo la Gazette. Dev dejó la comisión sobre la mesa, delante de su primo.
– Quieren que me dedique a la enseñanza -le dijo-. ¡Deberías habérmelo advertido!
– Que Dios nos ampare si el Almirantazgo cree que eres la persona idónea para preparar a las futuras generaciones de la Marina. Se convertirán todos en piratas -pero sonreía y se levantó para estrecharle la mano-. Han hecho una gran elección. Tienes la habilidad, el criterio y el olfato que necesitan.
– Tendré que trasladarme a Escocia y trabajar con los escuadrones de Escocia e Irlanda. He pensado que Susanna se alegrará de poder volver a casa…
Se interrumpió de pronto al percibir el extraño ambiente que reinaba en la habitación. Algo frío se posó en su corazón.
– ¿Dónde está Susanna? -preguntó-. Imagino que está fuera con Joanna y con Tess… -pero mientras pronunciaba aquellas palabras, sentía el vacío de la pérdida-. Susanna se ha ido, ¿verdad? -preguntó lentamente.
Alex asintió.
– Se ha ido esta mañana, Devlin. He intentado convencerla de que se quedara para hablar contigo, pero se ha negado -tensó los labios-. Lo siento mucho.
Dev sintió que el suelo se abría bajo sus pies. La noche anterior, pensó aturdido, había dormido abrazado a Susanna, se habían ofrecido consuelo y la había sentido muy cerca de él, unido a ella en una intimidad dulce y profunda como jamás había experimentado. Había sido una noche llena de promesas de futuro y estaba deseando darle la noticia de su traslado a Escocia, donde podrían instalarse definitivamente y crear un hogar para Rory y para Rosy. Pero Susanna no le había esperado. Había huido, como la vez anterior.
– ¿Por qué? -preguntó-. ¿Por qué ha hecho una cosa así?
– Supongo que porque no le has dado una buena razón para quedarse, Devlin.
– Pero yo… -Dev bajó la mirada hacia la documentación que había dejado sobre la mesa-. Susanna sabía que quería seguir casado con ella. ¡Sabía que quería proporcionarles un hogar tanto a ella como a los mellizos!
– Pero no sabía que la amabas -contestó Alex.
Se levantó, se acercó a su escritorio y abrió el primer cajón. Dev le vio sacar un paquete.
– Me ha entregado esto esta mañana -le explicó-. Me ha dado la dirección de sus abogados para que puedas enviarle a través de ellos los documentos de la anulación cuando los tengas. Estaba convencida de que anularías el matrimonio -se interrumpió-. También me ha dejado esto.
Le entregó una cajita diminuta de terciopelo.
En el momento en el que la abrió, Dev tuvo un fuerte presentimiento. Podía verse a sí mismo ante el altar, deslizando en el dedo de Susanna la alianza que había pertenecido a su madre, y a la madre de su madre antes que a ella, una banda de oro con perlas diminutas incrustadas. Le temblaron ligeramente las manos cuando el anillo rodó hasta la palma de su mano.
– No sabía que lo conservaba. Imaginaba que la había vendido.
Alex le miraba con expresión firme y sombría.
– No creo que Susanna supiera que era de nuestra abuela. Me pidió que te lo devolviera -se interrumpió-. No tengo la menor duda de que cuando lo hizo, tenía el corazón destrozado. No quería irse, Devlin, pero pensaba que estaba haciendo lo mejor, que de esa forma serías libre para volver a la mar. Sabía que era eso lo que querías.
Dev le miró fijamente.
– Y es eso lo que quiero, pero el futuro no significa nada para mí si no puedo compartirlo con Susanna.
– Creo que no es a mí a quien tienes que decírselo -repuso Alex. Sonrió-. Es posible que recuerdes el día en el que dejé marchar a Joanna y tú me dijiste que era un maldito estúpido. Tenías razón. Pues bien, ahora me toca a mí decírtelo, Devlin. Si no vas a buscar a Susanna, le dices que la amas y la convences de que merece la pena estar casada contigo, no tendré la menor duda de que serás un maldito estúpido.
– Me temo que ya lo soy. Pero todavía no es demasiado tarde.
Buscaría a Susanna, se dijo, le diría que la amaba y no volvería a dejarla marchar. Amor. Después del desastre de su matrimonio, creía que no volvería a sentirlo nunca más. Pero en ese momento, se sentía ridículamente emocionado ante la perspectiva de encontrar a Susanna y declararle su amor de una vez por todas. Sabía que su rostro reflejaba lo que sentía, porque advertía los esfuerzos que estaba haciendo Alex para no reírse de él. Pero no le importaba.
Alex le llamó cuando estaba a punto de salir de la biblioteca.
– Antes de que vayas a buscar a tu esposa -le dijo con delicada ironía-, es posible que te interese ocuparte de esto -le pasó una nota-. Es de Churchward. Tengo entendido que Susana le pidió que la defendiera en un asunto de deudas, y también en algo relacionado con un desagradable chantaje. Y sucede -esbozó una mueca-, que ambos asuntos están relacionados.
Dev leyó a toda velocidad la nota del abogado.
– Bradshaw -dijo entre dientes-. Debería habérmelo imaginado.
– Ese hombre tiene la desagradable costumbre de reaparecer cuando menos se le espera -se mostró de acuerdo Alex-. ¿Intentarás localizarle?
– Por supuesto.
– ¿Y le pagarás las deudas?
Dev tardó en contestar.
– Le daré lo que se merece.
Se produjo un silencio.
– No me digas nada más -le dijo Alex con una sonrisa-. Así, cuando vengan por aquí las autoridades haciendo preguntas, podré decir que no sé nada -ensanchó su sonrisa-. ¿Cómo vas a encontrar a Susanna? Sabes que Churchward jamás te dará esa información.
– No tengo ni idea -contestó Dev con sinceridad-, pero no pararé hasta encontrarla.
Alex señaló con la cabeza hacia la puerta.
– ¿Y se puede saber a qué estás esperando?
Dev había estado en muchas tabernas de baja estofa en la época en la que frecuentaba los puertos, desde Southampton a St.Lucia, y la clientela de la Bell Tavern en Seven Dials era mucho peor de lo que imaginaba. Había tres hombres que suponía eran salteadores de caminos, cerca de media docena de carteristas y al menos otros dos bandoleros. Todos volvieron la cabeza hacia él en cuanto apareció por la puerta. Le recorrieron con la mirada de los pies a la cabeza, sin pasar por alto el bulto del revólver que llevaba en el bolsillo. Casi inmediatamente, se volvieron para reanudar sus conversaciones.
Bradshaw no estaba allí. Dev se sentó en una esquina apartada y observó salir y entrar a la clientela. La habitación estaba abarrotada. Tomó una pinta de cerveza y cuando terminó, pidió una segunda. Estaba a punto de marcharse cuando entró un hombre alto, de anchos hombros, al que inmediatamente identificó como un caballero. Notó que el ambiente de la taberna cambiaba, como si se cargara de pronto con la electricidad de un rayo de tormenta. El hombre sonrió, inclinó la cabeza para pedirle una cerveza al propietario y se dirigió a la mesa de Dev.
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