– Por supuesto que voy a ir contigo. Tenemos que terminar esta conversación.
Susanna le dirigió una mirada profundamente irritada desde sus gloriosos ojos verdes.
– La conversación ya ha terminado, Devlin. Todo ha terminado.
Buscó nerviosa dinero en el bolso para pagar al conductor. Dev se adelantó y le tendió al hombre una moneda suficientemente valiosa como para hacerle inclinar su sombrero con respeto, y agarró a Susanna del brazo.
Susanna le rechazó. Devlin podía notar su tensión, pero también algo más. Una tristeza inmensa que estaba intentando ocultar de forma desesperada. Quería deshacerse de él. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Devlin lo notó y no quiso forzarla. Comprendió en aquel momento que tenía que haber alguna relación entre lo que le había ocurrido a Chessie y algo que le había ocurrido a la propia Susanna. Ésa era la única explicación con sentido. Y sabía también que lo que Susanna le estaba ocultando era la última pieza de un rompecabezas. Una pieza de la que todavía no le había hablado.
La urgencia lo acosaba. Tenía que averiguar la verdad.
– Antes de irme, le he pedido a John que acompañara a Chessie a casa. Deberías ir a hacerle compañía, Devlin. Te necesita.
– Gracias por cuidarla -le agradeció Dev-. Pero no iré a Bedford Street hasta que no hayamos terminado esta conversación -le sonrió-. Me temo que tus tácticas disuasorias no te han funcionado en esta ocasión, Susanna. Continúo queriendo saber por qué has obligado a Fitz a casarse con mi hermana.
Advirtió que Susanna apretaba con fuerza los labios al comprender que no iba a renunciar. La vio desviar la mirada y juguetear nerviosa con el bolso.
– Si de lo que tienes miedo es de que vuelva a escapar, te prometo que no te negaré la anulación. No tienes por qué mantenerme bajo vigilancia.
– En este preciso momento -respondió Dev, al límite de su paciencia-, lo último que me importa es la anulación de nuestro matrimonio.
Estaba exasperado. Señaló la puerta.
– ¿Entramos o seguimos hablando en la calle, Susanna?
Susanna respiró con fuerza.
– Eres insoportablemente insistente.
– Y tú sorprendentemente evasiva -replicó Dev.
La agarró del brazo, entró en la casa con ella y la condujo al salón. La puerta se cerró tras ellos.
– Dime, Susanna, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué has salvado a Chessie?
Susanna se acercó al diván y dejó en él el sombrero y los guantes. Se volvió inmediatamente y su mirada fue suficiente para hacer que a Dev le diera un vuelco el corazón. El creía que continuaría dándole largas, que intentaría pasar por alto aquel asunto como si no tuviera ninguna importancia, cuando él sabía que la tenía toda. Pero en aquel momento, comprendió lo equivocado que estaba. El dolor que la situación de Chessie había hecho aflorar era demasiado intenso como para ser negado. La vio entrelazar los dedos con tanta fuerza que sus manos palidecieron. Parecía a punto de quebrarse, como si no fuera capaz de soportar tanta tensión.
Dev se movió instintivamente hacia ella.
– Susanna…
– Sé lo que es estar sola y embarazada -dijo Susanna de pronto.
Hablaba con voz tan queda que Dev apenas la oía. Tenía la cabeza inclinada y aunque Dev buscaba sus ojos, no le miraba.
– Sé lo que se siente al estar tan sola y asustada como lo estaba Chessie -le tembló ligeramente la voz-. Es terrible sentirse tan perdido, no tener a quién recurrir. No quería que tu hermana tuviera que pasar por algo así.
Le miró por fin a los ojos y Dev se encogió por dentro ante el vivido dolor que descubrió en ellos.
– Yo perdí a nuestro hijo, Devlin -confesó con los ojos llenos de unas lágrimas que no llegó a derramar-. Así que ahora ya lo sabes todo.
Susanna esperaba el enfado de Devlin. Esperaba que le exigiera una explicación. O que diera media vuelta y se marchara. Pero Devlin no hizo ninguna de esas cosas. En cambio, se acercó hasta ella, tomó sus manos heladas entre las suyas y la urgió a sentarse en el diván.
– Deberías sentarte -le dijo con voz queda.
Susanna sentía el calor reconfortante de sus manos. Un calor que parecía abrirse paso a través de la gélida tristeza que la envolvía y conseguía proporcionarle consuelo. Dev le estrechó brevemente las manos y se alejó de ella. Susanna le oyó pedirle a Margery, con exquisita educación, una taza de té. Casi inmediatamente, estaba a su lado. Y en todo momento, Susanna, asustada, iba achicándose ante la verdad, ante el miedo al dolor que estaba a punto de desenterrar. Sabía que Devlin la odiaría por haberle abandonado y por haber perdido a su hijo. Cerró los ojos y tomó aire. Y sintió un alivio inmenso cuando Devlin volvió a tomar su mano y entrelazó los dedos con los suyos.
– ¿Puedes contarme lo que ocurrió?
Susanna asintió. No tenía sentido seguir guardando secretos. Había perdido todo aquello por lo que había luchado. Sus sueños de construir una nueva vida para Rose y para Rory estaban rotos. Era preferible contarle a Devlin toda la verdad, sin ocultarle nada.
– Yo…
Tenía la voz enronquecida por las lágrimas. Ni siquiera sabía por dónde comenzar.
– Toma.
Llegó el té en aquel momento. Devlin le puso la taza entre las manos.
– El té es lo mejor en estas situaciones.
– Eso es lo mismo que le he dicho yo antes a Chessie -recordó Susanna.
Dev sonrió.
– Es posible que hasta yo quiera una taza. Es un brebaje repugnante, pero sus propiedades reconstituyentes son de sobra conocidas.
Susanna tomó un sorbo de aquel líquido ardiente y sintió que su mundo comenzaba a enderezarse. Alzó la mirada. Dev la observaba con aquellos ojos intensamente azules. Podía ver las líneas de tensión y tristeza de su rostro, pero no había en él ni enfado ni acusación alguna.
– ¿Desde el principio?
Susanna asintió. El principio… Dejó la taza con mucho cuidado. Le temblaban tanto las manos que temía derramar el té.
– El principio fue la mañana que siguió a nuestra boda. Decidí entonces que lo mejor era confesarle toda la verdad a tu primo y pedirle ayuda, así que fui a Balvenie con intención de hablar con él -Devlin pareció a punto de decir algo, pero continuó en silencio-. Desgraciadamente, lord Grant no estaba allí, aunque sí su esposa. Ella ya había mostrado cierto interés anteriormente en mis asuntos, así que la consideraba una amiga.
Se mordió el labio. Era ridículo arrepentirse de los errores de la juventud, pero los recuerdos continuaban acosándola.
– Le conté todo a lady Grant, pensando que nos ayudaría.
Dev cambió de postura. La expresión de sus ojos sugería que probablemente conocía a Amelia Grant mucho mejor que ella.
– Supongo que no te sorprenderá saber que, lejos de ofrecerme su apoyo, lady Grant me dijo que había hecho algo terrible al escaparme contigo -jugueteó con los flecos de uno de los cojines, enredándolos en sus dedos-. Más que enfadada, parecía muy triste, y me hizo sentirme terriblemente avergonzada. Me dijo que lord Grant te había conseguido una comisión en la Marina, que saldrías a la mar y que tu hermana dependía de la paga que te proporcionaran. Insistió en que para lord Grant sería una gran decepción que rechazaras una oportunidad como aquélla.
Alzó la mirada y vio que Dev continuaba observándola con tanta pena y arrepentimiento que le desgarró el corazón.
– Dijo que no podías permitirte el lujo de mantener a una esposa y que si de verdad te amaba, debería marcharme, fingir que todo había sido un error y liberarte para que pudieras forjarte una carrera y convertirte en el hombre que tu familia quería que fueras -tragó con fuerza-. Me sentía ridícula, culpable. De modo que hice exactamente lo que me pidió. Huí.
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