Una noche, Tom Star volvió a irrumpir en mi vida. Huelga decir que le dispensé una acogida mucho más calurosa que la primera vez. Creo que se dio cuenta de que yo estaba contenta de volver a verlo y, durante toda la velada, se mostró radiante. No era la clase de tipo que te deslumbra de buenas a primeras, pero su atractivo iba haciendo lentamente mella en mí. A diferencia de Raymond, Tom no parecía tener prisa alguna por exprimirle el jugo a la vida. Hubo un momento, cuando ya habíamos acabado de comer el postre, en que ambos nos levantamos a la vez, como movidos por un doble resorte. Yo tropecé, estuve a punto de caerme y Tom se apresuró a sujetarme. Rocé accidentalmente su entrepierna y noté que él se estremecía. Lo miré a los ojos y advertí un matiz de aprensión en su mirada. Me pregunté por qué perdía el aplomo precisamente cuando mi actitud demostraba tan a las claras que lo deseaba físicamente. Para que no cupiera ya la menor duda, me lancé vorazmente en pos de su boca. Minutos después, Tom Star y yo rodábamos alborozados por la moqueta del salón. Yo llevaba un vestido ligero que, al poco, se vio reducido a ejercer de bufanda mientras Tom, todavía vestido, acariciaba y succionaba mi palpitante topografía. Era un amante fogoso y a la vez de una parsimonia poco frecuente. Parecía disfrutar llevándome una y otra vez al borde del orgasmo con la lengua; cuando se daba cuenta de que yo estaba a punto de correrme, dejaba de chuparme el clítoris y me lamía el interior de las orejas, el cuello y las tetas, dejándome tan mojada como un pantano tras unas lluvias torrenciales. Cada vez que yo intentaba abrirle la bragueta, se escamoteaba con juguetona habilidad. Vaya, pensé, al chico dulce y tímido le gusta imprimirle su propio ritmo a la "lectura". De pronto, se sacó una venda negra del bolsillo y me tapó con ella los ojos. Tras una breve espera, se echó encima mío, dispuesto a follarme. Cuál no sería entonces mi sorpresa al sentir que Tom me penetraba simultáneamente por los dos agujeritos vecinos con que Madre Naturaleza nos ha dotado, con su característica sabiduría, a las mujeres. Primero pensé que utilizaba un consolador de refuerzo pero enseguida me di cuenta de que eso no era posible; las dos pollas con que Tom me embestía se movían al mismo ritmo y, por otra parte, las manos de mi amante me estrujaban las tetas, con lo que difícilmente habría podido manipular un consolador. En cualquier caso, el placer que me producían los dos falos entrando y saliendo de mi interior era tan enorme que no me hallaba en situación de hacerme demasiadas preguntas. La polla que se agitaba en mi culo comunicaba a la vulva violentas oleadas de placer. Era una sensación enloquecedora que me hacía rugir de gusto, pero Tom acalló mis gritos tapándome la boca con la suya. Fue entonces cuando un orgasmo salvaje, un seísmo que debió marcar la puntuación máxima en la escala de Richter, me sacudió entera. Tom retiró su boca para que gritara y llorase a gusto mientras él se derramaba en mis diversas interioridades. Afortunadamente, ese día Raymond acudió muy tarde a la cita, de forma que su hermano y yo pudimos seguir explorándonos a placer. La única condición que impuso Tom a nuestros intercambios carnales fue que yo no debía mirar jamás sus encantos bifálicos. En cuanto alguien lo hacía, me explicó, sus dos pollas gemelas, que eran más bien vergonzosas, perdían todo su vigor y esplendor y ya nada era capaz de reanimarlas durante bastante tiempo. Cuando Raymond apareció, fue Tom quien debió abrirle, pues para entonces yo ya estaba inmersa en un sueño dulce, profundo y reparador. Ignoro lo que dijeron pero, al día siguiente, era Tom quien estaba conmigo en la cama. Siempre me ha gustado desayunar en la cama pero, esa mañana, el desayuno, compuesto en lo esencial por un par de huevos con salchichas -bendito plural- se me antojó especialmente sabroso aun cuando me viera obligada a tomarlo con los ojos tapados con una venda.
Desde entonces, Tom Star y yo nos hicimos inseparables. Raymond, que se percató de que estábamos locos el uno por el otro, se retiró con la discreta caballerosidad del buen perdedor. Digamos que siguió la senda de la aventura, mientras Tom y yo, por naturaleza más sedentarios, profundizábamos en nuestra mutua "lectura". Aun hoy seguimos haciéndolo con resultados bastante felices. Todavía no conozco visualmente a las encantadoras hermanas gemelas que tanto placer le dan a mi anatomía, pero Tom me ha prometido que quizá algún día, quién sabe, las dos chicas estén dispuestas a ser formalmente presentadas.
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