Ella levantó la vista hacia él como un ratón atrapado entre las garras de un gato.
Él se obligó a reprimir el deseo de empujar más allá de sus defensas y ver qué más estaría dispuesta a darle.
En lugar de eso, se apartó.
– Dejé las bebidas sobre la barra para el resto de los Doms y las subs de aquí. Puedes traerlas en la mano en lugar de usar una bandeja. Por supuesto, eso podría requerir más viajes. -Lo que le daría al vestido más posibilidades de caerse.
Y ella se dio cuenta de eso también. La sumisión desapareció, y su lucha para no echar chispas por los ojos era obvia. Luego de un momento, ella dijo,
– Sí, Señor. -Y se puso en camino.
– ¿Es bastante nueva en la escena, no? -le preguntó Quentin. Un sub se arrodilló a sus pies, y el Dom acarició el pelo del joven distraídamente.
– Sí. Necesitamos tratarla con mano suave por un tiempo. -Después de conversar un momento, Cullen se alejó para sentarse al lado del área acordonada. Miró la escena y respingó. Una de las Dommes más antiguas había amarrado a su sub a la telaraña y lentamente rozaba una pluma sobre las áreas más sensibles… y cosquillosas… del hombre. Carajo. Cullen sacudió la cabeza. Él preferiría ser azotado que someterse a las cosquillas. Después de un minuto, volvió el rostro hacia el otro lado.
Andrea había logrado regresar con dos bebidas sin que se cayera su parte superior, pero sólo sus pezones manifiestamente erectos mantenían la tela adherida. Cullen sonrió. Ella podría sentirse avergonzada, pero estaba excitada también. Su cara se sonrojó cuando Quentin la provocó, pero le sonrió mientras repartía las bebidas.
En el siguiente viaje, su corpiño se había caído, y ella estaba agarrando los vasos con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. El último Dom, Wade, tomó su bebida con una sonrisa. Dijo algo, probablemente acerca de sus pechos por la forma en que su rostro se enrojeció. No la tocó, sin embargo. A pesar de que cualquier Dom podría solicitarle a una aprendiz un servicio básico como el de camarera o limpieza, y podría tocar áreas poco privadas, sólo los Maestros de Shadowlands podrían ir más allá.
Cullen no se había molestado en decirle a Andrea eso; un poco de anticipación nunca lastimaba a una sub.
Él se relajó y la observó trotar de ida y vuelta con bebidas para las subs. Bajo la luz oscilante, parecía una estatua dorada cobrando vida… una de las griegas donde las mujeres no eran monigotes. Por sus murmuradas maldiciones y su piel ruborizada, él habría pensado que era hispana, pero su altura y ese encrespado cabello color whisky venía de alguna otra parte. Pensó en los datos personales de su afiliación. Andrea… Eriksson. ¿Nórdico e Hispano? Extraña combinación.
Hermosa combinación .
– Te ves cansado, Cullen. -Con sus habituales cueros negros, Dan se dejó caer sobre el sofá opuesto-. ¿Problemas?
– Sólo trabajo. Juro que la primavera desentierra a los pirómanos junto con los narcisos. Hay días en que se siente como si toda Tampa estuviera ardiendo. ¿Dónde está tu bonita sub?
– Jessica se la apoderó. Alguna cosa sobre una fiesta o algo por el estilo. -El policía asintió con la cabeza hacia Andrea-. ¿Cómo llegamos a tener a una aprendiz que nunca he visto antes?
Buena pregunta. A la mierda con Antonio de cualquier manera. La suave risa de Andrea flotó a través del cuarto y quitó la irritación de Cullen.
– Un caso especial. Déjame presentarte. -Esperó a que ella terminara de servir, entonces la llamó por su nombre. Cuando lo vio, el rojo tiñó sus mejillas. Más que cuando había servido al grupo de Doms. Interesante.
Cuando caminó, sus pechos se bambolearon agradablemente, y los pezones pardusco-rosados se apretaron en picos duros. También interesante. Le sonrió mientras él y Dan se levantaban.
– Mascota, éste es el Maestro Dan. -Cuando contempló la ruda cara de Dan, pareció intimidada durante un segundo antes de levantar la barbilla.
– ¿Cómo estás?, -dijo ella, la helada actitud de una reina. O de una Domme.
Dan pestañeó, y entonces sus ojos se estrecharon.
– Creo que me gustaría verte sobre tus rodillas cuando te diriges a mí. -Dijo señalando el piso.
Cullen sofocó una sonrisa. Bienvenida a Shadowlands, pequeña sub .
Ella presionó sus labios, y dio un paso atrás.
Cullen casi podía sentir el choque de voluntades mientras Dan le sostenía la mirada. Y entonces ella se dejó caer sobre sus rodillas con un ruido sordo y bajó la cabeza.
– Muy bien. Quédate allí hasta que regrese, -gruñó Dan. Se alejó junto con Cullen una corta distancia-. ¿Qué diablos de tipo de aprendiz es esa?
– Te explicaré en otro momento. -Cullen sacudió la cabeza-. Aunque recién la conocí esta noche, ya puedo ver que será una interesante adición para el grupo.
– Si me desafía a mí, ¿qué le hará a los Doms novatos?
– Parece como que necesita una rápida educación en sumisión. Pero por ahora, la mantendremos limitada a los Maestros. -Abofeteó el hombro de Dan-. Envíamela cuando hayas terminado de presentarte tú mismo.
Cullen tomó asiento en una silla de cuero en un área vacía y se reclinó para observar.
Dan caminó lentamente alrededor de Andrea. Una vez. Dos veces. Sin decir ni una sola palabra. Un estremecimiento la traspasó, haciendo a sus pechos bambolearse. Dan se inclinó, asiéndole la barbilla, y levantándole el rostro.
Cualquier cosa que él haya dicho hizo que sus mejillas se mancharan de rojo. Dando un paso atrás, él señaló a Cullen.
La ruborizada sub trastabilló con sus pies y se apresuró sin parecerse en nada a la arrogante de cinco minutos atrás.
Cullen se palmeó las rodillas.
– Ven y siéntate aquí. -Ella vaciló, y él casi podía oír cómo se ordenaba a sí misma acceder.
Comenzó a volverse para sentarse de lado, y él negó con la cabeza.
– A ahorcajadas sobre mis rodillas. -Las manos de Andrea formaron puños.
Él arqueó una ceja.
– Esa es una orden, aprendiz. -La suavidad de su voz no disfrazaba la dureza.
La demanda envió calor crepitando por su cuerpo, pero todavía algo… ese maldito miedo a ser vulnerable… la hacía intentar resistirse. Pero cuando se encontró con el controlador poder de los ojos de él, nada pudo evitar que se moviera hacia adelante. Descendió encima de sus piernas. Con sus muslos abiertos de esta manera, el corto vestido no cubría… nada.
Y la mirada de él cayó allí. Entonces sonrió y la deslizó hacia adelante hasta que ella pudo ver las negras motas en sus profundos ojos verdes. Su mandíbula estaba áspera por la barba oscura de un día y tenía profundas líneas esculpidas alrededor de su boca y ojos. Se veía duro. Frío.
Su cuerpo se tensó, preparándose para pelear.
La mirada de Cullen se volvió más intensa.
– Relájate, mascota. -Pasó sus duras manos hacia arriba y hacia abajo de sus muslos, la suavidad desconcertante-. ¿Soy el único que te asusta, pequeña sub? ¿O todos los hombres lo hacen? -La perceptiva pregunta la tomó con la guardia baja, y ella vaciló. Pero no podía mentirle al entrenador-. Yo… me pasa… cuándo los hombres… -especialmente los hombres grandes -…se acercan demasiado, demasiado rápido, me pongo tensa. Muy tensa.
– ¿Y te defiendes?
Ella respingó.
– Uh… crecí en un barrio duro. Una chica o se defiende bien o termina… herida. - El sonido de tela desgarrándose, la sensación de manos apretando…
– Ya veo, -dijo él suavemente-. ¿Y tú, Andrea? ¿Terminaste herida?
Contuvo el aliento.
– No… completamente. Logré conseguir escapar dos veces antes de… -Los ojos de él se volvieron fríos, verde-helado, pero sus calientes manos se curvaron suavemente alrededor de sus dedos húmedos.
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