– ¿Es eso lo que quieres, Andrea? -El Señor hizo eco de su propia pregunta. Su intensa mirada nunca se alejó de su rostro-. ¿Tener a alguien más para que tome las decisiones, que te empuje más allá de tus inhibiciones, que pueda disfrutar de ti sin pedirte permiso?
Cuando la empujó más hacia adelante, la fricción de sus pantalones vaqueros en contra de sus sensibles e hinchados pliegues casi la hace gemir. Oh, sí, sí, sí.
– Recuerda que si algo se vuelve insoportable, ya sea emotiva o físicamente, puedes usar la palabra de seguridad del club, “rojo”. Y todo se detiene. O para bajar la velocidad, puede usar “amarillo”, y lo discutiremos.
Aunque asintió con la cabeza, las reglas de su padre atravesaron rápidamente su mente. Nunca admitas una debilidad.
Había vivido de acuerdo con eso durante tanto tiempo… ¿podría incluso usar una palabra de seguridad si la necesitara?
Cullen inclinó la cabeza, sus ojos atentos.
– Puedo empujarte a ese punto sólo para asegurarme de que sabes cuándo usar una palabra de seguridad.
– Grandioso, -dijo ella por lo bajo. Su risa de respuesta fue franca y llena, y tan contagiosa que la hizo sonreír.
– Eso está mejor, -dijo él-. Ahora ven aquí, encanto, y déjame abrazarte un rato antes de que te vayas a casa.
La llamó encanto. El placer de eso la hizo sentirse caliente por dentro. Cuando la acurrucó en contra de su ancho pecho, se permitió hundirse en él, sintiéndose más segura que cuando había sido una niña, inconsciente de los horrores del mundo. El aroma a cuero y a jabón flotó hacia arriba.
– ¿No quieres conocer mi respuesta? -ella murmuró. Los dedos raspando sobre su suave chaleco y tocando el encrespado vello castaño que le cubría el pecho.
– Conozco tu respuesta, pequeña sub. -Bajó la mano por su pelo-. De hecho, después de un par de noches más, discutiremos agregar un listón verde.
La mañana siguiente Cullen caminaba con pesadez por la acera hacia el restaurante a orillas del río, respirando la fresca brisa que soplaba en Hillsborough [7] y esperando a Antonio. Sentía los ojos como si les hubiera entrado arena mientras los entrecerraba en contra de la brillante luz matutina del sol.
Maldición, pero su culo estaba rezagado. Anoche, una pesadilla había conducido a otra y a otra, hasta que había abandonado las esperanzas de dormir para caminar por la playa hasta que llegó la mañana. Las malas noches eran simplemente un riesgo laboral para un investigador de incendios provocados, pero no podía manipular el poder soñar con Siobhan [8] o con su madre.
Se encogió de hombros, intentando aflojar la tensión. Había adorado a dos mujeres en su vida, y ambas lo habían dejado.
La muerte de su novia a causa de un fuego lo había conducido a dedicarse a la investigación de los delitos de incendios.
La muerte de su madre por un cáncer le había dejado cicatrices y amargura. No debería haber muerto, maldita sea. Pero por no haber querido molestar a nadie, no había buscado un tratamiento a tiempo. Y a medida que se consumía convirtiéndose en una cáscara frágil, también su padre se veía arrastrado dentro de la pena y la culpa inmerecida.
Divisó a Antonio esperando en la ribera afuera del restaurante. El delgado hombre estaba apoyado contra un árbol, observando correr el agua oscura.
Antonio levantó la vista.
– No tenías que intimidarla, bastardo, -le dijo sin demasiada calidez.
Cullen bufó.
– Soy un Dom. Es lo que hago. -Le frunció el ceño al reportero-. Podrías haber mencionado que someterse es un poquito problemático para ella.
– Ah, sí, no estaba seguro de si hubieras estado de acuerdo si lo hubieras sabido. – La expresión del hombre esbelto se suavizó. Sacó un cigarrillo y lo hizo rodar entre sus dedos-. Pero no has debido ser un completo idiota, ya que dijo que estaría de regreso esta noche. -Una sonrisa se amplió en su cara-. Aparentemente no la aterrorizaste demasiado mal. No pudiste.
– ¿Te preocupas por ella, verdad?
Antonio asintió con la cabeza.
– Somos amigos desde la escuela primaria. -Dudoso que un rostro bonito pudiera comprometer al reportero homosexual. No todo el mundo inspiraba lealtad de esa manera, y dos puntos más para él por la pequeña sub. Cullen volvió a enfocarse en sus asuntos.
– ¿Conseguiste alguna cosa sobre el fuego en Seminole Heights [9] ?
– Le pedí a mis fuentes que averiguaran sobre eso. Si encuentro cualquier cosa sucia, te mantendré informado.
– Aprecio eso. Dios sabe que tienes mejores fuentes que yo, como sea que lo consigas. -Cullen sacudió la cabeza-. Debes tener cada prostituta y delincuente de la ciudad a la expectativa de noticias.
– Les pago mejor, y hablo su lenguaje. Procedo de los barrios bajos, ya sabes.
– No debes haber estado en los barrios bajos el tiempo suficiente como para conseguir una historia.
– ¿Me investigaste?
– Uno de los beneficios adicionales del trabajo. Me gusta saber con quién estoy negociando.
– Eres un bastardo paranoico, pero desayunaré contigo de todas formas, -dijo Antonio ligeramente. -Vaciló-. ¿Serás bueno con Andrea, verdad?
– Las subs que se toman como aprendices en Shadowlands tienen experiencia en el estilo de vida y han pasado mucho tiempo en el club. Conocen dónde están metiéndose. Tu pequeña inocente no lo sabe. -Cullen recordó el azote de la pala en contra de su bonito culo y casi sonrió-. Pero sobrevivió su primera noche.
Antonio levantó sus cejas.
– ¿Puedo pensar que ya no estás más enojado, que ella llegó a ti?
Mucho más de lo que él encontraba cómodo. Hermosa. Desafiante.
Sumisa.
Recordó a la última mujer fuera del estilo de vida con la que había salido. Cuando le había preguntado sobre atarla, ella había actuado como si él se hubiera convertido en Hannibal Lector. Quizás debería haberle dicho cuánto le gustaba cocinar…
No obstante, el entrenador, sintiéndose tentado o no, no se involucraba con las sumisas. No era bueno para nadie.
Justo a tiempo. Seguramente eso indicaba el comienzo de una noche maravillosa. Sujetando el candado y el papel con la combinación del cerrojo que el guardia le había dado, Andrea abrió de un empujón la puerta de un vestidor muy lujoso. Piso de mármol. Cabinas con duchas con puertas de vidrio a la derecha. A la izquierda, una pared cubierta con espejos, con fregaderos y mostradores. Todo muy limpio con un suave aroma a cítricos.
La profesional en ella notó un punto con moho en una puerta de la ducha y una telaraña en una ventana.
Sus empleados habrían hecho un trabajo mejor.
En el rincón más alejado había casilleros de madera empotrados para las aprendices. Cuatro mujeres estaban reunidas allí, y Andrea se detuvo cuando todas se volvieron para mirarla. Momento de afrontarlo .
– Ey, entra, -dijo una bonita morena-. No mordemos. -Su cabeza se ladeó mientras arrastraba la mitad de su pelo en una coleta-. Te vi ayer, pero no tuvimos tiempo para hablar.
– Hola, -dijo Andrea-. Soy la nueva aprendiz. -Con un poco de suerte, no tendrían interés en añadir a una completa desconocida a su grupo en lugar de a un miembro regular del club.
– ¿Eres una aprendiz ? -La pregunta la formuló una mujer de cabello oscuro con un precioso corte clásico hasta los hombros, impecablemente maquillada, y fríos ojos azules. Su sujetador de cuero color turquesa y su falda exhibían su bronceado parejo y gritaba prácticamente “dinero”. Ella obviamente podría permitirse las cuotas de socios de aquí.
– Así es, -dijo Andrea firmemente-. Empecé ayer.
– Nunca te había visto en el club antes. -Los labios de la mujer se afinaron.
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