Cada cosa dentro de un área más iluminada y cercada. Suaves sillones de cuero y sillas creaban áreas para sentarse donde la gente podría observar las escenas o simplemente charlar.
Todo en el lugar gritaba rico, rico, rico y la hacía sentirse como que podría ensuciar algo.
Un ruido sordo de pasos sonó dentro del silencio del bar, y el Maestro Cullen apareció por las escaleras del rincón más alejado. Mientras cruzaba el cuarto en dirección a ella, lo estudió, y sus dedos se apretaron en el vaso. Algunos hombres se movían como gatos, algunos como soldados, otros como que nunca habían dominado el arte de caminar, pero ella nunca había visto su estilo antes. No en un hombre…
El año pasado cuando fue a hacer excursionismo en Colorado, había sido testigo de una avalancha en la montaña. Arrasando con todo en su camino, la avalancha no le había hecho gracia, pero todo ese poder había sido sorprendentemente hermoso.
Tomó un gran trago de su bebida cuando él se acercó. Con cueros descoloridos y botas, seguro que no era un fanático de la ropa como Antonio, y seguro que era mucho más grande. Los pantalones de cuero color chocolate se aferraban a sus largas piernas, y el chaleco se abría sobre un pecho muy musculoso. Su cuello con gruesas venas, sus brazos sólidos. Una banda dorada rodeaba un oscuramente bronceado bícep. Su rostro… Ella frunció el ceño. Todo curtido y de facciones muy marcadas, se veía como el rudo Boromir del Señor de los Anillos .
Su boca se mantenía estable en una línea firme. ¿Y no era simplemente increíble que ella hubiese terminado con Boromir? Al menos Aragorn tenía sentido del humor.
Él se detuvo frente a ella, y Andrea miró hacia arriba e incluso más allá, sintiéndose como un diminuto hobbit [4] viendo a un gnomo por primera vez. Ningún hombre nunca se había elevado sobre ella de esta manera ni la había hecho sentirse tan perturbada. ¿Las mujeres bajitas se sentían así? Comenzó a ponerse de pie… nunca los dejes verte vulnerable … y él apoyó la mano sobre su hombro, manteniéndola en el lugar. Fácilmente.
Ella tragó en contra del calor que crepitó por todo su cuerpo.
Sus ojos se estrecharon ligeramente como si pudiera ver el efecto que tenía sobre ella.
– En tus papeles figura que has estado en un par de clubes de Tampa antes… y hablaremos de tus experiencias después… pero tengo una curiosidad. ¿Algunos de los subs te confundió con una Domme? - Oh, siempre lo hacían . En un lugar, un hombre encadenado con un arnés había caído sobre sus rodillas, diciendo “ éste le suplica el honor de …” Andrea hizo una mueca. Solamente porque midiera un buen metro setenta y tuviera un poco… bueno, un montón… de músculos no quería decir que fuera una dominatrix. Eso sólo significaba que era dueña de una empresa de artículos de limpieza y pasaba mucho tiempo trabajando duro.
– Lo hicieron. Um, sí, Señor.
– No me sorprende.
– Pero…
Sostuvo en alto un dedo pidiendo silencio, y para su propia sorpresa, obedeció. Sin preguntar, él abrió la cremallera de su chaqueta de motorista y la miró severamente cuando ella se retorció. Sólo llevaba puesto un sostén debajo.
– Las pequeñas subs nunca deberían llevar puesta más ropa que los Doms, -le dijo distraídamente. Sus nudillos rozaron la piel desnuda debajo de su sostén, y ella se sobresaltó, ganándose otra adusta mirada.
Él se movió más cerca, agarrándola de la nuca y manteniéndola quieta. Su otra mano quitó los clips que sujetaban su pelo encima de su cabeza. Los lanzó sobre la barra.
– Te ves, te vistes y actúas como el estereotipo de una Domme.
Su pelo cayó, los mechones incontrolablemente rizados rozando en contra de su cuello y de sus hombros. Lo peinó con los dedos, dejándolo desordenado. Alborotado.
– Una aprendiz de este lugar debe verse como el mero epítome de una sumisa. Eres un ejemplo para las otras subs tanto con el vestuario como con la conducta. Y la obediencia.
Oh, estupendo. Usualmente tenía problemas obedeciendo… bueno, tal vez no con este Dom, pero con los otros… pero lo haría.
– Sí, Señor.
– Mejor. Eso suena como a una sub. Ahora hagamos que te veas como una. -Puso algo de tela en sus manos-. El Maestro Z mantiene un surtido de ropa para jugar en los cuartos privados del piso de arriba. Te vestirás con esto esta noche.
Agarrándola de la parte superior de sus brazos, la levantó del taburete de la barra.
– Cámbiate. Y quítate esas botas estupendas. -Al parecer él podía sonreír después de todo, al menos un poquito. Seguro que no ayudaba mucho.
Ella miró alrededor, buscando el cartel del cuarto de baño, y comenzó a dirigirse en esa dirección.
– No, Andrea. Aquí mismo.
¿Enfrente de él?
– Oh, Dios mío*, -susurró. La vergüenza la abrumó, calentándole el rostro y el cuello. Mirando por encima, se percató de que él estaba casi esperando a que se rehusara, y que no le importaría particularmente si lo hiciera. Antonio le había advertido que el jefe de los aprendices había maldecido hasta por los codos por tener que recibirla.
Cerró los ojos y tomó una profunda respiración. Sabía que me darían instrucciones para hacer este tipo de cosas, ¿así que por qué es tan difícil? Difícil y aún… excitante.
No lo miró mientras luchaba por quitarse las mangas de la chaqueta por encima de sus puños. Su chaqueta de motorista cayó al piso, y recogió lo que esperaba que fuera una camisa. No tuvo tanta suerte. Le había dado un minivestido negro de látex, con corte bajo y delgadas tiritas en los hombros. Sus pantalones no servirían, y su sostén tendría que irse también.
Él se apoyó en contra de la barra, sus ojos verde mar desconcertantemente encendidos en su bronceado rostro, y cruzó los brazos sobre su pecho. Esperando para ver lo que ella haría, sin duda.
¿La sacaría a patadas si le diera la espalda? No podría arriesgarse. Se inclinó y abrió la cremallera de sus botas, se las quitó empujando con la punta del pie, entonces se contoneó y se quitó los pantalones de látex, oliendo el talco de bebé que había usado para ponérselos. Mientras los doblaba sobre una silla, el sudor goteó por el hueco de su columna vertebral.
– El tanga puede quedarse, -le dijo.
Ella apretó los dientes y se quitó el sostén. Joder , necesitaba ese sostén. Sus pechos grandes como melones necesitaban soporte.
Casi desnuda. Parada en medio de un bar. Y él seguro que no era un caballero dado que no había apartado la vista. ¿Por qué esto la hacía sentir tan aterrada?
Pero ella sabía… El aire que rozaba sobre su piel desnuda se sentía demasiado parecido a… entonces. Casi podía oír su camisa desgarrarse, podía sentir la fría valla en contra de su espalda. Sus libros de texto habían yacido en el barro hasta que los chicos de la escuela secundaria los habían pateado afuera del camino. Carlos le había agarrado sus pechos desnudos, y ella lo había golpeado en su huesuda barbilla, gritando cuando sus dedos se quebraron. Incluso mientras ellos desistían, los culeros [5] habían clavado los ojos sobre sus pechos desnudos, burlándose, llamándola puta gorda y fea.
Puta .
Su espalda se puso rígida.
– ¿Estás disfrutando de esto? -le preguntó a Carlos y a sus amigos-. ¿Quieres que de una vueltita para ti?
– ¿Cómo?
Ella pestañeó, y el pasto del vacío descampado se transformó en un piso de madera. El club . Le había dicho eso al Maestro Cullen… Cuando lo miró, vio su boca apretada y su rostro impasible, cerró los ojos por el horror. ¿Qué había hecho? Podría disculpase rápidamente…
– Eres nueva, Andrea. Normalmente no aceptaríamos a una aprendiz sin más experiencia, pero como sabes, Antonio no me dejó elección. -Su voz retumbaba en el bar, profunda y fría, como dentro de una caverna-. Voy a darte tres opciones y tu primera muestra de disciplina en Shadowlands. Uno: puedes servir a los miembros esta noche vestida justo como estás ahora. Dos: puedes escoger una pala de la pared, inclinarte sobre un taburete de la barra, y recibir cinco golpes. Tres: puedes irte.
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