Cherise Sinclair - Apóyate en mí

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Andrea quiere someterse, pero no con cualquiera que se crea un Dom. Tiene que ser más duro y capaz que la panda de matones del barrio donde se crió. Ya había renunciado a la búsqueda de un verdadero Dom, cuando su amigo la lleva como aprendiz a un exclusivo club de BDSM, con los grandes maestros de Shadowlands. Andrea está emocionada… y aterrorizada.
Obligado a aceptar a una desconocida sumisa en su programa de entrenamiento cuidadosamente desarrollado, el maestro Cullen está furioso. No sólo por ser una joven recién llegada al mundo del BDSM, si no porque ella no es adecuada para su papel… blindada en cuero, como una Domme, es más probable que taladre a un Dom, a que se arrodille ante él. El maestro Cullen decide echarla, la quiere fuera. Pero después de intimidarla sin piedad, castigarla y abrazarla finalmente, él ve a la mujer escondida dentro de esa misteriosa armadura emocional, y su completa entrega captura su corazón.
Aunque el Maestro Cullen era famoso por su estilo de vida sin restricciones, Andrea cree que podría estar interesado en ella, hasta que descubre que no es sólo un camarero… es también policía. Tal vez él ignore su pasado desliz con la ley, pero cuando otra interna la acusa de robar dinero, Andrea está segura de haber perdido al maestro que quería con todo su corazón.

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Cuando le extendió la lista con los puntos del acuerdo, ella se puso rígida, y sus mejillas se sonrojaron con evidente vergüenza. La diversión hormigueó a través de él, levantándole el ánimo. Podría disfrutar de hacer que superara esa timidez. Tal vez asignándole un Dom diferente para cada punto donde hubiera indicado interés: sexo oral, azotes, cepo, consoladores…

Cuando se encontró con sus ojos grandes, ella tragó. La perceptiva pequeña sub había captado las nefastas intenciones del Dom.

Le sostuvo la mirada durante un minuto. ¿Cómo se verían esos ojos cuando estuvieran brillantes por la pasión e inconscientes por la necesidad? Infierno, no tendría que sentir interés por doblegarla, amarrarla en el cepo y… recorrió con la mirada la parte del sexo anal del formulario. Ninguna experiencia anterior, pero había tildado el casillero “Dispuesta a intentar al menos una vez”. Sí, él disfrutaría enseñándole el disfrute del juego anal.

Si ella se quedara. Los votos no estaban decididos por eso todavía.

Sólo Doms . Así que no era bisexual. Eso decepcionaría a Olivia. A continuación recorrió con un dedo bajando a las preguntas referidas al dolor. Aparentemente la chica no era una masoquista como Deborah.

– Definitivamente no quieres ser flagelada, perforada, cortada ni golpeada. -Ella se tensó con sólo escuchar las palabras y negó con la cabeza.

– No te oí.

Se aclaró la voz.

– No, Señor.

– No te sientes segura sobre los azotes, los latigazos suaves y las palas. -Esas largas piernas parecían diseñadas para un látigo. ¿Lloraría o gemiría? Si la tuviera bajo su mando, no le daría la oportunidad de esconder sus respuestas. La miró atentamente-. Conseguirás poner a prueba algo de eso durante tu permanencia con nosotros.

Sus labios temblaron.

– Sí, Señor. -Su voz salió como un susurro.

Él sofocó una sonrisa. ¿Teniendo cada vez más problemas para permanecer desafectada, pequeña sub?

– Estás cómoda con el bondage, según parece. Y no has descartado el sexo, ¿correcto? -Sus mejillas se encendieron, y su espalda se enderezó.

– Correcto, -dijo en una voz tan afilada que podría haberlo cortado por la mitad.

Agresiva . Interesante. Pero inaceptable. Le dirigió una severa mirada.

Ella bajó la vista instantáneamente.

– Sí, Señor. Es correcto. -Una sub con una actitud que se correspondía con su tamaño. Maldición, era adorable.

Sacó un juego de puños de entrenamiento de debajo de la barra. Manteniendo uno en alto, se lo mostró.

– Dame tu muñeca. -Sus ojos subieron de golpe y se ampliaron al ver los puños de cuero dorado en su mano. Hasta apretó los blancos dientes sobre su labio inferior demostrando cómo luchaban sus miedos en contra de sus deseos. Le temblaban los dedos cuando colocó la muñeca en la palma de su mano abierta.

El primer provisorio regalo de confianza.

– Buena chica, -le dijo suavemente.

Sonrió al sentir la sensación maciza de su brazo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había tenido a una mujer por la que no tuviera que preocuparse en lastimarla con su tamaño? Del firme músculo sobresalía un delicado pulso que martillaba rápido.

Muy bonito .

Ciñó el primer puño. Cuando sus ojos de color whisky se encontraron con los suyos, la inesperada expresión de vulnerabilidad acarreó sus protectores instintos de Dom a un primer plano. ¿Toda esta dura postura escondía a una pequeña gelatina por adentro?

La oleada de satisfacción al ponerle los puños lo asombró, y se esforzó en regresar a los negocios.

– Los puños dorados indican que eres una aprendiz, -le dijo-. Pondremos listones coloridos en tus puños para que todos conozcan tus límites. El rojo mostraría que disfrutas del dolor severo como una dura azotaina. El amarillo es para un dolor intermedio.

Todavía sujetándole la muñeca con una mano, tiró fuertemente de su pelo, complaciéndose por su sobresalto.

– Como has leído en las reglas del club, cualquier sumisa, aprendiz o no, que meta la pata puede ser zurrada o azotada. La cinta amarilla simplemente indica que podemos ser más creativos.

Ella dijo,

– Oh, estupendo, -por debajo de su aliento, y él apenas logró refrenar la risa.

– El color azul es para el bondage. El verde para el sexo. Una aprendiz que lleve puesta una cinta verde podría ser entregada a cualquier Dom de aquí, tanto como recompensa… o como castigo. -El diminuto pulso debajo de su pulgar se incrementó, su labio inferior tembló, y su respiración se detuvo. Definitivamente le intrigaba la idea.

Como a él. ¿Qué expresión mostraría cuando le encadenara los brazos sobre la cabeza con sus piernas abiertas y la restringiera, dejándola desnuda para su vista y su toque? ¿Su cuerpo se estremecería? ¿Sus ojos se dilatarían? ¿Su coño se pondría caliente y resbaladizo?

Sus ojos estaban muy amplios y vulnerables ahora mientras le inmovilizaba la mirada con la suya.

– Pero por ahora, no llevarás ninguna cinta, -le dijo suavemente y observó a sus músculos relajarse-. Esta noche servirás bebidas a los miembros del club para acostumbrarte a cómo funcionan las cosas en Shadowlands. ¿Entendido, Andrea?

Ella asintió con la cabeza, entonces agregó un apresurado,

– Sí, Señor.

– Muy bien. Si en cualquier momento deseas irte, sólo avísame. ¿Te gustaría una bebida antes de empezar?

Mientras sus nervios protestaban como si hubiera caído dentro de una guerra entre pandillas, Andrea sorbía su 7 &7 [3] .

– Quédate allí, Andrea, – había dicho el Maestro Cullen después de darle la bebida, y entonces se había marchado.

Su partida había sido un gran alivio. Dios mí o*, no había esperado que el amigo de Antonio la abrumara tan completamente. Se estremeció, recordando la sensación de la mano en su pelo, cómo la había mantenido en el lugar. Ese… control… había enviado emociones por ella como un cable eléctrico. Esto era completamente lo que ella quería… hablando de dominación instantánea … ¿así que por qué la aterrorizaba al mismo tiempo?

Porque él era demasiado. Había esperado que el entrenador fuera… bueno, más dominante que los Doms del club. Alguien que la hiciera estremecerse por dentro… no uno que convirtiera su fuerza de voluntad en gelatina.

Bufó. Antonio probablemente llamaría a esto “ La Historia de Rambolita y los Tres Doms”. El Dom del club no tenía lo suficiente, este Dom de aquí tenía demasiado -excesivamente demasiado- ¿Así que tal vez el siguiente sería el indicado? Bien, el lujoso Shadowlands le daría la mejor oportunidad para conocer al Dom Perfecto , por lo tanto no importaba qué tan intimidante pudiera llegar a ser el Maestro Cullen ni cuánto él quisiera que ella se fuera, sería la mejor aprendiz que él alguna vez hubiera tenido. Sus hombros se enderezaron.

Tomó otro sorbo, y los puños de cuero que le había puesto atrajeron su mirada. Suavemente cubiertos por dentro, pero ceñidos, como las manos de un hombre envolviéndose firmemente alrededor de sus muñecas. Una espeluznante… excitante… sensación.

Estaba aquí. Haciendo lo que había soñado. Dios ayúdame. .

Apartando la mirada de los puños, se tomó el tiempo que el Maestro Cullen le había dado y miró alrededor. Tan intimidante por dentro como lo aparentaba por fuera. Sacudió la cabeza, recordando su primera impresión del lugar. El macizo edificio de tres pisos construido con pesadas puertas de roble y ornamentos negros de hierro que lo hacían verse como un castillo medieval ubicado en la pantanosa zona rural de Florida.

Adentro, el salón principal del club abarcaba toda la planta baja. El bar circular de madera oscura donde se encontraba sentada estaba ubicado en el centro de la habitación. Una larga mesa de bocadillos ocupaba un rincón de la parte trasera y una pequeña pista de baile, el otro. La luz de los apliques de hierro parpadeaban sobre los equipamientos ubicados cerca de las paredes: cruces de San Andrés, bancos de azotes, caballetes, y estacadas.

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