Isabelle lanzó un grito y saltó a sus brazos.
—¡Meliorn!
—¡Ah! —exclamó Simón, en voz baja y no sin cierta burla—. Así que es por eso que lo sabe.
El hada, Meliorn, contempló a Isabelle con seriedad, luego la apartó de él y la empujó con suavidad.
—Éste no es momento para el afecto —dijo—. La reina de la corte seelie ha solicitado una audiencia con los tres nefilim que hay entre vosotros. ¿Queréis venir?
Clary posó una mano protectora sobre el hombro de Simón.
—¿Qué hay de nuestro amigo?
Meliorn se mostró impasible.
—No se permite la presencia de humanos mundanos en nuestra corte.
—Ojalá alguien hubiese mencionado eso antes —comentó Simón, sin dirigirse a nadie en concreto—. ¿Debo suponer entonces que tengo que aguardar aquí fuera hasta que las enredaderas empiecen a crecer sobre mí?
Meliorn lo consideró.
—Eso podría proporcionar una diversión considerable —dijo.
—Simon no es un mundano corriente. Se puede confiar en él —intervino Jace, sorprendiendo a todos, y sobre todo a Simón.
Clary se dio cuenta de que Simon estaba sorprendido porque se quedó mirando fijamente a Jace sin ofrecer ni un solo comentario agudo.
—Ha librado muchas batallas con nosotros —insistió Jace.
—Querrás decir una batalla —masculló Simón—. Dos si se cuenta aquella en la que yo era una rata.
—No entraremos en la corte seelie sin Simon —afirmó Clary, con la mano todavía sobre el hombro del chico—. Tu reina pidió esta audiencia con nosotros, ¿recuerdas? No fue idea nuestra venir aquí.
Hubo una pizca de regodeo en los ojos verdes de Meliorn.
—Como deseéis —repuso—. Que no se diga que la corte seelie no respeta los deseos de sus invitados.
Giró sobre los talones de sus botas y empezó a conducirlos por el pasillo sin detenerse a comprobar si le seguían. Isabelle apresuró el paso para andar junto a él, dejando que Jace, Clary y Simon los siguieran en silencio.
—¿Se os permite salir con hadas? —preguntó finalmente Clary a Jace—. ¿Le importaría a vuestros... les importaría a los Lightwood que Isabelle y como se llame...?
—Meliorn —terció Simón.
—¿... Meliorn salieran?
—No estoy seguro de que salgan —contestó Jace, remarcando la última palabra con una ironía nada sutil—. Me imagino que principalmente se quedan dentro. O en este caso, debajo.
—Da la impresión de que lo desapruebas. —Simon apartó la raíz de un árbol.
Habían pasado de un pasillo de paredes de tierra a uno revestido de piedras lisas con únicamente alguna que otra raíz colándose entre las piedras desde lo alto. El suelo era de alguna clase de material duro pulido, no mármol sino piedra veteada y salpicada de líneas de copos de material reluciente que parecía piedras preciosas pulverizadas.
—No lo desapruebo exactamente —respondió Jace en voz baja—. Las hadas son conocidas por coquetear ocasionalmente con mortales, pero siempre acaban por abandonarlos, por lo general no en muy buen estado.
Las palabras provocaron un escalofrío en la espalda de Clary. En aquel momento Isabelle rió, y Clary pudo ver entonces por qué Jace había bajado la voz, ya que las paredes de piedra les devolvieron la voz de Isabelle amplificada y resonante, rebotando en las paredes.
—¡Eres tan divertido!
La joven dio un traspié cuando el tacón de la bota se le metió entre dos piedras, y Meliorn la sujetó y estabilizó sin cambiar de expresión.
—No entiendo cómo vosotros, humanos, podéis andar con zapatos tan altos.
—Es mi divisa —repuso Isabelle con una sonrisa seductora—. Nada de menos de quince centímetros.
Meliorn la contempló impávido.
—Estoy hablando de mis tacones —dijo ella—. Es un chiste. Ya sabes. Un juego de...
—Vamos —dijo el caballero hada—. La reina empezará a impacientarse. —Siguió corredor adelante sin dedicar a Isabelle otra mirada.
—Me había olvidado —masculló la joven mientras el resto la alcanzaba—. Las hadas carecen de sentido del humor.
—Bueno, yo no diría eso —bromeó Jace—. Hay un club nocturno de duendecillos en el centro, llamado Alas Picantes. Tampoco —añadió— es que yo haya estado allí jamás.
Simon miró a Jace, abrió la boca como si tuviese intención de hacerle una pregunta, pero pareció pensárselo mejor. Cerró la boca de golpe justo cuando el corredor fue a dar a una amplia sala con suelo de tierra y paredes cubiertas de altos pilares de piedra entrecruzados por completo de enredaderas y flores de intensos colores. Entre los pilares colgaban finas telas, teñidas de un azul tenue que tenía casi el tono exacto del cielo. La habitación estaba llena de luz, aunque Clary no pudo ver ninguna antorcha, y el efecto general era el de un pabellón de verano bajo una brillante luz solar en lugar de una sala subterránea de tierra y piedra.
La primera impresión de Clary fue que se encontraba al aire libre; la segunda, que la sala estaba llena de gente. Sonaba una extraña música suave, afeada por notas agridulces, una especie de equivalente auditivo de miel mezclada con zumo de limón, y había un círculo de hadas bailando al son de la música, con los pies apenas rozando el suelo. Sus cabellos —azules, negros, castaños y escarlatas, dorados metálico y blancos hielo— ondeaban como estandartes.
Pudo ver por qué les llamaban también los seres bellos, pues realmente eran muy bellos con sus preciosos rostros pálidos, las alas color lila, dorado y azul; ¿cómo podía haber creído a Jace cuando había dicho que su intención era hacerles daño? La música, que al principio la había enervado, sonaba sólo melodiosa, y Clary sintió el impulso de agitar los cabellos y mover los pies al compás de la danza. La música le decía que si lo hacía, también ella sería tan ligera que sus pies apenas tocarían el suelo. Dio un paso al frente...
Y una mano le agarró por el brazo y tiró violentamente de ella hacia atrás. Jace la miraba iracundo, con los ojos dorados brillantes como los de un gato.
—Si bailas con ellos —dijo en una voz queda—, bailarás hasta morir.
Clary le miró pestañeando. Se sentía como si la hubiesen arrancado de un sueño, atontada y despierta a medias. Arrastró la voz al hablar.
—¿Queeé?
Jace emitió un ruido impaciente. Sostenía su estela en la mano; ella no le había visto sacarla. El muchacho le agarró la muñeca y grabó una veloz Marca punzante sobre la piel de la parte interior del brazo.
—Ahora mira.
Ella volvió a mirar... y se quedó helada. Los rostros que le habían parecido tan bellos seguían siendo bellos, sin embargo bajo ellos acechaba algo vulpino, casi salvaje. La muchacha de las alas rosas y azules la llamó con una seña, y Clary vio que sus dedos eran ramitas cubiertas de hojas cerradas. Tenía los ojos totalmente negros, sin iris ni pupila. El muchacho que bailaba junto a ella tenía la piel color verde veneno y unos cuernos enroscados le nacían en las sienes. Mientras bailaba, el abrigo que llevaba se abrió, y Clary vio que su pecho era una caja torácica vacía. Había cintas entrelazadas por los huesos pelados de las costillas, posiblemente para darle un aspecto más festivo. A Clary le dio un vuelco el estómago.
—Vamos.
Jace la empujó, y ella avanzó dando un traspié. Cuando recuperó el equilibrio, pasó ansiosamente la mirada alrededor en busca de Simón. Éste iba por delante de ellos, y vio que Isabelle lo llevaba bien sujeto. En esta ocasión, no le importó. Dudó de que Simon hubiese conseguido atravesar esa sala por sí solo.
Bordeando el círculo de bailarines, se encaminaron al extremo opuesto de la estancia y cruzaron una cortina doble de seda azul. Fue un alivio estar fuera de la sala y en otro pasillo, éste tallado en un lustroso material marrón como el exterior de una avellana. Isabelle soltó a Simón, y éste se detuvo inmediatamente; cuando Clary lo alcanzó, vio que Isabelle le había atado su pañuelo sobre los ojos. El muchacho manoseaba nerviosamente el nudo cuando Clary llegó junto a él.
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