—Jace —dijo—. Alguien tiene que decírselo. Debe saber la verdad.
Sus pensamientos dieron tumbos sobre sí mismos, atropelladamente; si Jace hubiese sabido que no tenía sangre de demonio, a lo mejor no habría ido tras Valentine. Si hubiese sabido que no era el hermano de Clary…
—Pero pensaba que nadie sabía dónde estaba… —repuso Jocelyn, con una mezcla de lástima y perplejidad.
Antes de que Clary pudiese responder, las puertas dobles del Salón se abrieron de par en par, derramando luz sobre la arcada sostenida con pilares y los escalones situados debajo de ésta. El sordo rugido de voces, que ya no quedaba amortiguado, se elevó a la vez que Luke cruzaba las puertas. Parecía exhausto, pero había una ligereza en él que no había estado allí antes. Parecía casi aliviado.
Jocelyn se puso en pie.
—Luke. ¿Qué sucede?
Él dio unos pocos pasos hacia ellas, luego se detuvo entre a entrada y la escalinata.
—Jocelyn —dijo—, lamento interrumpiros.
—No pasa nada, Luke.
Incluso sumida en su aturdimiento, Clary pensó: «¿Por qué no dejan de llamarse por su sus nombres de ese modo?». Había una especie de embarazo entre ellos, una turbación que no estaba ahí antes.
—¿Ocurre algo?
Él negó con la cabeza.
—No. Para variar, algo marcha bien. —Sonrió a Clary, y no había ni rastro de embarazo en su sonrisa: parecía complacido con la muchacha, e incluso orgulloso—. Lo hiciste, Clary —dijo—. La Clave ha accedido a permitir que les pongas la Marca. No va a haber rendición.
El valle era más hermoso en la realidad de lo que había sido en la visión de Jace. Quizás era la brillante luz de la luna dando un color plateado al río que atravesaba el verde suelo. Abedules blancos y álamos salpicaban los costados del valle, estremeciendo las hojas bajo la fresca brisa; hacía frío arriba en el cerro, sin ninguna protección del viento.
Se trataba sin duda del valle donde había visto por última vez a Sebastian. Finalmente, empezaba a alcanzarlo. Tras amarrar a Caminante a un árbol, Jace sacó el hilo ensangrentado del bolsillo y repitió el ritual de localización, simplemente para estar seguro.
Cerró los ojos, esperando ver a Sebastian; confiaba en que en algún lugar muy cercano, tal vez incluso todavía en el valle…
En su lugar vio únicamente oscuridad.
El corazón le empezó a latir con violencia.
Volvió a intentarlo, pasando el hilo al puño izquierdo y grabando torpemente la runa localizadora sobre el dorso de su mano menos ágil, la derecha. Inspiró profundamente antes de cerrar los ojos esa vez.
De nuevo, nada. Únicamente negrura oscilante llena de sombras. Permaneció allí durante un minuto, apretando los dientes; el viento traspasaba su cazadora y había que se le pusiera la carne de gallina. Finalmente, entre maldiciones, abrió los ojos… y luego, en un arranque de desesperada cólera, el puño; el viento tomó el hilo y se lo llevó, tan de prisa que incluso aunque lo hubiera lamentado inmediatamente no podría haberlo atrapado otra vez.
Empezó a pensar a toda prisa. Estaba claro que la runa localizadora ya no funcionaba. A lo mejor Sebastian había advertido que lo seguían y había hecho algo para romper el encantamiento… Pero ¿qué podía hacer uno para detener una localización? A lo mejor había encontrado una gran masa de agua. El agua afectaba a la magia.
No es que eso ayudase demasiado a Jace. No era como si pudiese ir a cada lago del país y comprobar si Sebastian flotaba en su centro. Había estado tan cerca, además…, tan cerca. Había visto aquel valle y a Sebastian en él. Y allí estaba la casa, apenas visible, al abrigo de un bosquecillo. Al menos no estaría de más bajar a echar un vistazo alrededor de la casa para ver si había algo que pudiese indicar la ubicación de Sebastian, o la de Valentine.
Con un sentimiento de resignación, Jace usó la estela para marcarse con una serie de Marcas de combate de actuación veloz y desaparición rápida: una para proporcionarles silencio, otra para darle velocidad, y una última para andar con paso firme. Cuando hubo terminado —y sentía el familiar escozor ardiéndole en la piel—deslizó la estela al interior del bolsillo, dio a Caminante una palmada enérgica en el cuello y descendió en dirección al valle.
Las laderas eran engañosamente empinadas y estaban cubiertas de traicioneros guijarros sueltos. Jace alternó entre avanzar cautelosamente y resbalar por el pedregal, lo que era veloz pero peligroso. Cuando por fin llegó al fondo del valle, tenía las manos ensangrentadas allí donde habían caído sobre la gravilla suelta en más de una ocasión. Se las lavó en las limpias y veloces aguas del arroyo; el agua estaba espantosamente helada.
Cuando se irguió y miró a su alrededor, advirtió que contemplaba el valle desde un ángulo distinto al que había tenido en la visión localizadora. Vio un retorcido bosquecillo con ramas entrelazándose y las paredes del valle alzándose por todos los lados, y vio la casita. Las ventanas permanecían oscuras y no surgía humo en la chimenea. Sintió una punzada mezcla de alivio y decepción. Sería más fácil registrar la casa si no había nadie en ella. Y así era, no había nadie en ella.
A medida que se aproximaba se preguntó qué había habido en la casa de la visión que le había parecido tan fantasmagórico. De cerca, no era más que una granja corriente de Idris, construida con bloques de piedra blanca y gris. Los postigos habían estado pintados en una ocasión de azul intenso, pero parecía como si hubiesen transcurrido años desde que alguien los hubiera repintado. Estaban descoloridos y los años habían desconchado la pintura.
Alcanzó una de las ventanas, se encaramó al alféizar y atisbó por el empañado cristal. Vio una habitación grande y ligeramente polvorienta con una especie de banco de trabajo que ocupaba el largo de una pared. Las herramientas que había sobre él no era de las que uno usaría para trabajos artesanales; eran las herramientas de un brujo: montones de pergaminos tiznados, velas de cera negra; gruesos cuencos de cobre con un líquido oscuro seco pegado a los bordes; una variedad de cuchillos, algunos tan finos como punzones, algunos con amplias hojas cuadradas. Había un pentagrama dibujado con una tiza en el suelo, con los contornos borrosos, cada una de las cinco puntas decorada con una runa diferente. A Jace se le hizo un nudo en el estómago… Las runas se parecían a las que habían estado grabadas alrededor de los pies de Ithuriel. ¿Podía Valentine haber hecho esto…? ¿Podían ser éstas sus cosas? ¿Era éste su escondite… un escondite que Jace no había visitado nunca y del cual no había conocido la existencia?
Se deslizó fuera del alféizar, aterrizando en un pedazo de hierba seca… justo cuando una sombra pasaba sobre la faz de la luna. Pero allí no había pájaros, se dijo, y alzó la vista justo a tiempo de ver un cuervo que describía círculos en lo alto. Se quedó paralizado, luego se sumergió a toda prisa en las sombras de un árbol y atisbó arriba por entre las ramas. A medida que el cuervo descendía en picado más cerca del suelo, Jace supo que su primer instinto había sido correcto. No se trataba de un cuervo cualquiera: se trataba de Hugo , el cuervo que en una ocasión había pertenecido a Hodge; Hodge lo había usado de vez en cuando para transportar mensajes fuera del Instituto. Desde entonces, Jace había averiguado que Hugo había pertenecido originalmente a su padre.
Jace se apretó más contra el tronco del árbol. El corazón volvía a latirle con fuerza, esta vez con entusiasmo. Si Hugo estaba allí, sólo podía significar que transportaba un mensaje, y en esta ocasión el mensaje no sería para Hodge. Sería para Valentine. Tenía que serlo. Si Jace pudiese apañárselas para seguirlo…
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