—Supongo que no necesito preguntarte adónde fuiste —dijo Amatis, sin levantar la vista de la mesa—. Fuiste a ver a Jonathan ¿verdad? Supongo que era de esperar. Quizá si hubiese tenido hijos propios, habría sabido cuándo una criatura me miente. Pero confiaba, en, al menos esta vez, no decepcionar completamente a mi hermano.
—¿Decepcionar a Luke?
—¿Sabes qué sucedió cuando le mordieron? —Amatis miró hacia adelante—. Cuando a mi hermano le mordió un hombre lobo y desde luego tenía que suceder, porque Valentine siempre corría riesgos estúpidos consigo mismo y con sus seguidores, por lo que no era más que una cuestión de tiempo, vino y me contó lo que había sucedido y el miedo que sentía de que pudiera haber contraído la enfermedad de la licantropía. Y yo le dije…, le dije…
—Amatis, no tienes que contármelo…
—Le dije que saliera de mi casa y no regresara hasta que estuviese seguro de no tenerla. Retrocedí asustada ente él… no pude evitarlo. —La voz le tembló—. Él pudo ver la repugnancia que sentía dibujada en mi cara. Tenía miedo de que si se convertía en una criatura lobo, Valentine fuese a pedirle que me matase, y yo le dije…, le dije que a lo mejor eso sería lo mejor.
Clary emitió una pequeña exclamación ahogada; no pudo evitarlo.
Amatis alzó rápidamente los ojos. Todo su rostro mostraba repugnancia hacia sí misma.
—Luke fue siempre bueno. A veces pensaba que él y Jocelyn eran las únicas personas realmente buenas que conocía… Fuese lo que fuese que Valentine intentaba conseguir que hiciese…, a veces pensaba que él y Jocelyn eran las únicas personas realmente buenas que conocía… yo no podía soportar la idea de que se viese convertido en un monstruo…
—Pero él no es así. No es un monstruo.
—Yo no lo sabía. Después de que cambiara, después de que huyera de aquí, Jocelyn se esforzó mucho en convencerme de que todavía era la misma persona por dentro, que todavía era mi hermano. De no haber sido por ella, jamás habría aceptado volver a verle. Dejé que se quedara aquí cuando vino antes del Levantamiento…, le permití ocultarse en el sótano… Pero notaba que él en realidad no confiaba en mí, no después de que le hubiese dado la espalda. Creo que sigue sin hacerlo.
—Confió lo suficiente como para acudir a ti cuando yo estaba enferma —dijo Clary—. Confió en ti lo suficiente como para dejarme aquí contigo…
—No tenía ningún otro sitio al que ir —replicó Amatis—Y mira lo bien que me ha ido contigo. Ni siquiera pude mantenerte dentro de la casa un solo día.
La muchacha se estremeció. Aquello era peor que recibir una tanda de gritos.
—No es culpa tuya. Te mentí y me fui a hurtadillas. No podías haberlo evitado.
—Clary —dijo Amatis—. ¿Es que no lo ves? Siempre se puede hacer algo. Pero la gente como yo siempre se convencer a sí misma de lo contrario. Me convencí de que no había nada que hacer por Luke. Me convencí de que no había nada que hacer para que Stephen no me abandonase. Y me nuevo incluso a asistir a las reuniones de la Clave porque me digo a mi misma que no hay nada que pueda hacer para influenciar en sus decisiones, incluso cuando aborrezco lo que hacen. Y cuando elijo hacer algo… bueno, ni siquiera puedo hacerlo bien. —Sus ojos refulgieron, duros y brillantes a la luz de las llamas—. Vete a la cama, Clary —finalizó—. A partir de ahora, puedes entrar y salir a tus anchas. No haré nada para detenerte. Al fin y al cabo, como tú dijiste, no hay nada que pueda hacer.
—Amatis…
—No. —Amatis negó con la cabeza. —Sólo vete a la cama. Por favor.
Su voz tenía una nota de finalidad; volvió la cabeza, como si Clary ya se hubiese ido, y se quedó mirando la pared sin pestañear.
Clary giró sobre sus talones y corrió escaleras arriba. Una vez en la habitación de invitados, cerró la puerta de una patada y se arrojó sobre la cama. Había pensando que quería llorar, pero las lágrimas no querían acudir. «Jace me odia —pensó—. Amatis me odia. Ni siquiera llegué a despedirme de Simon. Mi madre se muere. Y Luke me ha abandonado. Estoy sola. Jamás he estado tan sola, y es todo culpa mía.» A lo mejor era por eso que no podía llorar, comprendió, clavando los ojos, totalmente secos, en el techo. Porque ¿de qué servía llorar cuando no había nadie allí para consolarla? Y lo que era peor, ¿Cuándo una no podía siquiera consolarse a sí misma?
7
Donde los ángeles no se aventuran
Saliendo de un sueño de sangre y luz solar, Simon despertó de improviso con el sonido de una voz que pronunciaba su nombre.
—Simon. —La voz era un susurro sibilante—Simon, levanta.
Simon ya estaba en pie —en ocasiones, la rapidez con la que podía moverse ahora le sorprendía incluso a él—y se había dado la vuelta en la oscuridad de la celda.
—¿Samuel? —susurró, clavando la mirada en las sombras—. Samuel, ¿eres tú?
—Date la vuelta, Simon. —Ahora la voz, levemente familiar, tenía un dejo de irritabilidad—. Y acércate a la ventana.
Simon supo inmediatamente de quién se trataba y miró a través de los barrotes de la ventana para encontrar a Jace arrodillado en la hierba del exterior, con una piedra de luz mágica en la mano. Miraba a Simon con una expresión crispada.
—¿Es que pensabas que tenías una pesadilla?
—Quizás aún la tengo.
Simon notó un zumbido en los oídos; de haberle latido el corazón, habría pensando que era la sangre corriéndole por las venas, pero era algo distinto, algo menos corpóreo pero más cercano que la sangre.
La luz mágica proyectaba un mosaico de luz y sombra sobre el rostro pálido de Jace.
—O sea que es aquí donde te metieron. Creía que ya no usaban estas celdas —Echó una mirada de soslayo—. Me he equivocado de ventana la primera vez. Le di a tu amigo de la celda contigua un buen susto. Un tipo atractivo, con la barba y los andrajos. Me recordó un poco a los vagabundos que tenemos allí en casa.
Y Simon se dio cuenta de qué era el zumbido en sus oídos. Cólera. En algún lejano rincón de su mente notó que tenía los labios tensados hacia atrás, como las puntas de los colmillos arañándole el labio inferior.
—Me alegro de que consideres que todo esto es divertido.
—¿No te alegras de verme, entonces? —dijo Jace—. Debo admitir que me sorprende. Siempre me han dicho que mi presencia iluminaba cualquier habitación. Uno pensaría que eso aún sería más evidente cuando se trata de húmedas celdas bajo tierra.
—Sabías lo que sucedería, ¿verdad? «Te enviarán directamente de vuelta a Nueva York», dijiste. «No hay ningún problema.» Pero ellos jamás tuvieron la menor intención de hacerlo.
—No lo sabía. —Jace se encontró con sus ojos a través de los barrotes, y su mirada era clara y firme—. Sé que no me creerás, pero pensaba que te decía la verdad.
—O estás mintiendo o eres estúpido…
—Entonces soy estúpido.
—… o ambas cosas —finalizó Simon—Me siento inclinado a pensar que ambas.
—No tengo motivos para mentirte. No ahora. —La mirada de Jace permaneció firme—. Y deja de enseñarme los colmillos. Me están poniendo nervioso.
—Estupendo —dijo Simon—. Si quieres saber el motivo, es porque hueles a sangre.
—Es mi colonia. Eau de Herida Reciente.
Jace alzó la mano izquierda. Era un guante de vendajes blancos, manchados en los nudillos, donde la sangre se había filtrado.
Simon frunció el entrecejo.
—Pensaba que los de tu clase no podían tener heridas. No de las que duran.
—Atravesé con él una ventana —explicó Jace—, y Alec me está obligando a curarme como un mundano para enseñarme una lección. ¿Ves?, te conté la verdad. ¿Impresionado?
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