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Lois Bujold: Hermanos de armas

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Lois Bujold Hermanos de armas

Hermanos de armas: краткое содержание, описание и аннотация

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El inefable Miles Vorkosigan se encuentra en esta ocasión en la Tierra, sin dinero y con los dolores de cabeza que le da el interpretar a dos personajes a la vez con sus respectivos enemigos. La situación se complica cuando algunos de sus hombres organizan un escándalo en una tienda de licores cuando la máquina no les acepta la tarjeta de crédito. Por culpa de una periodista perspicaz Miles se ve obligado a dar una nueva vuelta de tuerca en su farsa: decide que su otra identidad es en realidad un clon suyo, y engaña a la periodista. Sin embargo, lo que no se podía esperar es que realmente un clon suyo estuviera dispuesto a reemplazarle.

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Mark se detuvo.

—Aquí.

—¿Dónde?

Mark señaló.

—Cada cámara de bombeo tiene una compuerta de acceso, para limpieza y reparaciones. Lo pusimos ahí dentro.

Miles maldijo.

La cámara de bombeo tenía el tamaño de un armario grande. Sellada, sería oscura, fría, viscosa, apestosa y completamente silenciosa. Hasta que el impulso del agua, tamborileando con inmensa fuerza, la inundara para convertirla en una cámara de muerte. La inundara para llenar los oídos, la nariz, los ojos oscuros; la inundara para llenar la cámara hasta arriba, arriba, ni un pequeño bolsillo de aire para una boca frenética; la inundara para retorcer y golpear el cuerpo incesantemente, haciéndolo chocar contra las gruesas paredes hasta que la cara quedara aplastada sin posibilidad de reconocimiento, hasta que, con la marea, las hediondas aguas se retiraran, dejando… nada de valor. Un obstáculo en la línea.

—Tú… —jadeó Miles, mirando a Mark—. ¿Te prestaste a este…?

Mark se frotó las palmas, nervioso, y retrocedió.

—Estás aquí… te he traído —empezó a decir, quejumbroso—. Dije que lo haría…

—¿No es un castigo demasiado severo para un hombre que nunca te ha hecho otro daño que roncar y no dejarte dormir? ¡Ah!

Miles se volvió, la espalda rígida de disgusto, y empezó a golpear los controles de cierre de la compuerta.

El último paso era manual, girar la barra que la liberaba. Cuando Miles empujó la pesada puerta hacia dentro, una alarma empezó a sonar.

—¿Ivan?

—¡Ah! —el grito que surgió del interior era casi mudo.

Miles se introdujo hasta los hombros, la linterna en la mano. La compuerta estaba cerca de la parte superior de la cámara; se encontró mirando la mancha blanca del rostro de Ivan, medio metro por debajo de él.

—¡Tú! —exclamó Ivan con voz asqueada mientras resbalaba en el fango.

—No, él no —corrigió Miles—. Yo.

—¿Eh? —la cara de Ivan estaba arrugada, agotada, casi más allá de cualquier pensamiento coherente. Miles había visto esa misma expresión en hombres que habían pasado demasiado tiempo en combate.

Miles lanzó su oportuno arnés (se estremeció, recordando que casi había decidido no incluirlo cuando preparaba las cosas a bordo de la Triumph ) y agarró el carrete.

—¿Listo para subir?

Los labios de Ivan se movieron en un murmullo, pero se pasó el arnés por los brazos. Miles golpeó el control del carrete e Ivan voló. Lo ayudó a salir por la compuerta. Ivan se incorporó, las piernas separadas, las manos en las rodillas, jadeando pesadamente. Llevaba el uniforme verde empapado, arrugado y sucio. Sus manos parecían carne de perro. Debía de haber golpeado y arañado, escarbado y gritado en la oscuridad, ahogado y sin que lo oyera nadie…

Miles volvió a cerrar la compuerta. Chasqueó con sonoridad. Giró la barra manual de cierre. La alarma dejó de sonar. Los circuitos de seguridad volvieron a conectarse, la bomba inmediatamente empezó a trabajar. Ningún ruido penetraba desde la cámara de bombeo, aparte de un monstruoso siseo subliminal. Ivan se sentó pesadamente y hundió la cara entre las rodillas.

Miles se arrodilló junto a él, preocupado. Su primo alzó la cabeza y consiguió esbozar una sonrisa enferma.

—Creo que voy a hacer de la claustrofobia una afición a partir de ahora…

Miles le devolvió la sonrisa y le dio una palmada en el hombro. Se levantó y se volvió. Mark no estaba por ninguna parte.

Escupió y se llevó el comunicador de muñeca a los labios.

—¿Quinn? ¡Quinn!

Salió al corredor, miró arriba y abajo, escuchó con atención. El levísimo eco de unos pasos se perdía en la distancia, en la dirección opuesta a la torre de vigilancia repleta de barrayareses.

—Pequeño mierda —murmuró Miles—. Al diablo con él —llamó a la patrulla aérea—. ¿Sargento Nim? Aquí Naismith.

—Sí, señor.

—He perdido contacto con la comandante Quinn. Mire a ver si logra recogerla. Si no, empiece a buscarla. La vi por última vez yendo a pie dentro de la barrera, a medio camino entre la Torre Seis y la Siete, en dirección sur.

—Sí, señor.

Miles se volvió y ayudó a Ivan a ponerse en pie.

—¿Puedes andar? —preguntó ansioso.

—Sí… claro —Ivan parpadeó—. Sólo estoy un poco…

Echaron a andar pasillo abajo. Ivan se tambaleó un tanto, apoyado en Miles; luego caminó con paso más firme.

—No sabía que mi cuerpo pudiera bombear tanta adrenalina. O durante tanto tiempo. Horas y horas… ¿Cuánto tiempo he estado ahí dentro?

Miles miró su crono.

—Menos de dos horas.

—Mm. Me ha parecido mucho más —Ivan recuperaba el equilibrio—. ¿Adónde vamos? ¿Por qué llevas tu traje de Naismith? ¿Está bien milady? No la cogieron a ella, ¿no?

—No, Galen sólo te cogió a ti. Esto es una operación dendarii independiente. Destang me ordenó quedarme a bordo de la Triumph mientras sus matones trataban de eliminar a mi doble. Para que no hubiera confusiones.

—Sí, bueno, tiene sentido. De esa forma, sabrán que pueden disparar a cualquier tipo bajito que vean. —Ivan volvió a parpadear—. Miles…

—Eso es —dijo Miles—. Por eso vamos hacia allí y no hacia allá.

—¿Debería caminar más rápido?

—Estaría bien, si eres capaz.

Avivaron el paso.

—¿Por qué has bajado a tierra? —preguntó Ivan después de un minuto o dos—. No me digas que aún intentas salvarle el pellejo a esa desgraciada copia tuya.

—Galen me mandó una invitación grabada en tu pellejo. No tengo demasiados parientes, Ivan. Para mí son de un valor incalculable. Aunque sólo sea por su rareza, ¿eh?

Intercambiaron una mirada. Ivan se aclaró la garganta.

—Bien. Vale. Pero te puedes buscar un lío, tratando de desafiar a Destang. Dime… si ese escuadrón de asalto está tan cerca, ¿dónde está Galen? —la alarma nubló su rostro.

—Galen ha muerto —informó Miles brevemente. De hecho pasaban ante la oscura intersección que conducía al saliente donde se encontraba el cadáver.

—¿Sí? Me alegra oírlo. ¿Quién hizo los honores? Quiero besarle la mano.

—Creo que tendrás la oportunidad dentro de un instante.

El rápido tableteo de unas pisadas, como de una persona con las piernas cortas, era apenas audible al otro lado de la curva del pasillo. Miles desenfundó el aturdidor.

—Y esta vez no tengo que discutir con él. Tal vez Quinn lo haya hecho correr en esta dirección —añadió esperanzado. Estaba muy preocupado por Quinn.

Mark dobló la curva y se detuvo ante ellos con un grito agónico. Se volvió, dio un paso, se detuvo, se volvió de nuevo como un animal enjaulado. La parte derecha de su cara era una veta roja, tenía la oreja llena de ampollas blancuzcas y el hedor de pelo quemado flotaba levemente en el aire.

—¿Y ahora qué? —preguntó Miles.

La voz de Mark era aguda y forzada.

—¡Hay unos lunáticos pintados que me persiguen con pistolas de plasma! Se han apoderado de la siguiente torre de vigilancia…

—¿Has visto a Quinn por alguna parte?

—No.

—Miles —dijo Ivan, aturdido—, los nuestros no llevarían arcos de plasma en una misión antipersonal de estas características, ¿no? No en una instalación vital como ésta… no querrían arriesgarse a dañar la maquinaria…

—¿Pintados? ¿De qué manera? —instó Miles—. No será por casualidad como una máscara de ópera china, ¿verdad?

—No sé cómo es una máscara de ópera china —jadeó Mark—. Pero ellos… bueno, uno va pintado de oreja a oreja.

—El ghem-comandante, sin duda —suspiró Miles—. De caza formal. Parece que han subido la apuesta.

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