Lois Bujold - Hermanos de armas

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Hermanos de armas: краткое содержание, описание и аннотация

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El inefable Miles Vorkosigan se encuentra en esta ocasión en la Tierra, sin dinero y con los dolores de cabeza que le da el interpretar a dos personajes a la vez con sus respectivos enemigos. La situación se complica cuando algunos de sus hombres organizan un escándalo en una tienda de licores cuando la máquina no les acepta la tarjeta de crédito. Por culpa de una periodista perspicaz Miles se ve obligado a dar una nueva vuelta de tuerca en su farsa: decide que su otra identidad es en realidad un clon suyo, y engaña a la periodista. Sin embargo, lo que no se podía esperar es que realmente un clon suyo estuviera dispuesto a reemplazarle.

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Miles salió del tubo agarrándose la espalda.

—¿Los huesos? —preguntó Elli, preocupada—. ¿Le ha pasado algo a tu columna?

—No estoy seguro —él avanzó junto a ella, bastante encorvado—. Espasmos musculares… esa pobre mujer debía de ser más gorda de lo que me pareció. La adrenalina te engaña…

No se sentía mejor cuando su pequeña lanzadera de personal amarró en la Triumph, la nave insignia dendarii en órbita. Elli insistió en visitar la enfermería.

—Tirón muscular —dijo fríamente la cirujana después de examinarlo—. Guarde cama una semana.

Miles hizo falsas promesas y salió aferrando un frasco de píldoras con la mano vendada. Estaba bastante seguro de que el diagnóstico de la cirujana era correcto, pues el dolor remitía ahora que se hallaba a bordo de su propia nave. Podía sentir la tensión de su cuello ceder por fin, y esperaba que continuara menguando. Empezaba a librarse de la subida de adrenalina también. Era mejor zanjar aquel asunto allí, mientras aún podía caminar y hablar al mismo tiempo.

Se puso bien la chaqueta, frotó inútilmente las manchas blancas y alzó la barbilla antes de entrar en el santuario de la contable de la flota.

Era por la tarde, hora de la nave (sólo una hora de diferencia con Londres), pero la contable de los mercenarios continuaba aún en su puesto. Vicki Bone era una mujer precisa, de edad mediana, fornida, decididamente una técnica, no una soldado; su voz normal era un tranquilo canturreo. Se giró en su asiento y le preguntó:

—¡Oh, señor! ¿Tiene ya la transferencia de crédi…? —advirtió su aspecto y su voz recuperó el timbre habitual—. Santo Dios, ¿qué le ha sucedido?

Tras un segundo de indecisión, saludó.

—Eso es lo que vengo a averiguar, teniente Bone.

Miles enganchó un segundo asiento en las abrazaderas del suelo y le dio la vuelta para sentarse a horcajadas con los brazos apoyados en el respaldo. Tras dudar también él un segundo, le devolvió el saludo.

—Tenía entendido que informó usted ayer de que todos nuestros pedidos de suministros no esenciales para el mantenimiento de la vida a bordo estaban en suspenso y nuestro crédito en Tierra bajo control.

—Temporalmente bajo control —replicó ella—. Hace catorce días me dijo usted que tendríamos una transferencia de créditos al cabo de diez días. Traté de reducir los gastos al mínimo. Hace cuatro días me dijo usted que pasarían otros diez días…

—Como mínimo —confirmó Miles, sombrío.

—He vuelto a reducir los gastos cuanto he podido, pero ha habido que pagar algunas cosas para conseguir que se prolongara el crédito otra semana. Nos hemos estado quedando peligrosamente sin fondos de reserva desde Mahata Solaris.

Miles pasó cansinamente un dedo por el respaldo del asiento.

—Sí, tal vez tendríamos que haber seguido directamente hasta Tau Ceti.

Demasiado tarde ya. Si al menos estuvieran tratando con el cuartel general de Seguridad del Sector Dos…

—Tendríamos que haber dejado dos tercios de la flota en la Tierra de todas formas, señor.

—Y no quise dividir el convoy, lo sé. Pero si nos quedamos aquí mucho más, ninguno de nosotros podrá marcharse… un agujero negro financiero. Mire, active sus programas y dígame qué ha pasado con la cuenta de crédito de personal a eso de las 16.00, hora de Londres.

—¿Mm?

Sus dedos conjuraron arcanos y pintorescos bancos de datos en la consola de su holovid.

—Oh, cielos. No tendría que haber hecho eso. ¿Dónde ha ido el dinero…? Ah, anulación directa. Eso lo explica.

—Explíquemelo a mí —instó Miles.

Ella se volvió.

—Bueno, naturalmente, cuando la flota se halla estacionada durante cierto tiempo en algún lugar que tenga una red financiera, no dejamos nuestros activos paralizados.

—¿No?

—No, no. Todo lo que no haga falta de modo inmediato se mantiene el máximo tiempo posible en algún tipo de inversión a corto plazo que genere intereses. Así, todas nuestras cuentas de crédito se encuentran bajo el mínimo legal; cuando hay que pagar una factura la paso al ordenador y saco lo suficiente de la cuenta de inversión para cubrir la deuda de la cuenta de crédito.

—¿Y, er, merece la pena correr el riesgo?

—¿Riesgo? ¡Es una buena práctica básica! Ganamos más de cuatro mil créditos federales GSA en intereses y dividendos la semana pasada, hasta que nos pasamos del mínimo establecido.

—Oh.

Miles tuvo una momentánea visión: se vio renunciando a la guerra para jugar a la bolsa. ¿La Compañía de Acciones de los Mercenarios Dendarii Libres? Por desgracia, el Emperador tal vez tuviera un par de palabritas que decir al respecto…

—Pero esos idiotas —la teniente Bone indicó el esquema que representaba su versión de las aventuras de Danio esa tarde— intentaron contactar directamente con la cuenta a través de su número, en vez de a través de la cuenta central de la flota, como se le ha dicho que haga a todo el mundo. Y estamos tan cortos de fondos ahora mismo que rebotó. A veces me parece estar hablando con sordos.

Más extrañas gráficas de barras florecieron bajo sus dedos.

—¡Pero sólo puedo desviar y desviar por un tiempo limitado, señor! La cuenta de inversión ya está a cero, así que no genera ningún dinero extra. No estoy segura de que podamos aguantar diez días más. Y si la transferencia de crédito no llega, entonces… —alzó las manos— ¡toda la Flota Dendarii podría empezar a caer en manos de los acreedores!

—Oh.

Miles se frotó el cuello. Se había equivocado, su dolor de cabeza no mejoraba.

—¿No hay nada que pueda hacer pasando de cuenta en cuenta para crear, er… dinero virtual? ¿Temporalmente?

—¿Dinero virtual? —los labios de la teniente se arrugaron en gesto de repulsa.

—Para salvar la flota. Igual que en combate. Contabilidad mercenaria… —unió las manos, entre las rodillas, y le sonrió esperanzado—. Naturalmente, si está más allá de sus habilidades…

Las aletas de la nariz de la teniente Bone se hincharon.

—Por supuesto que no. Pero eso que usted pide se basa principalmente en lapsos de tiempo. La red financiera de la Tierra está plenamente integrada; no hay lapsos de tiempo a menos que quieras empezar a convertirla en interestelar. Pero le diré qué podría funcionar… —Su voz se apagó—. Bueno, tal vez no…

—¿Qué?

—Vaya a un banco importante y pida un préstamo a largo plazo sobre, digamos, un bien de valor considerable.

Sus ojos, al mirar en derredor, se referían a la Triumph y revelaban qué clase de bien de valor tenía en mente.

—Puede que tengamos que ocultarles otros gravámenes destacados y el grado de depreciación, por no mencionar ciertas ambigüedades sobre lo que pertenece o no pertenece a la corporación de la flota o a los capitanes… pero al menos sería dinero de verdad.

¿Y qué diría el comodoro Tung cuando descubriera que Miles había hipotecado su nave? Pero Tung no estaba allí. Estaba de permiso. Todo podría estar resuelto para cuando regresara.

—Tendremos que pedir dos o tres veces la cantidad que realmente necesitamos, para asegurarnos de recibir suficiente —continuó la teniente Bone—. Usted tendría que firmar, como oficial al mando.

El almirante Naismith tendría que firmar, reflexionó Miles. Un hombre cuya existencia legal era estrictamente… virtual, aunque no se podía esperar que un banco terrestre lo descubriera. Los dendarii apoyaban convincentemente su identidad. Quizás aquél fuese uno de los movimientos más seguros que había hecho jamás.

—Adelante, teniente Bone. Hágalo. Um… use la Triumph , es lo más grande que tenemos.

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