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Isaac Asimov: Fundación y Tierra

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Isaac Asimov Fundación y Tierra

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La serie de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación y Los límites de la Fundación) es la obra de ciencia ficción más leída de todos los tiempos. Como gran acontecimiento editorial, la saga monumental continúa con Fundación y Tierra, que es la quinta y más emocionante novela de la serie. Golan Trevize, ex consejero de la Primera Fundación, se encuentra con que debe realizar una tarea formidable: determinar el futuro del desarrollo galáctico. Pero, ¿qué fuerza instintiva ha llevado a Trevize a esta extraordinaria idea? ¿Procede acaso de lo más profundo de la Historia antigua de otro gran mundo llamado Tierra? Trevize tiene que saber la respuesta a estas preguntas. Al descubrir que toda referencia a la Tierra ha desaparecido misteriosamente de la Biblioteca Galáctica de Trantor, sale en busca del planeta «perdido». Y él y sus compañeros, el historiador Janov Pelorat y la hermosa gaiana Bliss, al viajar de un mundo prohibido a otro, se enfrentan audazmente a una odisea llena de peligros, de la que dependerá el destino del Imperio y de la propia Humanidad. Continuación de la serie «La Fundación». Ésta es una novela soberbia en la que vemos cómo la Humanidad, en un lejano futuro galáctico, busca sus orígenes en un planeta perdido llamado Tierra…

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—¿Me estás diciendo que la suma total de todos los cerebros de Gaia pueden recordar muchos más datos que un cerebro solo? —preguntó Trevize.

—Desde luego.

—Pero si Gaia tiene todos los recuerdos grabados en la memoria planetaria, ¿de qué te sirve a ti como porción individual de Gaia?

—De muchísimo. Lo que yo pueda querer saber está en alguna mente individual, tal vez en muchas de ellas. Si es algo fundamental, como el significado de la palabra «silla», se encuentra en todas las mentes. Pero incluso si se trata de algo esotérico que solamente se halle en una pequeña porción de la mente de Gaia, puedo recurrir a ésta si lo necesito, aunque eso requiera más tiempo que si el recuerdo estuviese más extendido. Escucha, Trevize, si tú quieres saber algo que no se encuentra en tu mente, miras en el microfilme correspondiente o acudes a un banco de datos. Yo busco en la mente total de Gaia.

—¿Y cómo impides que toda esa información entre en tu mente y te haga estallar el cráneo?

—¿Quieres dártelas de sarcástico, Trevize?

—Vamos, Golan —dijo Pelorat—, no seas antipático.

Trevize les miró a los dos y, con un visible esfuerzo, hizo que la tensión de su semblante se aflojase.

—Perdonad. Me siento abrumado por el peso de una responsabilidad que no quisiera tener y de la que no sé cómo librarme. Eso puede hacer que me muestre desagradable cuando no quisiera serlo. Bliss, dime una cosa, ¿cómo puedes extraer la información de las mentes de otros sin irla almacenando en tu propio cerebro y sobrecargar rápidamente su capacidad?

—Desconozco la respuesta, Trevize —dijo Bliss—, como tampoco tú sabes el funcionamiento detallado de tu cerebro único. Supongo que en tu mente está el recuerdo de la distancia que hay desde tu sol hasta una estrella vecina, pero no siempre tienes conciencia de ello. Lo almacenas en alguna parte y puedes recordar la cifra si te lo preguntan. Caso de que no te lo pregunten, quizá la olvides con el tiempo, pero siempre podrás obtenerla en un banco de datos. Si consideras el cerebro de Gaia como un enorme banco de datos, comprenderás que puedo acudir a él, pero no hace falta que recuerde conscientemente un dato particular que haya utilizado alguna vez. Cuando me he servido de él, o de un recuerdo, dejo que salga de mi memoria. Es más, puedo enviarlo deliberadamente, por así decirlo, al lugar donde lo obtuve.

—¿Cuántas personas hay en Gaia, Bliss? ¿Cuántos seres humanos?

—Mil millones aproximadamente. ¿Quieres saber la cifra exacta? Trevize sonrió, como disculpándose.

—Sé que podrías dármela si te la pidiese, pero me conformaré con la aproximación.

—En realidad —dijo Bliss—, la población es estable y oscila alrededor de un número ligeramente superior a los mil millones. Puedo decir en exceso o en defecto esa oscilación, extendiendo mi conciencia y…, bueno, palpando los límites. No sé explicarlo mejor a alguien que nunca ha compartido la experiencia.

—Sin embargo, yo diría que mil millones de mentes humanas, muchas de las cuales deben ser de niños, no son suficientes para guardar en la memoria todos los datos que una sociedad compleja necesita.

—Pero los seres humanos no son los únicos que viven en Gaia, Trev.

—¿Quieres decir que también recuerdan los animales?

—Los seres no humanos son incapaces de almacenar recuerdos con la misma intensidad que los humanos, y una gran parte de cada uno de los cerebros, humanos y no humanos, está dedicada a recuerdos personales que raras veces resultan inútiles, salvo para el elemento particular de la conciencia planetaria que los alberga. Sin embargo, cantidades importantes de datos avanzados pueden estar, y de hecho lo están, almacenadas en cerebros animales, y en el tejido vegetal, y en la estructura mineral del planeta.

—¿En la estructura mineral? ¿Quieres decir en las rocas y en las montañas?.

—Y, para cierta clase de datos, en el mar y en la atmósfera. Todo esto es Gaia también.

—Pero, ¿qué pueden retener unos sistemas sin vida?

—Una información inmensa. La intensidad es baja, pero el volumen es tan vasto que la mayor parte de la memoria total de Gaia está en sus piedras. Se necesita un poco más de tiempo para captar y restituir los recuerdos de las piedras, y por eso son las preferidas para almacenar datos muertos particulares, por decirlo así, que, normalmente, raras veces serán necesitados.

—¿Y qué ocurre cuando muere alguien cuyo cerebro contiene datos de valor considerable?

—No se pierden. Salen poco a poco al descomponerse el cerebro después de la muerte, pero hay tiempo sobrado para distribuir los recuerdos entre otras partes de Gaia. Y al aparecer nuevos cerebros con los recién nacidos y organizarse más con el crecimiento, no sólo almacenan los recuerdos y las ideas personales, sino que también adquieren conocimientos convenientes de otras fuentes. Lo que vosotros llamáis educación es enteramente automático en «mi-nosotros-Gaia».

—Francamente, Golan —dijo Pelorat—, me parece que pueden decirme muchas cosas a favor de esta noción de un mundo viviente.

Trevize dirigió una breve mirada de soslayo a su compañero de la Fundación..

—No me cabe duda de ello, Janov, pero no estoy impresionado. El planeta, por muy grande y diverso que sea, representa un cerebro. ¡Uno! Cada nuevo cerebro que nace se confunde en el todo. ¿Dónde está la oportunidad para la oposición, para la discrepancia? Si consideras la Historia humana, verás que hay seres humanos ocasionales cuyas opiniones pueden ser condenadas por la sociedad, pero que triunfan al final y cambian el mundo. ¿Qué posibilidad tienen en Gaia los grandes rebeldes de la Historia?

—Existe un conflicto interno —dijo Bliss—. No todos los aspectos de Gaia aceptan la opinión común necesariamente.

—Tiene que ser limitado —rebatió Trevize—. No puede haber demasiada agitación dentro de un organismo único, o éste no funcionaría como es debido. Si el progreso y el desarrollo no son interrumpidos del todo, deben ser frenados. ¿Podemos arriesgarnos a infligir esto a toda la Galaxia? ¿A toda la humanidad?

—¿Vas a discutir ahora tu propia decisión? —dijo Bliss sin emoción manifiesta—. ¿Vas a cambiar de idea y decir ahora que Gaia es un futuro indeseable para la humanidad?

Trev apretó los labios y vaciló.

—Me gustaría hacerlo, pero…, todavía no. Tom é mi decisión basándome en algo inconsciente, y hasta que descubra cuál era esa base, no puedo decidir realmente si voy a mantener mi decisión o a cambiarla.

Por consiguiente, volvemos al asunto de la Tierra.

—Donde tienes la impresión de que averiguarás la naturaleza de la base en que apoyaste tu decisión. ¿No es así, Trevize?

—Ésa es la impresión que tengo. Pero Dom dice que Gaia ignora el lugar donde la Tierra se encuentra. Y supongo que tú estás de acuerdo con él.

—Desde luego. Yo no soy menos Gaia que él.

—¿Y me ocultáis lo que sabéis? Quiero decir conscientemente.

—Claro que no. Aunque fuese posible que Gaia mintiese, no te mentiría a ti. Por encima de todo, dependemos de tus conclusiones, necesitamos que sean exactas, y eso requiere que estén basadas en la realidad.

—En ese caso —dijo Trevize—, hagamos uso de vuestra memoria mundial. Sondea el pasado y dime cuál es el tiempo más remoto que puedes recordar.

Hubo una pequeña vacilación. Bliss dirigió una inexpresiva mirada a Trevize, como si hubiese entrado en trance.

—Quince mil años —dijo.

—¿Por qué has vacilado?

—Necesitaba tiempo. Los antiguos recuerdos, los realmente antiguos, se hallan casi todos en el corazón de la montaña, y se requiere tiempo para extraerlos de allí.

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