Isaac Asimov - Fundación y Tierra

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Fundación y Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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La serie de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación y Los límites de la Fundación) es la obra de ciencia ficción más leída de todos los tiempos. Como gran acontecimiento editorial, la saga monumental continúa con Fundación y Tierra, que es la quinta y más emocionante novela de la serie. Golan Trevize, ex consejero de la Primera Fundación, se encuentra con que debe realizar una tarea formidable: determinar el futuro del desarrollo galáctico. Pero, ¿qué fuerza instintiva ha llevado a Trevize a esta extraordinaria idea?
¿Procede acaso de lo más profundo de la Historia antigua de otro gran mundo llamado Tierra? Trevize tiene que saber la respuesta a estas preguntas. Al descubrir que toda referencia a la Tierra ha desaparecido misteriosamente de la Biblioteca Galáctica de Trantor, sale en busca del planeta «perdido». Y él y sus compañeros, el historiador Janov Pelorat y la hermosa gaiana Bliss, al viajar de un mundo prohibido a otro, se enfrentan audazmente a una odisea llena de peligros, de la que dependerá el destino del Imperio y de la propia Humanidad.
Continuación de la serie «La Fundación».
Ésta es una novela soberbia en la que vemos cómo la Humanidad, en un lejano futuro galáctico, busca sus orígenes en un planeta perdido llamado Tierra…

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—Yo soy Gaia —repuso Bliss simplemente.

—Pero también lo es todo lo demás de este planeta. ¿Por qué tienes que ser tú? ¿Por qué no cualquier otra porción de Gaia?

—Porque Pel desea acompañarte, y si él va contigo, no se sentiría dichoso con cualquier porción de Gaia que no fuese yo misma.

Pelorat, que estaba sentado en una silla discretamente en otro rincón (vuelto de espalda, observó Trevize, a su propia imagen), dijo suavemente:

—Es verdad, Golan. Bliss es mi porción de Gaia.

Bliss sonrió de pronto.

—Parece bastante emocionante que la consideren a una de esta manera. Bastante exótico, desde luego.

—Bueno, veamos —dijo Trevize, cruzando las manos detrás de la cabeza y echándose atrás en su silla. Las dos finas patas crujieron, por lo que decidió que la silla no era lo bastante sólida para aquel juego y dejó que volviese a descansar en su posición normal—. ¿Seguirías siendo parte de Gaia si saliese de aquí?

—No necesariamente. Por ejemplo, podría aislarme si creyese estar en peligro de recibir algún daño grave, para que éste no alcanzase a Gaia, o si tuviese alguna otra razón importante para ello. Pero eso es válido sólo para casos de emergencia. En general, seguiré siendo parte de Gaia.

—¿Incluso si saltamos a través del hiperespacio?

—Incluso entonces, aunque eso complicaría un poco las cosas.

—No me parece muy tranquilizador.

—¿Por qué?

Trevize frunció la nariz, como la usual respuesta a un mal olor.

—Significa que todo lo que se dijese e hiciese en mi nave, y que tú oyeses y vieses, sería oído y visto en toda Gaia.

—Yo soy Gaia, de modo que lo que vea, oiga y sienta, será visto, oído y sentido en Gaia.

—Exacto. Incluso esa pared lo oirá y verá y sentirá.

Bliss miró la pared que él señalaba y se encogió de hombros.

—Sí, también esa pared. Sólo tiene una conciencia infinitesimal, de modo que sólo siente y comprende de un modo infinitesimal, pero presumo que se producen algunos cambios subatómicos en respuesta, por ejemplo, a lo que estamos diciendo ahora mismo, que permiten que Gaia lo aproveche deliberadamente para el bien de la totalidad.

—Pero, ¿y si yo quiero que no se divulgue? Puedo querer que la pared no se entere de lo que digo o hago.

Bliss pareció desalentada.

—Mira, Golan —terció Pelorat de pronto—, no quisiera entrometerme, pues no es mucho lo que sé acerca de Gaia. Pero he estado con Bliss y, de algún modo, he captado algo de lo que sucede. Si caminas sobre una multitud en Terminus, ves y oyes muchas cosas, y puedes recordar algunas de ellas. Incluso puedes ser capaz de recordarlas todas bajo un adecuado estímulo cerebral, pero la mayoría de ellas no te importan. Las dejas correr. Aunque observes alguna escena emocional entre desconocidos y pienses que es interesante, si no te interesa demasiado, la dejas correr, la olvidas. Eso puede pasar también aquí. Aunque toda Gaia conozca lo que te propones a la perfección, ello no significa que le intereses necesariamente. ¿No es así, querida Bliss?

—Nunca me había parado a pensarlo, Pel, pero hay algo de verdad en lo que dices. En todo caso, esa reserva de la que Trev habla, quiero decir Trevize, no tiene el menor valor para nosotros. En realidad, «yo-nosotros-Gaia» lo encontramos incomprensible. Querer no formar parte, que tu voz no se oiga, que tus acciones no tengan testigos, que tus pensamientos no sean sentidos… —Bliss movió la cabeza con energía—. He dicho que podemos bloquearnos en casos de emergencia, pero, ¿quién querría vivir de esa manera, siquiera por una hora?

—Yo —dijo Trevize—. Por eso debo encontrar la Tierra, descubrir la razón suprema, si es que existe, que me llevó a elegir este espantoso destino para la humanidad.

—No es un destino espantoso, pero no discutamos esta cuestión. Yo iré contigo, no como espía, sino como amiga y ayudante. Gaia estará contigo, no como espía, sino como amiga y ayudante.

—Gaia me ayudaría más si me guiase hacia la Tierra —dijo Trevize tristemente.

Bliss sacudió la cabeza despacio.

—Gaia no sabe dónde está la Tierra. Dom te lo ha dicho ya.

—No acabo de creerlo. A fin de cuentas, debéis tener documentos.

¿Por qué no he podido verlos nunca durante mi estancia aquí? Aunque Gaia no sepa dónde puede estar situada la Tierra en realidad, los documentos podrían darme alguna información. Conozco la Galaxia detalladamente, sin duda mucho más de lo que Gaia la conoce. Podría descubrir y seguir pistas en vuestros documentos que tal vez Gaia no acabe de captar.

—Pero, ¿a qué documentos te refieres, Trevize?

—A cualesquiera. Libros, películas, grabaciones, manuscritos, artefactos, cualquier cosa que tengáis. En todo el tiempo que llevo aquí no he visto nada que pueda considerar como un documento. ¿Lo has visto tú, Janov?.

—No —dijo Pelorat, en tono vacilante—, pero, en realidad, no lo he buscado.

—Pues yo si, a mi manera, sin atajar ruido —dijo Trevize—, y no he visto nada. ¡Nada! Sólo puedo presumir que me han sido ocultados. Y me pregunto por qué. ¿Podrías decírmelo?

Bliss frunció la tersa y joven frente, en un gesto de perplejidad.

—¿ Por qué no lo preguntaste antes? «Yo-nosotros-Gaia» no ocultamos nada, ni mentimos. El ser aislado, el individuo aislado, puede mentir. Es limitado, y tiene miedo porque es limitado. En cambio, Gaia es un organismo planetario de gran capacidad mental y no tiene miedo. Para Gaia, mentir o inventar descripciones que no estén de acuerdo con la realidad, resulta totalmente innecesario.

—Entonces —gruñó Trevize—, ¿por qué se me ha impedido ver algún documento? Dame una razón que tenga sentido.

—Desde luego —repuso Bliss alzando ambas manos, con las palmas vueltas hacia arriba—. Porque no tenemos ningún documento.

Pelorat fue el primero en recobrarse, pareciendo el menos asombrado de los dos.

—Querida —dijo con amabilidad—, eso es de todo punto imposible. No podéis tener una civilización razonable sin algún tipo de documento de la clase que sea.

Bliss arqueó las cejas.

—Lo comprendo. Sólo quise decir que no tenemos documentos de la clase a que Trev…, Trevize se refiere. «Yo-nosotros-Gaia» no poseemos manuscritos, ni obras impresas, ni películas, ni bancos de datos de computadoras. Ni inscripciones sobre piedras, dicho sea de pasada. Eso es todo. Naturalmente, como no tenemos nada, Trevize no ha podido encontrarlo.

—Entonces —dijo Trevize—, si no existe nada que merezca el nombre de documento, ¿qué hay?

—«Yo-nosotros-Gaia» —respondió Bliss, articulando las palabras con sumo cuidado, como si hablase con un niño— tenemos memoria. Lo recuerdo.

—¿Qué recuerdas? —preguntó Trevize.

—Todo.

—¿Recuerdas todas las fuentes de información?

—Desde luego.

—¿De cuánto tiempo? ¿Desde cuántos años atrás?

—Un período de tiempo indefinido.

—¿Podrías darme datos históricos, biográficos, geográficos, científicos? ¿Referirme incluso chismes locales?

—Sí..

—¿Y todo está en esa cabecita? —preguntó Trevize con ironía, señalando la sien derecha de Bliss.

—No —dijo ella—. Los recuerdos de Gaia no se limitan al contenido de mi cráneo en particular. Mira —y de momento se puso seria e incluso un poco severa, al dejar de ser únicamente Bliss y asumir una amalgama de otras unidades—, tuvo que haber un tiempo, al principio de la Historia, en que los seres humanos eran tan primitivos que, si bien podían recordar los sucesos, no sabían hablar. Después, se inventó el lenguaje y sirvió para expresar recuerdos y transmitirlos de unas personas a otras. Por fin, vino la escritura, inventada en orden de registrar los recuerdos y transferirlos de generación en generación a lo largo del tiempo. Desde entonces, todos los avances tecnológicos han servido para ampliar la transferencia y el almacenamiento de recuerdos y facilitar el conocimiento de los datos deseados. Pero cuando los individuos se unieron para formar Gaia, todo eso quedó obsoleto. Podemos volver a la memoria, al sistema básico de conservación del recuerdo sobre el que ha sido construido todo lo demás. ¿Lo comprendes?

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