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C. Cherryh: La estación Downbelow

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C. Cherryh La estación Downbelow

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Cuando se desencadenó la crisis del sistema, ellos eran ya solamente el resto de una Flota, y luchaban contra un poder que llegaba a todas partes, que poseía una inextinguible cantera de vidas, de suministros, de mundos. Después de tan larga lucha, eran lo último que quedaba del poder de la Compañía Tierra. La capitana Mallory había sido testigo de cómo se llegaba a aquella situación. Había volado para mantener juntas a la Tierra y a la Unión, el pasado de la humanidad y su futuro. Y era una gran ironía que la Unión se hubiese convertido en el soporte de la postura pro-espacio en aquella guerra, y que la Compañía luchara en contra. Era una ironía que ellos, los que creyeron en el Más Allá, terminaran oponiéndose a aquello en que se había convertido, exponiéndose a morir por la Compañía que les había abandonado. Hubo un tiempo en que los sueños de las viejas naves de exploración la indujeron a meterse en aquello, un sueño largamente contrastado con las realidades de la Compañía. Y llegó un momento en que tuvo que admitir que era imposible ganar. La Flota se enfrentó sola a la situación, sin mercantes ni estaciones de soporte, sola, como había estado desde hacía mucho tiempo.

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Nada de emboscadas. La estación del mundo de Pell recibió la señal dándoles una bienvenida poco entusiasta. Un murmullo de alivio recorrió el transporte, un murmullo que no llegó al mando central. Signy Mallory, la capitana de la Norway relajó sus músculos, cuya tensión le había pasado casi inadvertida, y ordenó al mando militar que organizase la alerta.

Signy, era el tercer jefe, por orden jerárquico, de los quince comandantes de la Flota de Mazian. Tenía cuarenta y nueve años. La Rebelión del Más Allá se había iniciado hacía bastante más tiempo y durante su carrera sirvió como piloto de un carguero y luego como capitana de una nave de reconocimiento, pasando por todo el escalafón, siempre al servicio de la Compañía Tierra. Tenía los cabellos plateados y el rostro todavía joven. Los tratamientos de rejuvenecimiento, que tenían el inconveniente de producir canas, conservaban el resto de su aspecto en torno a los 36 años biológicos. Pero, teniendo en cuenta todo lo que había luchado y lo que había visto se sentía mucho más vieja.

Se reclinó sobre el sillón, que quedaba enfrente de las estrechas naves de curvada estructura que emergían del puente, pulsó los sensores de la consola adosada a uno de los brazos de su sillón para controlar las operaciones, dio un vistazo a las activas estaciones y a las pantallas que mostraban las teleimágenes y señales que sus receptores pudieron captar. Estaban a salvo. Aunque, a decir verdad, estaba viva gracias a que nunca terminaba de dar crédito a tal enjambre de datos; aunque se adaptaba a ellos como tuvieron que hacer todos, todos los que habían luchado en aquella guerra. La Norway, era pura chatarra, como su tripulación, compuesta por restos de las Brasil, Italia, Wasp, y de aquel error llamado Miriam B. Algunas de sus piezas databan de los días de la guerra de los mercantes. Aprovechaban todo lo que podían y desechaban lo menos posible… incluso de las naves que iban bajo su protección. Muchos años atrás, la guerra tenía aún un cierto aire heroico, con gestos caballerosos, de enemigos que salvaban de la muerte a sus propios enemigos y confraternizaban con ellos durante las treguas.

Eran humanos, y la Profundidad demasiado grande, algo que todos tenían muy en cuenta. Pero ya era distinto y de entre todos aquellos civiles neutrales, ella había seleccionado a quienes podían serle útiles, a un grupo con posibilidades de adaptación. En Pell protestarían. Pero no iba a servirles de nada porque la guerra había tomado otro giro y quedaban al margen de cualquier elección.

Maniobraron lentamente, a la marcha más adecuada para que los cargueros pudiesen moverse en el espacio real, a una distancia que el Norway o las naves de reconocimiento, menos cargados, podían cruzar a través de la luz. Se habían acercado peligrosamente a la masa de la estrella Pell, fuera del plano de la órbita de su sistema planetario, exponiéndose al riesgo de colisiones o de accidentes durante el salto interestelar. Pero, era el único medio para que los cargueros pudiesen ganar velocidad y tiempo.

—Recibimos instrucciones de aproximación desde Pell —dijo su lugarteniente.

—De acuerdo. Pero no se detenga, Graff —repuso ella a la vez que pulsaba el sensor de otro canal.

—Di, ponga todas las tropas en estado de alerta y despliegue todas nuestras armas —ordenó. Y volvió a dirigirse a su lugarteniente.

—Comunique a Pell que deben evacuar un sector, cerrando herméticamente todos los sectores. Y advierta al convoy que si alguien rompe la formación durante el acercamiento lo desintegraremos sin más. Que no lo duden ni un instante.

—Recibido —repuso el lugarteniente—. Tiene al habla al propio comandante de la estación.

Tal como ella esperaba, el comandante de la estación empezó a protestar.

—Obre según nuestras indicaciones —dijo Signy a Angelo Konstantin (de los Konstantin de Pell)—. Haga que evacuen esa sección o lo haremos nosotros. Inmediatamente. Vacíela de todo lo que sea valioso o pueda ofrecer algún peligro. Cierren herméticamente todas las puertas y sellen los circuitos de todos los paneles de control de acceso. No se imagina lo que traemos. Si nos hace perder tiempo puede morir la tripulación de toda una nave, va en esto la vida de toda la tripulación de la Hansford. Haga lo que le digo, señor Konstantin, o envío a las tropas. Y, hágalo bien, porque tiene usted refugiados ocultos como sabandijas por toda su estación y no va a negarse ahora ante estos desesperados. Perdone mi brusquedad, pero transporto gente que se está entre la vida y la muerte. Llevo siete mil civiles aterrados en estas naves; lo que quedó de los mundos de Mariner y de Russell. No tienen otra oportunidad ni pueden esperar más. No va usted a negarse, señor —concluyó Signy.

Se produjo un silencio y una larga espera.

—Hemos dispuesto la evacuación de los sectores amarillo y naranja de la plataforma, capitana Mallory. Pueden contar con asistencia médica y todo lo que esté en nuestra mano. Las brigadas de emergencia se dirigen a la zona. Registramos todo lo concerniente al cierre hermético de los circuitos de las áreas afectadas y ponemos inmediatamente en ejecución los planes de emergencia. Esperamos que su preocupación se extienda también a nuestros ciudadanos. Esta estación no permitirá que ninguna fuerza armada perturbe nuestra seguridad interna o ponga en peligro nuestra neutralidad. Confiamos también en su asistencia bajo nuestro mando. Corto.

Signy se relajó lentamente, enjugándose el sudor del rostro y respirando un poco más aliviada.

—Pueden contar con nuestra asistencia, señor. Calculamos llegar a la plataforma en… cuatro horas, siempre que pueda retrasar el convoy, como espero. Es todo el tiempo que puedo darles para que se preparen. ¿Conocían lo ocurrido en Mariner? Fue desintegrado, señor: un sabotaje. Corto.

—Registramos el tiempo exacto: cuatro horas. Le agradecemos sus instrucciones respecto de las medidas que nos urgen a tomar, cosa que haremos con la mayor diligencia. Nos sentimos desolados al saber el desastre de Mariner. Le agradeceremos información detallada cuando les sea posible. Les informamos, para que estén prevenidos, de que tenemos con nosotros un grupo de la Compañía que se ha puesto muy nervioso al saber que llegan ustedes…

Signy, maldijo entre dientes.

—…y nos están pidiendo que hagamos que se desvíen hacia otra estación. Mis subalternos están tratando de explicarles el estado en que se encuentran las naves y el riesgo que corren las vidas de quienes van a bordo, pero no dejan de presionarnos. Ven amenazada la neutralidad de Pell. Por favor, háganse cargo, y tengan en cuenta que los agentes de la Compañía han pedido entrar en contacto personalmente con ustedes. Corto.

Signy, volvió a maldecir y respiró profundamente. La Flota procuraba eludir tales encuentros siempre que era posible, aunque habían sido poco frecuentes durante los últimos diez años.

—Dígales que voy a estar muy ocupada. Manténgalos alejados de las rampas y de nuestra zona. ¿Acaso quieren sacar fotografías de nuestros moribundos colonos para llevárselas como recuerdo? Es un mal asunto, señor Konstantin. Apártelos de nuestro camino. Corto.

—Pero es que tienen una autorización oficial, del Consejo de Seguridad. Y, además, ese grupo de la Compañía cuenta con hombres armados y está pidiendo un transporte para que les conduzca a otra zona del Más Allá. Corto.

La capitana estuvo a punto de soltar un taco, pero se contuvo.

—Gracias, señor Konstantin. Le enviaré una cápsula con mis recomendaciones respecto de la manera de proceder con los refugiados; han sido redactadas a conciencia. Naturalmente, puede hacer caso omiso de ellas. Pero yo no se lo aconsejaría. Ni siquiera podemos garantizarle que los hombres que desembarcaremos en Pell no estén armados. No podemos ir a registrarlos. Así que, ninguna fuerza armada debe intervenir. Esto es todo lo que puedo decirle. Le aconsejo que mantenga a los chicos de la Compañía fuera de la zona de atraque. ¿Registrado? Fin de transmisión.

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