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C. Cherryh: La estación Downbelow

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C. Cherryh La estación Downbelow

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Cuando se desencadenó la crisis del sistema, ellos eran ya solamente el resto de una Flota, y luchaban contra un poder que llegaba a todas partes, que poseía una inextinguible cantera de vidas, de suministros, de mundos. Después de tan larga lucha, eran lo último que quedaba del poder de la Compañía Tierra. La capitana Mallory había sido testigo de cómo se llegaba a aquella situación. Había volado para mantener juntas a la Tierra y a la Unión, el pasado de la humanidad y su futuro. Y era una gran ironía que la Unión se hubiese convertido en el soporte de la postura pro-espacio en aquella guerra, y que la Compañía luchara en contra. Era una ironía que ellos, los que creyeron en el Más Allá, terminaran oponiéndose a aquello en que se había convertido, exponiéndose a morir por la Compañía que les había abandonado. Hubo un tiempo en que los sueños de las viejas naves de exploración la indujeron a meterse en aquello, un sueño largamente contrastado con las realidades de la Compañía. Y llegó un momento en que tuvo que admitir que era imposible ganar. La Flota se enfrentó sola a la situación, sin mercantes ni estaciones de soporte, sola, como había estado desde hacía mucho tiempo.

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Una estrella tras otra… nueve de ellas hasta llegar a Pell, que reveló poseer un mundo habitable, y vida.

Aquel descubrimiento canceló todas las apuestas y trastornó el equilibrio para siempre.

La estrella y el mundo de Pell, nombre del capitán de la sonda que los localizó… y que no sólo halló un mundo, sino también indígenas, nativos.

La noticia del descubrimiento tardó largo tiempo en llegar a la Tierra a través del Gran Círculo, pero no tanto en propagarse por las estaciones estelares más próximas… y mucha gente, no sólo científicos, se dirigieron en tropel al mundo de Pell. Las compañías de las estaciones locales, que conocían la importancia económica del asunto, se apresuraron a presentarse en la estrella, para no quedar marginadas. Llegaron pobladores, y dos de las estaciones que orbitaban estrellas cercanas y menos interesantes quedaron peligrosamente solitarias, hasta llegar a estar del todo vacías. Mientras se trabajaba con intensidad en la construcción de una estación en Pell, gente ambiciosa ponía ya sus miras en dos estrellas más lejanas, calculando con fría previsión, pues Pell era una fuente de mercancías y lujos semejantes a los de la Tierra… una perturbación potencial en el control del comercio y los suministros.

Los cargueros que llegaban a la Tierra hicieron correr las noticias de la existencia de vida extraterrestre, y la Compañía sufrió una conmoción. Se entablaron debates de carácter moral sobre el curso de acción a seguir, a pesar de que las noticias tenían casi dos décadas de antigüedad, como si en aquel preciso momento se pudiera intervenir en las decisiones que tomaban en el Más allá. Todo estaba fuera de control. La existencia de otra vida desbarataba las ideas a las que tanto se había aferrado el hombre acerca de la realidad cósmica, planteaba preguntas filosóficas y religiosas, presentaba realidades que algunos, incapaces de hacerles frente, preferían ignorar. Aparecieron nuevos cultos. Pero otras naves informaron a su llegada de que los alienígenas del mundo de Pell no se distinguían por su inteligencia, no eran violentos, no construían nada y parecían más primates inferiores que otra cosa: morenos, peludos, desnudos y con grandes ojos de mirada perpleja.

Los terrestres respiraron. El universo centrado en el hombre y la Tierra, en el que siempre habían creído los seres humanos, se había conmocionado, pero enseguida se recuperó. Los aislacionistas que se oponían a la Compañía incrementaron su influencia y su número como reacción al temor desatado… y a un súbito y considerable descenso del comercio.

La Compañía estaba sumida en el caos. Se requería mucho tiempo para enviar instrucciones, y Pell crecía lejos de su control. Nuevas estaciones que no habían sido autorizadas por la Compañía Tierra cobraron existencia en estrellas más lejanas. Unas estaciones llamadas Mariner y Viking que pronto tuvieron vástagos, a los que denominaron Russell y Esperance. La Compañía envió instrucciones, ordenando a las ahora casi deshabitadas estaciones más próximas que efectuaran determinadas acciones para estabilizar el comercio, y se hizo evidente que tales órdenes eran una solemne tontería.

De hecho, ya se había desarrollado un nuevo sistema comercial. Pell disponía de las materias biológicas necesarias. Estaba más cercano a la mayoría de las estaciones estelares, y las compañías de éstas, que antes habían considerado a la Tierra como una madre amada, veían ahora nuevas oportunidades, y las aprovecharon. Además, se formaron otras estaciones, y el Gran Círculo se rompió. Algunas naves de la Compañía Tierra partieron para comerciar con el Más Allá, y no había forma de detenerlas. El comercio continuó, pero ya no fue como antes. Bajó el valor de las mercancías terrestres y, en consecuencia, a la Tierra le costó cada vez más mantener su provechoso vínculo con las colonias.

Se produjo entonces una segunda conmoción. Había otro mundo en el Más Allá, descubierto por un intrépido comerciante… Cyteen. Se desarrollaron nuevas estaciones… Fargone, Paradise y Wyatt, y el Gran Círculo se extendió todavía más.

La Compañía Tierra tomó una nueva decisión: un programa de reembolso, un impuesto sobre las mercancías, que compensaría las pérdidas recientes. Discutieron con las estaciones sobre la comunidad humana, la deuda moral y la carga de la gratitud.

Algunas estaciones y comerciantes pagaron el impuesto. Otros se negaron, sobre todo los que estaban más allá de Pell y Cyteen. Sostenían que la Compañía no había participado en su desarrollo y no podía reclamarles nada. Se instituyó un sistema de documentos y visados, se organizaron inspecciones, que produjeron un amargo resentimiento entre los comerciantes, los cuales siempre habían considerado las naves que usaban como propias.

El siguiente paso consistió en retirar las sondas, declaración tácita de que la Compañía ponía oficialmente coto a un mayor crecimiento del Más Allá. Las rápidas naves de exploración estaban armadas, siempre lo habían estado, puesto que se aventuraban en lo desconocido. Pero ahora las utilizaron de una nueva manera, para visitar estaciones y meterlas en vereda. Aquello fue lo más penoso, el hecho de que las tripulaciones de las naves sonda, que habían sido los héroes del Más Allá, se convirtieran en los gendarmes de la Compañía.

Los comerciantes respondieron armándose a su vez. Las naves de carga no habían sido construidas para el combate y no podían efectuar giros cerrados, pero hubo refriegas entre las naves sonda transformadas en naves de guerra y los comerciantes rebeldes, aunque la mayoría de éstos declararon a desgana que aceptaban el impuesto. Los rebeldes se retiraron a las colonias más alejadas, donde era más difícil someterlos por la fuerza.

Estalló la guerra sin que nadie le diera ese nombre… Sondas armadas de la Compañía contra los comerciantes rebeldes, que servían a las estrellas más lejanas, circunstancia posibilitada por el hecho de que existía Cyteen y ni siquiera Pell era indispensable.

Así pues, se trazó la línea divisoria. Se reanudó el Gran Círculo, excluyendo a las estrellas situadas más allá de Fargone, pero ya no resultó tan provechoso como antes. El comercio continuó, pero de una manera extraña, pues los comerciantes que pagaban los impuestos tenían libertad para ir adonde quisieran, lo que estaba vedado a los comerciantes rebeldes. Pero podían falsificarse los sellos, como así sucedió. La guerra estaba muy aletargada: sólo se reavivaba cuando un rebelde constituía un blanco claramente alcanzable. Las naves de la Compañía no podían poner de nuevo en funcionamiento las estaciones situadas cerca de Pell, en dirección a la Tierra, que habían dejado de ser viables. Las poblaciones se habían trasladado a Pell, Russell, Mariner, Viking, Fargone y aún más lejos.

En el Más Allá se construyeron naves, como se habían construido estaciones. Disponían de la tecnología necesaria, y proliferaron las naves comerciales… Entonces llegó la teoría del salto, que se había originado en el Nuevo Más Allá, en Cyteen, y fue aprovechada rápidamente por los constructores de naves en Mariner, al lado de la línea donde imperaba la Compañía.

Y aquél fue el tercer gran golpe a la Tierra. El antiguo sistema de calcular las distancias mediante la velocidad de la luz quedó desbancado. Los cargueros que avanzaban por medio del salto, lo hacían en cortos tránsitos por el vacío interestelar, pero el tiempo que invertían en saltar de una estrella a otra se redujo de años a períodos de meses y días. La tecnología mejoró. El comercio se convirtió en una nueva clase de juego y cambió la estrategia de la larga guerra… Las estaciones proliferaron cada vez más cerca unas de otras.

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