George Effinger - Un fuego en el Sol

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Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia.
Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre.
Un fuego en el Sol

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Fuad se horrorizó.

—¿Tú no dejarías que me hicieran nada parecido, verdad, Marîd?

Me encogí de hombros.

—«En cuanto al ladrón, sea hombre o mujer, cortadle las manos. Es la recompensa de sus actos, un castigo ejemplar de Alá. Alá es poderoso y sabio.» Es una cita del sagrado Corán. Puedes buscarla.

Fuad apretujó la caja contra su pecho hundido.

—¡Espera a que necesites algo de mí, Marîd! —gritó.

Luego salió disparado hacia la puerta, golpeándose con una silla y chocando contra Pualani por el camino.

—Insistirá —le dije a Kmuzu—. Mañana volverá a estar aquí. Ni siquiera recordará lo que le he dicho.

—Muy mal —dijo Kmuzu con seriedad—. Algún día intentará venderle una de esas cadenas a la persona errónea. Puede que se arrepienta el resto de su vida.

—Sí, pero así es Fuad. De cualquier modo, necesito hablar con Indihar antes de que cambie el turno. ¿Te importa si te dejo solo un par de minutos?

—En absoluto, yaa Sidi.

Me miró con los ojos en blanco durante un momento. Siempre me desconcertaba cuando lo hacía.

—Le diré a alguien que te traiga otro té helado —dije.

Luego me levanté y fui hacia la barra.

Indihar llevaba gafas oscuras. Le dije que no tenía que venir a trabajar hasta que se sintiera mejor, pero me dijo que prefería trabajar a quedarse en casa con los niños y sentirse peor. Necesitaba ganar dinero para pagar a la canguro y aún tenía un montón de gastos del funeral. Todas las chicas andaban de puntillas a su alrededor, sin saber qué decirle ni qué hacer. Eso creaba un ambiente sombrío en el club.

—¿Necesitas algo, Marîd? —me dijo.

Tenía los ojos enrojecidos y ojerosos. Desvió la mirada hacia los vasos del fregadero.

—Otro té helado para Kmuzu, eso es todo.

—Muy bien.

Se agachó hacia la nevera de debajo de la barra y sacó una jarra de té helado sin prestarme atención.

Recorrí la barra con la mirada. Había tres chicas nuevas trabajando en el turno de día. Sólo recordaba uno de los nombres.

—Brandi —dije—, llévale esto a ese tipo alto de allá al fondo.

—¿Te refieres a ese kaffirl — dijo.

Era bajita, de brazos gruesos y muslos rollizos, con grandes implantes pectorales y un pelo estropajoso de un rubio alentado artificialmente. Llevaba tatuajes en los dos brazos, encima del pecho derecho, en el omóplato izquierdo, saliendo por su taparrabos, en los dos tobillos y en el culo. Creo que le molestaban, porque siempre llevaba un chal negro cuando se sentaba con los clientes en el bar, y cuando bailaba llevaba zapatos rojos con plataforma y medias blancas.

—¿Quieres que le cobre?

Negué con la cabeza.

—Es mi chófer. Bebe gratis.

Brandi asintió y le llevó el té helado. Yo me quedé en el bar, retorciendo ocioso uno de los posavasos de corcho.

—Indihar —dije por fin.

Me miró indiferente.

—Te dije que no quería escuchar tus excusas.

Levanté la mano.

—No voy a decir eso. Creo que deberías aceptar alguna ayuda. Si no por ti, por tus hijos. Me gustaría pagar una tumba en el cementerio de tus suegros. A Chiri le alegrará prestarte el dinero…

Indihar respiró con exasperación y se secó las manos en la toalla de la barra.

—Eso es otra cosa de la que no quiero oír hablar. Jirji y yo nunca debimos dinero. No voy a empezar ahora.

—Seguro, pero la situación es distinta. ¿Qué pensión recibes del departamento de policía?

Arrojó la toalla, ofendida.

—Un tercio del salario de Jirji. Eso es todo. Y me han venido con el cuento de un retraso. No creen que empiece a cobrar la pensión hasta dentro de seis meses como mínimo. Antes ya estábamos con el agua al cuello. No sé qué voy a hacer ahora. Creo que tendré que buscar otro sitio más barato para vivir.

Mi primer pensamiento fue que cualquier lugar más barato que el apartamento de Haffe al-Khala sería nefasto para la educación de sus hijos.

—Quizá —dije—. Mira, Indihar, creo que te has ganado unas vacaciones pagadas. ¿Por qué no dejas que te pague dos o tres semanas por adelantado y te quedas en casa con Zahra, Hakim y el pequeño Jirji? O empleas el tiempo para ganarte algún dinero adicional, quizá…

Brandi regresó a la barra y se dejó caer a mi lado con un gesto de enojo.

—Ese cabrón no me ha dado propina.

La miré. Es probable que no fuera más lista que Fuad.

—Ya te lo dije. Kmuzu bebe gratis. No quiero que le molestes.

—¿Quién es, tu amigo especial? —preguntó Brandi con una sonrisa maliciosa.

Miré a Indihar.

—¿Por qué demonios quieres que esta puta trabaje aquí? —le dije.

Brandi se levantó del taburete y se dirigió al vestuario.

—Muy bien, muy bien —dijo—, olvídalo todo.

—Marîd —dijo Indihar en voz baja y cuidadosamente controlada— déjame en paz. No quiero préstamos, ni tratos, ni regalos. ¿Vale? Limítate a respetarme y déjame hacer las cosas a mi modo.

Fui incapaz de seguir discutiendo con ella.

—Como quieras.

Volví a la mesa con Kmuzu. Deseaba de veras que Indihar me permitiera ayudarla de algún modo. Se había ganado toda mi admiración. Era una mujer bondadosa, inteligente y amable si te fijabas en su lado bueno.

Tomé un par de copas para matar el tiempo y se hicieron las ocho. Llegó Chiri y las del turno de noche, y vi como Indihar contaba el dinero, pagaba a las chicas del turno de día y salía sin cruzar una palabra con nadie. Fui a la barra a saludar a Chiri.

—Me parece que Indihar intenta con todas sus fuerzas ser valiente —le dije.

Se sentó en un taburete detrás de la barra y echó una ojeada a los siete u ocho clientes.

—Ayer me hablaba de cuando cumplió los doce años —dijo Chiri con una voz distante—. Me dijo que conocía a Jirji desde que eran pequeños. Crecieron juntos en el mismo pueblo. Siempre le había gustado Jirji y cuando sus padres le dijeron que habían arreglado con los Shaknahyi el matrimonio de sus dos hijos, Indihar fue feliz.

Chiri se inclinó y sacó su botella privada de tende. Se sirvió medio vaso y lo probó.

—Indihar tuvo una infancia tradicional. Sus paisanos eran muy anticuados y supersticiosos. Creció en Egipto, donde según una antigua leyenda las mujeres que beben el agua del Nilo son muy apasionadas. Agotan a sus pobres maridos. Así que la costumbre es amputar el clítoris a las muchachas antes de su boda.

—Muchos países musulmanes lo hacen.

Chiri asintió.

—La partera del pueblo practicó la operación a Indihar y le puso cebollas y sal en la herida. Después de eso Indihar permaneció en cama siete días y su madre la alimentaba con mucho pollo y granadas. Cuando se levantó, su madre le regaló un vestido nuevo que acababa de terminar. A Indihar le amputaron el clítoris de raíz. Luego las dos juntas fueron al río y arrojaron el vestido a él.

Me encogí de hombros.

—¿Por qué me cuentas todo esto?

Chiri tragó un poco más de tende.

Para que comprendas lo mucho que Jirji significaba para Indihar. Me dijo que su operación fue muy dolorosa pero que se alegraba de haberlo hecho. Significaba que ya era una mujer adulta y podía casarse con Jirji con la bendición de su familia y amigos.

—Supongo que no es de mi incumbencia.

—Te diré lo que no es de tu incumbencia: molestarla sobre su situación financiera. Déjala en paz, Marîd. Tus intenciones son buenas y está bien que le brindes ayuda después del asesinato de Jirji. Pero Indihar dice que no quiere tu dinero y haces que se sienta peor si andas todo el tiempo ofreciéndoselo.

Me encogí de hombros.

—Supongo que no he caído en la cuenta. Está bien. Gracias por decírmelo.

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