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Robert Silverberg: Crónicas de Majipur

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Robert Silverberg Crónicas de Majipur

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en y , aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores. Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas... En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo. Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención. La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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—Por supuesto.

Pero Thesme sospechaba que había herido al gayrog, o como mínimo que había despertado cierto malestar en él. Pese a sus frías maneras de no humano, Vismaan parecía poseer notable perspicacia, y quizá tenía razón, quizás estaban apareciendo los prejuicios, el desasosiego de ella misma. Thesme había malogrado todas sus relaciones con humanos; muy posiblemente era incapaz de llevarse bien con nadie, pensó, humano o no humano. Y había demostrado a Vismaan de mil modos inconscientes que su hospitalidad era simplemente un acto premeditado, artificial y hecho casi a disgusto, con la intención de ocultar su primordial descontento ante la presencia del gayrog en la choza. ¿Era eso cierto? Thesme cada vez comprendía menos sus motivaciones, tal parecía, conforme iba teniendo más años. Pero fuera cual fuera la verdad, no deseaba que él se sintiera como un intruso. En días venideros, decidió Thesme, buscaría formas de demostrarle que le había aceptado en la choza y le cuidaba sin ninguna reserva.

Esa noche durmió mejor que la anterior, aunque aún no se había acostumbrado a dormir en el suelo entre un montón de hojas de burbujabustos, con otra persona en la choza, y se despertó varias veces; siempre que abría los ojos miraba al gayrog, y siempre lo veía entretenido con los cubos. Vismaan no le prestó atención. Thesme intentó imaginar cómo sería saciar todo el sueño en una noche de tres meses, y permanecer el resto del año constantemente despierto. Era, pensó, el detalle más extraño de Vismaan. Y estar en la cama hora tras hora, sin poder levantarse, sin poder dormir, incapacitado para huir de la molestia de la herida, usando cualquier diversión disponible para consumir el tiempo… pocos tormentos podían ser peores. Y sin embargo el talante del gayrog no cambiaba nunca: sereno, inalterado, plácido, impasible. ¿Serían iguales todos los gayrogs? ¿Nunca se emborrachaban, nunca perdían la serenidad? ¿No armaban camorra en las calles, no se lamentaban de su destino, no peleaban con sus compañeras? Si Vismaan era un ejemplo puro, los gayrogs carecían de las fragilidades humanas. Pero, recordó Thesme, los gayrogs no eran humanos.

5

Por la mañana Thesme bañó al gayrog, lo lavó con una esponja hasta que las escamas relucieron, y cambió la ropa de la cama. Después de darle el desayuno salió de la choza para iniciar su jornada, del modo acostumbrado. Pero se sintió culpable por errar en la jungla sola mientras él permanecía desamparado en la choza, y se preguntó si no debía quedarse con él, contándole cosas o haciéndole conversar para mitigar el aburrimiento. Sin embargo Thesme sabía que si permanecía constantemente al lado del gayrog pronto se agotarían los temas de conversación, y seguramente ambos acabarían poniéndose nerviosos. Y Vismaan tenía muchos cubos de diversión para librarse del aburrimiento. Tal vez prefería estar solo. En cualquier caso, ella necesitaba soledad, más que nunca ahora que compartía la choza con el gayrog, y esa mañana hizo una larga exploración, recogiendo diversas variedades de bayas y raíces para comer. Al mediodía llovió, y Thesme se agazapó bajo un vramma cuyas amplias hojas le ofrecieron un cómodo refugio. Decidió no concentrar la mirada en nada, y vació su mente de todo: sentimientos de culpabilidad, dudas, temores, recuerdos, el gayrog, su familia, sus ex amantes, su infelicidad, su soledad… La paz que la dominó duró hasta bien entrada la tarde.

Thesme fue acostumbrándose a que Vismaan viviera con ella. El gayrog continuó mostrándose tranquilo y poco exigente, divirtiéndose con los cubos, demostrando gran paciencia con su estado de inmovilidad. Raramente hacía preguntas o iniciaba conversaciones, pero era bastante amigable cuando Thesme hablaba con él, y explicó cosas sobre su planeta natal —consumido y horriblemente superpoblado, por lo que se deducía— y sobre su vida en Majipur, su sueño de establecerse en ese planeta, su excitación la primera vez que vio la belleza de su planeta adoptivo. Thesme se esforzó en imaginar al gayrog excitado. Con el cabello serpentino muy agitado, quizá, en lugar de retorcerse lentamente. O tal vez Vismaan indicaba sus emociones mediante cambios del olor corporal.

El cuarto día Vismaan abandonó la cama por primera vez. Con ayuda de Thesme, el gayrog se levantó, apoyado en la muleta y la pierna buena, y tocó el suelo con la otra pierna, a modo de prueba. Thesme percibió la repentina intensificación del aroma —algo así como un respingo olfativo— y decidió que su teoría era correcta, que los gayrogs indicaban así sus emociones.

—¿Cómo nota la pierna? —preguntó—. ¿Blanda?

—No podrá resistir mi peso. Pero la curación se desarrolla bien. Unos días más, creo, y podré estar de pie. Vamos, ayúdeme a dar un pequeño paseo. Mi cuerpo está enmoheciéndose con tanta falta de actividad.

Vismaan se apoyó en Thesme y ambos salieron de la choza. Llegaron a la laguna y volvieron al ritmo de la precavida y lenta cojera del gayrog. El breve paseo reanimó a Vismaan. Para su sorpresa, Thesme se dio cuenta de que le entristecía la primera muestra de progreso del enfermo, porque significaba que pronto —¿una semana, dos semanas?— él tendría fuerzas suficientes para irse, y ella no quería que se fuera. Ella no quería que se fuera. Era una percepción tan rara que Thesme se sorprendió. Thesme añoraba su anterior vida solitaria, el privilegio de dormir en su cama y disfrutar de los placeres de la jungla sin tener que preocuparse de si su invitado estaba bastante entretenido y cosas similares. En cierto modo cada vez le irritaba más tener al gayrog en la choza. Y sin embargo… y sin embargo… y sin embargo la deprimía y la inquietaba pensar que él no tardaría en abandonarla. Qué extraño, pensó, qué raro, qué cosa tan peculiar.

Thesme acompañó a pasear al gayrog varias veces al día. Vismaan todavía no podía usar la pierna lesionada, pero ganó agilidad sin ella, y dijo que la hinchazón menguaba y que el hueso estaba soldándose correctamente. Empezó a referirse a la granja que pensaba construir, a las cosechas, a los métodos para despejar la jungla.

Una tarde, al final de la primera semana, Thesme regresó a la choza después de una expedición para recoger calimbotes en el prado donde había encontrado al gayrog, y se detuvo para examinar las trampas. Casi todas estaban vacías o contenían los acostumbrados animalillos. Pero había una extraña, violenta agitación en la maleza al otro lado de la laguna, y cuando se acercó a la trampa que había dispuesto allí vio que había capturado un bilantún. Era la bestia de mayor tamaño que había cazado. Los bilantunes se encontraban en todas las regiones de Zimroel occidental —animalillos de movimientos rápidos y elegantes con afiladas pezuñas, frágiles patas y minúscula cola adornada con un penacho y vuelta hacia arriba— pero la variedad de Narabal era gigante, dos veces mayor que la delicada especie del norte. Uno de estos animales llegaba a la cadera de un hombre, y eran muy apreciados por su carne tierna y fragante. El primer impulso de Thesme fue dejar libre al bonito animal: era demasiado hermoso para matarlo, y además excesivamente corpulento. Thesme se había acostumbrado a sacrificar animalillos que pudiera coger con su mano, pero este caso era totalmente distinto. Se trataba de un animal de gran tamaño, de aspecto inteligente y noble, con una vida que seguramente debía valorar, con esperanzas, necesidades y anhelos, tal vez con alguna compañera que le aguardaba en las cercanías. Thesme se dijo que era una estúpida. También droles, mintunos y sigimoines estaban ansiosos de seguir viviendo, tan ansiosos como ese bilantún, y ella los mataba sin vacilar. Era erróneo tener ideas románticas con los animales y ella lo sabía… en especial cuando en sus días más civilizados había mostrado tanta satisfacción en comer esa carne, si bien la matanza la hacían otras manos. Y entonces no le había importado la desolada pareja del bilantún.

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