—¿Averiguaste dónde estaba yo?
—No al principio. Hicieron un cambio tan perfecto que tu mente estaba totalmente transformada. Noche tras noche proyecté mi alma hacia Zimroel para buscarte. Desatendí todos los asuntos de la Isla, pero esta sustitución de la Corona no era un problema insignificante. Creí percibir vislumbres, un fragmento de tu auténtica personalidad, un vestigio…y al cabo de un tiempo logré determinar que estabas vivo, que te encontrabas al noroeste de Zimroel, aunque todavía era imposible llegar hasta ti. Tuve que aguardar a que tú despertaras más a tu identidad, a que el embrujo se debilitara y recuperaras al menos una parte de tu mente verdadera.
—Mi mente aún está lejos de la completud, madre.
—Lo sé. Pero eso tiene remedio, según creo.
—¿Cuándo lograste localizarme?
La Dama hizo una pausa para meditar.
—Fue cerca de la ciudad de los gayrogs, creo, en Dulorn, y la primera vez te vi a través de las mentes de otras personas que estaban soñando la verdad de tu identidad. Llegué a sus mentes, refiné y clarifique lo que había en ellas, y vi que tu alma había dejado impreso su sello y que esas personas conocían tu desgracia mejor que tú mismo. Te aceché de este modo, y al fin logré entrar en tu mente. A partir de ese momento mejoraste tus conocimientos sobre tu antigua identidad, puesto que yo recorrí miles de kilómetros para curarte y atraerte hacia mí. Pero no fue fácil. El mundo de los sueños, Valentine, es un lugar difícil y variable, incluso para mí e intentar dominarlo es igual que escribir un libro en la arena junto a un océano: el oleaje vuelve y borra casi todo, lo escribes otra vez y así sucesivamente. Pero finalmente estás aquí.
—¿Supiste que yo llegaba a la Isla?
—Lo supe, sí. Percibí tu cercanía.
—¡Y me has dejado a la deriva durante meses, de terraza en terraza!
La Dama se echó a reír.
—Hay millones de peregrinos en las terrazas exteriores. Percibirte era una cosa, y localizarte otra mucho más difícil. Además, no estabas preparado para venir a verme, ni yo para recibirte. Tenía que examinarte, Valentine. Tenía que observarte desde lejos, estudiar qué parte de tu alma había sobrevivido, si aún quedaba en ti algo de la Corona que fuiste. Debía conocer estos detalles antes de verte.
—¿Y qué parte de lord Valentine subsiste en mí?
—Una buena parte. Mucho mayor de lo que sospechan tus enemigos. Su intriga fue imperfecta: creyeron que te habían eliminado, pero sólo te atontaron y trastornaron.
—¿No habría sido más sensato por su parte matarme directamente, en lugar de poner mi alma en otro cuerpo?
—Más sensato, sí —replicó la Dama—. Pero no se atrevieron. Tu espíritu está ungido, Valentine. Estos Barjazid son bestias supersticiosas, dispuestas a destronar a la Corona, así lo parece, pero no a destruirla por completo, por temor a la venganza de tu espíritu. Y su cobarde vacilación causará la ruina de la intriga.
—¿Crees que alguna vez recuperaré mi posición? —preguntó Valentine en voz baja.
—¿Lo dudas?
—Barjazid luce el rostro de lord Valentine. El pueblo le acepta como Corona. Detenta el poder del Monte del Castillo. Yo apenas tengo una decena de seguidores y soy desconocido. Si me proclamo Corona genuina, ¿quién me creerá? ¿Y cuánto tiempo tardará Dominin Barjazid en darme el trato que debió darme en Til-omon?
—Tienes el apoyo de la Dama, tu madre.
—¿Tienes un ejército, madre? La Dama sonrió dulcemente.
—No tengo ejército, no. Pero soy un Poder de Majipur, cosa nada despreciable. Tengo la fuerza de la rectitud y del amor, Valentine. Y también tengo esto. —Tocó el aro de plata que llevaba en la frente.
—¿Te sirve para hacer envíos? —preguntó Valentine.
—Sí. Me sirve para llegar a las mentes de Majipur entero. Carezco de la facultad de control y dirección que poseen los Barjazid, la facultad que les otorgan sus aparatos. Pero puedo comunicar, puedo guiar, puedo influenciar. Tendrás un aro igual antes de salir de la Isla.
—¿Debo recorrer silenciosamente Alhanroel, transmitiendo mensajes de amor a los ciudadanos, hasta que Dominin Barjazid descienda del Monte y me devuelva el trono?
Los ojos de la Dama llamearon con el tipo de cólera que Valentine vio en ellos cuando su madre despidió a los jerarcas de la sala.
—¿Qué forma de hablar es ésa? —espetó la Dama.
—Madre…
—¡Oh, te han cambiado! El Valentine que yo alumbré y eduqué no aceptaba la idea de la derrota.
—Ni yo, madre. Pero todo parece tan inmenso, y yo estoy tan cansado… Y declarar la guerra a ciudadanos de Majipur, aunque sea a un usurpador… Madre, no hay guerras en Majipur desde tiempos remotos. ¿Soy yo el hombre que debe interrumpir la paz?
Los ojos de la Dama eran despiadados.
—La paz ya está interrumpida, Valentine. A ti te corresponde restaurar el orden en el reino. Una falsa Corona ha reinado desde hace casi un año. Leyes crueles y absurdas se proclaman a diario. Los inocentes reciben castigo, los culpables florecen. Se están destruyendo equilibrios forjados hace miles de años. Cuando nuestra gente llegó aquí procedente de la Vieja Tierra, hace catorce mil años, se cometieron numerosos errores, se sufrió mucho antes de encontrar nuestra forma de gobierno. Pero desde la época del primer Pontífice hemos vivido sin trastornos de importancia, y desde la época de lord Stiamot existe paz en este planeta. Ahora se ha producido la ruptura de esa paz, y a ti te corresponde poner en orden las cosas.
—¿Y si acepto lo que ha hecho Dominin Barjazid? ¿Y si me niego a envolver a Majipur en la guerra civil? ¿Serían tan funestas las consecuencias?
—Ya conoces las respuestas a esas preguntas.
—Quiero oírlas de tu boca, porque mi resolución vacila.
—Me avergüenza oírte pronunciar esas palabras.
—Madre, me han sucedido extrañas cosas en este viaje, cosas que me han arrebatado buena parte de mi fuerza. ¿No me está permitido tener un momento de fatiga?
—Eres un rey, Valentine.
—Tal vez lo fui, y tal vez vuelva a serlo. Pero me despojaron de mi realeza en Til-omon. Ahora soy un hombre ordinario. Y ni siquiera los reyes son inmunes al cansancio y al desaliento, madre.
—Barjazid no gobierna todavía como un tirano absoluto —dijo la Dama en tono más suave que hasta entonces—, porque ello podría hacer que el pueblo se volviera contra él, y él aún está inseguro en el poder… mientras tú vivas. Pero él gobierna para sí mismo y para su familia, no para Majipur. Carece del sentido de la justicia, y sólo hace lo que le parece provechoso y conveniente. Conforme crezca su confianza, aumentarán también sus crímenes, hasta que Majipur gima bajo el látigo de un monstruo.
Valentine asintió.
—Cuando no estoy tan fatigado, lo comprendo, sí.
—Piensa también en lo que sucederá cuando muera el Pontífice Tyeveras, cosa que debe ocurrir tarde o temprano, y más bien temprano que tarde.
—Barjazid irá al Laberinto, y se convertirá en un ermitaño sin poder. ¿A eso te refieres?
—El Pontífice no es un hombre sin poder, y no por fuerza ha de ser un ermitaño. Durante tu vida sólo has conocido a Tyeveras, que ha ido envejeciendo y se ha hecho inevitablemente más extraño. Pero un Pontífice en pleno vigor es una entidad muy distinta. ¿Y si Barjazid se convierte en Pontífice dentro de cinco años? ¿Crees que se contentará con vegetar en esa madriguera tal como ahora hace Tyeveras? Gobernará con toda su fuerza, Valentine. —La Dama le miró fijamente—. ¿Y quién crees que será entonces la nueva Corona?
Valentine sacudió la cabeza.
—El Rey de los Sueños tiene tres hijos —dijo la Dama—. Minax es el mayor, y uno de estos días ocupará el trono de Suvrael. Dominin es la Corona y será Pontífice, si tú decides consentirlo. ¿A quién elegirá como nueva Corona si no a su hermano menor, Cristoph?
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