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Robert Silverberg: Valentine Pontífice

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Robert Silverberg Valentine Pontífice

Valentine Pontífice: краткое содержание, описание и аннотация

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Lord Valentine, antes de asumir el cargo de Pontífice, debe afrontar las tareas de gobierno en una época de rebelión y enfrentarse al duro y pragmático Hissune, a fin de regir un planeta bruscamente turbulento. El conflicto de los dos hombres y su resolución constituye la esencia de este mosaico poblado de personajes, como los esquivos metamorfos de forma humanoide, que ponen a prueba al futuro Pontífice. “Valentine Pontífice” es el remate incitante y conmovedor de una fantasía brillantemente ejecutada.

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Habían adornado especialmente el salón. Eso era un alivio. Brillantes banderas verdes y doradas, los colores emblemáticos de la Corona, colgaban por todas partes y confundían y camuflaban los rasgos curiosamente perturbados de la enorme sala. También la iluminación había variado desde la última visita de Valentine: suaves luces flotantes se desplazaron placenteramente por el aire en ese momento.

Y sin lugar a duda los responsables pontificios no habían escatimado costos ni esfuerzos para dar un carácter festivo a la ocasión. De las legendarias bodegas pontificias llegó un asombroso desfile de las mejores cosechas del planeta: el vino dorado de palmera flamígera típico de Pidruid, el blanco seco de Amblemorn y después el delicado rosado de Ni-moya, seguido por un vino purpurino, rico y con mucho cuerpo procedente de Muldemar y curado hacía años, en el reinado de lord Malibor. Con todos los vinos, naturalmente, el plato exquisito apropiado: bayas de zokka heladas, dragón marino ahumado, calimbotes estilo Narabal, pierna de bilantún asada… Y una oleada interminable de diversiones: cantantes, mimos, arpistas, malabaristas… De vez en cuando uno de los hombres fuertes del Pontífice miraba recelosamente hacia la mesa de honor, ocupada por lord Valentine y sus compañeros, como preguntando, ¿Está todo bien? ¿Está satisfecha vuestra majestad?

Y Valentine acogía todas esas miradas de preocupación con una sonrisa cordial y un amistoso gesto de cabeza, y alzaba su copa de vino a modo de respuesta a sus nerviosos anfitriones: Sí, sí, estoy muy complacido por todo lo que habéis hecho por nosotros.

—¡Vaya chacales de poca monta están hechos todos! —exclamó Sleet—. Se puede oler el sudor y la preocupación a seis mesas de distancia.

Hecho que provocó una observación estúpida y deplorable por parte del joven Hissune, que se refirió a la posibilidad de que los funcionarios pontificios intentaran ganarse el favor de lord Valentine previendo el día en el que éste ocupara el cargo de Pontífice. La inesperada falta de tacto produjo en Valentine el efecto de un latigazo hiriente y la Corona desvió la mirada, con el corazón desbocado, la garganta seca de pronto. Se obligó a guardar la calma: dirigió una sonrisa mesas más allá, al sumo portavoz Hornkast, hizo una inclinación de cabeza en dirección al mayordomo pontificio, dedicó sonrientes miradas a diversas personas mientras oía a Shanamir, a espaldas de él, explicando en tono airado a Hissune la naturaleza del craso error que había cometido.

Al cabo de unos instantes la cólera de Valentine menguó. ¿Cómo iba a saber el joven, al fin y al cabo, que aquel tema de discusión estaba prohibido? Pero era imposible hacer algo para acabar con la obvia humillación de Hissune sin reconocer cuán honda era su sensibilidad a ese respecto, por lo que Valentine retornó tranquilamente a la conversación como si nada desagradable hubiera ocurrido.

Después hicieron su aparición cinco malabaristas, tres humanos, un skandar y un yort, y ofrecieron bendita distracción. Iniciaron un lanzamiento brusco y frenético de antorchas, hoces y cuchillos que arrancaron vítores y aplausos de la Corona.

Naturalmente se trataba de simples aficionados, artistas vulgares cuyos defectos, insuficiencias y limitaciones fueron muy evidentes a la mirada experta de Valentine. No importaba: los malabaristas siempre le proporcionaban gozo. De modo inevitable le traían a la mente la época extraña y dichosa, pasada hacía años, en la que él mismo había sido malabarista y errado de ciudad en ciudad junto con una abigarrada compañía ambulante. Valentine había sido entonces una persona sencilla, libre de la carga del poder, un hombre francamente feliz.

El entusiasmo por los malabaristas que mostraba la Corona provocó un gesto ceñudo en Sleet.

—Ah, majestad —dijo agriamente—, ¿pensáis realmente que lo hacen tan bien?

—Demuestran mucho celo, Sleet.

—Igual que el ganado cuando se provee de forraje en tiempo seco. Pero se trata de ganado a pesar de todo. Y estos celosos malabaristas vuestros son poco menos que aficionados, mi señor.

—¡Oh, Sleet, Sleet, ten un poco de compasión!

—Hay ciertas normas en este oficio, mi señor. Cosa que vos deberíais recordar aún. Valentine contuvo la risa.

—La alegría que esta gente me proporciona está poco relacionada con su habilidad, Sleet. El hecho de verlos, aviva en mi interior recuerdos de otros días, de una vida más sencilla, de compañeros desaparecidos.

—Ah, comprendo —dijo Sleet—. ¡Eso es otra cosa, mi señor! Sensibilidad. Yo hablo del oficio.

—Hablamos de cosas distintas, en ese caso.

Los malabaristas se despidieron entre un torbellino de lanzamientos furiosos y recogidas torpes y Valentine se recostó, risueño, gozoso. Pero la diversión ha concluido, pensó. Llega la lora de los discursos.

No obstante, incluso los discursos resultaron bastante tolerables, Shinaam pronunció el primero. Se trataba del ministro pontificio de asuntos internos, miembro de la raza gayrog dotado de relucientes escamas de reptil y una lengua bifurcada, roja e inquieta. Con elegancia y brevedad dio la bienvenida formal a lord Valentine y su séquito.

El asistente Ermanar replicó en nombre de la Corona. Cuando terminó, llegó el turno del anciano y arrugado Dilifon, secretario personal del Pontífice, que transmitió los saludos personales del monarca supremo. Un simple fraude, y Valentine lo sabía, puesto que todo el mundo se hallaba al corriente de que el viejo Tyeveras no había pronunciado una palabra racional a nadie desde hacía más de una década. Pero la Corona aceptó cortésmente las temblorosas invenciones de Dilifon y eligió a Tunigorn para ofrecer respuesta.

Después hablo Hornkast: el portavoz principal del pontificado, un hombre rollizo, solemne, el auténtico gobernante del Laberinto durante los años de senilidad del Pontífice Tyeveras. Su tema, declaró, iba a ser el gran desfile. Valentine prestó una suma atención desde el primer momento: durante el último año en pocas cosas más había pensado aparte del desfile, el viaje ceremonial de enorme trascendencia que obligaba a la Corona a recorrer Majipur y dejar que el pueblo lo viera, recibiendo de los habitantes homenaje, fidelidad, cariño.

—A algunos puede parecerles —dijo Hornkast—, un simple viaje de placer, un reposo trivial y sin importancia de las exigencias del cargo. ¡Falso! ¡Falso! Es la persona de la Corona, la persona real, física, no un estandarte, no una bandera, no un retrato, la que une en lealtad común todas las provincias diseminadas por el mundo. Y sólo mediante un contacto periódico con la presencia cierta de ese personaje real se renueva dicha lealtad.

Valentine frunció el ceño y desvió la mirada. En su mente brotó de pronto una imagen inquietante: el paisaje de Majipur se quebraba y se agitaba y un hombre solitario luchaba desesperadamente con el terreno quebrado, se esforzaba en devolver todo a su lugar.

—Porque la Corona —prosiguió Hornkast— es la personificación de Majipur. La Corona es Majipur personificado. Él es el mundo, el mundo es la Corona. Por lo tanto, cuando la Corona inicia el gran desfile, tal como vos, lord Valentine, haréis por primera vez desde vuestra gloriosa recuperación del trono, no sólo visita el mundo, sino que visita también su interior: es un viaje al alma misma de la Corona, un encuentro con las raíces más profundas de su identidad…

¿Realmente era así? Desde luego. Desde luego. Valentine no tenía duda alguna de que Hornkast estaba vertiendo frases retóricas rutinarias, ruidos oratorios del tipo que él debía soportar con tanta frecuencia. Y sin embargo, en esa ocasión, las palabras parecieron dar vida a algo en su interior, abrir un túnel enorme y oscuro repleto de misterios. Aquel sueño, el viento frío que soplaba en el Monte del Castillo, los gemidos de la tierra, el paisaje quebrado… La Corona es la personificación de Majipur… Él es el mundo…

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