Robert Silverberg - Valentine Pontífice

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Lord Valentine, antes de asumir el cargo de Pontífice, debe afrontar las tareas de gobierno en una época de rebelión y enfrentarse al duro y pragmático Hissune, a fin de regir un planeta bruscamente turbulento.
El conflicto de los dos hombres y su resolución constituye la esencia de este mosaico poblado de personajes, como los esquivos metamorfos de forma humanoide, que ponen a prueba al futuro Pontífice.
“Valentine Pontífice” es el remate incitante y conmovedor de una fantasía brillantemente ejecutada.

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—Desde luego.

—Quiero que me ayudes.

6

—Hemos capturado un cambiaspecto, mi señor —dijo Alsimir— que afirma traer un mensaje para vos y únicamente para vos.

Hissune frunció el entrecejo.

—¿Un espía, piensas?

—Muy probable, mi señor.

—O incluso un asesino.

—Esa posibilidad no hay que olvidarla nunca, naturalmente. Pero creo que no ha venido por eso. Sé que es un cambiaspecto, mi señor, y nuestros juicios son arriesgados, pero a pesar de todo yo estaba con los que le han interrogado. Parece sincero. Parece.

—¡Sinceridad metamorfa! —dijo Hissune, riéndose—. Introdujeron un espía en la comitiva de lord Valentine, ¿no es cierto?

—Eso me dijeron. ¿Qué debo hacer con él?

—Traerlo aquí, diría yo.

—¿Y si planea alguna artimaña metamorfa?

—En ese caso tendremos que actuar con más rapidez que él, Alsimir. Pero tráelo aquí.

Había riesgos e Hissune lo sabía. Pero no podía limitarse a expulsar a alguien que afirmaba ser mensajero del enemigo, ni matarlo alocadamente por simples sospechas de traición. Y en su interior admitió que sería una diversión interesante contemplar por fin a un metamorfo, después de tantas semanas de caminata por la húmeda jungla. En todo ese tiempo no habían encontrado un solo cambiaspecto: ni uno.

El campamento se hallaba en el borde de una arboleda de duikos gigantes, en la frontera este de Piurifayne y no muy lejos de la orilla del río Steiche. Los duikos eran francamente impresionantes: árboles asombrosos con troncos tan anchos como una casa, corteza de brillante tinte rojizo hendida por surcos inmensos y profundos, hojas tan amplias que una sola podía proteger de la lluvia a veinte hombres y frutos colosales de piel áspera, del tamaño de un vehículo flotante y con pulpa embriagadora. Pero las maravillas botánicas eran pequeña recompensa para el hastío de una marcha forzada e interminable por la selva tropical metamorfa. La lluvia era constante. El moho y la podredumbre eran dueños de todo, incluso del cerebro de los invasores, pensaba a veces Hissune. Y aunque el ejército estaba desplegado a lo largo de una línea de casi doscientos kilómetros de longitud y la ciudad de Avendroyne, segunda en importancia, se hallaba supuestamente cerca del punto central de dicha línea, nadie había visto ciudades, restos de antiguas ciudades, indicios de rutas de evacuación o metamorfos. Parecían ser seres mitológicos en una jungla deshabitada.

Por lo que Hissune sabía, Divvis tenía idénticas dificultades en el extremo opuesto de Piurifayne. Los metamorfos no eran numerosos y sus ciudades parecían portátiles. Debían huir de claro en claro como insectos nocturnos de alas diáfanas. O se disfrazaban de árboles y arbustos y permanecían en silencio, conteniendo la risa cuando los ejércitos de la Corona pasaban junto a ellos. Estos duikos enormes, pensó Hissune, podrían ser exploradores metamorfos, por lo que sé. Hablemos con ese espía, o mensajero, o asesino, lo que sea: tal vez averigüemos algo, o al menos nos entretendremos.

Alsimir volvió al cabo de unos momentos con el prisionero, que iba severamente custodiado.

Al igual que los escasos piurivares vistos hasta entonces por Hissune, el recién llegado tenía una figura extrañamente turbadora; era muy alto, y delgado hasta el punto de parecer frágil. Iba completamente desnudo a excepción de una tira de cuero que rodeaba sus caderas. Su piel y las franjas finas y correosas de su cabello eran de un color verde claro muy raro y su semblante carecía prácticamente de rasgos salientes: los labios eran meras hendiduras, la nariz un simple bulto y los ojos tenían un sesgo notable y apenas eran visibles bajo los párpados. Reflejaba inquietud y no parecía peligroso. En cualquier caso Hissune deseó poseer el don de ver el interior de la mente, como Deliamber, Tisana o el mismo Valentine, para quienes los secretos del prójimo solían no ser tales secretos. Ese metamorfo podía tener reservada alguna sorpresa desagradable.

—¿Quién eres? —preguntó Hissune.

—Me llamo Aarisiim. Sirvo al Rey Real, el que vosotros conocéis como Faraataa.

—¿Te ha enviado él a verme?

—No, lord Hissune Él no sabe que estoy aquí.

El metamorfo empezó a temblar de pronto, se estremeció de modo convulsivo y durante un instante la forma de su cuerpo pareció cambiar y oscilar. Los guardianes de la Corona actuaron al instante, situándose entre el cambiaspecto e Hissune en previsión de que aquellos movimientos fueran el preludio de un ataque. Pero Aarisiim se recobró enseguida y recuperó su aspecto.

—He venido para traicionar a Faraataa —dijo en voz baja.

—¿Estás diciendo que nos llevarás al lugar donde se esconde? —inquirió el sorprendido Hissune.

—Lo haré, sí.

Demasiado estupendo para ser verdad, pensó Hissune, y fue pasando la mirada en torno al círculo formado por Alsimir, Stimion y sus otros consejeros de confianza. Evidentemente todos opinaban lo mismo: reflejaban escepticismo, hostilidad, recelo.

—¿Por qué deseas hacer tal cosa? —prosiguió la Corona.

—Él ha hecho algo contrario a la ley.

—¿Y ahora te das cuenta, cuando la rebelión ha durado ya…?

—Me refiero, mi señor, a un acto ilegal de acuerdo con nuestras normas, no con las vuestras.

—Ah. ¿Y de qué se trata?

—Fue a Ilirivoyne, apresó a la Danipiur y ahora pretende asesinarla. No es legal capturar a la Danipiur. No es legal privarla de la vida. Él no quiso escuchar ningún consejo. La ha apresado. Para mi vergüenza, fui uno de los que le acompañaban. Pensé que sólo quería retenerla, para que no firmara un pacto con vosotros en contra de los piurivares. Eso dijo él, que no la mataría a menos que creyera que la guerra estaba totalmente perdida.

—¿Y piensa lo mismo ahora? —preguntó Hissune.

—No, lord Hissune. Cree que la guerra no está perdida, ni mucho menos: está a punto de poner en libertad nuevos animales y propagar más enfermedades, y piensa que se encuentra en el umbral de la victoria.

—En ese caso, ¿por qué matar a la Danipiur?

—Para asegurarse la victoria.

—¡Vaya locura!

—Lo mismo opino, mi señor. —Los ojos de Aarisiim estaban muy abiertos y despedían un fulgor extraño muy llamativo—. Naturalmente Faraataa la considera un rival peligroso, más inclinada a la paz que a la guerra. Eliminada ella, queda eliminada la amenaza a su poder. Pero hay más que eso. Pretende sacrificarla en el altar, ofrecer su sangre a los reyes acuáticos para seguir contando con la ayuda de ellos. Ha construido un templo a semejanza del que estuvo en tiempos en Vieja Velalisier. Y él mismo la pondrá en la piedra y le arrebatará la vida con sus manos.

—¿Y cuándo se supone que ocurrirá tal cosa?

—Esta noche, mi señor. A la Hora del Haigus.

—¿Esta noche?

—Sí, mi señor. He venido tan rápido como me ha sido posible pero vuestro ejército es muy numeroso y temía morir si no encontraba a vuestros guardianes antes de que me localizaran los soldados… Habría venido ayer, o antes, pero fue imposible, no podía…

—¿Y cuántas jornadas de viaje hay de aquí a Nueva Velalisier?

—Cuatro, tal vez. Quizá tres, si vamos muy rápidos.

—¡Entonces la Danipiur está perdida! —exclamó el encolerizado Hissune.

—Si no la sacrifica esta noche…

—Has dicho que sería esta noche.

—Sí, las lunas son propicias esta noche, las estrellas son propicias esta noche… pero si no se decide, si en el último momento cambia de opinión…

—¿Y Faraataa cambia de opinión con frecuencia? —inquirió la Corona.

—Nunca, mi señor.

—En ese caso no hay forma de llegar allí a tiempo.

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