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Robert Silverberg: Valentine Pontífice

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Robert Silverberg Valentine Pontífice

Valentine Pontífice: краткое содержание, описание и аннотация

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Lord Valentine, antes de asumir el cargo de Pontífice, debe afrontar las tareas de gobierno en una época de rebelión y enfrentarse al duro y pragmático Hissune, a fin de regir un planeta bruscamente turbulento. El conflicto de los dos hombres y su resolución constituye la esencia de este mosaico poblado de personajes, como los esquivos metamorfos de forma humanoide, que ponen a prueba al futuro Pontífice. “Valentine Pontífice” es el remate incitante y conmovedor de una fantasía brillantemente ejecutada.

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También había despachos de Tunigorn. Estaba recorriendo Zimroel a escasa distancia de Valentine, dedicado a las tareas rutinarias que imponían las actividades de socorro: distribuir alimentos, conservar los pocos recursos que quedaban, enterrar a los muertos y otras medidas para combatir el hambre y las plagas. Tunigorn el arquero, Tunigorn el famoso cazador… Ahora estaba justificando, ahora estamos justificando todos, pensó Valentine, la tranquilidad y el bienestar de nuestra alegre juventud en el Monte.

Puso a un lado los despachos. Sacó el diente de dragón de la caja donde lo conservaba, el diente que aquella mujer, Millilain, le había puesto en la mano de forma tan extraña cuando entraba en Khyntor. Desde el primer contacto con aquel objeto, el Pontífice estaba convencido de que se trataba de algo más importante que una simple baratija, un amuleto para ciegos supersticiosos. Pero sólo con el paso de los días dedicando tiempo a comprender el significado y los usos del diente —en secreto, siempre en secreto, ni siquiera Carabella debía enterarse— acabó entendiendo qué clase de regalo le había hecho Millilain.

Acarició la brillante superficie. Tenía un aspecto delicado, era tan fino que casi parecía transparente. Pero tenía la dureza de la piedra más sólida posible y sus bordes ahusados eran tan cortantes como acero afiladísimo. Era frío al tacto, aunque Valentine pensaba que tenía un núcleo de fuego.

En su mente empezó a sonar música de campanas.

Un tañido solemne, lento, casi funerario al principio. Después fue una cascada de sonido, un ritmo acelerado que rápidamente se transformó en una mezcla pasmosa de melodías, tan apresuradas que se sobreponían a las últimas notas de la precedente. Y finalmente sonaron todas las melodías al unísono, una compleja sinfonía de cambios que deslumbraba la mente. Sí, él conocía ya esa música, comprendía su origen: era la música del rey acuático Maazmoorn, la criatura que los moradores de tierra firme denominaban el dragón de lord Kinniken, el habitante más poderoso del inmenso planeta.

Valentine tardó mucho tiempo en comprender que había oído la música de Maazmoorn mucho antes de que talismán pasara a ser de su propiedad. Dormido a bordo de la Lady Thiin , hacía muchos viajes, cuando hizo por primera vez el recorrido de Alhanroel a la Isla del Sueño, había visto en sueños una peregrinación: devotos ataviados de blanco se precipitaban hacia el mar, y él los acompañaba, y del mar brotaba el impresionante dragón llamado de lord Kinniken, con la boca muy abierta para poder engullir a los peregrinos que iba atrayendo. Y de aquel dragón, en cuanto se aproximó a la costa y salió pesadamente del mar, emanaba el tañido de unas campanas terribles, un sonido tan poderoso que aplastaba el mismo aire.

Del diente brotaba el mismo sonido de campanas. Y con ese diente como guía Valentine podía ponerse en contacto con el cerebro prodigioso del gran rey acuático Maazmoorn al que los ignorantes denominaban el dragón de lord Kinniken. Para ello tenía que concentrarse en el núcleo de su alma y proyectarse a través del mundo. Tal era el obsequio que le había hecho Millilain. ¿Cómo había sabido ella el uso qué él, y sólo él, podía dar al diente? ¿O acaso no sabía nada? Quizá se lo había regalado simplemente porque lo consideraba un objeto sagrado, quizá Millilain no tenía la menor idea de que él podía emplearlo de forma muy especial, como foco para concentrarse…

—Maazmoorn. Maazmoorn.

Tanteó. Buscó. Llamó. Día tras día fue aproximándose a la comunicación real con el rey acuático, a una conversación cierta, a un encuentro de identidades individuales. Casi lo había conseguido. Tal vez esa noche, tal vez mañana o pasado mañana…

—Respóndeme, Maazmorn. Te está llamando el Pontífice Valentine.

Había dejado de temer a aquel cerebro inmenso y terrible. Empezaba a comprender, en esos viajes secretos del alma, cuánto habían subestimado los habitantes terrestres a las enormes criaturas del mar. Los reyes acuáticos eran temibles, cierto. Pero no había que temerles.

—Maazmoorn. Maazmoorn. Casi he llegado, pensó.

—¿Valentine?

La voz de Carabella, al otro lado de la puerta. Sorprendido, la Corona abandonó su estado de trance con un sobresalto que casi le hizo caer de la silla. Tras recobrar el dominio de sí mismo, Valentine introdujo el diente en el estuche, se tranquilizó y fue en busca de su esposa.

—Ya deberíamos estar en el ayuntamiento —dijo ella.

—Sí, claro, claro.

El tañido de aquellas campanas misteriosas seguía sonando en su espíritu.

Pero tenía otras responsabilidades. El diente de Maazmoorn podía esperar un poco más.

En el salón municipal de reuniones, una hora más tarde, Valentine tomó asiento en un estrado y los campesinos fueron desfilando lentamente ante él. Le ofrecieron sus respetos y le trajeron herramientas para que las bendijera: guadañas, azadas, objetos de similar sencillez. Como si el Pontífice, por el mero hecho de tocarlas con sus manos, pudiera restaurar la prosperidad conocida anteriormente por aquel valle arrasado por las plagas. Valentine consideró la posibilidad de que se tratara de una creencia antigua de aquella gente rural, gayrogs casi todos ellos. Seguramente no, decidió: ningún Pontífice ha visitado el Valle de Prestimion ni otras regiones de Zimroel hasta ahora y jamás han existido motivos para que alguno lo hiciera. Probablemente debía ser una tradición inventada por los campesinos impulsivamente, al enterarse de que el Pontífice iba a pasar por allí.

Pero eso no le preocupaba. Le presentaron sus útiles de trabajo y él tocó el mango de uno, el filo de otro, el asa de otro más… Sonrió con suma cordialidad y les ofreció palabras de sincera esperanza que animaron a los campesinos.

Al terminar la tarde hubo agitación en la sala y Valentine, al alzar la mirada, vio una extraña procesión que se acercaba hacia él. Una gayrog, que a juzgar por sus escamas casi descoloridas y las serpientes abatidas de su cabello debía ser enormemente anciana, venía lentamente por el pasillo entre dos hembras más jóvenes de su raza. Al parecer no veía y estaba muy débil, pero se mantenía resueltamente erguida y avanzaba paso a paso como si tuviera que abrirse camino por muros de roca.

—¡Es Aximaan Threysz! —musitó el hacendado Nitikkimal—. ¿Habéis oído hablar de ella, vuestra majestad?

—No, lo siento.

—Es la cultivadora de lusavándula más famosa, una fuente de conocimientos, una hembra de gran sabiduría. Está al borde de la muerte, eso dicen, pero ha insistido en veros esta noche.

—¡Lord Valentine! —gritó la gayrog en tono audiblemente resonante.

—He dejado de ser lord Valentine —replicó él—. Ahora soy Pontífice Valentine. Y usted me honra enormemente con su visita, Aximaan Threysz. Llega precedida por la fama.

—Valentine… Pontífice…

—Por favor, déme la mano —dijo Valentine.

Cogió entre sus manos las garras arrugadas y vetustas de Aximaan y las apretó con fuerza. Los ojos de la gayrog se centraron en los del Pontífice, los contemplaron fijamente, aunque Valentine dedujo que ella no veía nada, dada la claridad de sus pupilas.

—Dijeron que vos erais un usurpador —explicó Aximaan—. Llegó aquí un hombrecillo de cara sonrosada y nos dijo que vos no erais la Corona legítima. Pero yo no quise escucharlo y salí de esta habitación. No sabía si vos erais legítimo o ilegítimo, pero pensé que él no era quién para hablar de estas cosas, aquel hombre de la cara sonrosada.

—Sempeturn, sí. Lo conozco —dijo Valentine—. Ahora cree que yo fui la Corona legítima y que actualmente soy el Pontífice legítimo.

—¿Y devolveréis la unidad al mundo, Pontífice legítimo? —preguntó Aximaan en voz sorprendentemente vigorosa y clara.

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