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Robert Silverberg: Valentine Pontífice

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Robert Silverberg Valentine Pontífice

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Lord Valentine, antes de asumir el cargo de Pontífice, debe afrontar las tareas de gobierno en una época de rebelión y enfrentarse al duro y pragmático Hissune, a fin de regir un planeta bruscamente turbulento. El conflicto de los dos hombres y su resolución constituye la esencia de este mosaico poblado de personajes, como los esquivos metamorfos de forma humanoide, que ponen a prueba al futuro Pontífice. “Valentine Pontífice” es el remate incitante y conmovedor de una fantasía brillantemente ejecutada.

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Cincuenta mil piligrigormos, pensó Faraataa en un principio, podían llevar al caos total en cinco días a una ciudad de la magnitud de Khyntor. Pero puesto que los Invariables habían decidido invadir Piurifayne, se había visto forzado a soltar los crustáceos no en una ciudad, sino en el mismo territorio de Piurifayne, con la esperanza de que provocaran la confusión y posterior retirada del inmenso ejército de Divvis. Todavía no habían llegado informes, empero, sobre el éxito de dicha táctica.

Al otro lado de la jungla, donde la Corona lord Hissune comandaba un segundo ejército hacia el sur, siguiendo otra ruta increíble a lo largo de la orilla oeste del Steiche, Faraataa planeaba tender una red infinitamente pegajosa e impenetrable con enredaderas cazapájaros, una red de cientos de kilómetros obstruyendo el paso del invasor, de modo que el enemigo se viera obligado a dar rodeos cada vez más amplios y finalmente quedara irremediablemente perdido. La única dificultad de tal estratagema era que nadie podía manejar eficazmente las enredaderas cazapájaros salvo los hermanos del bosque, aquellos monos irritantes que en su sudor segregaban una enzima que los hacía inmunes a la viscosidad de las plantas. Pero los hermanos del bosque tenían escasos motivos para querer a los piurivares, que los habían cazado durante siglos a causa del rico sabor de su carne: obtener su ayuda en esta maniobra no estaba siendo fácil, al parecer.

Faraataa notó que la rabia crecía y bullía en su interior.

Al principio todo fue bien. Crearon plagas y epidemias en las tierras de cultivo, produjeron el caos agrícola en una amplia región, ocasionaron hambre, pánico, migraciones masivas… Sí, todo iba de acuerdo con el plan. Y la suelta de animales especialmente engendrados también había dado buenos resultados, a menor escala: los temores del populacho se habían intensificado y la vida era más difícil para los moradores de las ciudades…

Pero el impacto no era tan fuerte como esperaba Faraataa. Suponía que las miluftas gigantes sedientas de sangre aterrorizarían Ni-moya entera, que anteriormente ya había pasado por una situación de caos… Mas no contaba con que el ejército de lord Hissune iba a estar en Ni-moya cuando los monstruos llegaran a la urbe, ni con que los arqueros pudieran eliminar a las miluftas con tanta facilidad. Y ahora no tenía más miluftas y serían precisos cinco años a fin de criar el número suficiente para causar un impacto mínimo…

Pero le quedaban los piligrigormos. Había gannigogs a millones en los contenedores, dispuestos para la suelta. Había quexes, vriigs, zambinaxes, malamolas. Disponía de otras plagas: una nube de polvo rojo que regaría una ciudad entera durante la noche y envenenaría el agua potable durante semanas, y una espora purpúrea de la que brotaba un gusano que atacaba a los animales de pasto, y cosas peores todavía. Faraataa no sabía si recurrir a estas armas, ya que sus científicos le decían que quizá no fuera tan simple controlarlas tras la derrota de los Invariables. Pero si la guerra empezaba a decantarse del lado de los invasores, si no quedaba más esperanza… bien, él no dudaría, recurriría a cualquier cosa que perjudicara al enemigo, a pesar de las consecuencias.

Regresó Aarisiim, con aspecto apocado.

—Hay noticias, oh Rey Real.

—¿De qué frente?

—De ambos, oh Rey. Faraataa lo miró fijamente.

—Bien, ¿tan mal van las cosas? Aarisiim titubeó:

—En el oeste están aniquilando a los piligrigormos. Tienen un fuego que lanzan con tubos metálicos, y funden los caparazones. Y el enemigo está atravesando con rapidez la zona en la que soltamos los piligrigormos.

—¿Y en el este? —dijo inflexiblemente el caudillo metamorfo.

—Han abierto brecha en el bosque y no hemos logrado tender a tiempo la red de enredaderas cazapájaros. Están buscando Ilirivoyne, eso informan los exploradores.

—Para localizar a la Danipiur. Para aliarse con ella en contra nuestra. —Los ojos de Faraataa llameaban—. ¡Malas noticias, Aarisiim, pero no estamos acabados, ni mucho menos! Que vengan Benuuiab, Siimii y algunos más. También nosotros iremos a Ilirivoyne y capturaremos a la Danipiur antes de que lo hagan ellos. Y la mataremos, si es preciso. ¿Quién podrá hacer un pacto contra nosotros en esas condiciones? Si buscan un piurivar con autoridad para gobernar, sólo habrá uno, Faraataa, y Faraataa no firmará tratados con los Invariables.

—¿Capturar a la Danipiur? —dijo Aarisiim con tono de duda—. ¿Matar a la Danipiur?

—Si he de hacerlo —repuso Faraataa—, ¡acabaré con el mundo entero antes que devolverlo a los humanos!

5

A primera hora de la tarde se detuvieron en un lugar de la Fractura oriental denominado Valle de Prestimion, que Valentine recordaba como un importante centro agrícola de la época anterior. El viaje por la atormentada Zimroel le había forzado a ver escenas de carácter inevitablemente tétrico: granjas abandonadas, ciudades despobladas, muestras de luchas terribles por la supervivencia… Pero seguramente el Valle de Prestimion era el paraje más descorazonador.

Los campos estaban chamuscados y ennegrecidos, la gente se mostraba muda, estoica, aturdida.

—Éramos cultivadores de lusavándula y arroz —explicó a Valentine su anfitrión, un cultivador llamado Nitikkimal que al parecer era el alcalde de distrito—. Luego llegó la roya de la lusavándula, todo murió y tuvimos que quemar los campos. Y pasarán otros dos años, como mínimo, antes de que sea seguro volver a sembrar. Pero nos hemos quedado. Ningún habitante del Valle de Prestimion ha huido, vuestra majestad. Tenemos poca cosa para comer… y los gayrogs nos conformamos con muy poco, ¿sabéis?, pero de todas formas no tenemos suficiente… No hay trabajo que hacer, cosa que nos pone nerviosos, y es triste ver la tierra repleta de cenizas. Pero es nuestra tierra y por eso seguimos aquí. ¿Podremos volver a sembrar algún día, vuestra majestad?

—Sé que podrán hacerlo —dijo Valentine. Y se preguntó si no estaría ofreciendo falso consuelo a aquella gente.

La vivienda de Nitikkimal era una magnífica casa solariega situada en un extremo del valle, construida con altas tablas negras de madera de ghannimor y con un techo de pizarra verde. Pero el interior era húmedo y expuesto a corrientes de aire, como si el dueño ya no tuviera ánimo para hacer las reparaciones exigidas por el clima lluvioso del Valle de Prestimion.

Esa tarde Valentine estuvo a solas un rato en la espléndida habitación de Nitikkimal, que éste le había cedido, antes de acudir a la sala de reuniones del ayuntamiento para hablar con los ciudadanos del distrito. Un grueso pliego de despachos llegados del este le había sorprendido allí. Hissune, por lo que leyó, se había adentrado mucho en territorio metamorfo y se hallaba en las proximidades del Steiche buscando Nueva Velalisier, nombre con el que era conocida la capital rebelde. Valentine se preguntó si la Corona tendría más suerte que él en su búsqueda de la ciudad errante, Ilirivoyne. Y Divvis había organizado otro ejército más numeroso todavía para invadir el territorio piurivar por el lado opuesto. A Valentine le preocupó saber que un hombre belicoso como Divvis se encontraba en aquellas junglas. Esto no es lo que pretendía, meditó. Mandar ejércitos invasores a Piurifayne, precisamente lo que él esperaba evitar. Pero naturalmente el hecho era inevitable, y él lo sabía. Y los tiempos exigían la presencia de hombres como Hissune y Divvis, no como él: ellos desempeñarían su papel, él el suyo y, si el Divino lo quería, las heridas del mundo empezarían a sanar algún día.

Ojeó los otros despachos. Noticias del Monte del Castillo: Stasilaine era regente en la actualidad, el hombre que debía afanarse con las tareas rutinarias del gobierno. Valentine lo compadeció. Stasilaine el espléndido, Stasilaine el ágil, sentado ante aquel escritorio, garabateando su nombre en hojas de papel… ¡El tiempo nos trastorna a todos!, pensó el Pontífice. Nosotros, que creíamos que la vida del Monte del Castillo se reducía a cacerías y jolgorios, sometidos ahora a responsabilidades, teniendo que sostener el dislocado planeta con nuestras espaldas. ¡Qué lejos parecía estar el Castillo, qué lejos el gozo de aquella época en la que el mundo parecía gobernarse por sí solo y todo el año era primavera!

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